Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
27 de noviembre de 2022
Primer domingo de Adviento

“¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!” Salmo 121

Hermanos,
Estamos en este primer domingo de adviento, de un nuevo Año Litúrgico. Y sabemos todos que el Adviento es un tiempo de alegre esperanza. Alegre esperanza, porque cuando hay esperanza hay motivos, en medio de las tinieblas y de las brumas, para estar alegres… porque esperamos que algo pase, que algo suceda, que algo nos pueda librar de las angustias que muchas veces la vida nos trae como personas, como familias, como pueblo.

El Adviento es un tiempo de esperanza. Y tenemos un motivo más para estar alegres pues sabemos que Cristo ha resucitado, que Cristo se ha hecho hombre, nació de la Virgen María para salvarnos y que ha vencido al pecado, al mal, a la muerte, que Cristo tiene respuestas a las interrogantes del hombre, a las interrogantes fundamentales que precisamente la principal es la misma vida nuestra. ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? ¿Qué hacemos en el mundo? ¿Para qué venimos al mundo?

Hace poco estaba escuchando una canción de un artista nuestro que, contemplando la Virgen, decía “Madre, tú que llevas ese Niño con ternura en tus brazos, ese profeta de lo que permanece, de esa vida que permanece, y no de la vida breve y dura que muchas veces vivimos” Si nos quedáramos solamente en la vida dura y breve, ¿qué sentido tiene la existencia? Pero si sabemos que hay un Profeta que selló su profecía de que Él venía a salvar al mundo con la cruz, entonces estamos alegre. Sabemos que el Señor Jesús nació en Navidad, por tanto, esta esperanza se traduce siempre en alegría.

Estas semanas vamos a estar escuchando, como siempre hacemos en cada misa, de los libros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Pero entre los libros del Antiguo Testamento vamos a tener a un profeta que va a marcar el ritmo, y ese personaje es Isaías. Isaías fue aquel que, con más ánimo, con más fuerza, con más entrega, dando al pueblo la esperanza, dijo que un profeta vendría y que ese profeta, ese hombre, ese Mesías salvaría al pueblo. Isaías fijémonos bien, y es bueno que ustedes busquen con todas las facilidades de comunicación que tenemos, busquen los textos de la misa de cada día para que puedan seguir lo que nos dice el profeta Isaías apuntando siempre a la venida del Mesías.

El otro personaje ya cercano a la Navidad, la semana antes, es san Juan Bautista. Si Isaías lo profetizó, lo anunció, en el tiempo cientos de años antes de que llegara Jesús. San Juan Bautista lo anunció directamente y anunció, este es el Hijo de Dios, este es el esperado. San Juan Bautista es aquel que nos indica quien es el Mesías.
¿Cuál es el otro personaje? La Virgen María. La Virgen María como judía que era esperó al Mesías, pero como madre que era de ese Mesías, ella lo llevó en su seno nueve meses. Esa es la espera que toda mujer siente cuando está en estado y sabe la alegría que le traerá ese hijo y de la esperanza que tiene puesta en él.

Entonces fíjense bien, un tiempo de esperanza, un tiempo de alegría, con estos personajes del Antiguo y el Nuevo testamento: Isaías, Juan Bautista y la Virgen. Juan Bautista y la Virgen están en el tránsito, él lo anuncia, la Virgen lo lleva en su seno, siente su muerte, su cruz y también se alegra de la resurrección. Ese es el marco espiritual que nos tiene que llevar a vivir el tiempo de Adviento. Vemos que el color es morado, un color sobrio, para decirnos que es un tiempo de preparación. Aquí viene la cosa. Si sabemos que el Mesías viene, los profetas los que decían era que Él vendría pero que había que prepararse. Preparación.

Por eso en la primera lectura del profeta Isaías, nos dice que tenemos que prepararnos para llegar a ese encuentro con el Señor. En la segunda lectura de la carta a los Romanos, Pablo dice, vamos a conducirnos en pleno día con dignidad, y empieza a numerar aquellas cosas que uno tiene que eliminar en su vida; tendremos que eliminar muchas cosas más, cada uno sabe lo que tiene que eliminar… borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de riñas ni de violencia. Ésa es la preparación que tenemos que tener.

