Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez, 17 de marzo de 2024, V Domingo de Cuaresma
Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
17 de marzo de 2024, V Domingo de Cuaresma
“El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor” Juan 12, 26
Hermanos,
Ya estamos como dijimos al principio en la quinta semana, yo estamos pensando en la Semana Santa, ya estamos tratando de conseguir los ramos benditos para celebrar el Domingo de Ramos, en las comunidades empiezan a hacer los actos penitenciales, a los fieles se le llama a que dediquen un tiempo para prepararse para el sacramento de la Reconciliación, la confesión, puede ser que el nuevo pasado un tiempo sin habernos acercado a Dios para reconciliarlos con Él tengamos o no pecado grave, eso es bueno confesarse ante el Señor, pedir perdón, acudir al sacramento de la confesión en la parroquia, en la iglesia, donde hay un sacerdote dispuesto a confesar.
Es hora de meditar en nuestra vida, cómo va mi vida, que haré, así estaba Jesús. Claro, nosotros estamos meditando a partir de la experiencia de Jesús. Jesús estaba viviendo la experiencia, su experiencia de manera inédita, Él, Hijo de Dios, Dios y hombre, estaba caminando hacia la cruz allá en el Calvario. ¿Para qué? Para salvarnos. Por eso es que nosotros los domingos anteriores, hemos encontrado, pues, aquellos pasajes en los que Jesús tenía que aclarar quién era Él, para que había venido, tuvo que reprender a Pedro, cuando Pedro le dijo si tú vas a morir en Jerusalén no vas, no vas, tiene que irte y Jesús fue capaz de decirle, apártate Satanás apártate. Yo tengo que cumplir la voluntad de mi Padre,
Vemos en los domingos anteriores también como le empezaban a preguntar, y Jesús hablaba un poquito, más desahogaba un poquito más, en el sentido de ir develando poco a poco, quién era Él, a qué había venido al mundo. En domingos atrás vino el pasaje aquel de los vendedores en el templo y Él, y Él les dice este templo que ustedes contemplan tanto y que costó tanto tiempo, eso en tres días yo lo vuelvo a rehacer. Hablaba de su cuerpo, es decir ya prefiguraba, hablaba ya de la resurrección.
En ese ambiente eso es bueno, por un lado, Jesús sabiendo lo que iba a pasar, que estaba viviendo momentos de angustia, aquí lo dice, lo dice claro, en un momento determinado. Fue pues precisamente llegué a esta hora para enfrentar esta angustia, lo dice así, Él estaba viviendo esa angustia. Él pensaría Dios mío, para salvar a los hombres, el Hijo de Dios, Dios mismo, tiene que venir a enfrentar esta agonía, este juicio, esta angustia; vamos a utilizar la misma palabra, ese es el ambiente psicológico y espiritual que Jesús vivía.
Pero los discípulos estaban desconcertados, porque lo tenían a Él como a ese Mesías, a ese que venía a restituir a Israel, ese que daría gloria al templo, y se encuentran con un hombre que él mismo decía que iba a Jerusalén y que allí iba a ser muerto, juzgado con bandoleros, enterrado. Entonces se vivió una tensión, una tensión psicológica y espiritual de ambas partes, pero eso se reflejaba en la gente.
Nosotros vemos como en ese período, es que cuando más publicanos, fariseos y sobre todo escribas y doctores de la ley, se le acercaban a Jesús, porque como Jesús empezaba a hablar de quién era Él, entonces empezaban a, cómo puede éste decir que Él y su Padre son una sola cosa, cómo puede, se quedaban así. Pero Jesús sigue su camino y Jesús sabe que Él debe de cargar con la cruz si quiere hacer la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre y la del mismo es precisamente salvarnos a todos nosotros.
Entonces, Jesús camina, va a predicando, va anunciando y empieza la gente a acercársele, y entre ellos estos griegos, que seguro que eran prosélitos judíos porque fueron a Jerusalén al templo. No tenían pena llegar hasta Él, van con Felipe, Felipe va con Andrés, Andrés los lleva a Jesús. Ojalá nosotros pudiéramos llevar a otros amigos nuestros y a personas conocidas nuestras, que alguna vez nos preguntan por qué eres católico, qué significa ser cristiano, por qué tú hablas, porque tú rezas el Padre Nuestro y el Ave María, ojalá nosotros pudiéramos hacer como Felipe y como Andrés. Entenderlos, llevarlos y conducirlos a Jesucristo. Ésa es la misión nuestra, hacer que otros conozcan a Jesús.
