HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 9 de febrero 2025
V Domingo del Tiempo Ordinario

“Entonces Jesús le dijo a Simón, no temas, desde ahora serás pescador de hombres” Lucas 45, 11

Hermanos,

En la introducción a las lecturas de hoy este quinto domingo del Tiempo Ordinario, podemos decir que es como un itinerario que se va cumpliendo. Primero el Bautismo del Señor, después Jesús empieza a hacer sus primeros intentos de predicación, enseñanza, curación, acercarse a la gente, sorprender a muchos por su sabiduría y ahora nos toca, vamos a decir, a nosotros.

Yo dijera que las tres lecturas de hoy están dirigidas directamente a todos, a ustedes y a mí, a todos los hombres de buena voluntad. De manera particular aquellos bautizados que decimos que Jesús es nuestro Señor. Y creo que como van dirigidas a nosotros, prestémosle mucha atención, porque nos van a hablar de cómo debemos de situarnos, colocarnos ante el Señor.

La primera lectura es de Isaías, es el capítulo 6 de Isaías. El libro de Isaías es de los más largos de la Biblia, y el capítulo 6 casi está al principio. ¿Quién era Isaías? Isaías era un hombre de una familia culta, que era asiduo a la palabra del Señor, y él siente que en un momento determinado Dios lo llama él. Y esta lectura no es más que expresar cómo fue ese encuentro, cómo él experimentó esa llamada.

La segunda lectura es de Pablo a los Corintios. Es el último capítulo de la primera carta a los Corintios. Y nosotros sabemos que Corinto era aquella ciudad que Pablo amaba mucho y a la comunidad cristiana más todavía. Y que al ser el último capítulo al final del libro, es como si fuera un testamento, esto que acabamos de escuchar. Es como si fuera un testamento porque Pablo hace como un resumen de lo que él ha enseñado. Pero aparte de eso, también él pone cómo fue ese encuentro con el Señor, es decir, cómo es que él se decide, cómo él se recibe ante Dios, y cómo fue descubriendo eso en su vida Y lo dice de una manera perfecta, rapidito, con pocas palabras, pero hay que saberlo entender.

La tercera lectura es la de Lucas, en que nos narra cuando el Señor dice “Echen las redes“. Ustedes saben bien que la iglesia muchas veces se representa como la barca, la barca que echa las redes, los peces somos los cristianos, en las que hay que echar las redes para para recoger los peces. Difícilmente que los peces salten a la red, a la red, a la barca, mejor dicho. Si no, hay que echar las redes como hizo Jesús. Cada vez que Jesús predicaba, cada vez que Jesús hacía un signo de su poder, de su gracia, estaba echando las redes para que otros lo descubrieran a Él y se sumaran a los discípulos del Señor. Y también nosotros vemos cómo fue ese momento en que Pedro dice que deja todo y sigue al Señor.

Vamos con Isaías. Isaías era ese joven, ya les dije ahorita de una familia culta, preparada, y que en un momento determinado él experimenta, fíjense bien, que esto es importante. Él experimenta, no es un problema de conocimiento, yo sé que Dios es así, no. Él experimenta en su vida, en su conciencia, en su ser, él experimenta la grandeza de Dios. Es decir, que Dios se va por encima de todo lo que él percibe en lo cotidiano de la vida, de las realidades pasajeras en que ustedes y yo estamos viviendo. Él se percibe por encima de eso. Él percibe algo, que Dios es lo más grande que se puede imaginar. De tal manera que es lo que dice para explicarlo, esa forma grandiosa, aquellos seres que están y que dan gloria al Señor, él se queda como pasmado.

Y en ese momento él experimenta que Dios se dirige a él y le llama. Es decir, él experimenta en su ser la grandeza de Dios, la majestad de Dios. La diferencia de Dios con respecto a otra persona. Es una experiencia espiritual que, de una manera u otra, estoy seguro que todos nosotros la hemos vivido en nuestra vida en algún momento. Él experimenta que Dios lo llama, pero una experiencia tan grande que él se queda sorprendido y dice, “Señor, pero ¿quién soy yo?” Y entonces está muy bien dicho y literariamente bien dicho, dice, “Yo soy un hombre de labios impuros.” Y dice más, “Rodeado de gente de labios impuros.” Porque todos los hombres somos así, todas las mujeres, todas las personas humanas somos limitados, somos criaturas y tendemos al mal, ese es el pecado original.

Entonces, él se queda como desalentado, contempla la grandeza de Dios y a la vez él se ve que no puede. ¿Cómo yo voy a acercarme a esa majestad? Hermanos, qué bueno sentir esa diferencia entre Dios y nosotros, entre la gracia de Dios. Y ahí mismo pues él también experimenta como uno de aquellos seres se acerca, coge un tizón del altar de las ofrendas que se ofrecen al Señor y se lo pone en los labios, un tizón de candela, una braza y dice, “Tú has sido purificado.”

Fíjense bien, hermanos. Él siente esa majestad de Dios, él siente su incapacidad para compararse, para ponerse a la altura de Dios, para llegar a Dios, su pecado está presente. Eso es lo que quiere decir con labios impuros, y él siente que Dios le dice, “Tú has sido purificado, tus pecados han sido perdonados.” Y él se da cuenta que el Señor le está diciendo que él ya puede ir a caminar, y a seguir, y a contemplar a Dios porque ya el Señor le purifica. Al sentir eso, que es precioso. “Mira, esto ha tocado tus labios, tu falta ha sido perdonada y tu pecado borrado”.

