TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
El Año de San Antonio María Claret en nuestra Arquidiócesis va finalizando. Los días que restan hasta el próximo 16 de Febrero, serán una apretada y sencilla crónica de los últimos días de Claret en Cuba.
LOS ULTIMOS DIAS DE CLARET EN CUBA
Mes de Marzo 1857
Día 1. Continúa la Visita Pastoral y la Misión en Baracoa.
Día 5. Hoy se celebra la comunión general. Durante toda la Misión se reparten tres mil comuniones.
Día 8. Se despide de la gente de Baracoa para regresar a Santiago de Cuba.
Última misión en Cuba: Baracoa
Correspondencia de “El Redactor”. Baracoa 8 de Marzo de 1857.
Nada hay en el mundo que pueda compararse al sublime sentimiento que inspiraba la despedida que los Baracoeses dieron el día 8 del corriente al Excmo. e Ilustrísimo Sr. Arzobispo de esta Diócesis, que concluida la santa visita pastoral dedicada a esta jurisdicción, regresaba a la ciudad de Santiago de Cuba. En cuanto la campana del Castillo del Soberano [nota nuestra: hay un error de imprenta: el nombre del castillo es Seboruco] anunció vapor a la vista, como un torrente la población inundó las calles y se dirigía presurosa hacia la Iglesia parroquial, como por ensalmo, la calle Real por donde había de pasar S. E. I. quedó vistosamente colgada de pabellones nacionales, y a pesar de que el sol en aquella hora calentaba con toda su fuerza, los que no podían llegar hasta el templo a recibir la bendición del Prelado, se disputaban los sitios a las puertas y ventanas para recibirla en su paso. A las doce y media salió el Sr. Arzobispo de la casa del Sr. Vicario Juez Eclesiástico, D. Nicolás Pérez y Fernández, donde estuvo alojado durante su permanencia en ésta, acompañado del Sr. Teniente Gobernador, Sr. Alcalde mayor D. Femando Armendi y demás autoridades y una comisión del Ilustre Ayuntamiento y los Señores Curas Eclesiásticos de esta Jurisdicción. Entró en la iglesia y después de una breve oración, bendijo la inmensa multitud que no cabiendo en el templo se extendía por la plaza del mismo, y que postrada de rodillas y agitada por una religiosa emoción, esperaba la santa bendición de su amadísimo Arzobispo. Concluida esta se dirigió a la bahía y era de ver la satisfacción, la alegría que resaltaba en el rostro del virtuosísimo varón, viéndose rodeado hasta el mismo embarcadero de la población en masa que demostraba en su semblanza y acciones, el sentimiento que tenía por su partida y el amor que en sus corazones le consagran; llegado el punto de embarcarse, se volvió al pueblo para darle su despedida, y éste prorrumpió en amargo llanto al notar la viva emoción que le agitaba a millares de voces respondieron a las carísimas que les dirigió de “a Dios, hijos míos…”.
Entonces entró en la falúa de Rentas Reales, que le estaba preparada, siempre acompañado de las autoridades y demás personas referidas, y de su secretario, único séquito que lleva consigo, y cuando próximo a entrar en el vapor que lo había de conducir, apercibía todavía la gente que agrupada a lo largo de la Marina le dirigía salutaciones, echando sus pañuelos al aire, con los ojos llenos de lágrimas, decía en voz baja: “a Dios, mis queridos hijos, yo rogaré al Cielo por vosotros”.
En una época como la que atravesamos en que el reinado de los intereses ha reemplazado el de los sacrificios, en que la religión y la moral son atacadas con frecuencia por diversas causas siendo la más principal el egoísmo que mueve a las masas lo mismo que a los poderes a disfrutar bienes adquiridos mejor que seguir la vía de la actividad, la infatigable laboriosidad, el ardiente celo con que el Excmo. e Ilustrísimo Sr. Arzobispo de Cuba D. Antonio M \ Claret y Clará, desplega por todo cuanto hace relación al sostenimiento y lustre de los sentimientos morales y religiosos, así como en el desempeño de sus funciones pastorales, como también por sus generales y grandes conocimientos, hace [que] se le mire y considere como un digno príncipe de la Iglesia y un verdadero apóstol de Jesucristo.
El día veinte y uno del mes próximo pasado llegó a esta ciudad S. E. I. habiendo salido las autoridades a su recepción, y un inmenso pueblo que animado de un entusiasmo indescriptible, daba a entender lo anhelada que era por él esta visita; el domingo predicó en la misa, y después todas las noches excepto dos, que por la mucha gente que había solicitado confesarse, no pudo hacerlo, dirigió la Divina palabra a sus Diocesanos, que ávidos de escucharlo se estrechaban en el templo y después se agrupaban a las puertas, atraídos por la unción de su voz con que convence, por las angelicales palabras que de sus labios se desprenden y forman la delicia de sus oyentes, llevando al corazón la fe, el amor, la caridad, de cuyas virtudes nadie, sino él, es el verdadero símbolo. La concurrencia que hubo en la ciudad desde el 28 de Febrero al 5 de Marzo fue inmensísima: los campos quedaron despoblados, hombres, mujeres y niños vinieron a implorar el perdón de sus culpas, postrándose a los pies del Santo Prelado; y éste en su infatigable desvelo por la pureza de las almas pasaba mañana y tarde en el confesonario auxiliado por cinco clérigos más que le secundaron durante su misión con una eficacia recomendable; el día de la comunión general que fué el día cinco, recibieron el pan eucarístico seiscientas personas: durante la semana lo recibieron tres mil; siendo los confesados cuatro mil, y dos mil ochocientos los confirmados, según consta de las papeletas; repartiendo crecido número de libros devotos, como el catecismo, camino recto, y además estampas, rosarios, etc. para que por su devoción y lectura sus amados Diocesanos conserven puros los sentimientos que con la palabra de Dios inculcó en sus corazones. Creemos y lo decimos con la mano en el corazón que S. E. I. habrá quedado sumamente complacido del clero que le rodeaba, de las autoridades que frecuentemente le ofrecían sus respetos y sinceros servicios, y por último del ánimo de los fieles que ni un momento quisieran vivir sin estarlo escuchando y que todos unánimes ruegan al Todo-poderoso conserve su preciosa vida para gloria y sostén de nuestra Religión Católica.
Luis Arquez
(El Redactor, Sábado 21 de Marzo de 1857, año 24, n. 585, p. 2, col. 2)