En el evangelio se nos habla de que el Mesías vendrá. A la vez el Señor nos dice que vendrá de una manera sorpresiva. El pueblo sabía que vendría el Mesías, Jesús nació en Belén y casi nadie se dio cuenta, pero el Mesías vino. No sabemos cuándo será su segunda venida, pero sabemos que ya vino, que está con nosotros, nos iluminas con su palabra, se entrega en los sacramentos. La segunda venida del Señor, ¿cuándo será? Solamente Dios lo sabe, pero tenemos que estar preparados. Al pueblo de Israel los profetas le decían prepárense, porque ustedes se sientan aplastados ahora Él vendrá a salvarlos. El Señor nos dice ahora, prepárense, porque el Señor vendrá un día a preguntarnos a nosotros ¿qué hiciste con la vida que yo te di y te regalé? Entonces tendremos que darle cuenta.

Aquí nos dicen prepárense porque no sabemos el día ni la hora. Preparación, es lo primero que tenemos que tener.

La segunda cosa es que una vez que estamos convencidos por la fe de que ese Mesías vendrá, en nosotros empieza a transformarse algo. Esa esperanza que siempre es alegre, esa esperanza nos lleva a vivir reconciliados con Dios, nos lleva a tener serenidad, confianza, nos lleva a no dejarnos llevar por la desesperación que es lo contario a tener esperanza. Eso nos da la alegría de saber que Cristo está en nosotros y nosotros debemos estar con Él.

Por eso las lecturas de hoy desde la primera y sobre todo el salmo nos dicen, vengan subamos al monte del Señor, a la casa de Jacob, él nos va a instruir en sus caminos, marcharemos por sus sendas porque de él vendrá la ley y de Jerusalén la palabra del Señor.

Es la invitación de decirnos a todos nosotros como estamos aquí hoy celebrando la Santa Misa, vengan, vengan, acudamos a la casa del Señor, no desperdiciemos esta oportunidad y este momento. Cuántas personas desearían ese momento de conocer que la vida tiene sentido, que el sufrimiento puede pasar, pero tenemos que convertirnos para acercarnos al Señor. Es la invitación a reunirnos en comunidad para alabar al Señor. Alabando al Señor damos también testimonio de nuestra fe. Alabamos aquello que estamos seguros es un bien.

El salmo es un poco más, ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta, allá suben todas las tribus de Israel… hermanos, millones de personas suben hoy también a encontrarse con el Señor Jesús, los cristianos del mundo entero en estos días de preparación. Nosotros también acudamos, no dejemos pasar la oportunidad.

Si nosotros habíamos tenido un año en el que tal vez nos quedamos con aquello de la pandemia de que la misa es por la televisión, como esta que se está transmitiendo para aquellas personas que no pueden acudir. Nosotros hagamos el esfuerzo de acudir con toda la comunidad a encontrarnos con el Señor en el templo, celebrando la eucaristía, escuchando su palabra, los comentarios que se hacen, la vivencia de lo que hace la comunidad… ¡Qué alegría Señor cuando vamos a tu casa porque ahí estás Tú! El centro del universo, el Señor de la historia, Aquel que nos rescató.

Hermanos recordemos también en este momento, al final de este comentario la frase del poeta que yo dije, Madre, Madre de la Caridad, tú que llevas a tu Hijo con ternura porque lo esperaste nueve meses, a ese hijo que fue profeta de esperanza y de la vida que perdura, alcánzanos Señor la gracia de la conversión para también nosotros poder recibir esa vida que nunca se agota y que supera con creces esta vida que es frágil, que es temporal, que es breve, y que muchas veces es dura.

Que el Señor nos ayude hermanos a vivir así este tiempo de Adviento, este tiempo de esperanza.

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