Homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

Homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 17 de abril de 2021
Domingo de Resurrección

 “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo” Salmo 117

Hermanos,

Muchos de nosotros participamos anoche en de la Vigilia Pascual, que es la celebración que concluye, junto a la de este Domingo de Pascua, la celebración de los misterios principales de nuestra salvación. La Resurrección de Cristo. Cuando decimos de nuestra salvación debemos pensar en la palabra “nuestra”, ¿qué significa nuestra? ¿De mi familia, de este grupo, de los cubanos? No, hermanos, en este caso nuestra es toda la creación. Cristo ha resucitado para hacer que todas las cosas, algún día, vuelvan a Él; para que todo aquello que el Señor hizo por amor que es la creación entera, el mundo físico natural, y principalmente los hombres hechos a imagen y semejanza de Él, algún día volvamos a Él. Por eso es que decimos que Cristo ha triunfado. ¿Sobre qué? Sobre todo, lo que se opone al bien, a la felicidad, a la verdad; eso solamente se consigue volviendo a Dios.

Al final de los cuarenta días de cuaresma en los que hemos tratado de seguir ese camino de conversión, hemos celebrado la Semana Santa. El domingo de Ramos nos hemos alegrado junto al pueblo de Jerusalén, que necesitaba y esperaba un libertador, un Mesías, alguien que lo guiara e hiciera justicia, y vieron a Jesús, y celebraron su entrada en Jerusalén. Engalanaron la ciudad, la gente con mucho entusiasmo le gritaban “bendito sea el que viene, el hijo de David”; tal como el domingo de Ramos hicimos nosotros.

En el lunes, martes y miércoles Santo, que casi nunca los mencionamos, el personaje que siempre sale en el evangelio de esos días es Judas, el que traicionó a Jesús, el amigo de Jesús, el administrador de sus bienes. ¿Por qué? En esos tres días, la iglesia en su sabiduría de Maestra, nos hace ver, al contemplar el misterio de Judas, cómo el mal se apodera del mundo. Si algo caracteriza estos tres días son las tinieblas. Aquella gente, fariseos, sacerdotes, poderosos, que querían acabar con Jesús, constantemente los vemos en los evangelios maquinando cómo lo iban a coger, cómo lo iban a tratar, cómo lo iban a eliminar. Fíjense bien que esas son las tinieblas, y Judas las personifica, porque siendo un amigo, lo traiciona. Los tres evangelios, del lunes, martes y miércoles, tienen a Judas como uno de los personajes principales, claro el principal es Jesús que es al que condenan, pero a Judas como el personaje que representa al mal. Es la lucha del bien contra el mal, lucha del bien y del mal que nosotros vemos también en nuestra vida diaria.

Seríamos ingenuos, si solamente pensáramos en la buena voluntad, que el bien siempre triunfará, cuando nos damos cuenta que el mal está presente siempre. Por eso uno debe de cuidarse no sólo del mal que viene fuera hacia nosotros, sino del mal que nosotros podemos ser capaces de generar sobre los demás y sobre nosotros mismos. Ese preámbulo de oscuridad y tinieblas, estos tres días, preparándonos para vivir la muerte de Cristo, fueron esa oscuridad, esas tinieblas, fueron las que traicionaron al Señor y fueron las que lo condenaron a muerte. Esta última la celebramos el Viernes Santo.

El Jueves Santo recordamos la última cena del Señor, la alegría del Señor de estar con los discípulos. Pero, eso lo vivió Jesús, como son las cosas en nuestra vida, que siempre hay un agridulce. Por un lado, la alegría de los discípulos de estar junto a Él, y por el otro Judas, representando las tinieblas, que estaba presente buscando el momento para señalarlo y que lo detuvieran.

Pero en Jesús primó el amor. Como iba a partir del mundo por la traición y su muerte, quiso quedarse entre nosotros bajo la especie del pan y del vino. Por eso es que el Jueves Santo celebramos la primera eucaristía, Cristo que coge el pan y el vino, lo parte y dice “este es mi cuerpo, esta es mi sangre que será derramada por ustedes, hagan esto siempre en conmemoración mía, hasta el final de los tiempos”. Por eso es que la iglesia, no por capricho, ni porque a san Pedro se le ocurrió, ni a otro Papa más adelante, o a otra persona, a un obispo… No; empezamos a celebrar la última cena, porque Jesús dijo “hagan esto en memoria mía hasta el final de los tiempos”. 

