Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez

Eucaristía 3er Domingo de Cuaresma
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
20 de marzo de 2022

“Señor, déjala todavía este año, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”. Lucas 13, 9 

Hermanos,

El camino de Cuaresma, ustedes saben que me gusta considerarlo como la subida a un monte, de la misma manera que Jesús muchas veces dice, vamos a subir a Jerusalén, sabiendo que también le dijo a los Apóstoles, que allí Él iba a encontrar la muerte, pero también la resurrección. En esa secuencia que se desarrolla en la subida a Jerusalén, Jesús nos recuerda que hay que cargar con la cruz y que debemos ofrecerla, que cada uno tiene que hacer la voluntad del Padre. Va diciendo esto, y como los discípulos se deprimieron, porque a nadie le gusta cargar la cruz, Él les dio el chance de contemplar su gloria en el momento de la Transfiguración. Los discípulos se dieron cuenta de que en Jesús se cumplían las escrituras, porque estaban Moisés y Elías, y que ellos eran llamados también a participar, de ahí que querían hacer tres tiendas y quedarse.

En este domingo se nos presenta otro pasaje, pero vamos a empezar por la segunda lectura para hacerlo un poco más didáctico creo yo. La segunda lectura es de la carta de Pablo a los Corintios. La comunidad de Corintios estaba formada mayoritariamente por judíos, eran personas que conocían muy bien el Antiguo Testamento, y por eso es que Pablo comienza a recordarles, la historia del pueblo de Israel. Ya hemos visto otras veces, como Jesús escogía estas oportunidades para relacionar, sobre todo cuando estaba con judíos, el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. Aquí dice, no ignoren a nuestros padres que todos fueron favorecidos, fueron sacados de Egipto, una nube los cubrió, llegaron a la tierra prometida. Todos bebieron de la misma bebida espiritual, pero la mayoría de ellos después de alcanzar lo que querían, no agradaron a Dios pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. No agradaron a Dios porque se apartaron de Dios.

Entonces viene una definición que es bueno recordarla. Muchas veces nos preguntamos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, los judíos aceptan solo el Antiguo Testamento, hay algunas iglesias cristianas que le dan un peso tremendo al Antiguo Testamento, como por ejemplo, a los mandatos que están hechos para el Antiguo Testamento, como por ejemplo ése de no caminar los sábados… y no nos damos cuenta de que el Antiguo Testamento no es más que la preparación, la introducción a ese misterio de salvación glorioso.

Pablo lo dice bien claro. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros”. ¿Qué significa en figura? Sucedieron de aquella manera para que nosotros hoy lo tengamos de ejemplo. Más adelante lo dice, esto sucedía para escarmiento nuestro, y a quienes han de venir en las edades futuras”. El Antiguo Testamento es el que nos introduce y nos prepara para la venida del Mesías, para la salvación definitiva de Dios; es aquel que va prefigurando el amor de Dios que salva a su pueblo, que amaba como a la niña de sus ojos, pero que le fue infiel en muchísimas ocasiones. Hermanos, no nos escandalicemos, nosotros también seguramente hemos sido infieles en varias ocasiones. El Señor nos dice, ustedes son mi pueblo. Acuérdense de esto, lo mejor que quiere Dios para nosotros es que tengamos vida en abundancia y si nosotros lo despreciamos, eso trae consecuencias. Y no es porque Dios nos castigue, es porque el pecado trae consecuencias; y al apartarnos de Dios nos apartamos de muchas cosas.

