Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez MISA CRISMAL 2021

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez MISA CRISMAL 2021

Arzobispo de Santiago de Cuba
MISA CRISMAL
Iglesia de San Francisco
29 de marzo de 2021

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha consagrado y me ha enviado a dar buenas noticias a los pobres, a aliviar a los afligidos, a anunciar la libertad a los presos” Isaías 61, 1

Hermanos,

Esta celebración de la Misa Crismal para todos, es una de esas celebraciones que son claves, fundamentales en nuestra vida eclesial, en nuestra vida de fe, de alabanza la Señor. Yo siempre digo que no hay una misa más importante que otras, porque lo importante es que Cristo se hace presente y el único sacrificio de Cristo se renueva en el altar. Eso es lo máximo. Pero hay algunas misas que tienen un sentido muy especial. La primera, la Vigilia Pascual, la Resurrección de Cristo, Cristo ha resucitado, ha vencido al mal, las tinieblas fueron apartadas y ha venido la luz de Cristo. Ese es el centro de nuestra fe, es el centro del Kerigma. Dios no abandona al hombre, Cristo que se ha ofrecido en la cruz ha Resucitado.

Otras de las celebraciones que para mí tiene mucho sentido es precisamente ésta. Porque si en aquella, la Vigilia Pascual celebramos a Cristo que ha resucitado, que ha vencido al mal, a la muerte, al pecado, al sufrimiento; pues ésta es la celebración de la Iglesia Sacramento. No solamente por el hecho de que se consagre el Crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos que se van a utilizar después en los sacramentos; sino porque lo fundamental es saber que la Iglesia es sacramento de Cristo en el mundo. Por lo tanto, se consagra el Crisma, y se bendicen los otros óleos, precisamente para que los utilice a iglesia para consagrar, y para ayudar a las personas a encontrarse con Cristo, porque los sacramentos son un encuentro privilegiado con Cristo, ese Cristo que ha resucitado. La Iglesia es la continuadora de la labor de Cristo, y entonces, todos nosotros somos responsables de ser sacramento de Cristo en el mundo. Soy sacramento de Cristo en el mundo, soy signo de Cristo en el mundo. Este es el eje central de esta celebración.

Haciendo un paréntesis, otra de las celebraciones que a mí me llenan mucho; y el Señor en mi tiempo de obispo me ha regalado la oportunidad de celebrarla muchas veces, es cuando se consagra un altar, cuando se consagra un templo. Porque ahí es donde se reúne la comunidad de fe, la comunidad de alabanza; la comunidad sacramento de Cristo es la que se reúne en torno a la mesa del altar para celebrar a Cristo que se ofrece por nosotros, y es una celebración de mucho sentido y significado. Precisamente el Santo Crisma que vamos a consagrar hoy se utiliza en la consagración del altar y del templo. Fíjense como todo está relacionado, todo tiene un sentido. Cristo es el centro, que nos envía a nosotros, para nosotros ser sacramento de Cristo en el mundo.

Esta celebración está puesta ordinariamente en la mañana del Jueves Santo; hace tiempo que en Cuba debido a muchas dificultades no se hace así, siempre lo hacíamos el jueves anterior y en algunas otras diócesis en otro momento de la semana anterior o de la misma Semana Santa. El año pasado no tuvimos Misa Crismal, este año la estamos celebrando con las ventanas abiertas y las puertas cerradas, y con una representación del pueblo de Dios.

El Jueves Santo tiene estas dos celebraciones. Por la mañana la Crismal, por la tarde la Misa de la Cena del Señor. Muchas veces, y digo mi criterio, a esta misa se le da un carácter muy sacerdotal, porque como los sacerdotes renuevan sus promesas de compromiso sacerdotal, como se consagran los óleos que son usamos por los sacerdotes, todo el presbiterio de la diócesis está presente… entonces para el pueblo fiel, y es una misa querida por el pueblo, tiene un carácter muy sacerdotal. Yo prefiero verla como Iglesia sacramento de Cristo, como Iglesia consagrada por el bautismo, y por lo tanto, esta celebración es todo el pueblo de Dios; porque todos somos hechos sacerdotes, profetas y reyes, servidores en Cristo Jesús. Por eso es que quisimos que estuvieran losa sacerdotes, las religiosas, los diáconos, los aspirantes al diaconado, los seminaristas, los fieles en representación, los jóvenes que a lo mejor hay alguno que piensa en un futuro determinado si toma el camino sacerdotal. Por eso estamos aquí en representación de todo nuestro pueblo fiel; y yo diría de todo el pueblo de Santiago de Cuba que, aunque no conocen a Cristo, sabemos se entregó por ellos en la cruz, y aunque no conocen a Cristo tenemos que pedir para que sus corazones con nuestro testimonio de ser sacramento de Cristo en el mundo, ellos puedan conocerlo.