 Hermanos, ahí vemos el amor de Cristo que se realiza de una vez y para siempre, en la entrega de la cruz, Él quiere que ese amor permanezca entre nosotros; y cada vez que celebramos la santa misa, ese sacrificio de Cristo se renueva. Todavía quiso quedarse más entre nosotros y dijo, el que coma de este pan y beba de este cáliz, está comiendo mi carne, mi sangre, para la vida eterna. Es un momento difícil, Jesús lo debe de haber vivido de una manera muy intensa, la alegría de estar con los discípulos, de quedarse con ellos para siempre bajo la forma del pan y del vino, en la eucaristía; y a la vez saber que el mal está presente. Hay que derrotar el mal, “Yo voy a derrotar el mal”, diría Jesús. Paso todo esto, hasta decir: Padre aparta de mí este cáliz, pero que sea tu voluntad para librar al mundo del mal.

Ayer en la Vigilia Pascual, junto a las personas que participamos y celebramos cantamos el Gloria, por primera vez en cincuenta días, significando que estamos glorificando a Dios que ha vencido el mal. Es el anhelo que tienen los hombres, aún sin conocerlo a Él, y sin saber muchos lo que Él nos quiere enseñar y nos quiere revelar. Todos los hombres sí quieren la justicia y la paz, todos los hombres quieren el bien, todos los hombres quieren esta vida que nos interesa y queremos vivir, pero… la vida que Jesús nos revela y ofrece, no dura solamente varios años, sino que es la vida eterna junto a Él. La definitiva, la que le da sentido a nuestra existencia.

Hermanos, nosotros tenemos que vivir con intensidad este momento de la Pascua del Señor. ¿Por qué? Porque el mundo entero necesita de esperanza. En esta situación que vivimos hoy en el mundo, que vivimos en Cuba hoy también de manera intensa; estamos viendo que las fuerzas del mal están presentes, porque si no, no hubiera tanto sufrimiento. Nos damos cuenta que hemos recibido un mundo, que pensábamos iba a mejorarse un poco más cada día, pero nos damos cuenta que estamos entregando a las  generaciones futuras, un mundo más difícil,  más complicado, más incierto, más confuso. Eso lo vemos en las guerras y violencias presentes que están desarrollándose, en los pueblos que se sienten mancillados y aplastados, en las inseguridades que también las naciones viven; en las injusticias que hace que muchos no tengan muchas veces ni qué comer, o que viven sólo con lo imprescindible para seguir tirando, como decimos los cubanos.

Esto nos hace ver dos cosas. Una, la felicidad anhelada por el hombre, el sentido de la vida, y predico de esto muchas veces pues es el centro de nuestra fe, pero el sentido de la vida solamente se descubre en Cristo. Porque da una solución lógica, racional, para nosotros es de fe, de que la vida no termina en unos cuantos años, sino que Dios quiere que la vida termine en Él, para toda la eternidad, porque Él es el Dios de la vida. Lo que nosotros hemos predicado y hemos vivido y estamos enseñando, o es un capricho o es lo que Pedro les dijo a los judíos de Jerusalén cuando empezó a predicar, y es lo que nosotros tenemos que decirle con decisión, seguridad, verdad a quien nos pregunta: ¿por qué tu eres cristiano? Porque yo creo que Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, que se ha hecho hombre y ha venido al mundo a entregarse por mi salvación, para perdonarme los pecados, y para llevarme junto al Padre a la vida eterna. Hermanos, ésa es la respuesta nuestra, y si no la tenemos a flor de labios, vamos a interiorizarla, vamos a seguir un proceso de conversión y digamos, este es el centro de mi fe: Cristo que me amó tanto, se entregó por mí en la cruz, por eso yo me entrego por Él, por eso trato de vivir según su palabra.

Pedro lo repetía constantemente, y nosotros vemos que esa misma experiencia fue la de la Magdalena, la de Pedro, la de Juan, la de los discípulos, la de María, la Madre de Jesús, cuando Él se les apareció a tantos. Eso los marcó de tal manera, que salieron a predicar y por eso estamos nosotros aquí. Eso es lo primero, la seguridad de que Cristo está presente en nuestra vida, y ha venido para salvarnos, y eso es lo que tenemos nosotros que y predicar.

