Irradia

Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
20 de noviembre de 2022
XXXIV domingo del Tiempo Ordinario
Solemnidad de Cristo Rey
 

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” Colosenses 1, 19-20

(Música, Acuérdate de mí, Javier Brú)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

(Música, Acuérdate de mí, Javier Brú)

En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la SBIM Catedral de Santiago de Cuba

Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. A Él la Gloria y el imperio por los siglos de los siglos.

Dios todo poderoso y eterno, que quisiste fundamentar todas las cosas en tu Hijo amado, Rey del Universo, concede benigno que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.   

Buenos días buenas tardes, buenas noches, dondequiera que se encuentren, una alegría y un gozo poder compartir con ustedes este domingo, y compartir la Palabra de Dios. Esa Palabra que nos propone la Liturgia para iluminar nuestro día, nuestra semana, nuestra vida.

Hoy nos presenta san Lucas en el Evangelio, la imagen de Cristo en la cruz, con una inscripción que lo presenta como el Rey de los Judíos. Había razones para aspirar a ese título porque era descendiente de David, Rey de Israel, como nos dice Samuel en la primera lectura. Pero Cristo era mucho más que el Rey de los Judíos, porque como dice san Pablo en la segunda lectura, es la Imagen de Dios invisible, el Primogénito de las creaturas, la Cabeza de su cuerpo que es la Iglesia, y el que estableció la paz por medio de su cruz.

El evangelio de hoy está tomado del evangelista san Lucas, capítulo 23, versículos del 35 al 43.

(Lectura del evangelio de San Lucas, capítulo 17, 11 al 19)

Celebramos este domingo la Fiesta de Jesucristo Rey del Universo, Fiesta con la que concluye el año litúrgico, y que nos recuerda tres cosas que debemos de tener siempre presentes. Primero que Cristo vino, y en Él se cumplió la promesa que Dios hizo a nuestros primeros padres de enviar a un Salvador; el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad se hace hombre en las purísimas entrañas de María Santísima que acepta ser la Madre del Salvador.

Cristo que vino, que nació en Belén y que vivió entre nosotros como uno más. Cristo que vino para salvarnos, para salvarnos, para redimirnos al precio de su sangre derramada y de su vida entregada por nosotros en la cruz, resucitando para vencedor del mal y de la muerte, abrirnos las puertas de la vida eterna y darnos la posibilidad de que también nosotros podamos vencer el mal y la muerte en nosotros y en el mundo.

También esta Fiesta nos recuerda que el Señor está siempre en medio de nosotros, estaré con ustedes hasta el final de los tiempos nos promete el Señor en el evangelio. Y el Señor está cada día acompañándoos, caminando con nosotros, dándonos la fuerza que necesitamos porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El Señor que se queda a nuestro lado, no para hacer lo que a nosotros nos corresponde hacer porque el señor nos entregó este mundo para que lo desarrolláramos, para que lo hiciéramos producir, para que fuera un hogar… Ésa es nuestra responsabilidad, por eso tenemos que velar y luchar nosotros. Pero, aunque la tarea parezca ingente, y lo es, el Señor estará ahí para darnos la mano, para darnos las gracias y las fuerzas que necesitamos para poder hacerlo; para encontrar en Él las fuerzas para levantarnos cada mañana y juntos como hermanos poder seguir adelante, poder construir y edificar, no estamos solos. El Señor está en medio de nosotros.

Pero esta fiesta nos recuerda también de manera particular, que el Señor vendrá al final de los tiempos, vendrá sobre las nubes del cielo, vendrá no ya como un Niño frágil y débil, sino vendrá como el Rey del Universo. Este reino que ha ganado no al precio de la sangre de otros derramada, no al precio de la vida de otros entregada; este reino que ha ganado al precio de su sangre y de su vida entregada por nosotros, para que en Él seamos todos hijos de Dios. Para que en Él encontremos el camino que podemos recorrer juntos, porque somos en el único Hijo, herederos del Reino de los Cielos.