Entonces hermanos, el Señor nos dice aquí, el que se ama a sí mismo, el que solamente piense en él, aquel que piensa que es el centro de lo existente, aquel que cree que no necesita de nadie ni de Dios, aquel que cree que la vida solamente es estar aquí y gozar lo mucho o lo poco que pueda, y no se da cuenta, buscando en su interior, aplicando la razón también, de que nosotros somos criaturas de Dios, creadas por Dios para alcanzar la felicidad y para gozar eternamente junto a Él. Y que por eso Él muere en la cruz. Y que por eso nuestra vida no podemos convertirnos en el centro de nuestra vida, porque el centro de nuestra vida es Dios, y cuando Dios se va del centro de nuestra vida, podemos ir y buscar otros centros, otros lugares, y yo puedo vivir y disfrutar, y padecer también en la vida, hay que cargar con la cruz; pero siempre sabiendo de que hay un paso más, de que no nos quedamos con lo que hemos realizado en los pocos muchos años, sino que para vivir a plenitud y vivir, tener vida eterna, vida plena, tenemos que tener a Jesús en el centro de nuestra vida.
No busquemos otras evasivas. La pregunta nuestra hoy. ¿Él está en el centro de tu vida o o no está?. ¿Él está en el centro de tu familia o no está? ¿Él está en el centro de tus aspiraciones o no está? Eso es lo que nosotros tenemos que buscar, pero para eso hermanos, tenemos que tener entonces un espíritu de conversión. Tenemos que pedirle a Dios, Señor hay tantas llamadas en este mundo que nos tiran para aquí que los tiran para allá, que muchas de ellas no quieren desviar de ti, no, yo quiero que tú seas el centro de mi vida. Entonces, hermanos, qué bueno, que este salmo, el salmo que nos ha que hemos rezado hoy. Oh, Dios crea en mí un corazón puro.
Pidamos al Señor eso. Crea en mi un corazón puro. ¿Cuál es el corazón puro? Aquel que en su corazón, en su interior, lo que busca es el bien y la verdad, que no desea amar a nadie, sino que se centra en el Señor Jesús. Y podemos seguir rezando con el salmo, misericordia, Dios mío, por tu bondad, muestra tu inmensa compasión a nosotros, lava mi delito, limpia mi pecado. Y así hemos aquí podemos seguir, oh Dios crea en mí un corazón puro, enséñame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro. No me quites tu santo Espíritu.
Hermanos pidamos eso, pensemos, ¿está Jesús en el centro de mi vida? ¿Qué es lo que hace que me desvíe? Seguro que voy a descubrir mis inconsistencias, mis pecados, las veces que digo que soy y no me comporto como cristiano, las veces que le doy más valor a otra cosa y no precisamente a la Palabra de Dios que es la que me puede guiar, las veces que dejo arrastrar por los gustos, las cosas, la vida y que nos apartan del Señor.
Hoy todo está muy lleno de muchas llamadas que nos quieren apartar de Dios. Desde una sociedad en que lo cristiano se ha ido perdiendo, entre una prensa que no nos lleva a Dios precisamente, entre unos medios de comunicación que se fijan más en lo que sobresale, en el oropel, en las figuras aquellas que son famosas no se sabe ni por qué, y hay veces que celebramos a figuras famosas, no porque hagan el bien sino porque hagan en el mal. Vamos a pedirle misericordia a Dios, vamos a acompañar a Jesús a Jerusalén, y vamos a acompañarlo diciendo Señor misericordia, he pecado contra el cielo y contra ti, como el pasaje del hijo pródigo, bendíceme, sáname, acógeme.
Sabemos que lo va a hacer, pero nosotros tengamos la responsabilidad de saber también movernos en dirección de Cristo el Señor. Por eso acompañamos a Cristo, sabiendo que tendremos misericordia de Él y sabiendo que Él nos va a ayudar a cargar con la cruces; porque en nuestra vida siempre vamos a estar peregrinando hacia un final, un final que como dice el texto, para los que esperan en el Señor, en su misericordia, para los que no se sienten con vanagloria, ni pretenciosos, sino que buscan que Jesús sea el centro y esa luz los guía hasta el final, ellos tendrán misericordia, y el Señor les ayudará a cargar la cruz que lo necesitamos. Que me diga un cubano, si no necesita la fuerza y la misericordia de Dios, que me lo dijo un cubano, que le ayude a cargar la cruz, porque está ahí la cruz. Que me diga cualquier persona del mundo entero que no necesitan ayuda para cargar las cruces, que me digan, unos más y unos menos.
Pidamos al Señor, pidamos al Señor, siempre con mucha esperanza y confianza, como en la primera lectura que dice el Señor, yo, al final, yo vendré a sanar vuestros corazones. Sí, hermanos, el sana nuestro corazón, por eso misericordia Señor, misericordia, hemos pecado. Cargando nosotros la cruz, acompañamos a Cristo a cargar la cruz, la cruz nuestra por esta vida que está llena de sinsabores muchas veces, y en la que el pecado tiene tanta presencia, por eso es que no hay justicia y no hay muchas cosas necesarias, a buscar la cruz de Cristo que es la que nos lleva a la verdad.
Que el Señor nos ayude a vivir así con mucha confianza, no dejemos perder estos días que no quedan de la Cuaresma, si no hemos ido al templo todavía, vayamos al templo, vayamos al templo allí a encontrarnos con el Señor.
Que Dios nos ayude a todos a vivir así.