Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía Domingo XXVII del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
4 de octubre de 2020
“Pongan en práctica lo que de mí han aprendido, recibido y oído, y lo que han visto de mí, y el Dios de paz estará con ustedes” Fil 4,9
Hermanos,
El domingo pasado escuchamos una lectura de uno de los profetas de Israel, y en aquel momento resaltamos una llamada a la responsabilidad. El Señor escogió a su pueblo, Cristo Jesús entrega la vida por nosotros nos dice el Nuevo Testamento, y por lo tanto nosotros que hemos sido escogidos, entonces tenemos que con responsabilidad responder al llamado del Señor que no es más que cumplir sus mandamientos, vivir como Él vivió, ser santos como ÉL era Santo, tratar de serlo.
También el domingo anterior hicimos la lectura de Pablo a los Filipenses, en el cual decíamos que Pablo estaba preso, parece que ya fue en su última prisión en Roma pues él estuvo varias veces por su fe. Entonces le escribe a los Filipenses, él tenía un cariño especial para ellos. Entonces esta carta no es como otras de Pablo, que muchas veces son polémicas, porque Pablo era un hombre polémico, defendía la Palabra de Dios con argumentos, como tenemos que hacer los cristianos, que tenemos que dar razones de nuestra fe. Esta carta viene a ser como una despedida, y recordemos que el domingo pasado él decía, “con súplicas y lágrimas les pido que se mantengan unidos unos a otros, y todos con Cristo Jesús”.
Las lecturas de hoy es un poco como reforzar, pero con argumentos. El argumento que la iglesia nos propone hoy que meditemos en esta parábola de la viña del Señor y este pasaje de Isaías que también pone como ejemplo una viña. Y dice que el pueblo de Israel es como una viña muy querida por un campesino, que dedica sus recursos para que no le falte nada de atención a esa viña: que si un lagar, que si una torre de vigilancia, que sí obrero que la trabajen, agua, todo. Y sin embargo esa viña, al final, en vez de dar buenos frutos, uvas dulce propias del vino, lo que da son agrazones. Una palabra rara, que nosotros no conocemos mucho, que quiere decir uvas agrias.
Jesús toma esa imagen del profeta y entonces nos dice que el pueblo de Dios es como una viña. Que hubo un hombre que al cuidó, que se la dio a los campesinos para que la trabajarán, pero estos hombres se olvidaron de eso, no lo tuvieron en cuenta, pensaron en sí mismos, se olvidaron de lo que es justo, rendirle cuentas al señor que se lo había dado todo, y lo que hicieron fue matar a sus trabajadores, a los enviados que él puso, y al final hasta al propio hijo. No cabe la menor duda de que es una imagen de que el Hijo de Dios, Jesús, se entrega en la cruz por nosotros, y el pueblo lo condena a muerte, ¿por qué?, porque decía cosas diferentes, porque hablaba de un Reino de Dios que era de justicia, de misericordia, de paz, pero que también era un Reino que exigía, exigente, una lucha. Hay que conquistar el Reino de Dios, ¿con qué?, con la Gracia de Dios.
Si en las lecturas anteriores hablábamos de responsabilidad, hoy también se habla de responsabilidad y de no ser malagradecidos. Si el Señor nos ha cuidado, si la imagen del pueblo de Israel es una viña, el nuevo pueblo de Israel, la Nueva Alianza, somos aquellos bautizados, que hemos hechos hijos de Dios por el bautismo. Por lo tanto, nosotros tenemos que corresponder y ser agradecidos.
Ahí se hablaba de responsabilidad, ahora se habla de responsabilidad y de ser agradecidos por todo lo que hemos recibido. En primer lugar, por el conocimiento y por la gracia de Dios, saber que hay un Dios que nos ama y que nos quiere, y que no nos abandona. Eso es lo primero. Nosotros tenemos también que corresponder al Señor, como el Señor quiere.
