HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ, 19 de enero de 2025 II Domingo del Tiempo Ordinario
HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ, 19 de enero de 2025 II Domingo del Tiempo Ordinario

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ, 19 de enero de 2025 II Domingo del Tiempo Ordinario

HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 19 de enero de 2025
II Domingo del Tiempo Ordinario

“Dijo su madre a los sirvientes hagan lo que Él les diga” Juan 2, 5

Hermanos,

Sabemos todos que la Iglesia conociéndonos, que sabe que nosotros somos personas que medimos el tiempo, las edades de las personas, de los edificios, ¿por qué? Porque es así, tenemos que conocer la historia, si tuviéramos el tiempo, ¿cómo la mediríamos? Qué triste sería nuestra vida, qué difícil, no sabemos cuándo fue una cosa, o cuándo serán, la pronosticamos. Aquí Jesús ya pasó su tiempo de la vida oculta.

El domingo pasado celebramos el Bautismo del Señor, que es cuando Él comienza la vida pública, a predicar el evangelio, su misión. Él desde que nace, desde que es engendrado está cumpliendo la misión de Dios de hacerse hombre para salvarnos; pero esa misión pública para que todos le conozcan comienza ahora, además para Él enseñar lo que nosotros debemos de conocer para salvarnos, y también para hacerle presente.

Entonces Jesús después que es bautizado, las personas que han ido a misa los días entre semana, pues hemos visto como Jesús empieza muy tímidamente a hacer milagros. Pero son milagros que están acompañados de la palabra, son milagros que muchas veces Él dice, no se lo digan a nadie, todavía no. Él está comenzando y según vemos en el texto, Él no salió de su casa, no dejó su casa para predicar. Parece que vivía allí en Nazaret con la familia, ¿por qué? porque estaban la madre, estaban sus hermanos, sus parientes, tal vez algunos de los discípulos que Él había ido llamando, pero estaba en la casa, en Nazaret y entonces ocurre la cosa más normal del mundo, una boda.

Y a esa boda Jesús va, y va María, iban los parientes, y entonces sucede este este diálogo. Cuando uno ve este diálogo, uno ve que hay una relación especial de madre a hijo, como todas las madres que conocen a sus hijos y saben ya la respuesta antes de que el muchacho se la dé; pero en este caso hay algo que ocultan y que los dos conocen, pero se guardan ese secreto para ellos. Se nota que María sabía quién era Jesús, que lo tenía clarito desde el momento de la concepción, pero ella va adquiriendo también la seguridad durante toda la vida de Jesús.

Ella sabía quién era Jesús por eso no teme en decirle, como ninguna madre temería, de decirle al hijo, hijo, no tienen vino. Qué cosa más simple, ya Jesús entendió todo lo que su madre le quería decir. Y entonces el hijo responde, madre, vaya como diciendo, mamá qué nos viene a ti a mí, pero inmediatamente no puede y dice, traigan agua. Entonces hermanos, quería hacer saltar aquí esa relación de confidencia, muy íntima entre la madre y el hijo, entre María y el Hijo, Jesús.

Pero Él dice traigan agua. Y van a coger agua, pero no van al río, no van al arroyo, no van al pozo. ¿Dónde cogen el agua?, dice el texto que de la pila de las purificaciones. Todos los judíos tenían esa costumbre de purificarse con agua antes de comer, para evitar las contaminaciones. Era un mandato de la ley de Moisés, entonces el agua que cogen es ´ésa, es decir, el agua que purifica es ésa, pero que nada más es agua. Entonces viene el desarrollo, después que echan el agua, pues Jesús dice, llévenle al mayordomo que es el que conoce.

Y el mayordomo se queda pasmado en aquel momento, era gente que sabía lo que era una boda, cómo se comportaba, que lo que hacía para quedar bien los parientes, los de la boda y dice, oye, siempre aquí el vino el vino bueno, se ha dado al principio para que la gente lo sepa saborear, probar, pero aquí ha sido al revés. Has dado un vino, pero ha puesto uno mucho mejor al final.

Hermano, eso parece como un relato que se cuenta, pero eso también tiene su significado. Jesús se vale del agua que estaba mandada por la ley de Moisés, es decir por el Antiguo Testamento, hay que purificarse, debemos evitar las impurezas, hay veces que eso lo llevaban al extremo, pero en el fondo lo que quiere decir es evitemos las impurezas. Esa agua es para para purificarnos, para renovarnos, es decir, esa es el agua que el Antiguo Testamento presentaba como signo de que tenemos que regenerarnos ante Dios, convertirnos.

En aquel momento solamente era agua para purificación, pero al Jesús convertirla en vino, esa agua del Antiguo Testamento, ese signo de purificación alcanza un nivel mayor. No solamente el vino adquirió un buen sabor, sino ese vino ya no era aquella agua de purificación, ese vino era la Nueva Alianza, el nuevo Salvador, Cristo, el definitivo que venía a salvarnos a nosotros. Y si queremos seguir haciendo similitudes de buscando como las cosas se relacionan con otras, precisamente nosotros muchas veces decimos la sangre de Cristo lavó mis pecados.