La palabra de Dios nos lo recuerda pero, muchas veces, cuando ya estamos satisfechos nos olvidamos del pasado. Estas lecturas son para que nos acordemos del pasado, de nuestro pasado de fe. Dondequiera que estemos hay que recordar ese pasado de fe, cuando yo encontré y conocí a Jesucristo, cuando yo decidí seguirle. ¿Por qué? Porque encontraba palabras de vida eterna en Él, ésa que nosotros tenemos. Esta segunda lectura es el recuerdo de lo que ha acontecido pero que sirve para nosotros hoy. Por eso es que siempre tenemos presente el Antiguo Testamento, pero Jesús vino a darle plenitud a todo el Antiguo Testamento. Están esos mandamientos que son difíciles, antes se les dijo a ustedes ojo por ojo y diente por diente, y yo les digo perdona a tus enemigos… un día Jesús se vio en la necesidad de decir yo no vengo a cambiar la ley, yo vengo hasta que la ley se cumpla hasta la tilde una i”. Jesús le da plenitud a esa ley con el mandamiento del amor, es decir, completa, redondea, y lleva hasta el fin todo lo que el Señor quería comunicarles a los hombres. Jesús es como un “parte aguas”, en el Antiguo Testamento los sacrificios eran animales, y todavía hay personas que siguen ofreciendo animales a Dios, y Jesús todo eso lo sustituyó. Queda el sacrificio, queda la entrega a Dios, pero ya no es un animal, es el mismo Dios que se ofrece en la cruz para salvarnos; el mismo Dios, para darle plenitud a todo aquel amor que Él quería derramar a su pueblo.

Después que hemos dicho esto, que Dios es misericordioso, pero que a la vez se nos advierte, “cuidado y no caigan”, nosotros podemos pasar entonces a la primera lectura que es la del Éxodo. Esa lectura y yo quisiera que todos la leyéramos, que busquemos la Biblia y la leamos de nuevo. Moisés, aquel hombre sensible, educado entre los poderosos de Egipto por la hija del Faraón, aquel hombre que era justo, vio el sufrimiento de su pueblo y tuvo un acto de violencia contra un egipcio, de tal manera que tuvo que salir huyendo. Llega a Madián, a la casa del sacerdote de Jetró, se casa con una hija de él, y se encuentra con Dios. Anteriormente había tenido esa conciencia de que tenía que ser justo, pero ahí se encuentra con Dios.

Es un acontecimiento narrado de manera hermosa y gráfica, muy claro. Una zarza que echa llamas, pero las llamas no consumen la zarza, la voz que le llama, él se acerca por curiosidad y siente aquello. “Quítate las sandalias porque el lugar que tú pisas es lugar sagrado”. Ustedes saben bien que la palabra sagrado significa separado, y en este caso significa: es lugar de Dios, aquí está Dios. Él recibe ahí aquello que en justicia él había sentido al defender a su pueblo, siente ahí el mandato de Dios para que vaya a salvar a su pueblo. ¿Qué manifiesta eso? Un Dios misericordioso, porque quiere salvar a su pueblo, que ha escuchado el lamento de su pueblo. Por otro lado, la respuesta de Moisés, me imagino el aturdimiento que Moisés tendría, el asombro, y además la desconfianza, de ahí la pregunta, ¿Y qué le digo yo a los judíos? ¿Qué les digo? Entonces Dios le responde, Yo Soy el que Soy, y yo el Creador de todo, el Señor, yo te he mandado a ti para que mires a tu pueblo y trates de salvarlo. Diles que Yo Soy, el Dios de sus padres, fíjense bien que es la memoria, memoria que tenemos que utilizar siempre en nuestro encuentro con Dios, agradeciendo lo sucedido, tratando de ser firmes, no caigáis en el mal para mantenernos todos unidos al encuentro del Señor.

Este paso de Moisés, ésa zarza ardiente que nos habla, todos nosotros lo hemos vivido alguna vez en la vida. Dios me dice algo y yo me quedo sorprendido de que Dios me diga algo. Puede ser que lo rechace, qué desgraciado soy, pero el Señor lo que nos dice es estén atentos a la llamada de Dios, porque esas llamadas de Dios son lugar sagrado, no lo dejen pasar. Es la llamada que el Señor nos está haciendo, a ustedes, a mí, a cada uno de nosotros en este tiempo de Cuaresma.