Y si el pueblo fue el que le gritó, se olvidó, practicó la injusticia, se olvidó de Mi. Eso pasaba en el tiempo de Jesús, en el tiempo de los profetas y ahora también pasa. A nosotros mismos también; porque la vida nos lleva a situaciones que nos preocupan tanto, que nos ocupan tanto, que muchas veces olvidamos el verdadero sentido de nuestra vida, olvidamos que Cristo ha muerto en la cruz por nosotros. Ahí está la hermosa imagen de la Virgen que lo carga en su brazo, y en la mano derecha la cruz con la que nos alcanza la salvación.
Entonces hermanos es también un momento de recuerdo. Nosotros también necesitamos muchas veces esta reprimenda del Señor, porque nosotros muchas veces nos apartamos de Él, por muchas cosas, no nos damos cuenta que como bien dice la oración que hicimos, que dice, “oren, eleven sus oraciones al Señor, que el Señor es capaz de darnos lo que nosotros no somos capaces ni de pedir”, porque muchas veces no sabemos pedir bien.
Y eso que dicen las lecturas de hoy, es lo que Pablo le dice a los Filipenses. Les dice: “en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas al Señor. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”
Fíjense hermanos como, la Palabra de Dios, ya es guía solamente de leerla y tratar de entenderla un poquitico, escucharla porque nos la están diciendo a nosotros, ya ilumina a nuestra vida. Como hemos dicho, la Palabra de Dios es luz para nuestros ojos, guía para nuestra vida.
Pablo precisamente para no apartarnos de Dios, él nos invita a recordar. Si el domingo pasado era buscar la comunión, ahora nos dice, recuerden. Y dice así: “lo que aprendieron, recibieron, oyeron y vieron en mí, pónganlo en práctica, y el Dios de paz estará con ustedes”. Hermanos hoy tenemos que hacer ese ejercicio de la memoria, tenemos que recordar los tiempos en que de una manera especial nos sentíamos unidos a Dios, debemos de recordar el esfuerzo que hicieron aquellos que nos transmitieron la fe para darnos el mayor tesoro que es el bautismo y sello de Dios que es la fe. Recordemos que muchos de nosotros en la vida hemos sufrido por defender la fe, y que muchas veces nos ha costado renunciar a muchas cosas porque queríamos defender nuestra fe.
Así es la vida en cualquier lugar, en Cuba y fuera de Cuba. Entonces no perdamos, no echemos al traste esto que hemos vivido y que le ha dado un sentido a nuestra vida, y que nos tiene que dar sentido a hora también. Hermanos volvamos a encontrarnos, vamos a aprender cosas nuevas, pero todo aquello que recibimos, todo lo que oímos, todo lo que vimos, todo lo que nosotros vivimos en nombre del Señor Jesús, vamos a recobrarlo, y a traerlo de nuevo. Eso es lo que Pablo nos dice resumiendo los dos domingos: siendo responsables, manteniendo la memoria, practicando la comunión, poniéndolo todo en las manos de Dios.
Hermanos meditemos, no dejemos pasar el tiempo, para que después venga el Señor y diga ¿qué han hecho? ¿qué hemos hecho? Y esa pregunta nos la hacemos nosotros, ¿y qué yo he hecho? Ojalá que podamos hacer como Pablo, que ya al final de su vida escribe esta carta a los Filipenses con una tranquilidad de espíritu increíble. Y les dice lo que pido que sean uno solo, y que todo lo pongan en las manos de Dios, y sean fuertes y felices, que el Dios de la paz va a estar con ustedes. Eso es lo que dice la Palabra de Dios.
El Evangelio al final nos dice “esa piedra que desecharon los arquitectos es la piedra angular”, que es Cristo, el Señor. Pongamos todos en las manos de Cristo el Señor, porque desgraciadamente hoy muchas personas están dándole de lado y apartando a esa piedra angular que le da sentido a nuestra vida. Si otros lo hacen, vamos a orar por ellos, pero vamos a pedirle al Señor que nosotros nunca desechemos aquel tesoro de Gracia que hemos recibido en nuestra vida, que es la fe que nos transmitieron nuestros mayores, aquellos que se acercaron a nosotros para que tuviéramos lo más grande, que es el encuentro con el Señor, el vivir fieles a Él.
Que Dios nos ayude hermanos a vivir así.
“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” Mt 21, 42