Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
11 de septiembre de 2022
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo” Lucas 15, 21
Hermanos,
No cabe la menor duda que esta parábola del hijo pródigo, es un texto que no solamente desde el punto de vista de la fe, teológico, es un texto hermoso. Sino también desde el punto de vista literario. Desde el punto de vista pedagógico, es un texto que sirve para enseñar es el fin de la de una parábola. Es un texto bello y conmovedor, también es conmovedor.
Las lecturas de hoy, tenemos la primera que es del Éxodo y el segundo el Salmo, los dos del Antiguo Testamento. La tercera lectura es de Timoteo, es decir, ya después, cuando los apóstoles empiezan a predicar y Timoteo, un hombre joven que lo llaman para ser obispo de un pueblo, de una ciudad, de la Iglesia de ese lugar y después el Evangelio de San Lucas.
Vamos a sintetizar en dos ideas. La primera idea es, la misericordia de Dios. Dios es misericordioso, eso se quiere afirmar. De la misma manera que Juan en sus epístolas nos dice que Dios es amor, aquí se nos está diciendo que Dios es Misericordia. La misericordia y el amor, cuando hay misericordia, el amor está presente, el amor es el que mueve a ser misericordioso a los demás. Entonces ese es el tema. Las cuatro lecturas tocan este tema, las cuatro.
El otro tema que también las cuatro lecturas lo tocan, es el tema de la conversión. Piense bien la misericordia forma parte de la naturaleza de Dios, y así es como se relaciona con nosotros, Él es libre. Dios es libre por excelencia, precisamente por eso es misericordioso y es amor, es libre y plenamente. La otra parte es la conversión. ¿A quién le corresponde convertirse a Dios o a nosotros? No cabe la menor duda que a nosotros. Y, nosotros somos libres, y nosotros podemos escoger también entre hacer el bien y hacer el mal. Entre corresponderle a Dios y no corresponderle, en llevar una vida que nos interesa cualquier cosa, tres pepinos con tal de salirnos con las nuestras, o sí me interesa, porque sé que Dios es mi Padre, Dios está conmigo y Dios me pide precisamente que yo llevo una vida de acorde a cómo deben vivir a los hijos de Dios. Que eso significa el bien para mí y para mi familia y para los demás.
Entonces, el amor de Dios, la misericordia de Dios y el hombre. Si nosotros hiciéramos todas las cosas bien hechas, no había necesidad de convertirse. Pero sabemos todos, y siempre es bueno recordarlo, de que todos tenemos algo, por lo cual pedir perdón a Dios, algo en nuestra vida, ustedes y yo. Estas cuatro lecturas nos hablan de estas actitudes. Dios siempre dispuesto porque es misericordioso a perdonar, y nosotros los hombres que somos capaces de pecar, y lo hacemos, de faltarle a Dios, de ir por mal camino, de reunirnos con malas compañías, de hacerle el mal a los demás; nosotros también tenemos entonces que encaminarnos hacia Dios, pidiendo perdón. Esa es la conversión.
No vale la pena decir no, yo sé que el Señor al final de mi vida me va a perdonar. Te perdona, pero como tú eres libre, el Señor también quiere que tú ejerzas tu libertad y tú te apartes del mal y hagas el bien. Y hagas el bien.
La primera lectura este texto de Moisés. Moisés está en el Sinaí, es aquel diálogo con Dios cuando la entrega de los mandamientos. Y el Señor le dice, Moisés, tu pueblo es un pueblo que a pesar de que yo he hecho por él tantas cosas, que lo liberé de Egipto, es un pueblo que me quiera abandonar, me ha abandonado, se ha hecho un ídolo. Por lo tanto, ya no me quiere. Si no me quiere para que me tiene, yo lo voy a abandonar. Y Moisés lleno de corazón le dice, no, Señor, Señor, tanto que tú has hecho. No, perdona al pueblo. Dios es misericordioso. Él sabía que Él estaba dispuesto a perdonar, pero quería un gesto del pueblo, quería un gesto de conversión. Y ahí viene el pasaje de cuando Moisés le hace ver al pueblo que se ha equivocado, que se ha ido con otros dioses como nosotros vamos detrás de otros dioses muchas veces. Y no, no puede ser. Y entonces Moisés destruye aquel ídolo que se habían hecho y le dice al pueblo hay que volver hacia Dios, y el pueblo se convierte y vuelve a reconocer a Dios como a su Señor. Ejemplo de misericordia y ejemplo de conversión. Las dos cosas son van parejas una a la otra, las dos.
