Irradia emisión del 13 de junio de 2021
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y la emisora Provincial CMKC
XI Domingo del Tiempo Ordinario
“¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”. Marcos 4, 30-32
(Música, Yo siento su amor, Rabito)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Yo siento su amor, Rabito)
En esta mañana nos acompaña el P. Rafael López-Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches, a todos los que están con nosotros en el día de hoy. Siempre es una alegría y un gozo poder compartir con ustedes la Palabra de Dios. El Evangelio de este domingo está tomado del evangelista san Marcos, en el capítulo 4, versículos 26 al 34.
(Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 4, 26-34)
Con la Fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, terminamos el tiempo Pascual. Tiempo Pascual que no la Pascua, la Pascua para el cristiano es permanente. Siempre vivimos en Pascua, porque seguimos a Cristo, muerto y resucitado, y es a Él a quien hacemos presente.
Hemos celebrado la Fiesta de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios en tres personas, una comunidad de amor que nos invita a vivir a nosotros cristianos en una comunidad de amor, hacer presente en este mundo el mandamiento de amarnos los unos a los otros, para iluminar con la luz de Cristo a este mundo.
Hemos celebrado la Fiesta del Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Señor no sólo entregó su vida por nosotros, derramó su sangre para rescatarnos y redimirnos de una vez para siempre, sino que quiso quedarse con nosotros; y en la Última Cena nos dejó este regalo maravilloso. El pan y el vino convertidos en su Cuerpo y en su Sangre, realmente, esto es mi Cuerpo coman, esta es mi Sangre beban. En la Eucaristía está presente el Señor con su Cuerpo, con su Sangre, con su alma, con su divinidad. Es la fuerza de Dios, el Señor nos alimenta, para que podamos seguir adelante, para que podamos vivir el mandamiento de amarnos los unos a los otros por encima de nuestras diferencias.
El Señor nos fortalece con su Cuerpo y con su Sangre. “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna”, para que podamos dar cada día testimonio de Él en medio de las dificultades que encontramos, las dificultades que vienen de fuera, pero también las dificultades que vienen de dentro de nosotros; nuestros desalientos, nuestros desánimos, nuestras angustias, nuestras dudas. El Señor nos fortalece para que podamos vencerlas y podamos dar testimonio de Él, podamos ser sal de la tierra y luz del mundo.
Hoy el Evangelio de San Marcos, nos habla del Reino de Dios. Jesús vino a anunciar el Reino de Dios, y trata de explicar a aquellos que lo escuchan en qué consiste el Reino de Dios. Utiliza las parábolas, ésas pequeñas historias que el Señor saca de la vida cotidiana para que aquellos que lo escuchan de alguna manera puedan comprender lo incomprensible, lo que va más allá de nuestra inteligencia, lo que va más allá de nuestra capacidad porque el Señor, siempre nos trasciende. Pero podemos tener una luz, y el Señor quiere darnos esa luz.
Nos dice que el Reino de Dios se parece a esa semilla que cae en la tierra. El campesino ha labrado la tierra, la ha movido, la ha abonado, ha echado la semilla, y ahora tiene que esperar que esa semilla siga su proceso. Y él duerme, se levanta y la semilla, dentro de la tierra, va germinando, hasta que un día ve cómo va saliendo aquella pequeña plantita de la tierra y va creciendo, y va echando el tallo y las hojas, y los frutos, y podrá cosecharla.
El Reino de Dios, nos dice el Señor, es como esa semilla de mostaza, la semilla más pequeñita. Se siembra, y germina, y sale, y crece… y crece de tal modo, que llega un momento en que las aves del cielo pueden anidar en ella. Aquella semillita pequeñita da un árbol capaz de acoger a las aves del cielo, capaz de darnos sombra. El Reino de los Cielos es así. Nosotros abrimos el corazón, el Señor siembra esa pequeña semilla, recordemos la parábola del sembrador, que salió a sembrar y regó la semilla. Una cayó al borde del camino, otra en terreno pedregoso, otra en medio de las zarzas, otra en terreno bueno, y esa dio el treinta, el sesenta, el ciento por uno. El Señor riega, el señor siembra el Reino de Dios en nuestros corazones.
