Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez
Eucaristía sexto Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
13 de febrero de 2022
“Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios” Lucas 6, 20
Hermanos,
Hoy los textos son muy claros. Cuando quiero decir claros, es que no hay que darles muchas vueltas, cuando uno los lee ellos hablan por sí solos. Tanto la primera lectura, como el Evangelio y el salmo, utilizan ese estilo propio semita, judío, que es hacer contraposiciones. Hay una contraposición entre el actuar de una manera y el actuar de otra. Cuando se actúa de una manera que no es la que el Señor nos pide, eso trae sus consecuencias, y cuando se actúa según como Dios pide, eso trae un final feliz.
En el centro de estas tres lecturas, está el texto de san Pablo a los Corintios, capítulo 15, es casi el final. El domingo pasado también leímos el capítulo 15 de la 1ra carta a los Corintios, en la que él, Pablo, hablaba de cómo había sido llamado por Dios; no siendo apóstol y siendo perseguidor de cristianos, el Señor lo llama, le perdona y él se entrega a predicar el evangelio de misericordia que Jesús nos trae.
En esta lectura hay tres pequeños versículos que tienen como tema la Resurrección, y todos sabemos que la Resurrección de Jesús es el centro de nuestra fe. Si Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe. Yo puedo decir, sí yo creo en Cristo, sí yo sigo a Cristo, sí me gusta el mensaje de Cristo pero, al final añado, yo lo creo a mi manera o yo lo adapto según el momento, según las conveniencias. No, nosotros creemos en Cristo cuando creemos que Él ha resucitado, que Él nos ha salvado, y que Él nos llama a la vida eterna. Un cristiano debe de esperar que su vida culmine junto a Dios, en la eternidad junto a Él. Cristo nos ha salvado, Él ha resucitado, nosotros también vamos a resucitar. Esa es la clave para nosotros. Ese era el centro de la predicación de los apóstoles: aquel Jesús que ustedes vieron, que predicó, que hizo milagros, que pasó haciendo el bien, fue muerto, crucificado, pero resucitó de entre los muertos, Dios su Padre lo elevó.
Hermanos, mantengamos esto siempre presente en nuestras vidas, en nuestra oración, en nuestra meditación. Dios me llama a no agotar nuestra vida solamente en lo inmediato, Dios nos llama y quiere que nosotros esperemos algún día, encontrarnos con Él, porque Él nos ha salvado. No vamos a ignorar o a disminuir el peso de la salvación que nos consigue Cristo, al contrario: ése es el centro de mi vida cristiana.
Pero, para poder alcanzar la salvación, nosotros tenemos que vivir respondiéndole al Señor: Si Él se entregó por nosotros, nosotros tenemos que corresponder a esa entrega. Cristo no nos pide que nos entreguemos a Él como vasallos, Él nos dice ama a Dios y ama a tus hermanos. La salvación viene por esa doble relación, vertical hacia Dios que nos ha creado y, horizontal, hacia nuestros hermanos que son nuestros compañeros, los que el Señor también creó y quiere que juntos, vayamos a su encuentro.
El salmo que hemos rezado es el primero del Libro de los Salmos. ¿Cómo comienza?: Haciendo una distinción, “dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra en la senda de los pecadores, ni se sienta con los cínicos”. Es decir, esos son aquellos que siguen al Señor porque quieren hacer el bien. Viene la contraparte, “no así los impíos, no así, serán como paja que arrebata el viento, pasarán”.
Como pasan muchas de esas ideas novedosas que se nos presentan, ahora y en otros tiempos también, pues siempre hay ideas novedosas, y eso es bueno, pero hay algunas que te quieren apartar de las enseñanzas de Jesús y que desgraciadamente las acogemos como si fuera lo máximo… ellas serán como paja que arrebata el viento, porque pasan varios años y esas ideas se fueron, se fueron volando, surgen otras, ya nadie cree en las anteriores. El Señor asegura su presencia, “dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, será como un árbol plantado al borde del arroyo y va a dar frutos”. Ésa es la confianza que tenemos puesta en Dios y que Él nos ha prometido. Él nos llama a vivir eternamente junto a Él, a la vivir en la felicidad que todo el mundo anhela, y que en la Tierra no podemos conseguir. Nos sentimos llamados a ser felices, y este es el camino que nos señala el Salmo: Dichosos aquellos que siguen al Señor, que hacen el bien, aman a Dios y aman a los hermanos, en la otra orilla, pobres de aquellos que se apartan y que siguen muchas ideas locas, novedosas, nuevas que se presentan con mucho bombo y platillo, pero que al final nos apartan de Dios. Fíjense la diferencia entre unos y otros.
