Irradia
31 de julio de 2022
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios” Lucas 12, 21
(Música, Aléjense de la avaricia, Javier Brú)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Aléjense de la avaricia, Javier Brú)
En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la SBIM Catedral de Santiago de Cuba.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches, como siempre una alegría, un gozo poder compartir con ustedes este pedacito de domingo, compartir la Palabra de Dios, para llenarnos de ella y poder comenzar así la semana, donde quiera que ustedes se encuentren. Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión, nos dice la Primera Lectura tomada del libro del Eclesiastés, para que tengamos algo en qué reflexionar. Luego San Lucas nos dice que Jesús habló con un lenguaje parecido, aunque lo que Jesús condena en realidad es que se almacenen riquezas para uno mismo sin ser rico de lo que vale ante Dios.
Para San Pablo, en la Segunda Lectura, el bautizado que ha muerto y resucitado con Cristo, debe vivir como un hombre nuevo, porque ya no está en la tierra el motivo de su vida, sino que camina hacia el encuentro con el Señor. El evangelio de hoy está tomado del evangelista San Lucas, en el capítulo 12 versículo del 13 al 21.
(Lectura del evangelio de san Lucas, capítulo 12, 13-21)
Algunas personas dicen, más que algunas personas, también a veces los cristianos lo decimos, que en este mundo no existe la felicidad, cuando en realidad hemos sido creados para ser felices. No hemos sido creados para sufrir, para padecer, hemos sido creados para ser felices. Entonces, por qué esa sensación de que no hay felicidad. ¿Por qué experimentamos que este mundo es un valle de lágrimas? El evangelio de hoy quizás nos da una respuesta, o nos la deja entrever.
Es la parábola de aquel hombre que hace una gran cosecha al punto que dice, ¿qué voy a hacer con todo esto que he cosechado? Pues voy a echar abajo los graneros que tengo, voy a hacer unos graneros más grandes, voy a poner ahí todo lo que he cosechado y todo lo que tengo, y después podré tumbarme para disfrutar y gozar de todo esto. Y el Señor le dice, insensato esta misma noche vas a morir, ¿para quién será todos tus bienes? Aquel hombre había puesto su felicidad en lo que había acumulado, y pensaba que esta felicidad de la iba a durar para siempre.
A veces a nosotros nos ocurre lo mismo, ponemos nuestra felicidad en las cosas que pasan, en las cosas que cambian, en las cosas que terminan, y por eso nuestra felicidad dura poco, porque cuando las cosas terminan, o pasan, o se acaban, entonces también termina nuestra felicidad. ¿Qué no hay que poner la felicidad en las cosas de este mundo, en los bienes de este mundo? Claro que sí, los bienes de este mundo son buenos, el Señor nos entregó este mundo cuando lo creó para que lo desarrolláramos, para que nos diera para vivir, para que pudiéramos disfrutarlo, y las cosas de este mundo son buenas.
Cuando con nuestro trabajo y con nuestro esfuerzo alcanzamos aquellas cosas que necesitamos para vivir con dignidad, tenemos el derecho de disfrutarlas y sentirnos felices, porque hemos hecho lo que teníamos que hacer, porque hemos conseguido con nuestro esfuerzo lo que queríamos conseguir, porque lo que hemos trabajado ha dado un resultado bueno. Y podemos vivir de eso y podemos mantener dignamente a nuestra familia, y podemos disfrutar de todo eso. Pero sabiendo que esas cosas son temporales, que esas cosas se acaban, que se pueden acabar de hoy para mañana, o bien porque terminan ellas cuando hay un, no quiero ser tremendista, pero cuando hay un terremoto, cuando hay un incendio, pues las cosas se terminan, se acaban; pero también porque nos terminamos nosotros, porque nos acabamos nosotros. Puede ser que las cosas duren más allá, pero un día nosotros tendremos que entregar nuestra vida y tendremos que dejar todas estas cosas detrás porque no podremos llevárnoslas.
Creo que era el Papa Francisco quién decía que nunca había visto un entierro acompañado de un camión de mudanzas. No podemos llevarnos las cosas. No importa que nos la pongan allí donde vamos a ser enterrados, como los faraones, no importa, eso se quedará ahí. Nos vamos como vinimos, desnudos, solamente llevaremos aquello que hayamos hecho con las cosas de este mundo, el bien que hayamos hecho con las cosas de este mundo, la forma en que hayamos utilizado las cosas de este mundo, nuestro trabajo, nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, eso sí lo llevaremos con nosotros. Cuando lo hemos hecho por amor, cuando hemos puesto los dones que hemos recibido del Señor al servicio los unos de los otros, cuando no los hemos guardado egoístamente, sino que hemos sido capaces de compartirlos. Entonces sí podremos llevárnoslo.