Ahora pasamos al Evangelio. Ya el Salmo nos dice, lo hemos rezado, el Señor es compasivo y misericordioso”, nos introduce. Ya el Antiguo Testamento que hablaba de aquel Dios terrible, de aquel Dios al que no se podía verle el rostro porque uno moría… Con Jesús esa presencia de Dios llega a plenitud y nosotros descubrimos la verdadera naturaleza de Dios que es el amor. Por eso los mismos salmos prefiguraban esto diciendo el Señor es compasivo y misericordioso”. Podrá ser Creador todopoderoso, pero la magnanimidad de Dios, el poder de Dios reside en el perdón de Dios, porque está dispuesto a todo, Él quiere eso, pero necesita del concurso de nosotros. Cómo necesitó el concurso de Moisés para salvar al pueblo, o quiso necesitar de Moisés para salvar al pueblo; como necesita el concurso de nosotros. Por eso en esta segunda lectura, y vuelvo a repetir lo que hemos leído, “por tanto, el que se cree seguro, cuidado no caiga, porque entonces no estamos haciendo el trabajo de Dios”.

El Evangelio nos habla precisamente de aquella visión del Antiguo Testamento, el mal que el hombre sufre en la tierra es producto del pecado. Imagínense ustedes, imagínense tanto mal que hay en el mundo, y aquellos que producen el mal en abundancia son muchas veces los más alabados, son los que nadie se atreve a decirles nada, son aquellos que vemos más en la televisión y le dan auge, es así… ésa es la visión del mundo. ¿Ustedes creen que aquellos que al caer la torre murieron, eran pecadores y ustedes no? Mentira. Si a cualquiera que peca le cayera una torre arriba, a todos nosotros nos hubiera caído una torre encima. El Señor dice, el problema no es ése, el problema es dónde está tu corazón, por eso esta lectura vuelve a hacer una llamada a la conversión. Cuidado, no caigan.

Entonces viene esa pequeña parábola que nos habla de la higuera. Ella no da frutos, como nosotros que hay veces que no damos frutos; pasa un año y no damos frutos, nos dejamos llevar por otras cosas, y pasa otro y es igual. “Vamos a arrancarla”. Y aquí viene la palabra de Dios, aquí es dónde define y diferencia el Antiguo Testamento del Nuevo. Aunque en el Antiguo Testamento ya se vislumbraba ese amor de Dios, ya se hablaba de ése amor de Dios, Jesús lo hace firme como una roca. Entonces viene esta frase tan bella, “Señor, déjala todavía este año, yo voy a cavar alrededor y le echaré estiércol, abono, le echaré el agua, a ver si da fruto, sino el año que viene la cortas…”. Es como el refrán que creo he dicho otras veces, el hombre que decía hoy no fío mañana sí, y nunca fiaba. Sino el año que viene la cortamos… pero lo que sí nos damos cuenta es que el Señor no la corta el año que viene, porque nos da tiempo, todo el tiempo necesario. Ahora bien, nosotros tenemos que tener cuidado, en nuestra relación con Dios. Si nos dejamos llevar por los bienes, por la arrogancia del mundo, por las llamadas de atención del mundo que nos desquician y que si no tenemos todas las cosas nos morimos, o si nosotros verdaderamente queremos convertirnos. Aquí nos dice, el Señor no nos va a dejar, porque el Señor quiere que nos salvemos, pero hace falta convertirnos. Cuidado.

Que el Señor nos ayude en esta Cuaresma a encontrarnos con Dios en un proceso de conversión, reconociéndonos en nuestra realidad lo bueno que somos, y también el daño que somos capaces de hacer, contra nosotros mismos tal vez, sin darnos cuenta, porque cuando construimos una vida sin Dios, o que Dios no significa mucho para mi vida, en ese mismo momento nos estamos apartando de lo que Dios quiere para nuestro bien. Que el Señor nos ayude a todos a vivir así.

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