Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía Domingo XX del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
16 de agosto de 2020
“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Mt 15, 28”
Hermanos,
Antes de comenzar la predicación, quería un poco recordar la oración que hemos hecho al principio, que se llama Oración Colecta, es decir, es la oración que recoge la intención principal de toda la asamblea presente. Cada uno de nosotros tiene su intención particular, pero siempre hay una petición general. Yo voy a volver a leer esta oración, para tener en cuenta lo que específicamente nosotros hemos pedido. “Enciende Señor nuestros corazones con el fuego de tu amor”, esa es la intención fundamental, que Él nos llene, que el Espíritu Santo venga a nosotros. “A fin de que amándote en todo y sobre todo, podamos obtener aquellos bienes que no podemos nosotros ni siquiera imaginar”, pedimos a Dios muchas cosas, y no nos damos cuenta de que Dios en su infinita misericordia y en su grandeza, tiene mucho más de lo que nosotros podemos imaginar, muchas más cosas que nosotros, como decía Pablo, no podemos ni imaginar. Que “podamos obtener aquellos bienes que no podemos nosotros ni siquiera imaginar y tú has prometido a los que te aman”.
Con ese presupuesto de que Dios tiene bienes inefables, y mira que nosotros los hombres nos esforzamos por los bienes ya sean espirituales o materiales, por conseguir las cosas, la misma sociedad nos vuelve muchas veces ávidos de conseguir cosas, pero eso no tiene ninguna comparación con la presencia de Dios, con los bienes que el Señor nos tiene prometidos. Y esto que nosotros sabemos, que es el bien mayor al que podemos aspirar, también nosotros se lo debemos desear a los demás. Si yo deseo el bien para otra persona, le deseo lo más grande que yo tengo que es precisamente Dios.
Vamos entonces a las lecturas
En las lecturas de hoy, vemos nosotros como el mensaje de salvación no es para un grupito de personas, ni un pueblo, ni una raza, ni una cultura, es decir, todos somos criaturas de Dios, y Dios quiere que todos nos sintamos hermanos. Por eso es que tanto el primer texto del profeta Isaías, como el Evangelio, parten de una situación parecida, es decir, el profeta Isaías vivió y profetizó en un tiempo difícil en el que parecía que todo estaba acabado, y sin embargo el Señor le dice al pueblo, la Palabra es eficaz, es viva, el Señor les va a dar la salvación, Él va a revelar su victoria, estarán conmigo, porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos, todos los pueblos volverán a Jerusalén, que parecía destruida.
Partía de una situación que parecía negativa, en la que Israel se había mezclado con muchísimos pueblos, y tenía la tentación de que la salvación era sólo de ellos, porque hay veces que nosotros, sólo pensamos en nosotros. Y el Señor les advierte, Dios es para todos, aun para aquellos que no me conocen, que no saben nada; es para ellos también la salvación. Pero el Señor pone unas condiciones, dice “guarden el derecho y practiquen la justicia”. “Guarden el derecho y practiquen la justicia”, y eso vale para el que no cree en Dios, el que no cree que Jesús es el Hijo de Dios, y para nosotros que sí sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, y que la Palabra de Dios se cumple.
Si alguien tiene que cumplir y meditar estas palabras somos nosotros. “Guarden el derecho y practiquen la justicia”. Los profetas también lo decían, caminen humildes ante Dios, sean misericordiosos, “guarden el derecho y practiquen la justicia”, misericordia y caminen humildes ante Dios, no se sientas más poderosos que Él, que no lo somos.
El Evangelio va en esa misma línea. Jesús estaba en tierras de judíos, y los judíos, los escribas, los fariseos, empezaron a preguntarle a decirle cosas, como para cogerlo. Es decir, no lo miraban con fe, querían sorprenderlo, hacerle un número ocho como decimos nosotros. Querían hacerle eso. Y dice que Jesús, después de explicarle a ellos, se va con sus discípulos a Canaán, tierra de ídolos. Pero en Canaán, había una mujer, que cuando el pasaba se le acercó y le dijo “Señor, salva mi hija”, y “Señor, salva mi hija”, y volvía… de tal manera que los discípulos se quedaron sorprendidos, y le dijeron “Atiéndela”.
El Señor iba a atenderla, iba a atenderla… y la mujer le dijo “Socórreme”. Y como para ponerla a prueba, el Señor le dice, “Yo he venido para las ovejas de la casa de Israel”, y ella le respondió lo que dice el texto, “Señor tu viniste para todo el mundo”, todo el mundo puede utilizar tu Palabra, todo el mundo se puede servir de tu Palabra, tu promesa es para todos. Jesús vio su fe tan grande y le dijo, “Mujer, que fe tan grande tienes, que se cumpla lo que tú has dicho” Son otras palabras, dichas en otro momento, tú fe es tan grande que te ha salvado. Es esa confianza plena depositada en Jesús, nuestro Salvador.
Yo creo hermanos que nosotros también tenemos que pensar y meditar en Palabra de Dios, no pasemos la Palabra de Dios por arriba, fijémonos en esos detalles. Cumplan con la misericordia, cumplan el derecho, vivan en la justicia, sean humildes. Eso lo dice la Palabra de Dios. No tenemos que esperar que un sacerdote venga y nos lo diga; nosotros podemos verla y nosotros también tenemos que comunicar lo que nos dice. Tenemos que comunicarla, pero tenemos que tener la fe de esta mujer.
Hay veces que nosotros dudamos de que el Señor tiene poder para salvarnos, para cambiar nuestra vida. Hay veces que nos sentimos tan frágiles que nos sentimos como si estuviéramos desvalidos, y no nos damos cuenta que tenemos un Señor que se hace eucaristía y que viene a salvarnos. No nos damos cuenta que Él tiene el poder de sanarme mi vida, y que la Palabra de Dios que yo le diga a otro puede hacerle cambiar de vida. Hay veces que no confiamos en que la Palabra de Dios es Palabra de vida eterna, es viva y eficaz, y es capaz de convertir un corazón de piedra en un corazón de carne.
Así el Señor por la fe, pero esa fe depende de nosotros también, nos da la gracia para que sepamos decirle al otro hermano, “Jesús es tu salvador, Él quiere que tú te salves, síguelo” Y aunque nos parezca que no, aunque haya sido un perseguidor de la fe como Pablo, aunque haya sido lo que sea, aunque hayamos sido nosotros lo que sea, el Señor puede cambiar nuestras vidas. Pero tengamos la fe de esta mujer, tengamos la fe, para que al final nosotros y todos los pueblos podamos rezar con el salmo, “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”