HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ, 2 de marzo 2025 VIII Domingo del Tiempo Ordinario
HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ, 2 de marzo 2025 VIII Domingo del Tiempo Ordinario

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ, 2 de marzo 2025 VIII Domingo del Tiempo Ordinario

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 2 de marzo 2025
VIII Domingo del Tiempo Ordinario

“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.” Lucas 6, 45

Hermanos,

No me canso de decirlo, así que si lo repito pues déjenmelo pasar, que tenemos que prestarle más atención a la Palabra de Dios. Hay veces que por la vida, los trajines de la vida, las ocupaciones, los intereses, hay veces que tal vez la única palabra de Dios la escuchamos cuando venimos a misa. Entonces, hermanos, tenemos que hacer el esfuerzo de cuando estemos en misa prestar atención y escucharla. Después escuchar al sacerdote, al predicador.

Pero también en nuestra casa tenemos que hacernos la costumbre, el hábito. Fíjense bien que hay hábitos buenos y hábitos malos. El hábito bueno de leer un trocito de la palabra de Dios. Sé que a lo mejor podemos decir, “No tengo mucho tiempo”. Pero en este mundo moderno hay veces que pasamos tiempo con el teléfono en la mano. Hay veces que yo mismo me sorprendo cuando hay un tiempo así un poquito agitado, con noticias frescas como el que estamos viviendo, uno le dedica más tiempo a estar con el teléfono buscando la última noticia o algo que la gente nos dijo, “Mira, te fijaste lo que salió en las redes”. Y a lo mejor no le dedicamos el tiempo que tenemos que dedicarle al evangelio a la Palabra de Dios.

Acuérdese que la palabra de Dios es vida. Y la palabra de Dios es la que ilumina nuestro corazón y la que nos lleva a Dios, Padre, a la Santísima Trinidad para unirnos íntimamente con ella, Padre, hijo y Espíritu Santo. Entonces, vamos a prestar la atención a la lectura de hoy. La primera lectura, mejor dicho, la segunda lectura es del libro de la primera carta de Pablo a los Corintios, el capítulo 15, es decir, el último capítulo.

Eh, la hace como dos domingos anteriores se leyó una parte de este capítulo 15. Y yo les dije en aquel momento y lo repito ahora, de que ese capítulo es como un testamento.

En la carta de Pablo a los Corintios, las dos, sobre todo la primera, él trata muchos temas que le consultan, muchos temas que le consultan de la vida de fe Recordemos que Pablo fue, predicó el evangelio, él tuvo que marcharse, dejó otras personas, pero inquieta las personas querían conocer un poco más y decían, “Si Pablo estuviera aquí, él nos lo dijera.” Y lo que hicieron fue escribirle. Y esta carta de Pablo a los Corintios era la respuesta a eso.

Yo les decía que ese último capítulo es como el testamento en el cual Pablo les dice aquellas cosas fundamentales. Y yo me acuerdo que cuando lo leímos hace dos domingos, el tema era la resurrección. Recordémoslo. Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Y si nosotros no resucitamos, entonces Cristo tampoco resucitó. ¿Por qué? Porque ese es Cristo, el que nos salva, el que borra nuestros pecados, el que se ofrece en la cruz por nosotros, el que se da por todos nosotros sin merecernos, ese es Cristo el Señor.

Entonces los invitaba a precisamente a seguirle y a imitarle, a nunca olvidarnos de eso; porque si nosotros ponemos, eso también lo hemos escuchado en este domingo, toda nuestra confianza en el hombre, eso fue el domingo pasado, si ponemos nuestra confianza en los hombres y nos olvidamos que nuestro corazón se puede alejar de Dios, vano es nuestro esfuerzo. Y nosotros sabemos muy bien que muchas veces por motivo de la historia, de las situaciones, nos hemos olvidado de Dios y hemos preferido seguir a los hombres. Y hay veces que como pueblo y como persona, hay veces que renegamos de Dios. Lo hemos hecho, hermanos, como pueblo lo hemos hecho; pero también como personas, ay, no, yo no puedo, Dios es muy exigente conmigo.

Y esos textos nos dicen, la confianza en el hombre pasa, la palabra de Dios es eterna y eficaz, síganlo para que no se desvíen por el camino, para que encuentren sentido en su vida, para que se den cuenta de que esta vida es pasajera y esto no lo puede negar nadie, es pasajera. La vida eterna que todos aspiramos y queremos, a la que nos sentimos llamados, es seguir a Jesús.

Bueno, pues en este domingo sigue con el mismo tema. Entonces dice, “Cristo ha vencido al mal, al pecado, a la muerte, que es el mal mayor de los males”. Eso lo rezamos mucho el Viernes Santo en la Semana Santa. ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón? Para el que no cree en Dios la vida termina en esa muerte que no tiene cambio, no tiene futuro. Ya, se acabó. Para el cristiano no, ¿Dónde está muerte de tu victoria? No, Cristo resucitó y yo resucitaré con Él.

