Irradia
6 de noviembre de 2022
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
“Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará.” Macabeos 7,14
(Música, Dios de vivos, Javier Brú)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Dios de vivos, Javier Brú)
En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.
Que llegue hasta Ti mi súplica Señor, inclina hacia mí tu oído a mi clamor. Dios omnipotente y misericordioso aparta de nosotros todos los males, para que con el alma y el cuerpo bien dispuestos podamos con libertad de espíritu cumplir lo que es de tu agrado.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Una alegría, un gusto siempre poder compartir con ustedes dondequiera que se encuentren este pedacito de domingo, compartir la Palabra de Dios, que la liturgia de este XXXII domingo del Tiempo Ordinario, nos propone para nuestra reflexión y para nuestro enriquecimiento espiritual.
En el evangelio de hoy, Jesús afirma con toda claridad y firmeza que los muertos resucitarán. La primera lectura tomada del libro de los Macabeos, la misma fe en la resurrección mantuvo firmes a estos siete jóvenes que murieron martirizados. La segunda lectura, tomada de una de las cartas de san Pablo el apóstol, nos habla de los sufrimientos que le infringen la perversidad de sus enemigos; el confía en Cristo y permanece firme aguardando la venida del Señor.
El evangelio de hoy, está tomado del evangelista san Lucas, en el capítulo 20, versículos del 27 al 38.
(Lectura del evangelio de San Lucas, capítulo 20, 27-38)
El pasado martes 1ro de noviembre comenzando el mes, celebramos la fiesta de Todos los Santos. Una Fiesta que nos recuerda en primer lugar, que todos estamos llamados a la santidad; el Señor Jesús nos dice en el evangelio “sean santos como su Padre Celestial es Santo”. Y el Señor no nos pide nada imposible, no nos pide nada para lo cual no nos dé las gracias y las fuerzas que necesitamos para poder llevarlo adelante. Si nos pide ser santos, es porque podemos ser santos; lo que tenemos que preguntarnos es en qué consiste ser santos.
A veces pensamos que ser santos consiste en hacer milagros, o que ser santos consiste en tener grandes conocimientos de teología, de filosofía, ser un gran predicador, que ser santo consiste en someternos a penitencias intensas, fuertes. Realmente eso puede ser algo, en nuestro camino de santidad, pero no es la santidad. Ser santos es hacer siempre, en todo momento y en toda circunstancia la voluntad de Dios; es cumplir el mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, de hacer el bien cada día sin cansarnos, sin alardes, sin pensar que somos los mejores; pero confiados en el Señor, hacer cada día el bien. Tender la mano a quien lo necesita, compartir con todos, ser capaces de perdonar y de pedir perdón.
En eso consiste la santidad, en santificarnos en nuestras obligaciones diarias como hijo, como padre, como esposo, como esposa, como trabajador, como estudiante, haciendo en cada momento de la vida lo que tengo que hacer. Todos estamos llamados a la santidad. Para eso nos ayudan el ejemplo de los santos. Los santos están en nuestras iglesias, en nuestros altares no solamente para que vayamos a pedir que intercedan por nosotros; en la comunión de los santos intercedemos los unos por los otros. Estamos unidos. Esta iglesia militante que está todavía en este mundo, con esa iglesia triunfante que está ya en el cielo. Ellos no se desentienden de nosotros, ellos nos ayudan e interceden porque están más cerca de Dios.
Si yo le pido a un hermano mío, de mi comunidad, que interceda por mí, que rece por mí porque estoy enfermo, porque tengo un problema, porque tengo que resolver algo y me pongo en las manos de Dios, y le digo hazme el favor reza por mí, encomiéndame. Si yo se lo pido a un hermano mío que es pecador como soy yo, cómo no se lo voy a pedir a aquellos que ya están en la presencia del Señor porque llevaron una vida de santidad, porque siguieron el camino del Señor, porque son para nosotros modelos. Ésos son los santos, son modelos para nosotros, modelos que como humanos que somos con debilidades y fragilidades, a pesar de eso, podemos recorrer el camino de la santidad, es posible, hombres y mujeres de carne y hueso ser santos, con humildad pero con constancia. Confiados en el Señor y sabiendo que él nunca nos ha de faltar.
Al día siguiente, 2 de noviembre, celebramos entonces la memoria de todos los fieles difuntos. La iglesia nos invita a orar por todos aquellos que nos antecedieron en el encuentro con el Señor. Por nuestros familiares, por nuestros amigos, por nuestros conocidos, pero también de manera particular por la almas del Purgatorio. También, y me gusta recalcarlo para que lo tengamos presente, por tantos que ya no tienen a nadie que ore por ellos, porque ya no los recuerdan, o porque los que están no saben de esto, de pedir, de interceder ante el Señor por sus familiares, por sus amigos difuntos. La iglesia pide por todos los fieles difuntos, para que el Señor perdone sus faltas, sus pecados, y les abra las puertas de la vida eterna, para que puedan llegar al lugar del consuelo, de la luz y de la paz.