La celebración del Jueves Santo por la noche tiene un mayor sentido eucarístico, y sacerdotal en el sentido de que, el sacerdote es el que consagra, es aquel que es llamado para presidir la eucaristía. Por es que se distingue entre el sacerdocio del pueblo de Dios, común de los fieles, y el sacerdocio ministerial. Fíjense bien hermanos y esto es muy importante tenerlo en cuenta, tanto los fieles para que se den su lugar, como los sacerdotes para que nos demos nuestro lugar. Cada uno de una manera diferente porque en esto, en el tiempo, hay veces que ha habido distorsiones al respecto. ¿Quiénes son sacerdotes? Los ordenados. Y el pueblo fiel, a lo mejor tú le preguntas a un fiel que viene ¿y tú eres sacerdote?, y a lo mejor dice no. Sí, tú eres sacerdote, tú participas del sacerdocio común de los bautizados, tú también te ofreces en nombre de todo el pueblo de Dios, y tú tratas de hacer presente a Cristo. Tus oraciones se unen a toda la oración de la Iglesia, para alabar a Dios, para pedir por el pueblo de Dios y para adorarlo.

Entonces hermanos con el bautismo, que es el que nos hace accedamos al sacerdocio común de los fieles, todos los que estamos aquí, presbíteros y no presbíteros, somos sacerdotes. Y somos sacerdotes porque hemos sido consagrados, y ése es el que nos da a nosotros la dimensión de cristianos, ése es el que nos da carácter de cristiano, ése es el que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, ése es el más importante de los sacramentos. Sin él no se puede recibir ningún otro sacramento. Por eso, vamos a irnos de aquí con esa noción de que yo, por el bautismo que un día recibí, yo he sido elegido sacerdote, consagrado a Dios. Y como soy consagrado a Dios, las cosas sagradas, no se puede jugar con ellas, no puede manipularlas, no puede cambiarlas de sentido. Y por tanto los sacerdotes y los fieles, las religiosas, los diáconos, todos nosotros debemos permanecer siendo templos del Espíritu Santo que habita en nosotros. ¿Somos sacerdotes? Sí, todos los fieles somos sacerdotes.

Pero sabemos que Jesús quiso llamar a algunos. Eso forma parte del contenido doctrinal desde los primeros tiempos, desde los Apóstoles. El Espíritu Santo fue iluminando a la Iglesia, entonces, desde el momento en que Cristo escoge a doce, dando la señal de que aquellos son escogidos; no para ser, o pretender como Santiago y Juan ser los primeros como quería su madre, no, para que ellos siguiendo a Cristo, llevaran a Cristo a los demás. Entonces, el sacerdocio ministerial, y ministerio significa servicio, son aquellos hombres que el Señor ha escogido para ponerlos al servicio del sacerdocio común de los fieles, de todos los fieles. La misión nuestra como sacerdotes, es precisamente hacer que cada fiel viva su sacerdocio común, viva su profetismo, viva su servicio como cristiano. Viviendo esas tres cosas, nosotros seremos sacramento de Cristo en el mundo.

Esto se vive según el tiempo y las circunstancias, cada uno de nosotros tiene que poner lo mejor de sí, sabiendo que con nuestras fuerzas no podemos, muchas veces ni pretender, hacer las cosas perfectas. No seamos como Pedro… yo sí que nunca te voy a negar, yo sí que nunca te voy a dejar… sí ser como Pedro en la humildad, que es saber decir, Señor he pecado, te abandoné. Tenemos que tratar de alcanzar a Cristo sabiendo que contamos con nuestras fuerzas, pero estas no bastan. Hay que contar con la gracia de Dios, con la fuerza del Espíritu y para eso, tenemos que mantenernos como templo del Espíritu Santo, para que habite en nosotros. Y como Pedro también saber decir Señor pequé. El Señor nos da la mano siempre.

Tenemos que vivir esto de ser sacramento de Cristo en medio de nuestro pueblo, en estas circunstancias tan difíciles desde todo punto de vista. Si alguno de ustedes vio ayer el Sermón de las siete palabras que transmitieron por la televisión, una de las cosas que más me gustó fue, que los que fueron proclamando las palabras eran matrimonios con niños. Yo le escribí un “mensajito”, un chat como dicen ahora, a Mons Juan le dije, “gracias Juan por haber dado públicamente signos de vida” ¿Por qué? Porque ver una familia con niños pequeños es un signo de vida en medio de nuestra sociedad, del mundo, que está lleno de tantos signos de muerte. Nosotros tenemos que ser sacramentos de Cristo en esta sociedad.

Ayer vimos un signo de vida en medio de tantas señales, muestras y hechos de muerte. ¿Cómo nosotros podemos ser testigos de Cristo, sacramento de Cristo en esta sociedad, que tanta inquietud, confusión, tantos signos de muerte están presentes? Entre ellos el Covid, la angustia por la comida, por las medicinas, vivir que uno no es dueño de su vida, sino que uno depende de tantos avatares, de esas cosas que vienen, de circunstancias… ¿Cómo nosotros podemos ser signos? Claro estamos los sacerdotes, los seminaristas, los fieles, las religiosas… cada uno por ser bautizado tiene que ser signo de vida, cada uno de nosotros por ser bautizado tiene que ser testigo de Cristo con la palabra. Cada uno de nosotros, según nuestro estado, tenemos que dar ese testimonio, y ser signo de vida. Cada uno.La celebración de hoy nos llama a pensar en esto.