¡Qué verdad más grande esa! El Señor Jesús con su sangre ha lavado nuestros pecados, tal podría decirse que esté es como un signo de que Cristo con su sangre nos ha salvado, en aquel momento era el milagro del agua convertida en vino, para nosotros como un significado espiritual, es el agua de conversión, de regeneración del Antiguo Testamento, ya con el Nuevo Testamento, es un agua un agua de salvación con Cristo.

Hermanos así nosotros tenemos que verla, como la presencia de Jesús transforma las cosas. También nosotros tenemos que querer que Él esté con nosotros como dije al principio.  Jesús comenzaba su ministerio, casi no había salido de Nazaret, sabemos que fue a Jordán a recibir el bautismo de regeneración, pero casi no había salido. A partir de ahí es un texto muy familiar, porque dice la madre y los hermanos, y todos fueron a Cafarnaúm solamente por unos días, volvieron más adelante. El Señor Jesús sale a predicar y a cumplir su misión de salvarnos, y de enseñarnos el camino para encontrarnos con Dios definitivamente.

En la misa, el vino es la sangre de Cristo por el poder de Dios. La sangre que se derramó en la cruz aquí en la sangre de Cristo que se ofrece por nosotros Cristo, vivo porque ha resucitado. Así nosotros tenemos que vivirla y lo vivimos en comunidad. No se puede hablar de un cristiano que diga, yo creo en Cristo, pero no creo en la Iglesia, eso es falso. Porque el mismo Cristo nos dice donde haya dos o tres unidades mi nombre, ahí estaré yo; el mismo Señor convoca a los discípulos, vayan y prediquen y convoquen a la gente, bauticen. El Señor nos llama a vivir la fe en comunidad.

Si en el Antiguo Testamento era un pueblo que se constituía por la sangre, por la etnia, por la raza, en el Nuevo Testamento lo que nos hace, lo que nos une es que, por el bautismo todos nos convertimos en hijos de Dios en adopción en Cristo Jesús, por eso, Pablo decía bien claro, en Cristo ya no hay griego, ni romanos, en Cristo somos todos iguales ante el Señor. El Señor quiere que vivamos la fe en comunidad, en comunidad, en comunidad familiar pero no quedarnos en eso, porque nos agotamos y puede ser que nos encerremos en nosotros mismos, en la comunidad de todos aquellos que creen en el Señor Jesús.

No tengamos miedo a ir a la comunidad. Escuchemos lo que dice la segunda lectura, el Espíritu es uno, pero a cada uno el Espíritu le ha dado dones, y gracias, y carismas, a cada uno. Todos en la comunidad cristiana, tenemos un papel que cumplir, no un papel, no un rol de un actor, que cumple un rol y hoy hace de bueno y mañana de malvado, no. Cada uno de nosotros tiene dones y tenemos que ofrecernos según nuestros dones y así nos vamos enriqueciendo unos a otros, esa es la comunidad cristiana, que puede ser tan grande como las parroquias de muchos lugares que no hay tiempo de conocerse, pero todos podemos brindar nuestra colaboración según los carismas que Dios nos ha dado. No los guardemos en el bolsillo, pongámoslo a disposición de los demás, y el esfuerzo de conocernos, de participar, de unirnos en la única misión que es llevar a Cristo a los demás, todos podemos colaborar, además en nuestro compromiso bautismal.

¿Y qué vamos a enseñar hermanos? Lo que hemos repetido siempre, que Jesucristo es mi Salvador. Él ha venido a cumplir todas aquellas promesas que Isaías nos dice en la lectura de los capítulos que hemos escuchado. Él nos viene a decir, hermanos no descansaré, porque este pueblo tiene que ser redimido, y algún día no construirá una ciudad como Jerusalén para que domine todo, ya eso queda superado en Cristo porque nos une y es toda la creación la que el Señor pone las manos de Dios, y nosotros tenemos que aspirar a eso, el Señor ha vencido, el Señor vence al mal.

Que Dios nos ayude hermano a vivir así nuestra fe contentos de que tenemos a Jesús que es nuestro Salvador, y contentos también de que tenemos a María. Esas confidencias entre madre e hijo, por eso que nosotros venimos aquí ante la Virgen. No, porque ella sea de la diosa. No porque ella va a resolver los problemas, no; porque ella está tan unida a su Hijo que ya su Hijo sabe lo que ella quiere.

Vivamos unidos íntimamente a Cristo y sabiendo que tenemos a la Virgen ahí que nos acompaña, como ha acompañado este pueblo por siglos y pedimos que nos siga acompañando. Y le pedimos que nos siga llevando a Jesús, eso es lo que ella dice, hagan lo que les diga. Si somos devotos de la Virgen, si somos cristianos vamos a leer el Evangelio, hagan lo que él les diga, ¿quién dice eso?, la Virgen. Que Dios nos acompañe hermanos para vivir con tranquilidad y con alegría, de tener un Salvador y una Madre que nos quiere.

Que la paz sea con ustedes.

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