Hna Normade: Mujer de Dios, mujer de Iglesia, mujer de pueblo
(Canadá, 8 de septiembre 1932-11 de marzo de 2019)
Muy querida Normande,
¡Qué regalo hizo el Señor a Cuba en tu persona! Mujer de Dios, mujer de Iglesia, mujer de pueblo…, nunca te agradeceremos lo suficiente por la tierna compasión con que acompañaste a tantas familias, jóvenes, niños y ancianos, catequistas, seminaristas, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos… nadie quedaba fuera de tu corazón y de tu entrega cotidiana. Sin importarte las dificultades, siempre luchaste, hasta el final, para responder a las necesidades de los que se te acercaban. Qué decir de tu amor a María, que gustabas de visitar en su santuario del Cobre, y que tanto ayudaste a amar y a venerar; habías captado muy bien que en el amor a la Virgen estabas tocando el alma del pueblo cubano y la puerta para llevarlos a Jesús. Esta tierra fue regada con tu sudor y tus lágrimas; fue fecundada con tu esperanza, con tu alegría y con la semilla de la fe que sembraste en tantos corazones. ¡Cuánto amaste a esta Iglesia y a este pueblo!
¡Y cuánto amaste a tus hermanas de la región de Cuba! Llegaste muy joven a esta tierra, en 1968, cuando la entrada de religiosos al país era aún casi nula. Tú nos representaste en capítulos generales, aceptaste el reto de ser la primera superiora regional, cuando empezamos a existir como Distrito, y no dudaste en retomar este servicio cuando te lo volvieron a pedir en 1992.
Por años consagraste lo mejor de tus energías a formar postulantes, novicias y junioras… ¡Cuánto alentaste el compromiso de las hermanas cubanas y qué feliz eras de vernos crecer, e ir asumiendo, poco a poco, el liderazgo en la región!. De ti, mujer fuerte y tierna, aprendimos que “basta con desear, pedir e inmolar cada día y lo más a menudo posible, algo de sí mismo al amor de Jesús”… ¡Cuántas veces escuchamos en tus labios esta frase de nuestro Padre, pero sobre todo, cuánto nos enseñaste a vivirla en tu modo de asumir las duras condiciones de vida del país, en tu perseverancia a toda prueba, en tu creatividad para superar dificultades, en tu aguante ante el sufrimiento… Tu gusto por lo bello, lo limpio, lo oloroso, lo ordenado… todo revelaba tu gran sensibilidad de artista, tu refinada educación y tu gusto por hacer bien las cosas, como digna hija de nuestra Madre Fundadora. Tu fe sólida, tu modo de vivir el “solo Dios”, tu sentido de familia, tu amor a la Iglesia, tu ardiente celo apostólico… grabaron en cada una lo esencial de nuestro carisma y nuestra espiritualidad, y se desbordó en el primer grupo de afiliados que tú misma fundaste, y en tantos grupos que han ido viniendo después a nutrirse de nuestra herencia espiritual.
Con dolor y gratitud te dejamos volver a tu tierra después de más de 30 años de entrega a Cuba, pero ya nada arrancaría a Cuba de tu corazón ni a ti del corazón de Cuba. Creemos que en el misterio del silencio de estos últimos años, la oración y la ofrenda siguieron siendo fecundas para tu tierra de adopción. Desde el cielo sigue sosteniendo a tus hermanas, a esta Iglesia y a este pueblo.
¡Gracias, Señor, por habernos regalado a nuestra querida hermana Normande! ¡Gracias, Normande, Cuba no te olvidará!