“OTRO HORCÓN DE LA PARROQUIA EN LA PRESENCIA DE DIOS”

Por: P. Jorge Catasús      

Arquidiócesis de Santiago de Cuba, 6 de octubre de 2018 / Así finalizaba su solidario mensaje de condolencia esperanzada mi antigua sacristana de la Iglesia de Santa Lucía, desde Houston, Texas, el mismo día del fallecimiento de nuestra querida hermana Lucía Alvarez Bravo, el pasado 12 de septiembre.

Luego de haber superado una delicada operación hace varios años, en los últimos meses se fue deteriorando físicamente, pero siempre manteniendo su vigor espiritual. En los últimos días también mostraba, por momentos, dispersión o confusión mental. El día de su fallecimiento la visité en la mañana, me reconoció y pudo balbucear, acompasadamente, un Padre Nuestro y un Ave María. Ya no podía recibir la comunión. Su sobrina Cary me manifestó que poco después le pidió que la acostara y le diera el rosario con que siempre rezaba, en pocos minutos se fue apagando hasta que expiró.

Durante muchos años vi a Lucía guiar el rezo del rosario, en el templo, en la funeraria o en casa de algún enfermo, y me impresionaba que nunca lo hacía apresuradamente, daba la sensación de que pesaba devotamente cada palabra.                                                                             

Lucía fue, por encima de todo, un apóstol de los enfermos. A mi llegada a Santa Lucía fue ella la que me llevó de la mano a conocerlos, a cada uno de ellos. Sabía bien cuál era su situación personal y familiar, si estaba bautizado, si comulgaba, si necesitaba la Unción o cuándo la había recibido por última vez. Mientras pudo, los visitaba también en los hospitales y me avisaba para que fuera prontamente a asistirlos. Cuánto lamentaba que no llegara a tiempo este auxilio. Si fallecían, ella se preocupaba de poner las intenciones de misas y hacerles el novenario, acompañando a las familias. Era ministra extraordinaria de la comunión, la llevaba a los enfermos con mucho respeto y delicadeza. Además, dirigía con gran solicitud el trabajo de las otras visitadoras, del centro y de los barrios.

Pero Lucía no sólo se ocupaba de los que les faltaba salud. Estaba pronta para servir en otras áreas de la vida parroquial si se le solicitaba. En el mensaje que me envió la sacristana Olga también me expresaba: “ella me ayudó mucho en la sacristía y fue quien me acompañó para enseñarme a misionar”. 

Dirigió también el Apostolado de la Oración en la parroquia y fue hasta su muerte miembro asociada del Instituto de la Hermanas Sociales.

Lucía pertenece a una estirpe de mujeres, laicas, que han sido puntales de la vida y desarrollo de la parroquia de Santa Lucía en distintas etapas, en las últimas décadas: Carmen Rosa Martínez, Caridad Cristina Gramatges, las hermanas Zaida y Esther Fernández Juan, Beatriz Ferrer, María Portuondo,  Adelma Arias, Lourdes (Cucha) Vidal, Pilar Osorio, Carmen Rosa (Cuca) Aradas, Ocilia Castillo, Eda Pastó y Olga López, estas cuatro últimas vivas aún. Fueron algunas de ellas las que más contribuyeron al sostenimiento de la vida parroquial, en años difíciles, cuando los sacerdotes que atendían la parroquia eran al mismo tiempo párrocos de la Catedral. A ellas también se debió que el templo no se cerrara al culto durante un largo período de restauración. 

Ocilia y Lucía fueron escogidas, por su entrega fiel y generosa a la Iglesia, para recibir la Eucaristía de manos de Su Santidad Juan Pablo II en la misa en nuestra ciudad el 24 de enero de 1998.

En el último responso en la funeraria, antes de partir su sepelio, el padre Rafael Angel, párroco de la Catedral, quien atendió muchos años Santa Lucía, manifestó que una de las virtudes que más apreciaba  en Lucía fue “su transparencia: siempre decía lo que pensaba”. 

Partió Lucía de esta tierra iluminando, en el día de la memoria del Dulce Nombre de María. ¡Qué regalo más hermoso para quien infinitas veces pronunció con sentida devoción este Nombre! Que la Virgen le tome maternalmente de la mano para introducirla en el Reino de la Luz y de la Paz. Que Lucía interceda ante el Padre por las nuevas generaciones de laicos, especialmente niños y jóvenes que deben conocer, apreciar y contagiarse con su legado de fidelidad y amor a Dios y a la Iglesia en su querida Parroquia, en nuestra Parroquia.   

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