Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía II Domingo de Cuaresma
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
28 de febrero de 2021

“Él es mi Hijo amado, escúchenle” Marcos 9, 7

Hermanos,

En este II domingo de Cuaresma hemos dado un paso más para acercarnos a la Pasión del Señor y, sobre todo, a la Resurrección del Señor, la victoria de Dios sobre el mal, la muerte, el pecado, el sufrimiento. Dijimos el domingo anterior que la Cuaresma era como si estuviéramos subiendo una montaña, y esa montaña podríamos decir que es el Calvario, entonces nosotros en la Cuaresma vamos acompañando al Señor en esa subida a donde Él entrega su vida por nosotros, donde se ofrece en sacrificio por nosotros. Pero también esa subida al Calvario donde Cristo muere en la cruz, también ésa es señal de la victoria de Dios. Es decir, se manifiesta Dios en la resurrección de Cristo, como el que devuelve a la vida su naturaleza propia, que fue creada la vida del hombre y de la creación, todo fue creado en Él, por Él y para Él, para que nosotros tuviéramos vida eterna. Entonces, vamos acompañándole en la Cuaresma, pero tenemos que prepararnos para eso.

Vamos a partir del primer presupuesto, el Miércoles de Ceniza, ¿qué se nos pidió?, se nos pidió verdad y honestidad, vivir siendo honestos y en la verdad, no engañándonos a nosotros mismos. ¿Qué se nos pidió en el domingo pasado? Darnos cuenta de que seremos tentados, porque la tentación nos impide precisamente, caminar hacia el encuentro de Cristo, si nos dejamos llevar por las malas tentaciones. Junto con eso se nos decía, que de la misma manera que Cristo venció a las tentaciones nosotros podemos vencerlas; por lo tanto, cualquier obstáculo que nos impida llegar al encuentro del Señor en la resurrección, en la cruz y la resurrección, eso nosotros podemos vencerlo con la Gracia de Dios. No con nuestra fuerza, con la Gracia de Dios.

¿Qué cosa particular tienen estas lecturas? Fíjense bien que en las dos lecturas se habla de sacrificio, en las dos lecturas. El sacrificio de Isaac, y el sacrificio de Cristo en la cruz como bien nos dice esta 2da Carta de Pablo a los Romanos, “Él que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a una muerte por nosotros”, ¿cómo el Señor nos va acusar? Al contrario, Él lo que quiere es salvarnos, por lo tanto, el sacrificio de Isaac que un poco como que anunciaba, y el sacrificio de Cristo, y también la manifestación final, la manifestación final del triunfo.

En el evangelio de hoy nosotros vemos cómo el Señor casi como que adelanta ese triunfo de Dios para que sus discípulos no se desesperaran, para que sus discípulos supieran que, en medio de las dificultades, de la lucha y de la muerte, Cristo es triunfador. Eso es lo que el Señor nos quiere decir hoy, estamos subiendo al encuentro del Señor para celebrar su Pasión y su Resurrección, que es un camino duro, espinoso, pero que contamos con la fuerza de Dios.

La primera lectura es para mí uno de los textos más difíciles de la Biblia, porque se nos dice que Dios le pide a Abraham el sacrificio de su hijo. Un padre, pedirle que sacrifique a su hijo. Además, Abraham no tenía descendencia, y Dios le había dado una promesa, tú tendrás descendencia, ¿cómo puede ser?, para Dios nada es imposible, tú tendrás descendencia. Y después que tiene el hijo, le dice sacrifícalo, así viene el relato. Claro el relato termina como tiene que terminar, Dios no quiere el mal, Dios no quiere la muerte, Dios no quiere que nadie sacrifique a su hijo, ni a nadie. Dios interviene diciendo, tú has sido fiel en la fe que has tenido, creíste que tú serías el padre de un pueblo numeroso y aun así confiaste en Dios, pensando que el Señor te pedía otra cosa.