Cuando ponemos nuestra felicidad en esto, en el bien que hacemos, en el trabajo bien hecho que podemos hacer, cuando ponemos nuestra felicidad en el compartir, en el ayudar; cuando ponemos nuestra felicidad en el poder vivir como hermanos, en el tender la mano, en el comprender al otro, en el respetar al otro, en el ayudarnos mutuamente, entonces sí la felicidad puede permanecer. No importa la circunstancia, no importa que cambien los tiempos, no importa que cambien los acontecimientos. Podremos mantener la felicidad, podremos sentirnos felices, porque en cualquier circunstancia podremos hacer siempre el bien.
Entonces la felicidad no la determinan los acontecimientos, la felicidad la determina aquello en quién ponemos nuestra esperanza. Cuando ponemos nuestra esperanza en el Señor que no cambia, cuando ponemos en la esperanza en el Señor que permanece, cuando ponemos la esperanza y la felicidad en el Señor que nos da la gracia y la fuerza para levantarnos cada mañana, para trabajar con entusiasmo y con alegría cada mañana, a pesar de que no siempre vemos el resultado de aquello que estamos haciendo, cuando ponemos nuestra esperanza y nuestra felicidad en el Señor que nos da la gracia para ayudarnos, para comprendernos, para compartir…
Entonces podremos darnos cuenta de que la felicidad sí existe, de que la felicidad está ahí delante de nosotros, que la felicidad está no en acumular, sino en recibir y en dar, y compartir aquello que recibimos, que recibimos de nuestro trabajo, pero que también hemos recibido gratuitamente de Dios, los dones que hemos recibido de Dios, nuestra inteligencia, nuestras capacidades, nuestras posibilidades. El ser capaces de ver el mundo esta manera de esta otra, el ser capaz de descubrir cómo podemos hacer las cosas mejor, cuando eso lo ponemos al servicio los unos de los otros y ponemos en ella nuestra felicidad entonces nuestra felicidad permanece. Porque no importa la circunstancia, siempre podremos hacer, siempre podremos ayudar, siempre podremos compartir, siempre podremos comprender, siempre podremos tender la mano para caminar juntos los unos a los otros.
No es construyendo grandes graneros y acumulando ahí solo para nuestro propio bien, sino compartiendo con los demás lo que tenemos y lo que somos, en la medida de nuestras posibilidades, que podremos encontrar la verdadera felicidad y el sentido verdadero de nuestra vida y del mundo. Pidámoslo así al Señor hermanos míos en este domingo, que nosotros seamos capaces de descubrir la verdadera felicidad, la felicidad que hay en encontrarnos con el Señor, en abrirle nuestra vida y nuestro corazón, el dejarlo entrar en nosotros, en nuestra familia y el compartir todo lo que hemos recibido, con todos aquellos que están a nuestro alrededor, porque al que da nunca le falta. Que así el Señor nos lo conceda.
(Música, Para el cielo, P. Juan Andrés)
Ahora hermanos, renovemos nuestra profesión de fe, pidiendo al Señor que nos ayude para poder vivir cada día conforme a la fe que profesamos.
¿Creen en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra? R/ Sí creo.
¿Creen en Jesucristo su Hijo nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, padeció, murió, resucitó, y estás entado a la derecha del Padre? R/ Sí creo.
¿Creen en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna? R/ Sí creo.
Esta es nuestra fe, esta es la fe de Iglesia que nos gloriamos de profesar, en Cristo Jesús, nuestro Señor. R/ Amén.
Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús nuestro señor. R/ Amén.
Y confiados en que el Señor siempre escucha nuestras súplicas y siempre responde, le presentamos nuestras necesidades.
En primer lugar, por la iglesia, para que fieles al mandato del Señor de amarnos los unos a los otros como Él nos ama, seamos capaces de poner nuestra felicidad en el compartir y en el dar. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos por el aumento de las vocaciones sacerdotales, religiosas, laicales, diaconales, para que el Señor nos conceda muchos hombres y mujeres capaces de responder a su llamada de entregarse generosamente al servicio de los demás. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida, para que puedan encontrar en Cristo, consuelo, fortaleza y esperanza, y en los cristianos hombres y mujeres que tengan su felicidad en ayudar y compartir. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por todos los difuntos, de manera particular aquellos a quienes nadie recuerda, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Y los unos por los otros, para que el Señor nos dé un corazón grande para amar y generoso para compartir. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Escucha Padre Santo está súplica y aquellas que han quedado en nuestros corazones pero que Tú conoces, te las presentamos por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.
Oremos ahora hermanos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
Y líbranos del mal.
Amén
Hermanos todos aquellos que no han podido acercarse a recibir a Jesús sacramentado, pueden hacer la comunión espiritual, rezando la siguiente oración.
Creo Señor mío que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas, y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma; pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiera recibido, me abrazo y me uno todo a ti. Oh Señor, no permitas que me separe de ti. Amén.
Una alegría y un gozo haber podido compartir con ustedes esta mañana de domingo la Palabra de Dios. Que tengan todos, un feliz domingo, que tengan todos, una buena semana.
Y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes, familiares y amigos y los acompañe siempre. Amén.
Ha compartido con ustedes el padre Rafael Ángel, de la catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección general, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo
Irradia…
(Música, Prefiero a Cristo, Jesús Adrián Romero)