Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Tercer domingo de Cuaresma, 12 de marzo de 2023
Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Tercer domingo de Cuaresma, 12 de marzo de 2023
“Señor, dame de esa agua así no tendré más sed” Juan 4, 15
Hermanos,
Estamos avanzando en este tiempo que es del Señor, como dice el salmo este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia. Este es un tiempo privilegiado para el encuentro del Señor. Por eso es que la Iglesia se ha esmerado a la hora de seleccionar las lecturas que cada domingo leemos y uno puede ir siguiendo la lecturas pues hay una continuidad en el mensaje. Fíjense bien que esa continuidad en el mensaje parte desde el inicio. Desde la creación, y sabemos que al final vamos a leer la resurrección de Cristo pasando por la cruz.
Por eso es importante releer las lecturas. No me voy a cansar de repetir que ojalá nosotros podamos hacer tiempo, el esfuerzo de hacer el tiempo para repasar estas lecturas en nuestra casa.
Recordemos el domingo de las Tentaciones. Porque junto con la lectura que hicimos de la creación, la de las tentaciones, dijimos anteriormente que era como una continuidad. Dios nos ha creado, nos ha creado por amor, nos ha dado todo, nos ha dado su presencia, le dio al hombre su impronta. Pero el hombre se quiso hacer como Dios. Por eso desobedece. Por eso lo hace la serpiente que es el mal definitivo. Una figura. Dándole una figura al mal, la serpiente. Y entonces también con aquella figura del árbol de la vida, del árbol del conocimiento del bien y del mal, que después los hombres lo trasladaron para hacerlo más gráfico como una manzana. Y al pecado aquel, como ya dijimos, también como si fuera un pecado de índole sexual, que no era nada más ni nada menos que un pecado de soberbia. Se quieren hacer como dioses. No le hacen caso al Señor.
Entonces después viene la lectura de las tentaciones. Aquella sensación que recibió Adán y Eva, todos nosotros la recibimos, y entre ellos, Jesús, que es hombre en todo menos en el pecado. Pero también fue tentado Jesús. También fue sentado Jesús. Nadie puede decir yo estoy libre, yo puedo vencer todas las tentaciones. Eso es falso. Las puede vencer solamente con la ayuda de Dios y encaminándote a buscar esa ayuda de Dios y a llevarla a la práctica. Entonces vienen las tentaciones y Jesús las descarta y nos da una enseñanza. No sólo de pan vive el hombre. No te preocupes de las cosas materiales, solamente, busca las cosas de Dios. No tentarás al Señor tu Dios. Que tú no seas tentación para otras personas con tu mal ejemplo, con tu mala vida, con nuestra mala vida, con nuestro mal ejemplo. Fíjese bien que una llamada a la conciencia y después la última solamente adorarás al Señor tu Dios. Pero para adorar, al Señor tu Dios, tenemos que también tener bien claro que debemos hacer su voluntad. Es la única manera de aceptar a Dios como a nuestro Rey, nuestro Dios. Y no solo queremos nuestro Señor y nuestro Dios si nosotros queremos hacer la voluntad del Señor.
Después nosotros gozamos la lectura de la Transfiguración. La victoria de Cristo. Cuando Jesús les dijo vamos a subir a Jerusalén, el Hijo del hombre va a sufrir, recordemos la lectura de ese pequeño repaso. Los discípulos se sintieron de tal manera sorprendidos, que empezaron a dudar de ese Jesús que ellos habían visto curar enfermos, sanar a leprosos, resucitar muertos. Dudaron de Él. Ese es el problema del hombre que duda. Dudamos en Dios. Como Adán y Eva, que se dejaron tentar como nosotros hermanos en cada día de nuestra vida, que siempre estamos rodeados de tentaciones.
Nuestra vida es siempre una continua decisión en el sí, en el Sí a Dios. Para eso tenemos que acostumbrarnos siempre a por lo menos tratar siempre de hacer su voluntad. Entonces, nosotros vemos como los discípulos cogieron miedo, se sintieron deprimidos y Jesús para darles fuerza, porque Dios nunca olvida. Siempre nos da fuerza, la saca, hace que saquemos fuerza. Jesús se manifiesta ante Santiago, Pedro y Juan, ya resucitado, glorioso, como diciendo No tengan miedo ni tengan esa sensación negativa de que todo va a venir atrás, que todo se va a convertir en una nube, que no nos va a dejar ver que nuestra vida se va. No, tengan Fe, yo he vencido al mal y por eso que se presenta ante Moisés y Elías representando esto al Antiguo Testamento. Este Jesús es el verdadero Redentor y Salvador, Aquel de que hablaron las Escrituras. Por eso en la segunda lectura que nosotros hemos leído hoy, que es la Carta a los Romanos, se dice así. La esperanza no defrauda. El acceso de esta gracia es que estamos y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Cristo murió por los impíos. Cristo murió por nosotros. No dudemos de la presencia del Señor en nuestras vidas. Bien, hermanos, fíjense bien esa lucha. La creación, la bondad de Dios, la seguridad de que estará con nosotros. Nosotros, que vivimos en este mundo que nunca se realiza, la plenitud de las cosas, siempre se queda en los grises, en los grises. Queremos hacer el bien y muchas veces, desgraciadamente, hacemos el mal que no queremos hacer. Así es la vida. Pero el Señor está con nosotros.
