HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 16 de marzo 2025
II Domingo de Cuaresma
“Este es mi Hijo muy amado, mi escogido, escúchenlo” Lucas 9, 35
Hermanos,
Ya estamos en el segundo domingo de Cuaresma. Siempre me gusta me gusta considerar la Cuaresma como una subida al monte, ¿a qué monte?, al calvario. De hecho, la lectura de este evangelio ocurre cuando Jesús estaba con sus discípulos subiendo hacia Jerusalén, ahí va a ser la partida, según dice el texto, el paso, ¿el paso de qué? De la muerte a la vida.
Jesús había sido bautizado. Jesús ya había empezado a enseñar, a educar a sus discípulos en la fe, a darles a entender quién era Él, que era el Hijo de Dios que venía a salvarlos, que Él tenía una buena noticia, que es el Evangelio, que Dios les ama a todos. Pero que uno tenía que vivir según la palabra del Señor. Por eso es que decimos que la palabra de Dios es una palabra de vida.
Y Jesús sigue educando de tal manera que si ustedes van al capítulo de Lucas que estamos leyendo aquí el capítulo 9. Nosotros encontramos que unos versículos anteriores cuando estaban en el camino hacia Jerusalén Jesús les pregunta y la gente ¿quién dice que soy yo? Todo el mundo se queda así y Pedro iluminado, dice Jesús que fue el Espíritu Santo, que eso no se lo dijo la carne, es decir, las opiniones, las cosas, ¿no? Fue el Espíritu el que le sacó eso de él, le dijo, “Tú eres el hijo de Dios, tú eres el que estábamos esperando, tú eres el Mesías, tú eres el Salvador.” Y Jesús le dice, “Eso no te lo ha dicho nadie en la calle, te lo ha dicho el espíritu, pero no digas nada.” Porque a Jesús todavía no le había llegado su hora.
Él iba preparándose para ese encuentro con el Señor. Aquí nos encontramos entonces en el camino que Jesús lleva a sus discípulos para ir hacia Jerusalén. Entonces acontece este acontecimiento. Después de que Jesús le dice eso a Pedro, Jesús empieza a hablar de una manera un poco así enredada, crítica, con palabras que no se entendían y empieza a decir que ya Pedro había dicho que Él es el Hijo de Dios. Y en ese momento Jesús dice, sí, pero el Hijo de Dios tiene que ir a Jerusalén. Y allí el Hijo de Dios será condenado. Y allí el Hijo de Dios pues será muerto. Será entregado a las obras del mal.
Entonces, imaginen el escándalo que eso suscitaría entre los discípulos, como Él, que le acaban de decir que es el Hijo de Dios y él se queda así, que en el bautismo, en el Jordán, también se decía y ellos lo habían oído comentar. ¿Cómo se va a hablar de muerte, de persecución, de tortura, de derrota? No puede ser. Pero ellos en el respeto a Jesús, se sintieron muy inquietos y además con mucho temor, ¿qué querrá haber dicho el Señor de eso?
¿Es verdad que morirá? ¿Cómo será la cosa? ¿Qué nos querrá decir? Pero en ese momento parece que Jesús quiso un poco mostrarse todavía un poco más de lo que Él era, el Hijo de Dios y entonces ocurre este acontecimiento. Acontecimiento que lo hace solamente con tres con Pedro, Santiago y Juan, que parece que eran los discípulos más cercanos a Él.
Él quería que se guardara discreción, que eso no se dijera, todavía no había llegado su hora, valga aquello que lo repita de nuevo. Entonces, ocurre este hecho, están allí, están rezando, fíjense bien la oración, la inspiración que viene de Dios cuando la gente se pone en sintonía con Dios, Dios nos habla y entonces ocurre aquella visión. Aquella visión en el cual se ve Jesús en el centro, se ve a Moisés y se ve a Elías. Ahí es como para que los discípulos se dieran cuenta que la ley de Moisés, que era la ley y los profetas, se cumplía en la persona de Jesús.
Porque aquellos dos personajes, casi los más grandes del pueblo de Israel, Moisés y Elías, ellos están hablando entre sí con Jesús y lo tratan como al Señor. Entonces, ¿qué quería decirnos? Moisés y Elías en su experiencia de vida en el pueblo de Israel, Moisés guiando al pueblo y Elías predicando el nombre del Señor Jesús, profetizando el nombre de Jesús del Señor Jesús, lo que habían hecho era llevar a todo el pueblo hacia Jesús. ¿Para qué? Para que estos tres discípulos entendieran.
Estos que son eran aquellos hombres que dieron y marcaron al pueblo de Israel con la presencia de Dios, ellos decían que Jesús era el Señor. Por eso Pedro se sorprende tanto. Y por eso llega ese momento en el que Pedro se despierta, los otros contemplan aquello, no saben qué decir. Todas aquellas dudas que tenían anteriormente fueron un poco calmadas por esta experiencia. Él hablaba de muerte allá en Jerusalén y aquí todo el Antiguo Testamento le proclama como el Salvador.
Para ellos eso fue una experiencia, vaya, que no podían asimilarla. Por eso se llenan de miedo, de temor de incertidumbre y Pedro lo que lo único que le sale decir, “Vamos a hacer tres chozas aquí y vamos a quedarnos siempre aquí”, porque ya había llegado a lo máximo que alguna persona puede experimentar. ¿Ustedes se imaginan experimentar la felicidad eterna junto a Dios en un momento? Nosotros hubiéramos dicho exactamente igual, vamos a quedarnos aquí. Vamos a quedarnos. Esa es la promesa, hermanos. Nosotros lo tenemos en promesa.
