Memorias: Primera Interdiocesana de Jóvenes

Memorias: Primera Interdiocesana de Jóvenes

Por: Mercedes Ferrera Angelo

Lo que aquí se escribe tiene que ver con un acontecimiento del cual ahora se cumplen 40 años: La primera Interdiocesana de Jóvenes, celebrada en el Cobre entre el 21 y el 24 de agosto de 1980. 

Si comparamos el hecho con un árbol, tendríamos que decir que sus raíces bien pegadas a la tierra. Y es que la génesis de ese encuentro puede encontrarse, sobre todo, en el trabajo y la historia de los laicos y la Iglesia cubana de los años precedentes; historias, muchas de ellas aun no escritas pero que algunos conservan como un tesoro para sus vidas. 

En el año 1967 la Conferencia Episcopal Cubana (CEC) aprobó la reorganización del apostolado seglar en Cuba, como estructura encargada de animar el trabajo de los laicos. Surgía así el Apostolado Seglar Organizado, conocido por la sigla ASO. En el centro de ese trabajo de animación hay que hablar de la realización, cada año, de encuentros nacionales conocidos como Asambleas Interdiocesanas.

Estas asambleas fueron espacios en los que se reunían delegados de todas las diócesis para, entre otras cosas, reflexionar, orar y descubrir ámbitos, en medio de una realidad que continuamente planteaba contradicciones y nuevos desafíos para la vivencia de la fe.  Era una iglesia que se insertaba poco a poco en la etapa postconcilio y que al mismo tiempo buscaba abrirse caminos en una sociedad que vivía profundos cambios generados a partir de 1959. 

Los encuentros tuvieron lugar cada verano desde el año 1968.  A partir de 1978 se comenzó a valorar el realizar interdiocesanas para grupos específicos; se hablaba en este caso de familia y jóvenes. 

Fue así que, en el año 1980, la Comisión Episcopal de Laicos, que así se denominaba entonces, vista la experiencia que se había ido adquiriendo y también el entusiasmo y la fuerza que iban tomando los grupos de jóvenes del momento, convocó a una interdiocesana donde éstos, o sea, los jóvenes fueran los principales protagonistas.

El encuentro comenzó el jueves 21 de agosto en la noche, con la acogida y presentación de los participantes que fueron llegando en el día y el trabajo se realizaría todo el viernes y sábado hasta la tarde para luego, en la noche, tener una vigilia a la que se uniría un mayor grupo de jóvenes, llegados también de todo el país.  Al final se congregaron allí casi 400 jóvenes de todas las diócesis, un acto casi heroico para esos momentos.  Durante esos días, se dio un testimonio sencillo pero valioso de que había jóvenes que querían decir a cara descubierta lo que eran, en quien creían y que querían ser fieles a Cristo y a la Iglesia en Cuba.

Oración, reflexiones, intercambio, y una mirada a la realidad de Cuba, 1980, que vivía acontecimientos inéditos y que constituían un enorme desafío no solo para los jóvenes sino para todos los cubanos. 

Para comenzar, los delegados a la interdiocesana, unos cinco por diócesis, hicieron una reflexión personal sobre aquellas experiencias que más significado habían tenido para la vida de fe de cada uno. Fue un buen aterrizaje. Luego esa reflexión individual se llevó al trabajo de los equipos, en los que se mezclaban los jóvenes de las diversas diócesis. Esta dinámica propició el conocimiento más cercano entre los participantes y las realidades de las distintas diócesis. La dicotomía de vida, la vocación, el acompañamiento a novios, el individualismo, la relación con los mayores, la falta de constancia, y el celo apostólico, estuvieron entre los temas tratados. 

El otro momento importante del encuentro fue la Vigilia en el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, experiencia que también se daba por primera vez para los participantes, y también para los organizadores, a los que la inexperiencia más que la improvisación, como algunos pensaron, jugaron una que otra mala pasada.  En el recuerdo, las memorias de una noche cerquita de la Virgen.

Como casi siempre sucede en estos encuentros, los mejores momentos son esos en los que se improvisa solo por el gozo que implica el compartir con otros tus ardores, tus temores y también tus esperanzas.  Y ahí son muchas son las cosas que pudieran decirse; fue tiempo para descubrir caminos, anunciar decisiones y entradas a conventos o al Seminario, y también hubo espacio para amores súbitos y amistades que aún perduran. 

Pero sin dudas la misa de clausura fue tiempo y espacio en que la gracia de Dios pudo manifestarse. A pesar de la hora, a media mañana del domingo, cuando ya todos estábamos muy cansados después de una noche de vigilia y ajetreos, fue un momento que recogió de manera muy especial lo vivido en esos días.  Algo que casi todos los presentes recuerdan es que fue en esa eucaristía en la que un joven matancero a nombre de los presentes, se leyó una carta en la que los jóvenes participantes invitaban al Papa Juan Pablo II, a venir a Cuba.    

El tiempo suele dar nuevas y diversas miradas a los acontecimientos. En este caso sucedió que en la búsqueda de testimonios que pudieran compartirse, muchos solo recuerdan algunos momentos verdaderamente jocosos que sucedieron, otros enfatizan aquello que piensan que salió mal, o que no estuvo a la altura. Algunos conocieron a alguien muy especial que nunca volvieron a ver y de quien hoy solo recuerdan el nombre; una de las que trabajaba en la coordinación cayó en cama desde el mismo inicio, y solo escuchaba los aplausos o las risas de lejos. Algunos pueden evocar muchos detalles de lo vivido en esos días y otros no están seguros siquiera de haber participado. 

Pero haciendo un esfuerzo y escudriñando en lo que quedó en la memoria de casi todos, expresado de diversas maneras, está el hecho de descubrir que teníamos un presente en nuestras manos con el que algo había que hacer.  Se abría ante nosotros un camino muy difícil que recorrer, pero ante el cual nadie quería permanecer indiferente. Más allá de los recuerdos que han llegado hasta hoy o no, están las vidas y los testimonios de los que hoy son padres y madres de familia, no pocos abuelos ya, laicos comprometidos, religiosas, sacerdotes y hasta obispos, que siguen apostando por esta Iglesia y por Cuba, no importa el lugar en que se encuentren.

Quizás sea el momento de sentarse a tratar de recoger y escribir con objetividad estas experiencias, no para revivir un recuerdo que puede ser más o menos importante, sino porque mucho de lo que hoy vivimos, comenzó a gestarse entonces.  Mientras tanto, sirvan estas líneas como evocación agradecida a Dios, a Nuestra Madre y a las personas que nos ayudaron a expresar nuestros sueños y tuvieron el valor de acompañar en el difícil camino para su realización. 

Y termino recordando solo tres nombres para no olvidar, en ellos y con ellos, a los que ya no están físicamente con nosotros y que mucho hicieron entonces: Mons. Pedro Meurice Estiu, Arzobispo de Santiago de Cuba y Mons. Jaime Ortega Alamino, entonces obispo de Pinar del Rio y Presidente de la Comisión Episcopal de Laicos y el P. Vicente Abreu, quien trabajara fuerte en la coordinación de este evento. 

Nota: Agradezco especialmente a Daniel Mier, y a Hortensia María Ortiz de Santiago por las fotos.

 

 

 

 

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