Dedicación del templo de Santa Teresita
Por: Lilianna Vicario Torres
Arquidiócesis de Santiago de Cuba, 12 de octubre de 2017/ Tres fueron los años de reparación del templo de Santa Teresita, tres años en los que la comunidad se mantuvo perseverante en la esperanza, firme en la fe y misionera en el amor de Dios al pueblo. Fue arduo el trabajo, muchos fueron los esfuerzos y el empeño de tantas personas para poner al servicio una obra con buena calidad y con la belleza que hoy se aprecia.
Tres años de esfuerzo y las puertas se mantuvieron abiertas a las celebraciones diarias y a los encuentros que se realizan de forma permanente como la Escuela de Formación de Animadores de Comunidades y el Encuentro de Viudas, los encuentros de la Infancia y Adolescencia Misionera por solo citar tres ejemplos, pues allí radica un centro arquidiocesano. Testigos oculares hemos sido los hermanos de San José Obrero, por tal motivo, en la alegría, también quisimos acompañar a nuestra parroquia madre y llegamos hasta allí unas 90 personas para participar de su fiesta.
Alrededor de 500 fieles nos reunimos el domingo 1º de octubre a la hora habitual en que se celebra la eucaristía, no podían ser menos, porque fue la mayoría que participó activamente en la reparación, contribuyendo económicamente en las rifas, en la recogida de materias primas y otras iniciativas del padre Leandro para aumentar los fondos para ese propósito.
También fue arduo el trabajo de la comunidad para la preparación de la fiesta anhelada: la Dedicación del Templo. En la misa se hizo evidente el trabajo de las pastorales y servicios de la parroquia, desde la procesión de entrada hasta el final en que presentaron una danza del taller de baile.
La celebración fue hermosa, como lo merece el Padre que tanto nos ama y como la deseamos todos los testigos oculares que seguimos de cerca cada piedra edificada. La eucaristía fue presidida por nuestro arzobispo, Mons. Dionisio García, y los sacerdotes Oscarito Márquez, Rogelio Deán y Yosbel Lazo, y el párroco Leandro Naun.
Sonó la campana, comenzó la procesión donde se representaron los servicios de la parroquia. Después del saludo prosiguió la bendición del agua para la aspersión como signo de purificación y vida; para por medio de ella, obtener el perdón a nuestras faltas y para transformar las piedras del edificio en trasmisoras de vida a todos los que en el templo se reúnen.
Para la fiesta, no fueron escogidas las lecturas, si no que se escucharon las correspondientes, porque como dijo Monseñor: “la palabra de Dios siempre ilumina”… y nos iluminó; fuimos llamados a dos aspectos fundamentales en la vida de los cristianos: la responsabilidad y la humildad; llamados hoy más que nunca a serlo en el servicio de la comunidad. Durante la homilía también nos hizo reflexionar sobre lo importante de estar dispuestos siempre a brindar las tres T (Tiempo, Talento y Trabajo) en la comunidad cristiana; reconoció el esfuerzo y participación de todos en la construcción del edificio que es importante para mejorar las condiciones, también por permanecer fieles en el servicio y en el camino del Reino.
Por un instante una pequeña pausa…Comenzó la solemnidad más esperada, es posible, quizás, porque no todos tienen la dicha de contemplar la Consagración del Altar, el lugar central de la iglesia, donde a diario haremos presente el sacrificio de Jesús en la Cruz, donde es preparado el Banquete al que somos invitados a comer. A todos conmocionó el momento en que luego de hacer la oración, Monseñor derramó el crisma, con sus manos untó el altar, (para mí personalmente fue un signo de servicio, trabajo, esfuerzo, sacrificio), así mismo las columnas. Luego incensaron el altar, la comunidad lo recubrió y colocaron flores. Las velas fueron encendidas como signo de vida y salvación.
La hermana Vilma animó la celebración con los cantos (con los años, Dios le ha dado más armonía a su voz). Hubo momentos de oración a la Santa patrona, también danzaron, sin dudas llamó la atención la niña que representó a Santa Teresita. Al finalizar, después de la bendición final, hubo una lluvia de pétalos.
Ya la comunidad tiene un templo más bonito, fresco y acogedor, donde seguro, podremos crecer en comunidad, nos mantendremos cada vez más unidos a Cristo y firmes en el deseo de alcanzar las promesas del Señor. Con la satisfacción de que el empeño en estos tres años no ha sido en vano.