Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez
Eucaristía 7mo Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
20 de febrero de 2022
“Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odian; bendiga a los que los maldicen y oren por los que los calumnian” Lucas 6, 27-28
Hermanos,
¡Qué bueno es tener la Palabra de Dios para guiar nuestra vida, para que no nos extraviemos en el camino! Y no solamente para no extraviarnos de camino, porque puede ser que vayamos por el camino correcto, pero quizás nos dejamos llevar por las dificultades que aparecen y podemos detenernos o desviarnos. Sin embargo, el Señor nos recuerda “si quieren llegar al final, y llegar con el éxito, sigan la Palabra de Dios”. Qué bueno es el Señor que nos permite, por lo menos todos los domingos, que podamos escucharla, reflexionarla para ponerla en práctica.
Recordemos que el domingo pasado, vimos el método pedagógico de la contraposición “dichosos los que hacen el bien, malditos los que hacen el mal”, benditos dice el Señor los que hacen el bien, qué tristeza para aquellos que hacen el mal. Utilizar las contraposiciones nos ayudan a darnos cuenta de que en la vida tenemos que escoger entre el bien y el mal, porque somos hombres libres. Es bueno que, de vez en cuando, nos digan “este es el camino correcto y este camino no es el correcto, o este camino es muy turbulento, nos enredamos y entonces, no sabemos muy bien lo que debemos hacer”.
Las lecturas de hoy siguen en el mismo tema. En el fondo lo que nos quiere decir es que la misericordia de Dios está presente, así lo expresa el Salmo: “El Señor es compasivo y misericordioso”. La primera idea de hoy es ésa, el Señor es compasivo y misericordioso. El salmo lo expresa de manera preciosa: “Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. Ésa es la primera idea, la misericordia de Dios.
La segunda idea es la invitación, a que, si nosotros queremos vivir según Dios, según Cristo nos enseñó, tenemos que ser compasivos, como nuestro Padre Celestial es compasivo. Fíjense bien, lo primero es que Dios es compasivo y misericordioso, la segunda es, ¿cuál debe ser la vida que debemos llevar todos los hombres, los cristianos de manera especial porque le conocemos? Es tratar de imitar a Dios, siendo compasivos y ser misericordiosos, como Él lo es. Seguro me van a decir, Padre, que difícil es. Es cierto, es difícil, pero el Señor nos lo pide y el Señor sabe y Él perdona mis pecados, Él me conoce, es misericordioso; Él siempre me quiere levantar. Pero tenemos precisamente que ponernos como meta en la vida, ser como Él.
En la Biblia esta idea se expresa de muchas maneras. “Sean buenos como vuestro Padre Celestial es bueno, sean santos como vuestro Padre Celestial es santo, sean compasivos y misericordiosos como vuestro Padre Celestial es compasivo y misericordioso”. Fíjense bien que esa es la meta, si aspiramos a menos nos quedamos un poco en la mediocridad. El Señor nos pide al bautizarnos, donde nos hacemos hijos de Dios en Cristo Jesús, que tratemos de imitarlo. ¿Hasta dónde debemos tratar de imitarlo? Lo máximo, hasta dónde podemos llegar, hasta ahí, hasta dónde podamos dar. Las lecturas de hoy nos llevan a descubrir y pensar en esto.
En la primera lectura, que es del libro de Samuel, vemos la historia de Saúl y de David. Davis había tenido muchos éxitos, y Saúl que era el rey tenía envidia, envidia que la puede tener cualquiera, y le había declarado la guerra a David. David había salido huyendo, comienza una guerra civil dentro del pueblo de Israel y, en un momento determinado, Saúl que era el rey y tenía el poder, está indefenso porque está durmiendo; está en su campamento, se siente seguro y David tiene entonces la oportunidad de darle muerte. De hecho, uno de sus generales le dice, vamos a matarlo y desde ahora nos quitamos el resto de los problemas que se nos vienen encima. Y David le dice, no, así no, a un ungido de Israel no se puede matar así, yo no puedo, y al final dice unas palabras que debemos meditarlas, él dice: El Señor recompensará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso en mis manos, pero yo no he querido atentar contra el ungido del Señor. Aquí está la lanza, aquí está tu cantimplora con agua, yo no te voy a matar. El Señor es quien te va a juzgar.
