Irradia emisión del 16 de mayo de 2021
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y CMKC, emisora provincial
Sexto Domingo de Pascua
“Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación”. Marcos 16, 15
(Música, Los que llevan buenas nuevas, Santiago Benavides y María Agust)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Los que llevan buenas nuevas, Santiago Benavides y María Agust)
Para la reflexión de hoy contamos con la presencia del P. Carlos Fernández, sacerdote salesiano, asesor diocesano de la Pastoral Juvenil santiaguera.
Saludos hermanos oyentes que sintonizan este espacio de reflexión y de oración. Soy el P. Carlos Luis Fernández, sacerdote salesiano de Don Bosco.
Cada semana la Luz de la Palabra ilumina la vida y las decisiones que se nos presentan en el camino, y más hoy cuando el propio Evangelio nos invita a examinar cómo estamos anunciando la buena nueva de salvación y nos preparamos a recibir el don del Espíritu Santo.
Escuchemos el Evangelio de Marcos capítulo 16, del versículo 15 al 20, correspondiente a este Domingo en que la Iglesia celebra la Ascensión del Señor.
(Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 16, 15-20)
En la Biblia el número 40 tiene un gran simbolismo. Cuarenta días describen un tiempo indeterminado de espera, de compromiso y, a veces, de ciertos sacrificios con el objetivo de ganar a Dios, la comunión con él, la cercanía a Él. Así fue durante los 40 días que Jesús pasó en el desierto; así sucedió con Elías quien caminó 40 días hacia el monte Horeb (1Re 19); así fue para el diluvio universal (Gn 7 – 9) y para Moisés que permaneció en el monte 40 días y 40 noches (Ex 24). También para Jesús Resucitado cuarenta días fueron indispensables para afirmar su gloria a sus discípulos a través de sus repetidas apariciones y sus enseñanzas.
Es en este contexto en que les hace una promesa: “Tan pronto como me haya ido, el Espíritu Santo vendrá y los instruirá y los conducirá a la verdad plena”. Por tanto, la presencia física de Jesús en medio de sus seguidores no está destinada a durar para siempre. Les advierte que en algún momento tendrá que irse y ellos deberán caminar por sí mismos, o más bien, tendrán que aprender a actuar por sí mismos contando con su Espíritu; deberán valerse de una presencia cierta y eficaz de Jesús, una presencia nueva bajo nuevos signos, una presencia nueva en su Iglesia. Y es que hacer presente a Jesús y hacernos sentir que está siempre con nosotros todos los días será precisamente el Espíritu Santo.
Y así sucede al final de estos cuarenta días que hoy se cumplen: Jesús sube al cielo. Y esto no debe entenderse como un ascenso material, casi literal a como nos lo describen los Hechos de los Apóstoles en su capítulo 1, sino como el nuevo comienzo del tiempo del Espíritu, del tiempo de la Iglesia para difundir la buena nueva de la salvación. Con la Ascensión, el Señor subió, pero no al seno del cielo, sino a lo más profundo de mi existencia. El Señor ha entrado en mi interior, se ha hecho íntimo a mí mismo. Este misterio que hoy celebramos no es un viaje cósmico sino un viaje al corazón, a la vida, a la oportunidad de que podemos volver a empezar.
Todos los años cuando celebramos esta fiesta surgen las mismas preguntas: ¿Por qué se fue? ¿No podría haberse quedado entre nosotros resucitado? ¿No hubiera sido mejor? Antes de irse, Jesús llama a un grupo de hombres asustados y confundidos, a un núcleo de mujeres valientes y fieles, y les confía el mundo: “vayan y anuncien”. Y es que la experiencia de la Ascensión es parecida a la decisión de toda madre y de todo padre de tener que dejar que sus hijos salgan del nido. El hijo que continuamente sigue creciendo bajo las alas de sus padres sin salir a realizar su vida, quedará como incompleto, como detenido en su proceso de crecimiento. Asimismo, sucede con lo que hoy celebramos. El Señor se va, no alejándose, porque se va prometiéndonos que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Se va, pero nos confía el don de su Espíritu para que explotemos nuestras potencialidades, nuestros dones, para que por nosotros mismos hagamos camino, para que veamos de lo que somos capaces cuando abrimos el corazón a la gracia y al amor de Dios. Jesús hoy nos invita a mirar lejos: y lo hace porque cree en nosotros, como creyó en sus discípulos y los invitó a predicar el Evangelio al mundo entero.
Y esto alegra la vida, saber que Dios confía en mí, en ti, en su Iglesia, para anunciar una buena noticia, para ser instrumento de esperanza, para hacer el bien, para dar aliento, para ayudar… y al igual que en aquel tiempo, veremos cómo el Señor actúa con nosotros.
“El Señor actuó junto a ellos”, nos dice el Evangelio. Por tanto, no estamos solos en esta obra, no estamos solos en los gestos de bondad y de perdón, no estamos solos cuando las fuerzas se debilitan, no estamos solos cuando lo único que vemos a nuestro alrededor es cansancio y desesperanza, no estamos solos, porque Él está.
Hoy celebramos dos misterios a la luz de la Ascensión del Señor: aquella en la que Jesús va hacia el Padre, y aquella otra en que los apóstoles están invitados a ir hacia el mundo para anunciar la buena noticia de un Dios que nos ama. Este anuncio del amor, del Evangelio, de la nueva vida, es anuncio que deber llegar a todos los hombres: toda la creación necesita buenas noticias y en estos tiempos cuántas “buenas noticias” necesitamos.
