HOMILÍA DE MONS. DIONISIO GUILLERMO GARCÍA IBÁÑEZ
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 12 de enero de 2025
Fiesta del Bautismo del Señor
“Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco” Lucas 3, 22
Hermanos,
Estamos celebrando la fiesta del Bautismo del Señor y es la última fiesta del tiempo de Navidad, aquí se cierra el ciclo de Navidad. Hay veces que las personas preguntan padre, ¿cuándo retiramos el nacimiento, después de Reyes? No, el nacimiento porque estamos viviendo el ciclo de Navidad, se recogen los adornos, nacimientos, los arbolitos, las luces, se recogen el lunes siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor.
Fíjense que las vestiduras todavía son color blanco, que es el color del tiempo de Navidad. A partir del lunes que viene nosotros vamos a empezar a vivir el tiempo de la Iglesia, que es el tiempo de la predicación, de la presencia de la Iglesia, que es el color verde.
Me gusta recordar siempre que el Adviento, el comienzo del Año Litúrgico, es la preparación para la venida del Mesías, del prometido del Antiguo Testamento, por eso los personajes principales son del Antiguo Testamento. Todos los profetas, Isaías en primer lugar, Juan el Bautista y la Virgen también que es del Antiguo Testamento, ella fue educada según los preceptos de la ley de Moisés, el Antiguo Testamento. Después ella lleva en su seno al mismo Mesías, que abre toda la promesa de Dios y que es el que viene a salvarlos; y en Él se cumplen todas las Escrituras, con las que ellos vivieron, aprendieron los profetas, San Juan Bautista, la Virgen María, Santa Ana y San Joaquín los padres de la Virgen, Simeón y Ana que lo esperaron en el templo.
Con Jesús comienza un nuevo despertar, pero Jesús no empieza a darse a conocer, el propósito de su venida hasta cuando ya se hace adulto. Todas las tradiciones, todos los estudiosos dicen que tenía unos 30 años, ya era un adulto, y vamos a decir así, casi pasado de edad. Entonces Él, en toda esa vivencia espiritual en el seno de su familia, en la comunidad de los creyentes en Dios, en Yahveh, se va formando. Y Él sabe que él tiene que empezar a predicar. Esta es la fiesta de hoy, cuando el Señor da ese paso.
Y fíjense bien, que Jesús da ese paso de manera muy natural, como lo hizo en su nacimiento que nació en Belén. La gente del pueblo de Nazaret, dice el texto, escuchaban a Juan el Bautista que predicaba un bautismo de conversión, y ellos fueron también porque querían recibirlo. ¿Qué significa un bautismo de conversión? Significa un gesto, un signo ante la comunidad en la cual, aquellos que habían escuchado a Juan Bautista predicar, que habían escuchado atentamente y profundamente, y asimilado la Palabra de Dios, ellos se daban cuenta que tenían que cambiar la vida para ser fieles a esa Palabra, a ese Dios que le había hecho escogido como pueblo. Acuérdense que estamos en el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel.
Entonces, ellos al sentirse motivados tenían esa decisión de cambiar sus vidas según las Escrituras, según Dios, según los deseos de Dios, que son las cosas que más nos convienen. Y Jesús dio ese paso, y Jesús recibió el bautismo de conversión porque Él quería unirse más al Padre. ¿Él lo necesitaba? No, era sin pecado. Pero Él quiso pasar por todo lo que pasaron los hombres. Hoy comienza esa etapa.
Si nosotros revisamos las lecturas rapidito, en el texto de Isaías se nos dice, ese Mesías vendrá y él le tratará como a hijos, le tratará como alguien que se preocupa, que quiere salvarlos y él será capaz de darle todo. Dice unas palabras al principio, consuelen, dice el Señor su Dios, consuelen a mi pueblo, hablen a Jerusalén a su corazón y díganle que el vivir sin Dios ha terminado, que su condena ha terminado, porque vivir sin Dios es como una condena. ¿Por qué? Porque el Señor les va a dar un Mesías, lo promete y les va a dar al Mesías, y entonces empiezan a narrar todo lo que significa que vamos a tener un Mesías. Y entre las cosas que dice, dice esto, digan a las ciudades de Judá aquí está su Dios, sí, aquí está el Señor Dios que viene con mucho poder y que lo someterá todo a su brazo. Aquí viene el Señor tu Dios. Eso es lo que el pueblo de Israel guardaba en su corazón con esperanza, con larga esperanza.
El salmo también viene en la misma línea. Acuérdense que nosotros hemos rezado bendice, alma mía al Señor. Claro, Señor, si tú me das un Salvador que te bendiga mi alma. La carta de Pablo a Tito va en esa misma línea, acuérdense de que hemos recibido a ese Mesías; fíjense bien, Isaías lo anunció, lo prometió al igual que los demás profetas, y ya en el Nuevo Testamento nosotros vemos a Tito, que era aquel discípulo de Pablo que él dejó al frente de una de las iglesias que él fundó; Pablo le dice a Tito, acuérdate que ese Mesías, es Cristo el Señor, acuérdate que en Él nosotros hemos sido llamados y somos hijos de Dios. Fíjense el trazo: esperando al Mesías, ya el Mesías se anuncia, y Tito empieza a proclamarlo porque ya lo habían hecho los otros apóstoles y Pablo, que era el maestro espiritual de Tito.
