Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 18 de septiembre de 2022
Domingo XXV del Tiempo Ordinario

 No pueden servir a Dios y al dinero” Lucas 16, 13

Hermanos,

En la oración al comenzar la misa, la voy a leer de nuevo porque hay veces que no escuchamos bien, o no me expreso bien. Dice “Dios nuestro que en el amor a ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda la ley”, fíjese bien, en el amor a Dios y al prójimo, no aquello de decir yo me entrego y hago cambios sociales, políticos y económicos. Qué bueno, ojalá que sea siempre así, porque hay veces que decimos mucho esto y al final, como dice el refrán nuestro, el tiro sale por la culata. No, también hay que amar a Dios porque si una cosa falla, pues se tambalea esa primera de ayudar a los demás, porque en el amor a Dios es que reconocemos que todos somos hijos de Dios. “Señor, que en el amor a ti y al prójimo has querido resumir toda la ley para que para que podamos alcanzar la vida eterna”.

Bien hermanos, ya teniendo eso como un principio claro, es eje central de nuestra fe, vamos a las lecturas. Esta primera lectura es del profeta Amós y el profeta Amós fue un hombre recio. Un hombre que tenía, usaba palabras duras, hombre llano, de pueblo; y veía cómo vivía entre la gente, veía el sufrimiento de la gente. Entonces él vio que mucha gente clamaba a Dios, pero, sin embargo, no amaba a su hermano. Por eso que pone tantos ejemplos aquí. Se acuestan el hecho de marfil tumbados sobre camas, beben vino generoso, se ungen con los mejores perfumes y no le duelen los desastres de José, es decir, del pueblo de Israel. Por eso irán el destierro a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.

Es decir, si amamos a Dios, tenemos que expresar nuestro amor a Dios, amando a los hermanos y fíjense bien, que el amor a Dios es lo primero que debe guiar nuestras vidas, el amor a Dios, pero no se puede separar una cosa de otra, porque son inseparables: el amor a Dios y el amor a los hermanos.

En esta lectura del Evangelio que nosotros hemos escuchado, vuelve a tocar el mismo tema, pero de otra manera. Es decir, cómo nosotros nos metemos en los negocios del mundo y nos olvidamos de la justicia. Y nos olvidamos de Dios. Este hombre era un hombre hábil, pero la habilidad ¿para qué la utilizó? ¿Para el bien de los demás, para engrandecer al pueblo, para él también engrandecerse, su familia? No, para aprovecharse y le quitaba al amo lo que le correspondía al amo a través de sus artimañas, pues lo que trataba era de sobrevivir.

Hay otra frase que nosotros decimos mucho entre nosotros, y perdón es que la abuse tal vez de eso, esa hacía número ocho y eso todo el mundo creo que él me entiende. Él hacía todas las trastadas que quería con tal de salirse con la suya. Él no tenía la justicia, ni tenía a Dios en su mente como primera cosa, lo de él era salvarse él.

En la carta a Timoteo, Pablo le recuerda, Timoteo es un hombre joven nombrado obispo, le recuerda que él tenía que ser testigo, tenía que dar testimonio con su palabra, con su vida. Y él dice, le dice, así como un resumen, pues Dios es uno y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres y ese hombre es Jesucristo. Y yo estoy aquí para anunciarlo. Es decir, nuestra vida, hermanos tiene que estar centrada en Cristo. Y vamos al tema, el tema es el siguiente. Yo ¿Dónde tengo puesto a Dios en mi vida? ¿Yo me dejo llevar por las cosas inmediatas? Es un tema que constantemente la palabra de Dios nos toca, o ¿yo tengo a Dios en mi corazón y en mi vida y quiero que su palabra sea la que rige a mi vida? Esa pregunta tenemos que hacérnosla. ¿Qué tiempo yo le dedico a Dios y a escuchar su palabra? ¿Y qué tiempo yo me dedico o dedico como estos hombres del profeta Amós? Que dice, viven una vida regalada, viven una vida que hacen lo que quieren, que explotan a los pobres con tal de qué, de beneficiarse.

Estas personas a quién tienen primero, ¿a Dios o tienen primero su propio criterio para salvarse, para vivir mejor, para utilizar las cosas, que todo lo que tienen, no es al servicio de los demás, sino solamente como provecho propio? Olvidándose del daño que le pueden hacer a los demás. Pero no vamos tan lejos, hermanos. ¿Qué tiempo dedicamos a Dios? ¿Qué tiempo le dedicamos a las cosas del mundo? Que es necesario dedicársela. ¿Pero dónde tenemos puesto a Dios en nuestra vida, dónde? ¿Dónde lo tenemos puesto? ¿Es Aquel que me guía? O es Aquel que yo sí creo en Él, le dedico un tiempo, pero para mí no significa mucho, porque siempre lo tengo en un segundo, en el tercer plan. Si ocurre cualquier cosa, enseguida con facilidad abandono hasta el ir a misa los domingos. Abandono hasta leer la palabra de Dios. Abandono el ir reunirme con la comunidad cristiana. Abandono el orar por los demás.

Hermanos, el Señor nos pide que nosotros miremos hacia Él, miremos hacia Él. Que nosotros le tengamos como el centro de nuestra vida. Eso nos va a ayudar, a amarlo a Él y amar a los hermanos. Vamos a hacer ese ejercicio. Vamos a hacer la promesa de en esta semana quererme encontrar más con Dios, para dedicar un tiempito más de cada día de mi vida, en esta semana, dedicárselo a Dios. Yo le puedo dedicar el día entero a Dios, Señor estoy en tu santa presencia y acordarme de que siempre está conmigo, pero hay momentos en que uno tiene que dejar lo que está haciendo y decir, este es el momento hoy especial, que le voy a dedicar a unirme más, a encontrarme con el Señor en la oración, en la lectura, en atender a un enfermo.

Vamos a pedir eso, hermanos, porque sabemos que en el amor a Dios y al prójimo es donde está nuestra salvación y es donde el mundo se puede transformar. Así, amándonos unos a otros como Dios quiere. Lo demás son propuestas de los hombres, con mayor o menor éxito, con mayor o menor bondad, con mayor o menor sinceridad, pero lo que sí es capaz de transformarnos a nosotros, nuestra familia, al mundo es precisamente, teniendo a Dios como el centro de nuestra vida, a Jesucristo como mi Salvador, y tratar a los demás hermanos como a mí mismo, que eso es lo que el Señor nos pide, y desea.

Que el Señor nos ayude a vivir así.

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