Vamos a la lectura del profeta Jeremías. El profeta Jeremías era un hombre del Antiguo Testamento, era un hombre duro. Él utiliza palabras que no son las de Jesús, maldito aquél que confía en el hombre, es decir que sigue esas ideas, y busca solamente fuerza en sí mismo en la carne y aparta su corazón del Señor. Y vuelve a decir, será como un cardo, me imagino que el cardo es como un guizazo, en la estepa; habitará en la aridez del desierto, ése no verá a Dios. Si sigue por ese camino, no verá a Dios. Entonces viene la contraparte, bendito el que confía en el Señor y pone en Él su confianza, será como el árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces. Fíjense bien hermanos, lo que el Antiguo Testamento y Jesús, nos van repitiendo; los salmos, los profetas, lo van repitiendo. Entonces tenemos que ver con quién y cómo nosotros andamos. Si nosotros nos dejamos arrastrar por aquellos que nos apartan de Dios, y de sus preceptos, o si nosotros queremos vivir junto a Jesús confiando en Él.
El domingo pasado hablábamos de Isaías, de Jeremías, y hablábamos de Pedro… ellos utilizaban el mismo verbo: confiar, confianza. Ten confianza, tú vas a poder hablar, tú vas a poder decir, le decía a Jeremías y a Isaías. Pedro se da cuenta y le dice, confío en lo que Tú me dices. Hermanos el Señor nos pide que nosotros, en la fe, confiemos en su palabra, y eso es lo que nos da seguridad, eso es lo que nos hacer ser benditos de Dios, nuestro Padre.
Si vamos al Evangelio se repite el mismo estilo y mensaje: “Dichosos los pobres, porque vuestro reino será el reino de Dios, dichosos los que ahora tienen hambre porque quedarán saciados, dichosos los que ahora lloran porque vana a reír; dichosos ustedes cuando le odien por mi nombre, dichosos, porque ustedes serán benditos en el reino del Padre”. Esa es la llamada que el Señor nos hace.
¿Es que el Señor quiere que la gente llore, que la gente sea pobre…? No, el Señor no quiere eso, pero conoce la vida, y sabe de todos los problemas de la vida, y les dice a los pobres, no solamente de espíritu sino también materiales, a aquellos que no pueden vivir y desarrollarse plenamente, que no son escuchados, les dice, ustedes, que parece que en la tierra no se les hace justicia, en Dios tendrán justicia, ahora lloran ustedes serán consolados, ahora tienen hambre ustedes serán saciados. Los hombres, tal vez, esto nunca lo podrán conseguir para ustedes, pero Dios sí. Ésa es la llamada del Señor, que nos dice que confiemos en Él. Este tiempo es una llamada a ponernos en las manos de Dios, a confiar en Él.
“¡Ay de ustedes los ricos que ya tienen vuestro consuelo!, ¡ay de ustedes que ahora ríen porque harán duelo y llorarán!, ¡ay si todo el mundo habla bien de ustedes!, eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”. ¿Qué nos dice? Y repito… ¿Es que el Señor quiere la pobreza, el llanto, la desdicha? No. Él quiere el bien, y por eso nos lo promete, por eso hay que vivir con confianza. Pero el Señor sí nos dice que cuando nosotros hacemos de la riqueza, cuando hacemos de la soberbia, cuando hacemos del sentirnos satisfechos, cuando nos sentimos mejores que los demás, cuando creemos que tenemos el poder que nos permite aplastar a los demás… ¡Pobres de ustedes! ¡Ay de Ustedes!
Hermanos, limpiemos nuestro corazón y nuestra vida, nuestra actitud, limpiémosla de todo aquello que nos impide confiar en el Señor y hacer el bien siempre. Seremos consolados, seremos aquellos, no sólo nosotros sino los que viven así, seremos aquellos que encontraremos el Reino de Dios. Y dice más, ¡ay de los que les persiguen!, ¡ay de los que se burlan de ustedes!, ¡ay de ustedes que les dicen que son atrasados, que les dicen que son tontos porque creen en esas cosas de Dios, en la Palabra de Dios!, ¡ay de ustedes que no van con la primera corriente nueva que surge! Aquí dice el texto que, precisamente los profetas, no se dejaban llevar por cualquier idea novedosa, sino que su vida estaba fundada en Dios, en la palabra de Dios; muchas veces la gente los trataba mal por ser fieles, pero, aquellos mentirosos, aquellos falsos profetas mucha gente los alababan. Sabe Dios por qué, por quedar bien, porque les convenía, por seguir la corriente…
La vida es así, tenemos que escoger, tenemos que movernos entre estos dos campos, el bien y el mal: o sentirnos tan poderosos hasta no querer dejarnos iluminar por la Palabra de Dios, o sentirnos humildes y reconocer que soy una criatura que pasa como el viento, como paja que se lleva el viento, necesito a Dios.
Meditemos en esto, porque es bueno, para que desterremos de nosotros toda soberbia, desterremos de nosotros toda prepotencia, desterremos de nosotros aquello de creernos mejores que los demás, o de tener siempre la razón, o que todo el mundo tiene que pensar lo yo pienso o lo que yo digo. Desterremos eso, y vamos a acercarnos al Señor que se presenta diciendo que nos acoge, que ha resucitado para salvarnos y nos llama a confiar y esperar en ÉL. Que Dios nos ayude a todos a vivir así.