La celebración de todos los fieles difuntos nos recuerda algo importante, que perdemos de vista incluso nosotros los cristianos. La muerte no es el final de todo, la vida no termina en el polvo de la tumba, la muerte no es el punto final a la vida; la muerte es una puerta que se abre, una puerta que todos tenemos que atravesar para encontrarnos con el Señor cara a cara, con Aquel a quien hemos tratado de servir, de amar en este mundo para después gozar eternamente de Él en su presencia. Ese paso que siempre es difícil, difícil para los que lo atraviesan, pero también difícil para los que quedan; pero que no debe ser ocasión de tristeza o dolor, porque es el encuentro con Aquel que nos ama hasta el punto de haber entregado su vida, de haber derramado su sangre para que pudiéramos al final de nuestra vida encontrarnos con Él.
Siempre digo que no tenemos que temer a la muerte, es una realidad que tenemos que pasar por ella. A veces dura, a veces difícil, pero nos ayudará a dar ese paso el Señor. Estará a nuestro lado san José, que estuvo auxiliado por la Virgen y Jesús, así lo ha vivido a lo largo de la historia la fe de los cristianos; por eso los cristianos han llamado a san José el abogado de la buena muerte. Que en ese momento él nos ayude y nos de la mano, nos ilumine para ese tránsito. Creo que para el cristiano lo tremendamente terrible es no estar preparado para ese momento; porque la misericordia de Dios es infinita, la paciencia de Dios es infinita, el Señor siempre nos da una nueva oportunidad. No importa cuán grande sea nuestro pecado, siempre tendremos la oportunidad de reconocerlo, de arrepentirnos, de comenzar un nuevo camino con el Señor.
Pero ese tiempo es este, el tiempo de la misericordia y la paciencia de Dios es el tiempo que vivimos en este mundo, cuando el Señor nos llame ya no habrá oportunidad para convertirnos ni para cambiar; no podremos decir Señor espera un momentico que ahora voy, no. Tenemos que estar alertas, cuando nos encontramos con el Señor, cuando descubrimos que tenemos que arrepentirnos de nuestras faltas, cuando sentimos el dolor de nuestros pecados, de haber hecho el mal, de no haber hecho el bien, de haber tendido la mano, de no haber perdonado, de no haber pedido perdón. Ese es el momento de comenzar a caminar. No podemos dejarlo para mañana, para más tarde, para después porque eso no existe; lo que existe es el ahora. Ahora es el momento del amor y la misericordia de Dios, la oportunidad que Dios nos da.
Tenemos que aprovechar esa oportunidad, para que cuando nos llegue el momento estemos, como las vírgenes prudentes, con las lámparas encendidas esperando al Señor. Para que en vez de ser un momento de tristeza y dolor sea de alegría, la alegría del encuentro con Aquel que sé que vendrá, la alegría del encuentro con Aquel a quien he servido, Aquel que hizo exclamar a san Pablo para mí morir es ganancia pro que me voy a encontrar con Cristo; o como a santa Teresa de Jesús muero porque no muero, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. No entristecernos, no sentir miedo ante la realidad de la muerte, para que cuando ese día llegue, sea un día de gozo.
En el evangelio de hoy el Señor nos asegura que resucitaremos el último día; pero además lo va a refrendar con su propia vida, porque morirá en la cruz pero al tercer día resucitará vencedor del mal y de la muerte. El Señor en el momento en que todo el mundo pensaba que había sido vencido, que todo lo que había hecho era inútil, que ya no había más oportunidades, en el que se dispersan los apóstoles, cuando los discípulos de Emaús van a regresar a su pueblo. Es el momento en que el Señor triunfa resucitando, venciendo el mal y la muerte, dándonos la fuerza para que también nosotros podamos vencer el mal y la muerte.
Sabemos que la vida no termina con la muerte, pero el Señor nos dice más, al final de los tiempos resucitaremos con nuestro cuerpo glorioso. ¿Cómo? No sabemos, pero sí sabemos y estamos ciertos porque el Señor Resucitó gloriosamente, no como un fantasma, no como un espíritu. No creemos en fantasmas ni en espíritus. El Señor resucitó con su cuerpo. Cuando los apóstoles, en sus apariciones resucitado se quedaban asombrados, les decía, denme de comer, no soy un fantasma, soy Yo, el mismo; pero su cuerpo estaba glorificado.