Si somos terreno bueno, si hemos acogido esa palabra del Señor, esa semillita va creciendo, va germinando, y va a ser un día un árbol, un árbol como el de la pequeña semilla de mostaza, en el que podremos acoger a los que están a nuestro alrededor, para cobijarlos, para llevarles el anuncio de la Palabra de Dios. Podremos darle sombra cuando están cansados, cuando están agobiados. Podremos llevarle el consuelo de la palabra de Dios y la fuerza de la Palabra de Dios, para ponerse en pie y seguir adelante el Reino de Dios. Ese Reino que llegará a su plenitud, cuando el Señor venga en el último día sobre las nubes del cielo, como el Rey de todo lo creado, este Reino que ha ganado al precio de su sangre derramada y de su vida entregada.
Cuando vemos la historia, vemos como los reyes de este mundo, los poderosos de este mundo ganan el mundo a costa del sufrimiento, de la sangre, del sacrificio de los demás. El Señor ganó este mundo, nos rescató, nos redimió, al precio de su propia sangre derramada, de su propia vida entregada, y nos recuerda eso. Si queremos cambiar el mundo, si queremos transformar el mundo, si queremos anunciar el Reino de Dios en este mundo, que llegará a su plenitud en el último día pero que comienza ya desde ahora, tenemos que entregarnos nosotros generosamente. Tenemos que dar todo lo que del Señor hemos recibido y poner todos los dones al servicio los unos de los otros, con generosidad; por encima de nuestras diferencias, porque todos somos creaturas de Dios, todos somos hijos de Dios, todos hemos sido rescatados al precio tan alto de la sangre del Señor y de la vida del Señor entregada por nosotros.
Entonces, pidámosle al Señor en este domingo, que seamos terreno bueno, terreno en el que la semilla caiga y pueda germinar; terreno en el que la semilla germine y pueda dar un árbol frondoso, que pueda acoger a todos aquellos que necesitan ser acogidos, a todos aquellos que necesitan una sombra para descansar y seguir adelante. Para que podamos llevar también nosotros el anuncio del Reino de Dios, Reino de justicia, Reino de paz, Reino de amor a todos los que encontramos en nuestro camino.
Que así el Señor nos lo conceda y que tengan un domingo lleno de alegría y de gozo en el Señor.
(Música, Cuán grande es tu Gloria, Kiki Troia y Paola Rimada)
Ahora hermanos vamos a presentar nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, por medio de Jesucristo el Señor en el Espíritu Santo, sabiendo que Él siempre nos escucha y que Él siempre nos responde, que no siempre nos da lo que pedimos, pero siempre nos da lo que más nos conviene.
Pidamos por la Iglesia universal, para que seamos sembradores del Reino de Dios, en medio de nuestros hermanos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida, para que puedan encontrar en Cristo, consuelo, fortaleza, y esperanza, y en los cristianos manos y corazones dispuestos a tenderse para ayudarlos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por el aumento de las vocaciones sacerdotales, religiosas, pidamos por los seminaristas que terminan ahora su curso y van para sus hogares, para sus comunidades, para que el Señor los acompañe, para que la vocación se afiance y crezca en ellos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por los difuntos, de manera particular por aquellos que nadie recuerda, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos los unos por los otros, para que podamos ser testigos del Reino de Dios en medio de este mundo, para que podamos ser terreno bueno en que la Palabra del Señor germine y de frutos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Señor Dios, fortaleza de los que en ti esperan, acude bondadoso a nuestro llamado, y puesto que sin ti nada puede nuestra humana debilidad, danos siempre la ayuda de tu Gracia, para que en el cumplimiento de tu voluntad, te agrademos siempre con nuestros deseos y acciones. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
(Música, Mi entorno, Jesús Adrián Romero)
Ahora hermanos, oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan de cada día.
Perdónanos nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en tentación,
Y líbranos del mal. Amén
Hermanos que tengan un feliz domingo, que tengan una buena semana, que podamos vivir siempre en el Gracia de Dios.
Y que la bendición de Dios, +Padre, +Hijo, +Espíritu Santo, descienda sobre todos ustedes, sus familiares y amigos, y los acompañe siempre. Amén.
Les ha hablado el P. Rafael Ángel, párroco de la Catedral de Santiago de Cuba.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación Social, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Es la voz de la Iglesia santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA
(Música, Cuéntale, Lily Goudman)