Hermano, esa es nuestra fe. Y así tenemos que vivir con la esperanza. Nosotros caminamos hacia un futuro de gloria. El que no cree en Dios, pasa, transita hacia un futuro que siempre tiene un declive. Por eso yo me voy a fijar en los últimos versículos de este texto. Al final él anima al pueblo, al que le escucha, dice, “por eso demos gracias a Dios que nos da la victoria por Cristo Jesús nuestro Señor. Así pues, hermanos míos, muy amados, sigan firmes y no se dejen extraviar”.

Hermanos, eso hay que tenerlo aquí. Sigamos firmes y no nos dejemos extraviar, porque el mundo nos llama de muchas maneras. No nos dejemos extraviar. “Progresen siempre en la obra del Señor, sabiendo que Él no deja sacrificios sin premio”. Eso es lo que nos pide el Señor. Confiemos en Él. ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? Que se clava en nuestra carne mortal. ¿Dónde está? No. Muerte, perdiste. Cristo ha resucitado. Permanezcan muy amados, sigan firmes y no se dejen extraviar. Permanezcan siempre firmes en el Señor.

Hermanos, vamos a llevarnos eso que ya creo que eso es bastante, ¿no es verdad? Pero yo le voy a dar otra cosita más. Ya esto es un punto y aparte. El primer libro es de Sirácides, lo que hemos escuchado. Y también toca un poco el Evangelio. Hermano, estos libros de Sirácides es uno de los libros de la Sabiduría, y esos libros, la otra vez también lo dijimos, porque se leía también un texto. Yo les decía, el domingo pasado, que esos libros fueron escritos de 100 a 300 años antes de Cristo, cuando ya se vivía en un ambiente en el que la filosofía griega, el pensamiento griego había permeado al pueblo de Israel, sobre todo los que vivían fuera de Judea. Y que estos libros fueron escritos, fueron escritos en hebreo, en arameo y en griego, partes algunas sí y otras no. Entonces, estos libros tratan de la sabiduría.

Yo decía que la sabiduría era precisamente saber aplicar la razón que la recibimos de Dios, la lógica, producto de una razón bien ordenada, y que la sabiduría es aquello que cuando sabemos utilizar nuestra razón y la lógica, esa lógica y razón que está permeada, alimentada con la palabra de Dios, entonces el hombre se convierte en sabio. ¿Por qué? Porque muchas veces con nuestra lógica, seguimos lógicas que nos extravían, como dijimos anteriormente, pero cuando manera nuestra de pensar es iluminada por la palabra de Dios, ahí marchamos hacia el encuentro del Señor a buscar la verdad plena.

Entonces, estos libros hablan un poco de esa sabiduría que está llena del Espíritu, pero también de la sabiduría propia de nuestra razón, porque a través de la razón es que alcanzamos también las herramientas para alcanzar la sabiduría uniendo la palabra de Dios. Entonces da consejos. Por eso la Biblia es un libro que tiene muchísimos caminos, muchísimos temas en los cuales buscar. Entonces, yo les voy a leer uno aquí. “El horno pone a prueba las ollas que están sucias por el hollín, la conversación prueba al hombre. No alabes a nadie antes de que este haya hablado porque esa es la piedra de toque. De la palabra sale lo que anida en el corazón”. No te dejes llevar por las apariencias, no te dejes llevar por un momento deslumbrante, sino cala al hombre. Cala al hombre porque la palabra tiene que estar en sintonía con lo que uno tiene en el corazón.

En el Evangelio, más o menos exactamente igual. No hay árbol bueno que dé una fruta mala ni al revés, no hay árbol malo que dé una fruta buena. El hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene adentro. El que es malo de su fondo malo saca cosas malas. Porque su boca habla de lo que abunda el corazón. ¿Qué nos dice el Señor? Hermanos, esto es una herramienta para nosotros saber defendernos en la vida, para nosotros saber aquilatatar a quién tengo al frente, para que nosotros sepamos también darnos cuenta quién es el que nos hace tal vez alguna propuesta deslumbrante y nos dejamos llevar. Vamos a dejar que pase el tiempo. Vamos a ver qué cosa hay en su corazón. Vamos a ver qué dice su palabra, no ahora, sino siempre. Vamos a ver cómo actúa y entonces nosotros podemos aquilatatar quién es esa persona. Lo mismo que pasa con ellos, tiene que pasar con nosotros también.

Hermano, eso se llama coherencia, es cuando una persona dice lo que piensa y actúa según lo que dice. ¿Para qué? Para no engañarnos y decir con la cabeza sí, sí, sí y en el corazón otra cosa. Entonces nosotros vamos a pedirle al Señor que seamos coherentes. Y ya que nos invitó a ser firmes y siguiendo en el seguimiento del Señor, vamos a pedir también que nos haga coherentes como cristianos. Si soy cristiano, mi vida tiene que ser la vida de un cristiano. Mi guía tiene que ser la palabra de Dios. Así yo podré dar frutos buenos. Difícil que si yo digo sí, sí y en el fondo es no, yo pueda dar frutos buenos.

Así que como podemos ver, la Biblia nos enseña también y nos da esa sabiduría práctica para saber vivir, luchar en esta vida, pero también eso nos toca a nosotros diciendo, “Señor, que seamos coherentes, que lo que yo piense sea lo que diga y que lo que yo diga sea lo que quiera poner en práctica”.

Que Dios nos ayude a todos a vivir así.

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