Pero vamos a fijarnos en una frase. La frase que dice al final, tú eres mi Hijo mi amado al que miro con cariño, en otras traducciones dice con complacencia, me complazco en Él, no solamente es que lo quiero, sino que me complazco en Él. ¿Quién dice esta frase? El Espíritu Santo en forma de paloma. Jesús se va a recibir el bautismo, en aquel momento el bautismo era dentro de un río, en muchas iglesias he visto en otros lugares que tienen bautisterio en que las personas se meten dentro del bautisterio, ¿por qué? Porque hay dos tipos de bautismo, el bautismo de inmersión y el bautismo que normalmente realizamos en la Iglesia. entonces dice que en ese momento.
El Espíritu Santo se muestra, este mi Hijo amado en quien me complazco, a quien le tengo cariño. Hermanos vamos a pensar en esa frase. Esta frase es la gran epifanía de Jesús, Él se da cuenta, Él sabe que ha venido a predicar la salvación de los hombres, a conseguir la salvación de los hombres en la cruz, y Él se lanza. ¿Quién le da la fuerza? Él es Dios, el Espíritu Santo que Dios también. ¿Qué es lo que quiere el Padre? Se manifiesta, digan este es el Mesías, el Señor.
Jesucristo sigue como siempre llevando su vida normal, como siempre, porque Él se hizo hombre como nosotros en todo menos en el pecado; pero en esa vida diaria, cotidiana, Él nos va salvando con su palabra que nos va predicando, y en el momento decisivo con su vida. Y completa esa salvación, esa invitación a seguirle, a salvarnos, esa muestra de su poder, en la resurrección.
Ahora bien, hermanos, Jesús es el Hijo de Dios. Este es mi Hijo, en quien me complazco, a quien le tengo cariño, a quien amo. Hermanos, ¿y nosotros qué somos, los bautizados qué somos? Vamos a pensar en esto, porque hay veces que el bautismo sí lo recibimos, sí yo voy a la iglesia, sí yo soy católico. Yo soy cristiano, sí, pero, ¿qué implica eso, ser hijo de Dios. Y nuestra fe nos dice que somos hijos de Dios en Cristo Jesús, el Hijo único, el verdadero; Él nosotros somos hijos adoptivos en Cristo Jesús, Él se hizo hermano nuestro.
Hermanos, de la misma manera que Dios le dice a Cristo, este es mi Hijo amado en quien me complazco, a quien le tengo cariño. Dios dice eso de cada uno de nosotros, porque somos hijos también. El Señor se complace en mí, en ti, en el otro, el que vive allá, el que vive acá, en toda aquella persona que le acepta como hijo de Dios.
Ahora, la pregunta mía es esta. Mía no, nuestra, la mía también, yo me la hago a mí. ¿Y yo estoy dispuesto a que se me muestre así y que se diga este es hijo de Dios? Y sé toda la implicación y el compromiso que eso entraña, la responsabilidad que eso entraña. Porque Jesús asumió esa filiación, el ser hijo de Dios, y así vivió su vida, ¿yo también, mi vida, cuando la vivo, tengo en cuenta de que yo soy hijo del Señor y que el Señor puede decir, y lo dice, este mi hijo amado, mírenlo? ¿Y yo soy una persona que la gente puede señalarme y decir mírenlo, él es un hijo de Dios, mira cómo vive, mira cómo se comporta?
Precisamente recordarnos de nuestro bautismo significa la alegría de que el Señor nos llama a ser sus hijos, pero también significa la responsabilidad que adquirimos por ser hijos de Dios, por ser bautizados. Entonces en esta fiesta del Bautismo del Señor meditemos con alegría, el que Dios nos ha señalado a nosotros como hijos de Él, que nos quiere y que se complace en cada uno. Hagamos como Jesús, comportémonos, vivamos de tal manera que en todo momento nos alegremos interiormente de ser hijos de Dios y en todo momento se pueda decir, ese es un hijo de Dios porque vive cómo, como Cristo, como debe vivir un cristiano, como debe vivir un hombre honesto.
Entonces, hermano pensemos en nuestro bautismo, no nos contentemos, a veces que lo cotidiano se nos hace tedioso porque es repetitivo. Que cada misa que nosotros vayamos, sea una misa de encuentro con Dios. Que cada acción nuestra, sintamos siempre que estamos en presencia de Dios, que sintamos que somos sus hijos, eso es lo que el Señor quiere. Procurémoslo, eso hay que trabajarlo, eso hay que vivirlo, eso hay que lucharlo. Dicen que la vida espiritual, de la misma manera que la vida humana para vivir, para comer, hasta morir es lucha. La vida espiritual, es lucha.
Pero la vida está se acaba, es breve, se acaba con el tiempo. La lucha cristiana, siempre llega a encontrarnos con Dios, somos hijos de Dios, en quien Dios se complace y en que el Dios muestra su cariño, tratemos de vivir todos así. Cada día queramos comportarnos y vivir interiormente como hijos de Dios. Que el Señor nos ayude a todos a vivir así.