Cuando uno lee un poco, se quiere enterar de cómo vivían las primeras comunidades cristianas, que no tenían micrófonos ni chateaban entre un obispo y otro, ellos vivían de lo esencial. ¿Y qué era lo esencial? Cristo ha resucitado, Él es mi Señor.

Yo tengo que ser honesto, yo tengo que ser fiel, tengo que conocer la palabra de Dios, porque ahí está lo que el Señor quiere decirme a mí. Mi vida dará testimonio, ¿cómo?, siendo honesto, haciendo la diferencia, esta palabra sí me gusta, hacer la diferencia. Por eso nosotros los sacerdotes, las religiosas, y el pueblo fiel, tenemos que hacer la diferencia en medio del mundo. Ayer en el Sermón se hizo una diferencia. ¿Cuántas veces nosotros vemos por la televisión una familia que se presenta entera para decir algo? ¿Cuántas veces? Ayer dieron testimonio de vida estas familias. Entonces hermanos nosotros también en nuestro medio, hay jóvenes aquí, hay que hacer la diferencia. ¿Cómo hacemos la diferencia? La hacemos en primer lugar conservando nuestra identidad, sabiendo quiénes somos, bautizados, consagrados, templo del Espíritu Santo, que venimos a proclamar que Cristo ha vencido al mal y al mundo en medio de todas las dificultades; que amamos a la familia y que nos queremos llevar como hermanos auxiliándonos unos a otros, glorificando y alabando a Dios.

Así es como nosotros hacemos la diferencia, que la gente vea. No nos vamos a creer mejores que los demás porque no lo somos; pero si se vea que yo quiero vivir según mi fe. Eso sí es importante, y eso el pueblo de Dios lo descubre. Es un pueblo que está deseoso de encontrarse con Dios. Ayer en la celebración de los Ramos, precisamente la gente quería de una manera sentirse que Dios venía a su vida, y quién menos uno se imagina, a veces decimos, ¡ay el ramo!… Cada uno tiene esa manera de llegarse a Dios, y el ramo es un signo de que Dios está en su vida. Nosotros no podemos meter a todos dentro del mismo corralito. Tenemos que tener en cuenta la manera peculiar, dada su historia, sus conocimientos, sus experiencias,  de encontrarse con Dios; y eso purificarlo, elevarlo. Ahí es donde está nuestro compromiso de ser sacramento de Cristo en el mundo.

Escuchar la palabra de Dios, reconocer a Jesucristo como mi Señor, saber que Dios me ama, saber que vivo en una comunidad cristiana, saber que tengo que hacer la diferencia como cristiano en el mundo. Muchas veces decimos que la Iglesia es la palabra de los que no tienen voz… hay veces que solamente nos referimos a los discursos, esas cosas que son muy importantes… pero la Iglesia la de manera principal con el testimonio de ser buenos cristianos. La palabra y el testimonio.

Entonces hermanos, vamos todos nosotros a llevarnos después de esta celebración, ese deseo de preguntarme, cómo yo vivo el saber que soy sacramento de Cristo en el mundo, cómo yo lo vivo. Cómo yo vivo en la comunidad cristiana que vive inmersa en este mundo nuestro que nos ha tocado vivir que es tan difícil, cómo puedo ser signo de esperanza. ¿Yo sé en quién tengo puesta mi esperanza?, me pregunto, cada uno tenemos que hacernos esa pregunta.

Los óleos que vamos a consagrar, el Santo Crisma que vamos a bendecir, son signos sensibles que permiten el encuentro con Cristo, y que la Gracia de Dios venga a nosotros. Vivamos según eso que vamos a bendecir y consagrar hoy. Templo de Cristo, que tiene que hacer presente a Cristo, y templo de Cristo que ungido por el bautismo y recibiendo los demás sacramentos, en medio del mundo tenemos que dar esperanza, porque sabemos en quién hemos puesto nuestra esperanza.

Hermanos que Dios nos ayude a vivir así este sacerdocio común de los fieles, este sacerdocio ministerial. Ahora los sacerdotes van a renovar sus compromisos sacerdotales, pero todos vamos a rezar por ellos. Para que seamos verdaderos guías, pastores del pueblo de Dios, que se lo merece, además, hemos sido escogidos por Dios para esto.

También recen por mí, porque tengo aquella responsabilidad, creo que no mayor, de obispo. La responsabilidad mayor de ser sacramento de Cristo, la tienen desde el fiel que se sienta en el último asiento hasta aquel que preside la eucaristía. esa es una responsabilidad de todos, pero que se materializa en cada uno.

Que Dios nos ayude a vivir así.

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