Jesús vuelve a decir lo mismo, tranquilos, no comenten nada. Y vuelvo a repetir lo que he dicho dos o tres veces, no ha llegado mi hora. Eso fue lo que le quiso decir, “Aguanten”. Y ellos pues se fueron, pasaron, pero oyeron aquella frase, “este es mi Hijo amado, escúchenlo”, frase casi igual a la del bautismo. “Este es mi es mi Hijo amado en quien tengo puesta mis complacencias”. Hermanos, fíjense bien, vamos a ubicar este pasaje, este pasaje vamos a ubicarlo en la Cuaresma.
Comenzamos el Miércoles de Ceniza llamándonos a la oración, al ayuno, a la penitencia, es decir, a la sinceridad de vida, la coherencia de vida, a un poco dejar los horrores del mundo, las famas y todo lo demás, aquello que nos deslumbra los ojos y e irnos lo esencial. ¿Qué cosa es lo esencial? Es encontrarnos con el Señor.
Y entonces nos lo dicen el Miércoles de Ceniza para prepararnos, para durante ante todo este paseo acompañados, cogido de la mano de Jesús que la palabra del Señor nos dice en las escrituras. Y llegamos el primer al domingo, que fue el domingo pasado, las tentaciones. ¿Qué es lo que quiere decir eso? Que este camino de encuentro con la vida, con Jesús, ese camino está lleno de pruebas. ¿Cuáles son las pruebas? Las tentaciones. Nadie está exento de ser tentados, pero todos estamos seguros que Cristo, que es el Señor, el que nos da la victoria sobre el mal, sobre el pecado y sobre la muerte, nos ayudará a sortear las pruebas.
Pruebas que muchas veces salen de la invitación que el mundo, los demás nos hacen para apartarnos de Dios, para coger otros caminos, y también pruebas que hay veces que sale de nuestro corazón, porque no lo tenemos llenos del Espíritu de Dios, de la gracia de Dios y entonces nosotros mismos somos los que muchas veces, desgraciadamente, nos apartamos de Dios. ¿Por qué? Porque hay veces nos dejamos llevar por otras cosas, hay veces que no le prestamos atención a lo que Dios nos dice. Fíjense bien que ese fue el domingo anterior, después del Miércoles de Ceniza, con aquellas tentaciones.
Una de las tentaciones materialistas o más desde la materia, vaya, aquellas que nos llevan aquí, del mundo, ¿aquellas que nos llevan a qué? Hambre, la comida. ¿Aquellas que nos llevan a qué? Tantas cosas, quiero ser o tener mucho, gano esto, pero quiero más. Es decir, todo eso es bueno, es bueno luchar para estar mejor, pero hay que ponerlo ahí donde está. Por eso cuando le dice, “Convierte esta en piedra en pan”, y Él tenía mucha hambre. Como dijimos en el domingo anterior, él dice, “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”
La segunda tentación, el poder, es la tentación tremenda y lo vemos en la lucha, en la historia, en estos mismos momentos tanta discordia, tanto querer ser el primero, tanto querer poseer y tener poder para guiar por donde yo quiera, y no buscando el bien de todos, hermano, ese es el pecado. “No tentarás al Señor tu Dios”. No lo tientes. A Él solo vas a adorar, a nadie más.
La otra tentación, haciendo un repaso, querer utilizar a Dios según lo que yo creo, mi conveniencia. Haz esto, Señor, tiene que ser así y si no sale como yo quiero, entonces me disgusto o cualquier cosa. Sin darnos cuenta que nosotros somos criaturas, que Dios es el Señor y que tenemos que ponerlo en sus manos. Decir gracias, Señor, porque tú me llamas a la vida. Me estás invitando a caminar contigo hacia el calvario, pero de ahí saber que tengo la resurrección gloriosa en tu presencia.
Y ahora el Señor nos quiere dar también, como a aquellos tres discípulos, una señal de ánimo. ¿Cuál es la victoria? Es esa. Estar junto al Señor. Es gozar de la alegría que tuvieron, que tenían Moisés y Elías cuando se encontraron con Jesús. Es la alegría de Pedro. La alegría de Pedro, Señor, quedémonos aquí. No hay mayor gozo que este, ya vamos a permanecer aquí. No nos lleva a ningún lado. Y el Señor Jesús le dice, No. Tiene que cumplirse la voluntad del Padre. Acompáñeme en el camino hacia allá y ese camino también les va a llevar ustedes a la gloria, la resurrección. Eso es lo que nos tiene que guiar a nosotros hoy.
Vivimos todavía en ese camino lleno de pruebas, de éxitos, de fracasos, pero vamos a caminarlo de la mano del Señor con su palabra, con los sacramentos, con una vida de oración interna, y fuerte con el deseo de agradar a Dios, con el deseo de dejar a un lado todo aquello que hay que dejar un lado con tal de de guiarnos por su palabra. Eso es lo que el Señor nos pide.
Hoy es una luz de esperanza. Caminen, caminen conmigo. Tendrán pruebas, tendrán decepciones, fracasos, pero si yo estoy con ustedes, algún día también van a alcanzar la misericordia.
Entonces, hermanos, disfrutemos como Pedro disfrutó, como Elías disfrutó, como Moisés disfrutó. Que el Señor nos ayude hermanos a vivir así. Siempre con la seguridad de que el Señor está con nosotros. Que eso quiere decir que debemos tener esperanza, porque la palabra de Dios se cumple. Que el Señor nos ayude a vivir así.