¿Por qué este relato? Porque los israelitas vivían en una zona, en un territorio en que era costumbre, en muchos pueblos, que los primogénitos, los primeros hijos fueran ofrecidos a Dios. Claro, el Dios de Israel era diferente, el Dios de Israel tenía que enseñarle a su pueblo de que Dios no quiere eso, al contrario, es el Dios de la vida. Por eso, este relato que es didáctico para enseñar y decir, fíjate bien Dios no quiere la muerte de nadie y menos que un padre sacrifique un hijo, y Dios también se alegra de tu fe, de tu confianza, de aquel pensamiento, de aquella seguridad interior que tenía Abraham para decir, Dios sabrá, si Él me ha prometido descendencia en este hijo, Él sabrá. Fíjense las dos coas que nos hacen falta: la fe de Abraham a toda prueba y la seguridad de que Dios siempre va a hacer el bien.

Esa es la primera lectura. El evangelio viene con aquel pasaje hermoso en que Dios se transfigura, Dios se manifiesta a sus tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, les hace ver lo que será el futuro, y ellos no entienden, pero ellos sienten que es un futuro digno de vivirse, que es un futuro que le llena tanto de alegría que dicen “vamos a quedarnos siempre aquí Señor”. También hay que entender este pasaje. Este pasaje en el que el Señor Jesús se manifiesta, se transforma y de esta manifestación así de que Él es el Hijo de Dios, el que tiene el poder, sucede en un momento difícil, ¿por qué?, porque el siente la persecución y la incomprensión de los demás.

Jesús va subiendo a Jerusalén, como nosotros vamos subiendo a Jerusalén, él siente los obstáculos, y la gente, los discípulos se ponen inquietos. Ya le ha preguntado a Pedro ¿quién dice la gente que soy yo?, y así está en esa como desazón, por las dificultades que le ponen los enemigos, etc. Y para que los discípulos no sientan que son diferentes y que por estar con Jesús no va a pasar nada, al contrario, Jesús les dice “el que quiera seguirme, que cargue con su cruz”.

Les voy a leer dos versículos del pasaje anterior a este Evangelio que nosotros hemos escuchado. Dice: “Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y le dijo, el que quiera seguirme que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida por mí, por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero al final se ha destruido a sí mismo?”

Entonces hermanos fíjense bien en estas lecturas, que en el evangelio nos pone la victoria de Cristo, la victoria de Dios, la victoria de la vida, y por otro lado nos dice que tenemos que pasar por la cruz, que nosotros también tenemos que luchar, que nosotros tenemos que vencer las injusticias del mundo que son muchas, aunque muchas veces se disfracen y se tapen, se edulcoren, se justifiquen. Y tenemos que luchar contra nosotros mismos que las tentaciones puede ser que nos lleven, que nos aparten del camino de subir al encuentro con Cristo en el Calvario y en la resurrección.

Vamos a llevarnos estas enseñanzas, la fe de Abraham contra toda prueba, la seguridad de que Dios no busca el mal, que aun en lo que nosotros no entendemos, el sacrificio de su Hijo en este caso, el Señor sabrá cómo resolver la situación para encontrar el bien. El saber que nuestra vida no es así, un baño de rosas, sino que nuestra vida es dura, hay que lucharla, y que, si nosotros queremos ser fieles, tenemos que contar con la gracia de Dios y luchar interiormente contra nosotros mismos y con el mundo que nos quiere apartar de Él. ¿Cuál va a ser el final? El final va a ser, que nosotros al igual que Pedro, Santiago y Juan, vamos a decirle al Señor, “Señor vamos a hacer una tienda, vamos a quedarnos aquí, porque aquí estamos tan bien que no tenemos que ir a otro lado, estamos contigo”.

Que el Señor nos de esa fuerza para caminar al encuentro del Señor siempre, que sepamos sortear las dificultades porque el Señor nos acompaña, y al final triunfará la vida, triunfará Cristo, triunfará el Señor que nos ha creado para que vivamos siempre junto a Él.

Que Dios nos ayude a todos a vivir así.

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