Fíjense bien la contraposición entre el consejo que le dan a David, vamos a darle muerte a Saúl, es tu enemigo, te quiere hacer daño… y David que dice, aunque sea mi enemigo es un ungido del Señor yo no puedo hacer eso. Una cosa y la otra. Es difícil porque cualquiera hubiera dicho sí vamos a darle muerte y aprovechemos el momento. Pero el Señor nos pide lo máximo, y nosotros damos lo que podamos para llegar a lo máximo. Defendiendo la justicia, defendiendo la paz, defendiendo la misericordia llegamos a lo máximo, pero siempre con un corazón sincero queriendo ser justos, queriendo ser como el Señor que hace nacer el sol para buenos y para malos. Eso que el Señor nos pide, es duro, son palabras duras del evangelio, pero que están ahí para que las meditemos bien y las tengamos en cuenta.
En la segunda lectura, que es de la carta a los Corintios que venimos leyendo en los últimos domingos. El capítulo 15, que es precioso, que tiene un contenido teológico y espiritual muy grande, viene otra contradicción. El primer hombre Adán, y él último Adán que es Jesús. El primero, es el hombre terreno, el segundo, Jesús, es el hombre celestial, el uno y el otro. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿En lo terreno que se acaba con el tiempo, en aquellas cosas que son muchas veces superfluas y que no son necesarias, en aquellas cosas que nos hacen quitar el sueño porque las anhelamos y las anhelamos y sabiendo que se pueden perder y se lo lleva el viento, como dijimos el domingo pasado? Sigue diciendo la lectura: igual que el hombre terrenal es como Adán, así lo somos nosotros, cuando solo nos fijamos en el momento actual y en las cosas materiales, y no buscamos elevar el espíritu. La diferencia es el hombre celestial, que es Cristo, así nosotros seremos también celestiales si seguimos a Cristo buscando la verdad, el bien, la justicia.
Cada uno de nosotros tenemos que preguntarnos si estamos más apegados a las cosas de la tierra y no le dedicamos tiempo a Dios, y buscamos crecer para parecernos al Señor, compasivos y misericordiosos. Fíjense bien esa contraposición, Adán el primer hombre, el terreno; Jesús, el hombre definitivo, aquel que nos hace vivir eternamente junto a Él, nos da la vida y nos enseña otra manera de ver las cosas.
El evangelio es más explícito, el evangelio es más práctico en esta lectura pone una serie de recomendaciones que son tremendas. Ama a tus enemigos, has el bien a los que te odian, bendice a los que te maldicen, oren por los que los injurian. Hermanos eso es duro. Hay una resistencia interior del hombre terreno que dice: aquí hay que desquitarse o por lo menos hacer justicia. El Señor dice que se haga justicia, pero que desterremos de nuestro corazón todo odio. Aquí el Señor nos dice que tenemos que hacer el bien hasta los que nos odian. Por eso es que la obra caritativa de la iglesia, no hace distinción entre el que es católico y el que no es católico, el que es cristiano y el que no es cristiano, el que es ateo o el que es creyente. Cuando hay que ayudar con misericordia, se ayuda a todo el mundo por igual. Ojalá que en todas las cosas de nuestra vida seamos así.
Pero el evangelio sigue diciendo otras cosas duras. Al que te pegue en una mejilla, ponle la otra; al que te quite la capa, déjasela. Cuando prestes dinero, no cobres. Fíjense bien que esos son los externos. Porque el Señor que es Dios compasivo y misericordioso hasta el extremo. El Señor nos pide, elevémonos, dejemos de ser el hombre terreno y empecemos a elevarnos. Después viene el mandato principal: el primer y más grande mandamiento. Trata a los demás como tú quieres que ellos te traten a ti. Eso es justicia. Y viene la contraparte, si amas sólo a los que los que te aman, ¿qué mérito tiene eso? Los malos también lo hacen. También los malos se asocian ¿qué mérito tiene? Ama a aquellos que tal vez te desprecian, ámalos, pero no te dejes apabullar, eso no es justicia; no te dejes apabullar, pero trata de convertirlo, ámalo, pide a Dios por él para que se convierta. Eso es lo que el Señor nos dice. Amen a sus enemigos, hagan el bien, y presten sin esperar nada a cambio.
Eso es darlo todo, en definitiva, eso es lo que han hecho los santos, que han dado su vida entera al servicio de los demás. Darlo todo. Al final, como dijimos al principio, quiero terminar con esta misma frase, y la voy a leer textualmente. “Sean compasivos como vuestro Padre Celestial es compasivo, no juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados por Dios, perdonen y serán perdonados (eso lo decimos en el Padrenuestro), den y se les dará, la medida que usen para juzgar a los demás la usarán también con ustedes”.
Que el Señor nos ayude hermanos a aspirar cada día a los bienes celestiales, a los bienes eternos que es a lo que el Señor nos llama. Que Dios nos ayude a todos a vivir así.