Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
2 de agosto de 2020

 

“Inclinen el oído, vengan a mí, escúchenme y vivirán” Isaías 55,3

Hermanos,

En estos días, el domingo pasado, estábamos leyendo el capítulo 13 del evangelio de San Mateo y hoy estamos leyendo unos versículos del capítulo 14, y yo los invito a leerlos. Son los versículos que corresponden al pasaje del Evangelio muy conocido con el nombre de “la multiplicación de los panes”. Como Jesús mirando con lástima aquel gentío, varias veces en el Evangelio se nos dice que una característica del Señor Jesús, era precisamente la compasión, mirar con lástima; pero lástima no como “hay que lástima tengo de alguna persona”, sino una lástima que dice de alguna manera yo tengo que actuar para que esta persona se levante y se recupere.

Vemos como Jesús, mira al gentío con lástima, y entonces invita a los discípulos a que le den de comer. Fíjense bien que es la misma invitación que nos hace a nosotros cuando nos dice hagan el bien, no se desentiendan de sus hermanos necesitados, trata a los demás como tú quieres que a ti te traten. Eso fue lo que les dijo a los discípulos: “Denles ustedes de comer, busquen”. “No tenemos Señor” “Hagan ustedes lo posible, el resto lo pongo yo. Háganlo”. Entonces dice que comieron todos, sobraron, hubo una abundancia de bienes.

En este caso el ejemplo era el alimento, que es fundamental para la vida. Nosotros sabemos bien lo fundamental que es, y por eso el empeño de todo nuestro pueblo por conseguir lo necesario para poder comer, muchas veces el diario.

Este mismo tema de la abundancia es el mismo tema que trata la primera lectura, del profeta Isaías. En este pasaje de Isaías, que es del último Isaías, casi al final de su libro, el capítulo 55; él narra el encuentro definitivo con Dios, cuando Dios reine sobre la tierra. ¿Qué ejemplo pone? El ejemplo que pone es el de un gran banquete, de una gran comida, dice “vengan que se van a saciar, les voy a dar gratis”, “si van a gastar el dinero, gástenlo en lo necesario, pero yo se los daré de gratis”, “no se empeñen en creer que van a resolverlo todo” “Yo estoy aquí”. El Señor les invita en ese momento con estas palabras “Inclinen el oído, vengan a mí, escúchenme y vivirán”, vamos a retener esto “Inclinen el oído, vengan a mí, escúchenme y vivirán”. En la Palabra de Dios está la abundancia de bienes.

En estos días hablábamos del Reino de Dios y decíamos, que la diferencia entre el Reino de Dios y el reino de este mundo es que, en el reino de este mundo todas las cosas se quedan a medias: la justicia, muchas veces se queda a medias; la alimentación necesaria, los bienes necesarios para los hombres, se quedan a medias, tal vez unos tienen mucho, tal vez no, pero hay muchos que no tienen; la verdad, muchas veces es ocultada.

Es decir, todo lo que nosotros anhelamos, lo que queremos, lo que sea lo mejor, sabemos que en este mundo se queda a medias, porque este mundo es imperfecto. Es perfecto en cuanto a la creación, pero estamos nosotros que somos libres y que tenemos que escogeré entre el bien y el mal, la bondad, la justicia, y muchas veces el pecado cierra nuestros ojos, paraliza nuestras piernas, nuestros brazos, nos ofusca interiormente y nos lleva precisamente a no hacer el bien y a hacer el mal. Por eso es que al principio de la misa pedimos perdón al Señor, todos tenemos que pedir perdón a Dios.

Nosotros los cristianos sabemos que tenemos un Dios, que el Dios de los cristianos, el Dios verdadero, Padre y Creador de todo, manifestado en Cristo Jesús, que nos ha enseñado que es Alguien que ama tanto, que es capaz de darlo todo por nosotros. El amor de Dios no tiene límites, es abundante, tan abundante que el mismo Cristo muere en la cruz, que como nos dice Pablo deja su condición divina y se hace hombre como nosotros, aparta la condición divina aparentemente y se hace hombre para salvarnos. Esa es la abundancia del amor de Dios.

Cuando seguimos a Dios, nosotros lo que vamos a recibir es abundancia. Pero tenemos que buscarla, tenemos que pedirla, tenemos que trabajarla, sabiendo que no lo vamos a poder todo, sino que el Señor nos va a dar la fuerza, para luchar por esa abundancia de bienes en la tierra, sabiendo que plenamente la tendremos en la gloria junto a Él, que nos tiene prometido.

Ejemplo de esa abundancia del Señor, de ese signo, de esa comida que se da y que no se acaba, porque sacia todos nuestros mayores anhelos, es la Eucaristía. Cristo que se hace presente bajo las formas del pan y del vino, Cristo que se da, en la Última Cena tomó el pan, tomó el vino, lo bendijo, lo partió y lo dio, y dijo “este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”. Cristo se hará presente aquí entre nosotros bajo las formas del pan y del vino, pan y vino consagrados que harán presente ese único sacrificio de Cristo en la Cruz. ¡Qué amor más grande ese!

¿Hay algo de más abundancia? El mismo Dios que se da. Nosotros hermanos tenemos que disponernos a recibir a Cristo, desear recibir a Cristo. A lo mejor en este momento yo no puedo, no conozco, no sé, no encuentro quién me lo explique o no me siento tan movido, pero tenemos que buscar, “busquen y hallarán”. Tenemos un Dios que es compasivo y que nos mira con ojos de piedad, se compadece de nosotros, se conduele de nosotros, pero vamos a poner de nuestra parte para acercarnos a Dios, para estar atentos a los hermanos, para saber que Dios no nos defrauda, que Él se da a raudales, como río de agua viva el Señor se nos da.

Continuemos la Santa Misa dándole gracias a Dios porque se nos da en alimento, para el cuerpo y el espíritu, porque se manifiesta con esa abundancia de dones y de gracias a todos nosotros, porque nos va acompañando y nos va llevando al encuentro definitivo con Él. Vamos a dar gracias a Dios por tanto que hemos recibido, por la fuerza que hemos recibido.

Nosotros tenemos que recordarnos de las gracias que hemos recibido. Hay veces que las olvidamos. La vida es dura muchas veces, otras veces tenemos tanto que nos olvidamos del Señor, pero todos sabemos que somos pobres y necesitamos de Dios.

Por eso les pido, yo también, que, en medio de este mundo con tantas cosas y preocupaciones, dediquemos un tiempo a Dios. Vamos a preguntarnos, ustedes y yo, cuántas horas he dedicado este año a leer la Palabra de Dios. Si antes yo acostumbraba a ir a retiros espirituales para tener un rato de oración, ir a la iglesia, orar ante el Santísimo, vamos a preguntarnos hoy, ¿y yo lo hago hoy? La única manera de recibir esa abundancia de gracias es estar unidos al Señor. Pedir al Señor que nos envíe fuerzas para querer siempre acercarnos a Él, y nosotros aspirar a esa abundancia de gracias, a esa felicidad, a esa alegría, ese gozo que nos enseña y nos da el Señor.

El Señor nos ayude a vivir así.

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