El Señor que vendrá al final de los tiempos, para como dice san Juan de la Cruz, juzgarnos por el amor. Por el amor que Dios nos tiene. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su único Hijo, y su único Hijo tanto nos ama que entregó su vida generosamente por nosotros, para abrirnos las puertas de la vida eterna. El Señor que vino, el Señor que viene, que está en medio de nosotros hasta el final de los tiempos y que nos asegura que las puertas del infierno no prevalecerán, que el mal no será el que venza, que el bien siempre vencerá.

El Señor que vendrá al final de los tiempos, para pedirnos cuenta de qué hemos hecho con nuestra vida, de qué hemos hecho con las gracias que hemos recibido, con la salvación que Él nos ha alcanzado a tan alto precio. Si hemos vivido ese mandamiento de amarnos los unos a los otros, por encima de diferencias, por encima de todo lo que pueda tratar de separarnos. Si hemos amado, si hemos tratado de hacer de que ese amor se haga presente a través de nosotros en medio de este mundo. Ese amor misericordioso de Dios, que no entiende de personas, que no entiende de razas, que no entiende de lenguas, que no entiende de religión, que nos cubre a todos, que nos llega a todos, que nos llama a amarnos los unos a los otros por encima de cualquier otra dificultad, por encima de cualquier controversia, por encima de cualquier diferencia que podamos tener los unos para con los otros.

Hoy celebramos la Fiesta de Cristo Rey. Y con ella vamos a abrir las puertas del Adviento, tiempo de alegre y confiada espera, en que lo cristianos nos preparamos para celebrar la Navidad. Nos preparamos exteriormente en la medida de nuestras posibilidades que a veces no son muchas. Arbolitos, Nacimientos, luces… Y eso es bueno, es bonito, y eso alegra el corazón, pero sobre todo a prepararnos interiormente, a preparar un lugar al Señor en nuestro corazón, para que cuando venga y toque no le digamos cómo le ocurrió a María y a José en Belén, que no hay lugar para ellos. Que sí tengamos siempre un lugar para el Señor que quiere venir a habitar en nosotros, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Prepararnos recordando que la Navidad no es una fiesta puntual, no es un día, no es la noche del 24 y el día del 25 y después ya… hasta el próximo año. No, la Navidad es todos los días, cada vez que abrimos el corazón al Señor y nos encontramos con Él es Navidad. Cada vez que, a través de nuestro testimonio, de nuestra predicación, del bien que hacemos, de la misericordia de Dios que a través de nosotros llega en este mundo, que un hombre, una mujer, un niño, un anciano se encuentra con Cristo es Navidad. Cada vez que el señor encuentra un lugar en este mundo donde poner su morada es Navidad. La Navidad es una fiesta de todos los días, y eso nos lo recuerda este tiempo de Adviento. Tenemos que estar preparados, porque el Señor ha puesto su morada en medio de nosotros.

Celebramos la Fiesta de Cristo Rey, y como ya dije al principio, es un Fiesta que nos recuerda que el Señor ganó este mundo al precio de su sangre y de su vida entregada y derramada. Normalmente cuando leemos las historias de los reyes, son los demás los que ponen la sangre y los que ponen la vida para ganar grandes imperios. Pero en este caso no fue así. El Hijo de Dios se hace hombre para salvarnos y redimirnos, no al precio de la sangre de los otros, no al precio de la vida de los otros, sino al precio de su sangre derramada y de su vida entregada en la cruz. También al precio de su resurrección, porque parece que el Señor está siendo derrotado, vence. El Señor vence el mal y la muerte en su propia vida, porque resucita glorioso al tercer día. El Señor nos abre las puertas de la vida eterna, nos da la posibilidad de poder encontrarnos un día con Él cara a cara en el lugar del consuelo, de la luz y de la paz.