¿Cómo? No sabemos, no tenemos explicación para eso, pero sabemos que es cierto porque el evangelio nos lo narra así, sabemos que es cierto porque el Señor nos dice que resucitaremos el último día. En el evangelio de hoy de san Lucas nos lo asegura, también nosotros resucitaremos, este cuerpo nuestro que muere en debilidad resucitará para la gloria eterna, para la alegría eterna si durante nuestro tiempo en este mundo nos hemos esforzado en seguir el camino del Señor. No importa que hayamos tropezado, que hayamos caído, el Señor nos ha dado la mano si estamos dispuestos a seguir cada día, a levantarnos, a no darnos por vencidos… Entonces sabemos que el final de los tiempos será la resurrección, para el gozo, la alegría, el encuentro, en que con nuestro cuerpo (este cuerpo que nos ha acompañado en debilidad y fortaleza en este mundo) resucitaremos para la vida eterna.
Entonces hermanos míos démosle gracias a Dios, gracias a Dios que nos llama a la santidad que no es más que hacer el bien; y hacer el bien es hacer de este mundo un lugar mejor. Gracias al Señor porque nos ha abierto las puertas de la vida eterna, porque la muerte no es el final triste y doloroso de aquellos que piensan que ya no hay más nada que hacer, que todo lo que han sufrido, que todo lo que se han alegrado, que todo lo que han construido se convierte en nada porque ya me voy y lo dejo todo, aunque me hagan monumentos, no importa, los monumentos no significan nada. Gracias Señor porque Tú nos dices que la muerte no es la que triunfa, que triunfa la vida; la muerte es esa puerta que tenemos que atravesar, quizás dolorosamente, pero para encontrarnos en la luz eterna que eres Tú.
Gracias porque has resucitado y nos has dado la posibilidad a nosotros también resucitar el último día, con este cuerpo que nos has dado, con el que hemos reído, con el que hemos llorado, con el que hemos caminado, con el que hemos construido, con el que hemos pecado pero también con el que hemos hecho bien. Al final de los tiempos este cuerpo resucitará, seguirá a mi alma inmortal para entonces ya no separarnos jamás.
Cuántas cosas por las que darle gracias a Dios, cuánta alegría para aquellos que piensan que la vida es tristeza y dolor nada más, que la felicidad no existe. El Señor nos está diciendo sí, hay que saberla cuidar. Nosotros los cristianos lo sabemos, no para consolarnos vanamente, sino porque creemos en el Señor. El Señor que nos ha llamado a sr santos, el Señor que murió para resucitar y vencer el mal y la muerte, para abrirnos las puertas de la vida eterna para que al final de los tiempos nosotros podamos disfrutar de la alegría y el gozo de la resurrección.
Que así el Señor nos lo conceda.
(Música, Te amo, Siervas)
Ahora hermanos confiados en que el Señor siempre nos escucha, siempre nos responde, presentemos nuestras súplicas.
En primer lugar por la Iglesia, de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros, para que confiados en el Señor demos testimonio de Él en medio de nuestros hermanos que aun no lo concen. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos también por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida, para que podamos encontrar en Cristo consuelo, fortaleza y esperanza. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que muchos jóvenes y muchachas generosos escuchen el llamado del Señor y le respondan. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Para que el Señor libre a nuestra ciudad, a nuestra familia, a nuestra patria, de enfermedades, catástrofes y epidemias. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por todos los difuntos, por nuestros familiares y amigos difuntos, pero también por aquellos que nadie recuerda ni reza por ellos, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en su descanso, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos los unos por los otros, para que podamos esforzarnos por ser santos, como nuestro Padre Celestial es Santo, para que así cuando el Señor nos llame, nos encuentre con las lámparas encendidas aguardándolo y sea un momento de alegría y de gozo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que quedan en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ahora recemos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en tentación,
Y líbranos del mal.
Amén
Hermanos como siempre una alegría, un gozo, haber podido compartir este rato con ustedes. Deseo que tengan un feliz domingo, recuerden pasarlo con la familia, con sus amigos, acoger aquellos amigos que están lejos de sus familias y necesitan esa compañía particular en este día. Disfrútenlo, disfruten el domingo y que tengan todos una buena, feliz y bendecida semana.
Que la bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes, sus familiares, sobre sus amigos y los acompañe siempre. Amén.
Les ha hablado el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba, un gusto haber estado este rato con ustedes. Hasta la próxima.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección general, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para
(Música, Sé que está ahí, Luna Eikar y Militantes)