Homilía
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
30 de octubre de 2022
Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
“Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me hospede en tu casa” Lucas 19, 5
Mis hermanos,
El Evangelio de este domingo nos habla de un Dios misericordioso. De un Dios que se lanza en la persona de Jesucristo a buscar, a salvar al que estaba perdido. Y no sé, pero en los tiempos en que vivimos no somos pocos los que nos sentimos necesitados de salvación. No, no somos pocos los que nos sentimos perdidos en medio de tanto pecado, de tanta angustia, de tanta desesperación y de tanta injusticia. Necesitamos definitivamente de un Dios que se lance, de un Dios que, sin reparar en consecuencias, venga a nuestro encuentro para levantarnos, necesitamos ser levantados.
Qué bueno que nosotros, al ver este personaje, al ver a Zaqueo, también recordemos la necesidad de la humildad para liberar el accionar de nuestro Dios. Qué bueno sentirnos pequeños, sentir que no podemos solos, sentir que estamos necesitados de ir al encuentro del Señor, de esperar que el Señor pase, de estar atentos por dónde viene el Señor, porque necesitamos de su acción, necesitamos de su misericordia.
Qué bueno que también mirando el libro de la sabiduría, la primera lectura, nos demos cuenta de algunas palabras que tienen que resonar constantemente en nuestro corazón, como por ejemplo la palabra compasión. Compasión que no tiene nada que ver con la lástima. A veces nosotros confundimos lástima con compasión. No, nunca debemos sentir lástima ni de nosotros, ni de nadie, y a veces las circunstancias pareciera que nos llevan a sentir lástima de nosotros mismos. La lástima no tiene nada que ver con el cristianismo, la lástima destruye, paraliza, aniquila, nunca debemos sentir lástima de nadie. Jesús sentía compasión, sentía la necesidad de que de que ese amor, del cual estaba lleno su corazón, se desbordara ante la necesidad y la miseria de las personas que encontrara. Ahora esto nosotros lo tenemos que vivir como una cadena. No podemos definitivamente pedir compasión para nosotros, si nosotros mismos no somos capaces de generar la compasión hacia los demás.
Qué bueno que nosotros que deseamos, y lo deseamos, y lo pedimos, y lo oramos, que deseamos una sociedad nueva, una sociedad mejor, una sociedad distinta; nosotros nos preocupemos en no cometer los mismos errores que nosotros hoy sufrimos. No se puede construir nada nuevo sin la compasión. No se puede construir nada nuevo sin la misericordia.
Hay una, una encíclica muy, muy hermosa. del Papa Juan Pablo II, que se llama divise misericordia, que habla de cómo no solamente hace falta la verdad, no solamente hace falta la justicia, sino que tanto la verdad como la justicia tienen que estar iluminadas por la misericordia. Y por eso muchas sociedades, muchos sistemas, han fracasado, porque no se ha tenido una clara idea, una práctica real de lo que es la misericordia, de lo que es la compasión. No, no se puede construir destruyendo definitivamente.
El Señor nos pide construir con el amor, y siempre desde la mirada de un Dios que quiera hacer nuevas todas las cosas, pero desde el amor. No se puede construir nada nuevo sin la dimensión de la misericordia, de la dimensión del amor. El Señor viene en nuestro auxilio, que a nadie le quepa duda que el Señor viene en nuestro auxilio y pide de nosotros, pide el todo de nosotros en la construcción de su reino.
Ahora no podemos ser agentes efectivos en la construcción del Reino de amor del Señor, si nosotros no usamos las herramientas de Dios, no podemos usar las herramientas de este mundo. El libro de la sabiduría nos habla, nos dice, cómo el señor no odia a nadie. No se puede construir con el odio, no se puede construir con la venganza. El odio no construye, el odio continúa la cadena destrucción.
Creo que el mejor modo que nosotros como cristianos tenemos de reivindicar las circunstancias de injusticia, de odio, en la cual podemos vivir, el mejor modo de reivindicar eso, es no ser como esas personas que nos llevan al odio, que nos llevan al enfrentamiento, que nos llevan a destruirnos los unos a los otros. No, no el mejor modo de nosotros de construir algo distinto es no ser como ellos. Mirar a esas personas que nos quieren llevar al enfrentamiento y al odio, y decirles, yo no quiero ser como tú. Yo quiero construir algo nuevo, algo distinto.
Y ciertamente la humildad es la clave de todo eso. La humildad que nos lleva a vernos como Zaqueo pequeños y necesitados de que el Señor venga a mí. Porque no podemos construir nada sin el Señor. Todo con Él nada sin Él. Y qué bueno que delante del Señor. Nosotros seamos los primeros que nos demos cuenta que necesitamos cambiar. Yo soy el primero que tengo que cambiar, para que después los demás cambien, para que después cambie la sociedad.
Vamos a pedirle eso al Señor. Señor soy pequeño, estoy necesitado de Ti, ayúdame a cambiar para ayudar a cambiar a mis hermanos, y para participar de un modo efectivo en la construcción de tu Reino de amor.
Que la Santísima Virgen María de la Caridad del Cobre desde acá, desde su Altar Mayor de esta tierra cobrera, nos ayude en esta difícil pero necesaria misión de construir sobre el amor.
Que así sea.