Estamos viviendo en ese mundo grisáceo de nebulosa que nos impide ver. Que nos impide ver la gracia y la presencia, y la bondad de Dios. Y ahora el Señor nos da estos textos. Uno del pueblo de Israel, allá, cuando se iba, se marchó de Egipto. En el cual el pueblo desconfió de Dios. El pueblo de Israel. Se fue y dejó Egipto, y atravesó el Mar Rojo, porque confiaba en Dios, en lo que Moisés le decía. Pero cuando empezó a pasar necesidad, enseguida las fuerzas se caen, nos caemos. Hermanos, ¿a quién no le ha pasado eso? ¿A quién no le ha pasado? En los momentos duros de la vida nuestras fuerzas decaen y hay veces que ni nos acordamos de pedirle a Dios que nos dé fuerza. Ese el pecado, no tener a Dios siempre presente en nuestra vida, sabiendo que su Palabra se cumple siempre y que nos dará fuerza. Y entonces nosotros vemos cómo Dios le pide a Moisés que haga otro gesto de salvación, para que vean. Que haga este pueblo incrédulo, que cuando le faltó el agua enseguida dudó. Hay una muestra de que Dios está con ellos y entonces el agua, vuelva a surgir y el pueblo sacia su sed.
En el Evangelio, ya Cristo está presente. Y Cristo en uno de esos pasajes hermosos, yo les pido que por lo menos este pasaje léanlo, ese capítulo cuarto del Evangelio de San Juan, que es el encuentro de Jesús con la Samaritana. Léanlo, hermanos, y saquen ustedes aquellas ideas, aquellos pensamientos, las consecuencia de esta Palabra de Dios en la vida de cada uno de nosotros. Léanlo en sus casas, hagan el tiempo.
Entonces nosotros vemos a Jesús que se hace así el encontradizo. Se presenta ante aquella mujer samaritana. Le pide agua. La mujer no entiende y se mete en los problemas de los hombres. Si tú eres judío, porque tú vienes conmigo, que yo soy samaritana. Esas dificultades y esas diferencias que siempre creamos los hombres. Y Jesús le hace ver que el agua que Él trae, es un agua que calma la sed para la vida eterna. Y se lo dice claro, esa agua que tú me vas a dar me sacia la sed unos instantes, pero la que yo te puedo dar, pero tú tienes que pedirlo y buscarla, es así, es para la vida eterna. Nunca más tendrás sed. La mujer, como cualquiera de nosotros, dice Dame de esa agua y así no tendré nunca necesidad de ella, ni tendré que venir a cargar el cántaro hasta acá. Y dice Mujer, qué cosa, tú no lo entiendes. Y entonces viene el otro pasaje. Todavía la mujer no entiende lo que Jesús le dice.
Y viene el otro pasaje, en el cual el Señor le dice tráeme a tu marido. No, yo no tengo marido, dice la mujer. Eso es verdad. Cuando Jesús le descubre que ella ha sido una mujer que no ha tenido una vida muy clara. Lo mismo hubiera podido ser con un hombre. No había tenido una vida muy clara, y el Señor le saca la verdad. Entonces es que ella entiende. La mujer no cede, no se dejaba guiar por los mandamientos de Dios, que Dios le había dado a Moisés en la montaña. No se llevaba por ellos, tenía cinco maridos y el que tenía no era de ella. Pero el Señor le hace caer y dice ¡Ay! ¿Por qué te olvidas de Dios y de su Palabra? ¿Por qué? Pues para que vea. Pues para que veas, y Jesús se muestra tal cual es. ¿Qué es lo que le impresiona a la mujer? A la mujer le impresiona que este hombre sepa leer dentro de su corazón. No tenía fe en la Palabra de Dios que había sido dada a Moisés y a los profetas. Tuvo que venir uno para decirle mira.
Todo este tiempo de Cuaresma es un dejarnos llevar por la Palabra de Dios. Por la sola Palabra de Dios. Y nosotros los cristianos, los católicos, por los sacramentos de la Iglesia, la comunión, la confesión, la Confirmación. Dejarnos llevar por la santidad de Dios y por su gracia. Eso es lo que el Señor nos pide, hermanos, para que algún día también nosotros seamos como aquellos que dice Señor, dichosos aquellos que creen sin ver, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Entonces, hermanos, volvamos a nuestras realidades. Vivimos en un mundo que es bastante movedizo. Vivimos un mundo de claroscuros. Vivimos en un mundo que la tentación está presente siempre. Que nuestras pasiones y nuestra vanidad también se hacen presentes. Y nuestro orgullo, que es el peor de los pecados. El peor de los pecados el orgullo. Vamos a ser humildes ante Dios.
Vamos a hacer el repaso en este tiempo. ¿En dónde están nuestras debilidades que nos impiden continuar el camino? Si, para subir una montaña que uno está viendo tan hermosa que rodean este Santuario, hace falta llevar un sombrero, hace falta llevar un poco de agua. Para también transitar en nuestra vida queriendo que la Palabra de Dios nos guíe a nosotros. Tenemos que pedirle a Dios fuerza para poder rechazar como Jesús hizo, no sólo de pan y de las vanidades del hombre vive el hombre, sino de la palabra que sale de la boca de Dios. Porque esa sí nos lleva a la vida eterna. Hermanos, vivamos así, vivamos así es el tiempo de Cuaresma. Aprovechemos. Acordémonos que este es el día del Señor, que este es el tiempo de la misericordia. El Señor será propicio a todos nosotros.
Que el Señor nos ayude en este tiempo a vivir así.