Transcripción de la homilía del P. Rogelio Deán Puerta, 8 de diciembre de 2024 Segundo Domingo de Adviento
Transcripción de la homilía del P. Rogelio Deán Puerta
Párroco del Cobre
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 8 de diciembre de 2024
Segundo Domingo de Adviento
“Preparad el camino al Señor, enderezad sus sendas… y todos verán la salvación de Dios” Lucas 3, 4-6
Mis hermanos,
Seguimos avanzando en el tiempo del Adviento. Hoy se nos presenta la figura de San Juan Bautista preparando el camino del Señor, preparando la venida del Señor. Qué bueno que nosotros podamos también ver en la figura del Bautista esa necesidad de preparar la llegada de Cristo.
A veces vemos, tenemos la idea de que el camino de Cristo se prepara sobre todo de un modo externo, eso es muy sencillo, ponemos quizás el arbolito, adornamos la casa, vemos que vamos a cenar en la Nochebuena, que sabemos que se hace difícil… vemos muchas cosas externas, pero nos cuesta mucho cada año quizás ver qué hace falta preparar dentro de nosotros para que llegue el Señor.
Ciertamente queremos una casa limpia. Queremos un alma renovada, abierta para que Jesús pueda llegar y necesitamos a Jesús en nuestra vida, necesitamos impregnar de ese Jesús que viene. Hay cosas que hay que cambiar, hay cosas que hay que perfeccionar en nuestras vidas, y qué bueno que tengamos la suficiente humildad de permitirnos reflexionar, corregirnos.
Yo creo que no son pocas las veces en que adoptamos una postura crítica de lo que tiene que cambiar en mi entorno de lo que tienen que corregir los demás. Yo creo que en ese sentido estamos muy atentos, y de repente tenemos soluciones para arreglarle la vida a todo el mundo, para arreglar la vida de la familia, de las sociedades, pero sin embargo no empezamos por la parte más importante y que sí está al alcance de nosotros mismos. Que es ver qué hay dentro de mí, qué debe cambiar, qué hay dentro de mí que debe ser superado, limado.
Porque para que Jesús que viene ocupe más espacio dentro de nosotros, hay que hacerle espacio, y a veces en nuestra vida hay espacios ocupados por otra realidad. Sentimientos e historias que no son propiamente las de Jesús, las de Dios.
San Pablo ese gran evangelizador nos dice en la segunda lectura, en la carta a los Filipenses; él escribe a sus comunidades, les da seguimiento, les da consejos, les anima, y dentro de ese rol de animación de Pablo para con sus comunidades, les dice que confíen en ese Dios que va a ir llevando adelante la obra que un día comenzó en ellos. Y aquí también entra el factor tiempo. Necesitamos tiempo para avanzar en el camino del Señor y darnos cuenta que el timón no lo llevamos nosotros, lo lleva a Él. Nosotros tenemos que estar conscientes que todo lo que vamos avanzando, creciendo, superando, perfeccionando, es obra del Señor. Él es el que lleva el timón.
A veces nosotros somos tan controladores y tan autosuficientes, que incluso el camino de la vida espiritual, la vida en Cristo, nosotros queremos también hacerlo a nuestra manera, llevar el control nosotros. Y entonces no le permitimos al Espíritu del Señor que sea el que nos guíe.
En este Adviento, ¿qué tenemos que hacer? Muy sencillo, dejarnos guiar. Y a nosotros nos cuesta mucho trabajo dejarnos guiar sobre todo por el Espíritu Santo. No pocas veces nos hemos dejado guiar por quien no deberíamos, pero ciertamente es el Espíritu Santo el que nos debe guiar y nosotros ser dóciles a esa voz del Espíritu. Qué bueno darnos cuenta que también a veces los caminos son difíciles. De hecho, el camino, el momento que estamos viviendo en esta tierra cubana es muy difícil, muy duro, y a veces pensamos que la montaña es tan grande que no se pueda traspasar, que no se puede vencer y entonces, como estamos centrados en nosotros mismos y nos vemos débiles, pequeños, agobiados, entonces de repente tenemos miedo a avanzar. Tenemos miedo a ir adelante y nos vemos de repente superados por las circunstancias, y decimos ya no puedo más.
Mira ciertamente puede que haya muchos momentos en que nosotros humanamente no podemos más. Claro, somos débiles, somos limitados, ahora, pero con la fuerza del Señor, con la guía de Dios, esos caminos de repente, esas montañas se allanan. Porque Dios va también ayudándonos, va facilitándonos ese camino. Pero qué es lo importante, nosotros estar pegados a Dios, configurados al Señor, para contar con la fuerza de Dios, con el poder de Dios, con el amor renovador del Señor. Hay que estar pegado al Señor.
Sin embargo, si en este Adviento nosotros estamos pegados a nuestra historia, a nuestro dolor, lo dice en la primera lectura el profeta. Sabemos lo que significa Jerusalén, el profeta invita a vislumbrar la gloria del Señor. Estamos llamados a la gloria de Dios, y el tiempo de Navidad que nos preparamos para vivir, es un tiempo glorioso, y nosotros tenemos que entender que Dios tiene poder, con Él hay gloria, con Él hay salvación, y con Él habrá un final bueno, y nosotros dudamos de ese final.
Porque a veces vemos que la felicidad y el tiempo que esperamos se pospone, y se pospone, y sufrimos, y nos encerramos en ese dolor, nos desesperamos, nos agobiamos. De repente vemos que todo es tiniebla, todo es desesperación. No, hay una luz en medio de la tiniebla. Hay un camino que recorrer, y un camino que no vas a recorrer solo, que estás invitado a recorrer con el Señor.
Vamos entonces en nuestros hogares, a ver de qué manera hacemos espacio. Hay que liberar espacio, hay muchos espacios ocupados. Vamos a hacerle espacio al Señor que quiere nacer en nuestro hogar, que quiere nacer en nuestro corazón. Que el Señor encuentra una casa bonita, renovada, y que podamos disfrutar de esa gloria a la que el Señor nos invita con su nacimiento, con su entrada al mundo. Que así sea.