Si nosotros vamos con el salmo que hemos rezado. Me pondré en camino adonde está mi Padre. Es decir, en referencia al Evangelio de aquel hijo menor que le quitó todo el padre, la herencia se la quitó en vida. Y el texto dice misericordia de Dios mío por tu bondad, porque inmensa compasión borra mi culpa. Oh Dios cree en mí un corazón puro. Este salmo es uno de esos salmos fundamentales, el salmo 50, en el cual nosotros declaramos, nos reconocemos pecadores ante Dios, que somos poquitas cosas ante Dios, y que Él tiene poder sobre nosotros, pero nosotros tenemos que convertirnos. Ojalá que cada vez que cada día nosotros por la noche, por lo menos por la noche, nosotros digamos misericordia, Señor, por tu bondad, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Señor, tú me abrirás los labios, es decir, voy a proclamarte y mi vida va a cambiar.
Hermanos, ese ejercicio de conversión de reconocer ante Dios nuestras culpas hay que hacerlo. No porque nosotros no, yo soy cristiano, no, yo soy católico, no, yo voy a misa, no sí yo soy. Si nosotros no hacemos el ejercicio de conversión, hermanos, estamos mal, estamos mal. Hay veces que nos hacemos otros ídolos, ya sea el dinero, ya sea el poder, ya sea la comodidad de la vida, ya sea de aquellos que estoy bien entonces a las cosas de Dios ni le doy importancia, de tal manera que a lo mejor llegan los domingos y ni el domingo se lo dedico a Dios. O pasa el tiempo y no he hecho un examen de conciencia para decir, déjame ver, déjame analizarme como hizo el hijo pródigo, ese hijo que había ofendido a su padre y analizó, pero qué tonto soy me he apartado de mi padre. Hermanos, esa es la conversión, esa es la conversión.
Si vamos también a Timoteo nos encontramos con Pablo. Y Pablo se sincera consigo mismo y le escribe a Timoteo, fíjense que Timoteo era joven y Pablo estaba lo estaba formando. Y Pablo dio en el clavo y dice, ¿qué cosa era yo antes? dice Pablo. ¿Quién de nosotros está dispuesto a hacer eso ahora? Yo era así así así, pero yo he dado un paso de conversión, o yo estoy viviendo así así y yo tengo que reconocer que debo cambiar. Hermanos eso es ser valiente, decidido, eso es ser realista. Y dice, yo era un blasfemo, era un perseguidor, era un violento, pero Dios tuvo compasión de mí. Esa es la disposición del hombre que cree en Dios y que se da cuenta que tiene que cambiar de vida y asegura lo siguiente, que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores y dice Pablo, y yo soy el primero en ser salvado por Él. Porque yo también soy pecador. Hermanos, eso tenemos que decirlo, reconocerlo ante Dios con humildad, pero hay que hacerlo. Hay que hacerlo.
Las tres lecturas nos van llevando a la misericordia y al arrepentimiento. Y la última son estas lecturas. La lectura de la oveja perdida, la lectura de la monedita perdida. Como el cielo se alegra por cada conversión nuestra, cada vez que nosotros le pedimos perdón a Dios, el cielo se alegra, hermanos, porque eso significa que nosotros entramos ya en el camino de Dios. Entonces viene está parábola hermosa del hijo pródigo. Yo creo que es mejor que ustedes la vuelvan a leer cuando lleguen a sus casas, y piensen bien en que todos nosotros somos hijos pródigos. Porque todos nosotros sabemos que tenemos un Dios que es Padre, que es Padre y lo hemos experimentado en nuestra vida desde pequeños, pero nosotros nos hemos apartado de Él por las circunstancias de la vida. Pero lo importante no es lo que hicimos, es lo que vamos a hacer de ahora en adelante. Eso es lo importante.
¿Qué hizo ese muchacho? Se reconoció y dijo, Señor, me he apartado de mi padre que me quería, es misericordioso, me he apartado de él, es un padre bueno. El padre lo recibe con la mayor disposición, alegría, cariño, amor, entrega, va corriendo lleno de expresiones de alegría, de amor. Y el hijo es perdonado y del hijo es aceptado. Eso es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. Él nos acepta, pero, tenemos que dar el paso, tenemos que convertirnos. Esa frase Dios lo quiere así como nosotros somos, que ustedes seguro que la han oído muchas veces… Cuidado, que es verdad que Dios quiere a todos los hombres pecadores y no pecadores, es cierto, pero Dios no quiere que nosotros sigamos pecando, ¿por qué?, porque eso va contra el plan de salvación de Dios, que es nuestro bien. Si nosotros hacemos mal, nos estamos haciendo en el daño nosotros mismos. Así que esa frase que hay veces que es para quedarnos tranquilos, Dios me quiere como yo soy. Cuidado. Él le dijo a aquella mujer pecadora, hija, yo no te condeno, pero vete y no peques más. Nos muestra el amor de Dios. El amor de Dios y también la necesidad de convertirnos que tenemos todos los hombres.
Que Dios nos ayude así hermanos, que Dios nos ayude a vivir así y vamos a sentirnos mejor en nuestras vidas.