Los cristianos católicos cubanos tenemos que ser en medio de lo que estamos viviendo anunciadores de buenas noticias. No viviendo engañados por falsas ilusiones y esperanzas, sino ser promotores de la buena noticia, o, mejor dicho, de la única noticia que puede cambiar el corazón de Cuba: que Dios existe, que en Jesucristo, muerto y resucitado, se encuentra la salvación y la esperanza de este pueblo que anhela un cielo nuevo.
A nosotros, los cristianos de hoy, se nos pide ser anunciadores de la verdad y de la presencia del Señor. Su Espíritu nos acompaña y suscita en nuestro interior la fuerza de ser testigos, porque el anuncio y el testimonio van de la mano. Podré anunciar con mis palabras la fe que profeso, pero si esto no va acompañado de obras, seremos repetidores, pero no anunciadores. El Evangelio no se repite, las palabras de salvación no son repeticiones… La Palabra de Dios, el Evangelio de Dios, la Buena noticia de Dios, es un anuncio que nace del corazón. Porque en mí esa Palabra ha sido fecunda, entonces la anuncio y soy testigo de ella con mi vida y mis obras.
Soy yo por tanto presencia de viva de Jesús resucitado en mi ambiente. Y los demás verán en mí y en ti, en nuestro testimonio que el Señor vive, que Cristo vive, y que su Presencia es Vida. Y podemos estar seguros de que nuestra fe es auténtica si damos esperanza de ella, si confortamos la vida de un enfermo, si alegramos el ambiente en el que vivimos, si dialogamos con los que convivimos, si respetamos al otro, incluso cuando pareciese que ya el respeto se ha perdido; cuando compartimos lo poco que tenemos sabiendo que Dios provee.
Estamos llamados a ser testigos del Evangelio, narradores creíbles de un encuentro que ha cambiado nuestra vida. Y si no podemos hacerlo, tal vez sea porque aún no hemos encontrado al Señor. Dejemos que el Espíritu nos guíe a ser testigos de un amor que decimos ha transformado nuestras vidas.
La Ascensión es también la condición para que ocurra el don del Espíritu. El próximo domingo estaremos celebrando la Fiesta del Espíritu Santo, la fiesta de Pentecostés. Jesús se hace a sí mismo ausente precisamente para que el Espíritu entre en escena. A nosotros, seamos honestos, no nos gusta la experiencia de una ausencia, porque nos hace sentir solos, nos produce ansiedad. Sin embargo, Jesús nos da una certeza, pero a otro nivel. Jesús nos da la certeza de “ser”. Nos dice quiénes somos: “somos hijos de Dios”; y solo cuando reconozcamos nuestra condición de hijos estaremos más abiertos a recibir el don del Espíritu.
Hermanos, la Ascensión prepara la llegada de alguien más (el Espíritu Santo). Al fin y al cabo, el Amor funciona así: quien ama está dispuesto a dar un paso atrás como Jesús para que el otro se convierta en protagonista de su vida y explore todas sus potencialidades. La ascensión es el paso atrás de alguien que nos ama, un paso atrás necesario para que Pentecostés realmente suceda en nuestra vida. Abramos entonces el Corazón al Espíritu que nos enseñará a decir: Abbá, Padre, Venga a mí y a nosotros tu Reino.
(Música, Ay de mí, Rosa Karina)
Hermanas y hermanos, les invito ahora a elevar nuestras súplicas a Dios por nuestras intenciones y las del mundo entero. Podemos responder: Señor, escucha nuestra oración.
- Por la Iglesia y el Papa Francisco, para que por su testimonio podamos formar una Iglesia de hermanos que anuncien la alegría del Evangelio. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
- Por nuestros Obispos y sacerdotes, para que sepamos guiar a las comunidades cristianas al encuentro con el Señor resucitado y a un anuncio creíble de su Palabra. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
- Por los que se han alejado de la Iglesia por la falta de testimonio de los cristianos, para que descubriendo la necesidad de Dios vuelvan a experimentar la cercanía de su comunidad. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
- En este mes de mayo el Papa nos invita a orar por varias intenciones especiales, y en este día, recordamos en nuestra oración las víctimas de la violencia y de la trata de seres humanos, para que puedan encontrar la fuerza de superar estas dificultades. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
- Por los que sufren la covid, para que encuentren en nuestra cercanía espiritual y en el servicio del personal sanitario la ayuda necesaria para superar la enfermedad. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
- Por toda nuestra comunidad, para que con el testimonio de nuestras vidas seamos portadores del mensaje cristiano, mensaje de la esperanza, del amor y del perdón. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
- Por todos nosotros, para que hagamos vida el mensaje de reconciliación que la Palabra de Dios nos ha transmitido este día. Oremos… Señor, escucha nuestra oración.
(Música, Toda una eternidad, Julissa)
Oremos todos juntos con confianza al Padre que nos perdona con las mismas palabras que su Hijo nos enseñó:
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan de cada día.
Perdónanos nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en tentación,
Y líbranos del mal. Amén
(Música, Servir a Cristo, Migdalia Rivera)
Hermanos, que el Señor esté con ustedes:
Que la bendición de Dios misericordioso Padre, Hijo y ES descienda sobre ustedes, sus familias y comunidades y permanezca para siempre. Amén.
Gracias por su atención, les habló el Padre Carlos Luis Fernández, salesiano de Don Bosco.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje: Erick Guevara Correa
Dirección general: María Caridad López Campistrous
Fuimos sus locutores y actores. Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA
(Música, Vayan por el mundo, Marcos López)