VII ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ (Is 53, 4-6)

Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros”.

La experiencia del límite se repite. No sucede sólo una vez. No obstante las ayudas, los estímulos, la compasión, la solidaridad, podemos recaer. La cruz puede ser verdaderamente “muy pesada”. Y no importa cuánto intenten ayudarnos, nadie puede quitárnosla.

Cuantas veces queremos ser aliviados de la cruz, y rogamos por esto… pero la cruz no es experiencia momentánea, un paréntesis de la vida: nos acompaña siempre. Nadie puede evitarla y, de vez en cuando, nos puede aplastar. Jesús mismo hizo la experiencia de quien ‘permanece’ en el dolor y… no puede soportarlo más.

Se tiene miedo de sufrir, pero más aún tenemos miedo de ‘ver sufrir’, por eso se ha recurrido a la eutanasia, o se desconecta al enfermo cuando ya no hay nada que hacer… La experiencia insoportable del dolor es larga: es la vía de Jesús.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí. 

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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