Mons. Silvano Pedroso Montalvo pasó más de 40 años buscando a Dios
Por: Araceli Cantero
Tomado de holguincatolico.org, 30 de mayo de 2018
La trayectoria del nuevo Obispo de Guantánamo-Baracoa “es un testimonio fehaciente y profundo de la Providencia de Dios y de perseverancia y fidelidad”. Así lo cree Mons. Alfredo Petit Vergel, obispo auxiliar emérito de la Arquidiócesis de La Habana.
Él tiene razones para afirmarlo ya que fue el sacerdote que acompañó al joven Silvano Pedroso Montalvo en los años finales de su búsqueda de Dios hasta entrar en el Seminario.
El encuentro tuvo lugar en la parroquia Habanera de San Francisco de Paula donde Mons. Petit era párroco. Fue un encuentro que no olvida el nuevo Obispo ya que cambió el sentido de su vida. Así lo compartió durante una conversación días antes de su ordenación Episcopal.
Confiesa que desde niño tuvo inquietud religiosa. Su padre Silvano era católico y su hijo fue bautizado a los 8 años en 1961. Su madre Catalina era bautista y junto a su abuela le hablaba de Dios y le llevaba a la Iglesia bautista, hasta que el niño lo dejó en la rebelión de la adolescencia. Él siempre se sintió identificado con su padre y hasta quiso ser médico como él. Pero su padre le dijo que terminara la carrera de geógrafo y después él mismo le orientaría para la medicina.
En sus años de universidad admiraba y se relacionaba con jóvenes creyentes y él mismo se preguntaba sobre el hecho religioso. En un curso sobre Cosmología y Marxismo le llamó mucho la atención que en su entorno se insistiese en negar la existencia de Dios.
Él admiraba la belleza del cosmos y el orden del universo y se decía: “lo que no existe no hay que negarlo. Si este lo niega y aquel lo niega es porque existe, luego Dios existe, llámenle como le llamen”.
Además, en los años de la Universidad le simpatizaban muy bien los creyentes. Dice que “eran personas muy buenas y los mejores estudiantes”. Su testimonio era acicate para seguir buscando incluso cuando al terminar la carrera de geógrafo hizo el servicio social, en la provincia de Las Tunas. Recuerda que entre sus colegas había un cristiano bautista que planteaba temas religiosos. “Y aunque no éramos creyentes nos gustaba la conversación y los temas”.
Un día decidió visitar la parroquial mayor de San Jerónimo en Las Tunas. Pero nadie se acercó a él ni le ofreció acogida y no volvió.
Terminado el Servicio Social y con 30 años se dijo: “No le debo nada a nadie y quiero conocer más de Dios sin miedo a que me señalen en mi trabajo.” Considera que decidió reclamar su libertad y no esconderse. Ahora se da cuenta de que esto fue un paso adelante. Era el año 1983 y todavía una época difícil para los creyentes.
Poco después, un día de Navidad, se levantó con mucho deseo de acudir a una Iglesia. Salió de su trabajo en el Instituto de Planificación Física (IPF) y fue a ver a unas amigas para que le acompañaran. Pero no quisieron ir. Decidió ir solo. Subió a un ómnibus y al pasar por la iglesia de San Francisco de Paula, vio que estaba abierta “Era tarde. Me baje y entré”. Estaban en la acción de gracias de la comunión y él se fue directo a donde estaban los jóvenes y el coro. El celebrante era el padre Petit.
“Me sentí muy bien y a partir de ese día no deje de ir los domingos”- Recuerda que le miraban mucho. “Yo era el único negro y algunos pensaron que yo era de la Seguridad del Estado”.
Por fin, al cabo de tres meses se le acercó una anciana de nombre Josefina. “Me dijo ¿Tu eres adventista? Le dije que no. Me preguntó si yo quería hacer la comunión. Le dije que no porque había visto fotos de los niños vestiditos de blanco y pensaba que yo era ya muy grande para eso”.
Continuó asistiendo a la misma parroquia todos los domingos. Había un grupo de jóvenes grande. Pero lo que él quería era aprender más sobre Dios. Y para ello empezó la catequesis de la comunión aunque reconoce que su interés era sólo intelectual.
Fue entonces cuando el padre Petit “se interesó por mí. Es el primer sacerdote que he conocido de tú a tú”, dice. “Su ejemplo ha sido decisivo en mi vida”.
Le admiraba mucho y él mismo se decía. ”Es un hombre inteligente, podría ser cualquier cosa en esta vida, y tener éxito, pero es un sacerdote con una vida sencilla, su casa está abierta a los jóvenes que entran y salen”, y esto le hizo pensar en su propia vida.
Reconoce que él era muy feliz”. “Incluso tenía su proyecto de familia y de tener hijos y ya tenía novia, pero pensaba que había algo “en lo que voy a lograr una mayor felicidad “.
No había recibido los sacramentos pero llamó al padre Petit para decirle que quería ser sacerdote. Y aunque no le hizo caso, él siguió pensando en ello. Sabía que le cambiaría la vida, que tendría que volver a estudiar. Visitó el Seminario en La Habana por su cuenta, fue conociendo a seminaristas y dos o tres meses después volvió a insistir diciendo que él iba en serio. Mons. Petit le escuchó y a partir de entonces se unió a un grupo vocacional con el padre Salvador Riverón.
Entró en el Seminario en 1988 y recuerda que le resultó difícil aquel régimen interno “que nunca soporté”. Pero reconoce que el Seminario le sirvió “para poner nombre a las cosas para abrirme más a la gente necesitada. Antes yo era de mi grupo y de mi gente pero ahora me tuve que abrir a otro mundo y a las necesidades del prójimo”.
El 9 de enero de 1995 recibió el diaconado y fue ordenado presbítero el 12 de junio del mismo año en la Catedral.
Más de dos décadas después y con la experiencia de haber servido en varias parroquias dice que su nombramiento como obispo ha sido una sorpresa, “porque ya me iba para Matanzas a trabajar con un equipo de sacerdotes”.
Ahora se irá mucho más lejos consciente de que es una zona que ha sido azotada por huracanes y hay mucho que construir. Está agradecido “por lo bien que me recibieron en la Diócesis” en su primera visita. Dice que se siente muy bien trabajando con los religiosos y que ha crecido mucho trabajando con matrimonios.
Sabe que como obispo tendrá que adaptarse. Ya no puede mantener oculta la fecha de su cumpleaños o su número de teléfono. A partir de ahora, dice “tendré que dejarme llevar por la gente, porque ya el obispo es para todos”.
Su lema episcopal es: Ámense como yo les he amado. Está convencido de que ‘con dulzura las cosas se llevan bien”, y en cuanto a su espiritualidad dice: “yo voy con el Evangelio”.