HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 13 de abril de 2025
 Domingo de Ramos

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” Lucas 23, 46

Hermanos,

Escuchamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y terminamos con la pasión del Señor. Es casi como un reflejo de la vida, con los agridulces con hay veces, las alabanzas y de momento los rechazos, la paz y de momento la guerra, una economía estable y de momento destruida. El deseo de todos de vivir mejor y de momento vemos que las situaciones humanas, los conflictos humanos, los pecados humanos, las malas intenciones humanas, echan por tierra todo.

En este mismo momento estamos viviendo dos conflictos sangrientos, innecesarios. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cuántos cristianos están perseguidos y están siendo martirizados en África, en Asia? ¿Cuántos? ¿Cuántas personas marginadas? ¿Cuántas? Por eso les decía al principio que en Cristo es que nosotros encontramos el sentido de la vida. Ahí lo encontramos. ¿Qué necesidad de esto? ¿Por qué yo? ¿Por qué esto? Esa es la vida en la cual el pecado se mete y desordena la obra de Dios, del Señor.

Vimos la entrada que el pueblo veía que Jesús, utilizando un término muy nuestro, resolvía muchas cosas. Sanaba, curaba, perdonaba. Pero después vemos la realidad, en el que la miseria de los hombres, los intereses de los hombres, las envidias de los hombres se meten en el medio y trastocan todo.

Las lecturas de hoy, la de Isaías, capítulo 50 de Isaías, ya desde el tiempo de Isaías nos muestra a ese Mesías, a ese Salvador. Todavía dicho de manera confusa, pero que decía que ese Salvador iba a asumir el sufrimiento de los hombres y hablaba de que sería golpeado, que se burlarían de Él. Todo eso lo decía, y el pueblo de Israel que siempre tuvo la idea de que sería un vencedor, lo veían como un guerrero, un rey vencedor.

Pero Jesús estaba preparando al pueblo, para que el pueblo entendiera de que, si alguien lo salvaba, tenía que haber que identificarse antes con ellos y con su dolor. ¿Quién era ese? El Mesías. Que no era tanto ese rey vencedor, sino era aquel que asumió el sufrimiento del hombre en la naturaleza humana, se hizo hombre y murió por nosotros. Y así nosotros entonces vemos a Jesús, su nacimiento por obra del Espíritu Santo en la Virgen. Vemos cómo vivió, como uno normal, como cualquier otro hombre.

Un niño que creció, que seguro aprendió el oficio del padre, carpintero, que vivió en un pequeño pueblo, una aldea, pero que descubrió que Él tenía que dar testimonio de Dios, siendo el Dios mismo, pero se había hecho hombre. Él como hombre descubre eso y entonces se lanza a predicar la buena noticia.

¿Cuál es la buena noticia? Hermanos, este sufrimiento tendrá fin porque Dios no se olvida de su pueblo. Si Dios es misericordioso, si Dios es compasivo, si Dios está atento al sufrimiento de su pueblo, Él no se olvida y Él les traerá la salvación, pero para eso deben de vivir también la parte que nos corresponde. ¿Cuál es la parte que no corresponde? Hacer el bien. La parte que nos corresponde es escuchar la palabra de Dios. La parte que nos corresponde, como Él bien dice en el texto que nosotros escuchamos, aunque tengamos autoridad que siempre necesaria, aunque tengamos mando que siempre necesario una sociedad que hay alguien que tenga autoridad y mande; aunque tengamos más posibilidades, siempre va a haber personas que van a tener más posibilidades intelectuales, de conocimiento, etcétera.

Aunque tengamos eso, tenemos que ser servidores. Es el camino del Señor. Y aunque tengamos todo eso, tenemos que saber bajar la cabeza. Siervos inútiles somos. Si Cristo siendo Dios se humilló y cargó con la cruz, y murió allí donde lo crucificaron. Nosotros también tenemos que bajar la cabeza y ser obedientes como Él. ¿Qué significa ser obediente a Dios? Significa cumplir su voluntad. Deseo, que todos nosotros sabemos que es ése, y que todos los días que cuando rezamos el Padre Nuestro lo repetimos, “que se haga tu voluntad”. Eso es lo que el Señor quiere.

Entonces, hermanos, hemos acompañado a Jesús, se hizo hombre por nosotros, nos enseñó en vida, manifestó su poder, nos condujo hacia Jerusalén, hacia su entrega generosa. Pero sabiendo que el sábado por la noche, vamos a celebrar la Resurrección. Si el Viernes Santo vamos nosotros a recordar de manera especial ese sacrificio de Cristo en la cruz, el sábado de Resurrección, por la noche nosotros vamos a celebrar su victoria. Esa es nuestra alegría. Eso es lo que le da sentido a nuestra vida. Eso es.

Entonces, hermanos, procuremos hacer siempre la voluntad de Dios, pero vamos a prepararnos. Nos quedan varios días para la misa de la Cena del Señor, el Jueves Santo, la pasión del Señor el viernes, la Resurrección de Cristo. Hermanos, este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia. Todavía tenemos tiempo para acercarnos a Dios, para bajar la cabeza y humillarnos, y pedirle perdón por nuestros pecados.

Yo les pido, les recomiendo en nombre del Señor Jesús, convirtámonos. Seamos humildes, pidamos perdón, busquemos encontrarnos con Dios. Que estos sean días de oración, que estos sean días de recogimiento, que estos sean días diferentes, ¿por qué? Porque de manera especial procuraremos encontrarnos con Dios, acompañarlo en su Pasión; poner nuestra pasión en sus manos, para que sintamos su compañía, su ayuda, que Él también carga con nuestras cruces, pero siempre al final sabiendo que el tiempo es de Dios, y que el triunfo de Dios vendrá sobre nosotros.

Que Dios nos ayude a vivir así en estos días, hermanos. Dediquémosle tiempo a la oración. Rompamos la rutina de cada día. Leamos la palabra de Dios. Y así el Señor dispondrá nuestro corazón a vivir la alegría de la victoria del Señor, que ha vencido al mal, ha vencido al pecado y ha vencido a la muerte.

Que Dios nos ayude a todos a vivir así. Amén.

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