Homilía Mons. Dionisio García Ibáñez Misa III Domingo De Pascua, 26 de abril de 2020
Santuario Basílica de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Hermanos:
¡Que alegría es tener la oportunidad de estar escuchando la Palabra de Dios! Ustedes saben que cada vez que la Iglesia celebra la Misa se lee la Palabra de Dios, la Biblia, y en el día de hoy hemos escuchado este relato que se llama tradicionalmente, los discípulos de Emaús, porque iban a Emaús, un pueblo.
Los evangelios nos narran los dichos, los hechos, los acontecimientos de la vida de Jesús mientras compartió aquí con nosotros. En ese sentido, son historias. Es la historia, forma parte de la historia de la salvación. Pero los Evangelios también son libros de catequesis, de pedagogía, y los evangelios cuando nos narran un acontecimiento nos lo pone de manera que nosotros podamos aprender, sacar conclusiones, mirarnos nosotros mismos en esos momentos: ¿qué haríamos nosotros ante Jesús? Por lo tanto, hemos escuchado este relato, hemos visto a estos dos discípulos, que al igual que los otros estaban tristes, desesperados, no sabían qué hacer y se iban hasta de Jerusalén, iban a Emaús. Se encuentran por el camino, tristes ellos, se encuentran a ese hombre que les dice ¿Qué pasa? Y le narran y este hombre empieza a decirles, a explicarles, según las escrituras, el sentido que tenía todo lo que había pasado.
Dice (el texto) que se sentían atraídos por esa persona;él se quería marchar, ellos le dicen quédate, Él se queda, como amigos que se encuentran en el camino, como conocidos que se encuentran casualmente en el camino, y El coge el pan, lo parte y lo da… en ese mismo momento, estos discípulos reconocen a Jesús. Jesús hace el mismo gesto, la misma acción que hizo en la última cena. Cogió pan, cogió vino y lo partió y dijo: este es mi cuerpo y esta es mi sangre. Y eso es también lo que nosotros los sacerdotes hacemos cuando celebramos la misa, en nombre del mismo Jesús.
El Pan, el Vino, se da, se parte, se reparte, porque es el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Ellos reconocieron a Jesús en la Palabra y en el Sacramento, en la mesa. ¿Cuál fue el resultado? Que comprendieron, como hemos dicho en estos días, se le iluminaron los ojos, los ojos de la fe, y… ¿Qué hicieron?: Regresemos a Jerusalén, y vamos a contar todo lo que hemos visto y oído.
Y esos dos discípulos, desde ese momento, pues, quedaron marcados por la presencia de Jesús, en ellos sintieron una fe grande en ellos, esa luz del Espíritu que decidió sus vidas y por eso transmitieron lo que habían visto y lo que habían oído.
Hermanos, nosotros somos esos discípulos. Nosotros también vivimos con esas angustias de no saber el futuro, de no saber muchas cosas, de buscar una explicación y no tenerla, hay veces leyendo el evangelio no sabemos. Tenemos que buscar, tenemos que leer la Palabra de Dios, tenemos que reunirnos con la comunidad, tenemos que participar en la eucaristía. Ahora no podemos, pero que cada uno en su casa, se sienta que quiere recibir a Cristo, en la Palabra de Dios y en la eucaristía, en la Santa Misa. Que cada uno sienta esa necesidad. Pidámosle al Señor que conserve nuestra fe, que nos de la decisión que les dio a estos hombres, y que también nosotros vivamos con esa confianza, que nos da plenitud de vida aquí en la tierra, que nos hace trasmitir esa confianza y esa fe, y que también nosotros algún día esperemos lo que el Señor nos prometió: estar con él, resucitar con él, vivir para el siempre.
¡Que Dios nos acompañe a vivir así!