La segunda, y que hay veces que al mundo moderno no le gusta ni oír hablar de eso, es que nosotros somos pecadores, y que si nos apartamos de la palabra de Dios caeremos en el mal como Judas. La comprobación de esto es que el mal está presente en nuestra vida, repito, el mal que viene de fuera hacia nosotros y el mal que nosotros producimos y lanzamos afuera. El mal está presente. ¿Cómo puede el hombre liberarse del mal? Sólo en Cristo, convirtiéndose según su palabra. Pero no, los hombres inventamos muchas cosas, soluciones, ideologías, maneras de pensar, o simplemente el dejar hacer… cada cual tiene que vivir según le convenga… No saben bien que eso es hasta racionalmente imposible. Buscamos las leyes y no nos damos cuenta hermanos, que el pecado original existe, y que solamente Cristo es capaz de eliminarlo.

En días atrás en un periódico cubano, en un artículo, decía que la creencia en el pecado original era lo que tenía las mujeres mancilladas y que a causa de esa creencia los hombres se habían dividido poniéndose unos por encima de otros. ¡Qué tontería! Le digo al que lo escribió que piense que, en el mundo entero, a lo largo de la historia y pasando por todos los sistemas políticos, económicos y sociales, el mal ha estado presente, creyendo en el pecado original o no. Ha estado presente en el imperio Romano, anteriormente en el Imperio Persa, avasallando a otros pueblos; en toda la Edad Media, en la conquista de América. Estuvo y está presente dondequiera que hay una división. Está presente hoy en la guerra entre Rusia y Ucrania. No nos damos cuenta que mientras exista la vanidad, el orgullo, y el desconocimiento del otro como a mi hermano, sabiendo que todos somos hijos de Dios; el mal está presente. Eso es así. Los hombres solos no podemos liberarnos de él. Ésa es desagraciadamente la historia de la humanidad, porque no queremos escuchar la Palabra de Dios. Creemos, que con leyes, podemos eliminar el mal. No hermanos, eso sí es irracional. Cuántas veces hace 40, 50 ó setenta años nos lo repitieron y la vida se encargó de demostrar lo contrario.

Por eso hoy nos alegramos, los cristianos tenemos la alegría de saber que Cristo, el Hijo de Dios nuestro Padre y Creador, se ha entregado por nosotros. Se ha entregado por mí. Ya puedo vivirlo y decirlo. No nos avergoncemos por mucho que digan algunos que creemos en boberías (ustedes saben que se ha dicho), que son oscurantistas, etc. No tengamos miedo. Son como un niño que no conoce un tipo de comida, que nosotros sabemos que le va a gustar, y porque nunca la ha visto ni la ha probado, la rechaza; y los mayores nos preguntamos por qué, si es tan sabroso… Así somos, muchas veces los hombres y mujeres… nos comportamos como niños.

Hermanos, el que no sabe es como el que no ve, no conocen a Cristo, y por eso nosotros, con elegancia, con decisión, con verdad… empezando por la verdad propia de vivir según lo que yo creo, eso es básico… nosotros podemos decir a los demás que Cristo ha resucitado y que Él es nuestra esperanza. Muchísimas veces lo rechazan porque, o no lo sabemos explicar, o tienen otras ideas tan metidas en la cabeza que les cuesta trabajo; o se fijan en el mundo moderno, en lo material, en lo inmediato, con lo que puedo satisfacerme y no se dan cuenta de que se puede aspirar a otras cosas, a ver la vida de otra manera. También puede ser que lo rechacen si nosotros somos un mal ejemplo, si este me predica esto y vive de otra manera… por eso la vida cristiana es de responsabilidad.

Vivamos con decisión nuestra fe de cristianos, digámosle a los demás en qué nosotros creemos y con valentía prediquemos su palabra y entreguémosle   nuestras vidas. Por eso es que hoy podemos alegrarnos. No nos alegramos por una fiesta vana, ni por ser un grupo de amigos que se reunió y dijo vamos a a pasarla bien. No, lo que celebramos es que Cristo ha resucitado, que ha vencido al mal y que Él nos llama y nos da su palabra para que alcancemos la vida eterna. Él, Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, se entrega en la cruz por nosotros. Él ha resucitado, Él es la luz del mundo que ilumina las tinieblas, y el mundo necesita que las tinieblas sean aplastadas, eliminadas por la victoria de Cristo. Hay mucha oscuridad en el mundo hermanos, y tiene mucho poder, y hay que acoger a Cristo para que con su luz se disipen las tinieblas en nuestras vidas y en el mundo.

Que Dios nos ayude a vivir así, y a vivir la alegría de saber que Cristo nos ha salvado, que el Señor nos llama, que le Señor nos perdona y que el Señor nos convoca a vivir con mucha esperanza.

Que Dios nos ayude a vivir así.

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