Y entonces siente la confianza, no porque él tiene el poder de purificarse para llegar a Dios, sino que él siente que Dios es el que lo purifica para que se pueda acercar a Él. Entonces lleno de valentía al sentir esa presencia de Dios en él, él dice, “¿A quién iré, Señor? ¿Y quién va a ir por ti? Y respondí, aquí me tienes, mándame a mí”. Hermanos, ahí es cuando él se decide porque siente que Dios es el que le da la fuerza.

Así es nuestra vida. Muchas veces nosotros pensamos que nosotros podemos lograrlo todo. Pero hermanos, tenemos que poner nuestra confianza en el Señor, y así podemos hacer grandes cosas. No por nuestros méritos, sino por los de Dios. Los pecados míos no son perdonados por mis obras, sino por los de Dios. Los pecados míos no son perdonados por mis obras, sino por la sangre de Cristo en la cruz.

Vamos al segundo ejemplo, Pablo a los Corintios. Como les dije, este es el último capítulo de la primera carta de Corintios, y Pablo hace como un testamento, un pequeño testamento. Y entonces hace un resumen de todo lo que él ha predicado y dice, “En primer lugar, yo les transmito la enseñanza que yo recibí. A saber, Cristo murió por nuestros pecados, tal como dicen las escrituras, fue sepultado, resucitó al tercer día, lo dicen las escrituras, y se apareció a Pedro y después a los doce, después como muchísimos centenares y después por último a mí”.

Y viene la misma experiencia espiritual de Isaías. Dice, “Yo que soy el último, que no merezco ni llamarme apóstol”, dice así. Y enseguida él descubre que el Señor le llama, y que el Señor lo lanza, no por las cualidades que tenía Pablo que eran muchas cualidades, sino por la gracia de Dios, por el poder de Dios que lo eligió y lo puso al frente del pueblo de Dios.

Fíjese bien otro caso. La persona ante la majestad de Dios se siente indefensa, no tiene fuerzas, pero sabe que el Señor le acompaña y el Señor le llama, y Dios le da la fuerza y por lo tanto entonces ni discute, se lanza. El tercer ejemplo. Pedro en la barca con el Señor Jesús. Este pasaje es precioso, es precioso. Vemos como Jesús se monta en la barca, en un momento determinado, dice, “Echen las redes.” Pedro con su aquello de Pedro, era un poco jorocu, él era muy fuerte. Y Pedro dice, “Señor, ¿cómo vamos a hacer eso? Si hemos pasado toda la noche tirando las redes y no hemos cogido nada”. Pedro contaba en su fuerza.

Pero dice una cosa linda, que creo que esta es la actitud que nosotros debemos tener. Dice Pedro, “Pero porque tú lo mandas, echaré las redes.” ¿Cuántas veces, hermanos, nosotros nos hemos sentido frágiles para seguir a Jesús? ¿Cuántas veces? Muchísimas veces. ¿Cuántas veces queremos rezar y no tenemos deseo de rezar? ¿Cuántas veces que tenemos…?, y no. Pero esa frase humilde de Pedro, “Pero Señor, porque tú los dices, yo voy a echar las redes.” ¿Qué nos está diciendo a nosotros? Cuando estemos así nunca nos olvidemos de seguir al Señor, porque tú lo dices, Señor, yo voy a seguir fiel, fiel a ti.

Entonces, viene el resto que ustedes lo saben. Cogieron muchos peces, entonces Pedro se da cuenta, como lo hizo Isaías. Después que le pusieron el tizón aquel en la boca, que se descubre que Dios es el que lo sana. Como Pablo a los corintios, “¿Quién soy yo? Si tú no estás conmigo, no soy nada. Tú eres el que me manda, por eso soy apóstol.” Y ahora Pedro exactamente igual. Dice, “Señor, apártate de mí porque soy un pecador.” Es lo mismo. Isaías decía, “Labios impuros.” Pablo decía, “Yo soy yo soy el último, un perseguidor. ¿Quién soy yo?” Y él dice, “Yo soy un pecador, Señor”. Hay que tener valor y decirlo, decirlo con valentía y reconocerlo. Esa es la verdad, y esa es la sinceridad y eso es la humildad, reconocer las cosas.

Y Jesús vuelve a decir lo mismo. Los tres casos es lo mismo, en tres experiencias diferentes, en personas diferentes. “No temas. De hoy en adelante serás pecador de hombres”. Y viene el final. “Lo dejaron todo y siguieron a Jesús”.

Entonces hermanos, esa también es nuestra historia reflejada en la de estos tres personajes, en la que nosotros muchas veces nos sentimos frágiles. Pero fíjense bien, que todo esto la nota, está en la humildad. Isaías reconocía que era de labios impuros. Pablo decía que era un perseguidor de cristianos. Y Pedro decía que él no sabía mucho. Entonces, cuando se tiene esa experiencia ante Dios, y todos nosotros hemos tenido experiencias así, de ese Dios grande con nosotros; entonces es que nosotros podemos hacer así y tomamos conciencia de que, en toda circunstancia, en todo momento, debemos de vivir según la palabra del Señor, y preguntarnos para qué Dios me llama. Porque Dios tiene un plan de salvación para cada uno de nosotros.

No descuidemos hermanos, nuestra relación con Dios. Confiemos siempre, y presentémonos como somos. El Señor nos conoce más que nosotros mismos, no tengamos pena en decirle, “Señor, me conoces, sabes que soy frágil, pero yo sé que Tú me cambias y Tú me salvas”.

Que el Señor nos ayude, hermanos, así a encontrarnos con el Señor, y a vivir como buenos cristianos.

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