La Fiesta de Cristo Rey, la Fiesta con que terminamos el Año Litúrgico que nos recuerda que Cristo vino, que Cristo viene, que Cristo vendrá. Que terminamos el Año Litúrgico para comenzar el nuevo Año Litúrgico con el tiempo de Adviento, tiempo de alegre y confiada espera en el que los cristianos nos preparamos en la oración, en la misericordia, en el arrepentimiento, reconociendo nuestros pecados y arrepintiéndonos de ellos para celebrar la Navidad. Para acoger al Señor Jesús en nuestro corazón.

Fiesta que nos recuerda que tenemos que entregarnos, que tenemos que darnos como el Señor. Que vino a ganar este mundo, pero al precio de su sangre derramada y al precio de su vida entregada. Que también nosotros si queremos seguirlo, tenemos que entregarnos por el bien de nuestros hermanos, tenemos que dar lo que tenemos y lo que somos, compartirlo con los demás cada día, haciendo presente ese reino de justicia, de paz y de amor que Cristo vino a traer en el mundo. Que no es una utopía, que es posible en la medida de que cada uno de nosotros, cada día, trate de vivir conforme al estilo de Cristo, conforme al corazón del señor, siendo testigos de su amor en medio de este mundo.

Todos estamos llamados a ser testigos del amor, pero los cristianos tenemos una obligación particular porque fue la misión que nos dejó el Señor, vayan al mundo entero y anuncien la Buena Noticia. Ésa es la Buena Noticia, que el Dios nos ama, que no estamos solos, que el Señor está con nosotros, y que a través de nosotros se hace presente en medio de este mundo. Tenemos que acompañar, tenemos que caminar, tenemos que tender la mano, tenemos que compartir aun en nuestras circunstancias difíciles tenemos que ser capaces de compartir con los demás lo que tenemos y lo que somos, lo poco que quizás tengamos, lo mucho que somos porque somos hijos de Dios. Y esto es lo que tenemos que compartir con los demás.

Entonces hermanos, vivamos así profundamente, con alegría esta fiesta de Jesucristo Rey de Universo, nuestro Rey, nuestro Señor, nuestro Salvador, y compartámosla con los demás.

Que así el Señor nos lo conceda.

(Música, El Rey de mi vida, Juan Sánchez y RP band)

Ahora hermanos, confiados que el Señor siempre nos escucha, y siempre nos responde, pero recordemos, tenemos que hacer ese silencio interior para escuchar la voz del Señor que habla dentro de nosotros; presentémosle nuestras súplicas, oraciones y peticiones.

En primer lugar por la Iglesia, para que seamos signo de la misericordia y dela mor de Dios en medio de este mundo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos también por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades que encuentran cada día en su vida, para que en Cristo puedan hallar el consuelo, la fortaleza y la esperanza. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por el aumento de las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales, laicales, para que respondamos a la llamada del Señor siendo sus testigos en medio de nuestros hermanos que aún no lo conocen.  Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos también todos nuestros hermanos difuntos, de manera particular aquellos por los que nadie reza, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en el lugar del consuelo, de la luz y de la paz. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Y los unos por los otros, para que como el Señor estemos dispuestos a darnos a entregarnos por el bien de nuestros hermanos, compartiendo lo que tenemos y lo que somos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Escucha Padre Santo, estas súplicas y aquellas que quedan en nuestros corazones pero que Tú conoces, te las presentamos por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor.  Amén

Oremos hermanos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.

Padrenuestro que estás en el cielo

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Amén

Ha sido una alegría, un gusto compartir este rato con ustedes. Les deseo que tengan un feliz domingo, con sus familias, con sus amigos, recuerden siempre a aquellos que quizás están solos, lejos de su familia por una razón o por otra. Acójanlos, que se sientan también en familia este día del Señor. Aprovéchenlo, disfrútenlo; que también tengan una feliz, una buena y provechosa semana.

Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos ustedes, y los acompañe siempre. Amén.

Les ha hablado el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.

Dirección general, María Caridad López Campistrous.

Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo

Irradia…

(Música, Rey, Christine D. Clarito)

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