Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez
Eucaristía Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
30 de enero de 2022
“En una palabra, quedan estas tres; la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor” 1Cor 13,13
Hermanos,
Los textos de hoy nos presentan el tema de la vocación. El texto que hemos escuchado del profeta Jeremías, es un pasaje que muchas veces, el futuro sacerdote que va a ser ordenado escoge para el día de su ordenación, porque este texto es vocacional. También nosotros podemos aplicárnoslo, todos los bautizados podemos aplicárnoslo, porque todos nosotros hemos recibido la vocación a la vida, la vocación al bautismo, y después vocaciones particulares que cada persona tiene, según los dones que haya recibido de Dios. Los dones recibidos, no es que unos sean mayores o menores que otros, es que cada persona tiene dones particulares que Dios le ha concedido, y por eso tiene que desarrollar su vocación y, de esa manera, encuentra la felicidad.
Es deseable y hermoso que cada uno de nosotros meditemos, estas palabras sencillas con las que comienza el libro del Profeta Jeremías que acabamos de escuchar, antes de formarte en el vientre de tu madre yo te escogí, antes que salieras del seno materno te consagré. Hermanos, creo que todos tenemos que reflexionarlas, dedicar un momento de meditación y pensar en ellas. Dios a mí me ha escogido desde antes de estar en el seno de mi madre, ya yo estaba en el pensamiento de Dios, ya cuando yo vine al mundo, el Señor me había creado en Él, yo estaba en Él, en su pensamiento, en su deseo de creación, de transmitir su amor y su bondad.
Qué diferente es pensar en esto, a pensar que hemos venido al mundo, así porque vinimos. No, Dios me escogió a mí, a ti, a todos los que estamos participando de esta misa, físicamente y virtualmente, el Señor nos ha escogido desde el seno de nuestra madre. No nos ha escogido para tener un juguete en sus manos, al contrario: ofreció su vida por nosotros, para que algún día alcanzáramos la salvación y viviéramos eternamente junto a Él. Él nos dio la vida por amor, y quiere que la vida termine en el amor, que es Dios mismo.
Por eso que este es un texto de vocación, ideal para que cada uno de nosotros piense en su vocación a la vida, en su vocación de ser cristiano, y en su vocación particular según los dones que el Señor nos haya dado, en la iglesia, en la familia, en la sociedad, dondequiera que nosotros interactuemos. Tenemos dones que debemos poner al servicio de los demás, ya que todo fue hecho por y en el amor.
Pero también en el texto hay algo muy específico. Jeremías recibió el don particular de la profecía, Dios lo llamó, su vocación particular fue predicar, profetizar. “Te nombraré profeta de los gentiles”, es decir le dio la vocación de la palabra. ¿Pero, qué palabra? ¿Cualquier palabra? No, la Palabra de Dios. Y le dice, “tendrás que salir de tu casa, de tu pueblo y predicar a todas las naciones”. Ésa era la vocación específica de Jeremías. Esta vocación de Jeremías era muy particular, era la suya, pero también todos los bautizados la tenemos, porque todos los bautizados, además de nuestra vocación personal, también tenemos que dar testimonio con nuestras obras y palabras del amor de Dios… y eso es ser profeta. Por eso cuando nos bautizamos se nos dice que somos un pueblo de profetas, esto es: debemos predicar la Palabra de Dios y vivirla; de sacerdotes, debemos orar a Dios en nombre del pueblo; y de servidores que queremos servir a los demás practicando las obras de amor.
Ya hemos visto de Jeremías este texto que nos habla de la vocación a la vida, a ser cristianos y la vocación particular de cada uno, ahora podemos pasar al evangelio.
El evangelio es continuación del que escuchamos el domingo pasado. Acuérdense que el domingo pasado comenzamos con el inicio del evangelio de San Lucas, y en él se decía, quiero poner por escrito todo lo que contaron aquellas personas que vieron, que participaron, y que después lo comunicaron a los demás. Fíjense bien que ahí también está la vocación de anunciar, aquello que vieron, aquello en lo que participaron, aquello que les transformó la vida de simples pescadores, recaudadores de impuestos, que tenían miedo y dejaron a Jesús solo en un momento determinado, y los lanzó a salir y a proclamar a todos los vientos que Dios es amor, que Dios nos ama.
Jesús, al realizar su obra de hacer presente el amor del Padre para con nosotros, una parte grande de ella la empleó en la predicación; Él predicó con su vida y con su palabra, y eso es lo que los evangelistas recogieron. Él habla de la necesidad de predicar a todos los pueblos. Y allí en Nazareth, donde se crió, dijeron, ¿pero y este quién es que habla así de esa manera?, y Jesús les dijo, todos los pueblos necesitan de la Palabra de Dios, y yo voy a predicar a todos los hombres, de todos los pueblos, de todas las razas, de todos los tiempos, y de todas las culturas. El mensaje de Jesús no es un mensaje para un grupito, el mensaje de Jesús es para todos los hombres, para todas las mujeres, para los que quieren encontrar sentido a su vida, y se dan cuenta de que la vida no es solamente, los varios años que se viven, sino que la vida tiene un sentido definitivo en Dios. No hay otra respuesta.
Nosotros somos testigos del amor de Dios, y por eso en la segunda lectura que hemos escuchado, es de la 1ra. carta a los Corintios, el capítulo 13, el himno al amor. En ella se afirma que el amor es la clave de todo, ¿por qué?, porque Dios nos hizo por amor, y Dios es amor, así dice el apóstol Juan en su carta. El centro que hace mover, la energía que hace mover todas las cosas hacia el bien, y hacia el cumplimiento definitivo, tiene que ser el amor. No puede ser el odio, jamás, la desidia y el desinterés, eso no crea nada. El odio y la división, el desinterés no crea nada, lo único que es capaz de crear y hacer las cosas buenas es el amor. Por eso es que venimos al mundo, por la unión de un hombre con una mujer que se aman, así es por naturaleza, porque el amor está en el centro de nuestra existencia.
Aquí se nos dice que el amor es lo más importante. El que quiera conocer cuál es el amor verdadero que lea esta carta, queda como una tarea para la casa hasta el domingo que viene. Tómense su tiempo, lean la carta, la 1ra. de Pablo a los Corintios, capítulo 13. Al final nos dice una verdad indiscutible. La fe pasará, porque ya tendremos al Señor presente, la esperanza no hace falta, está ahí el objeto de nuestra esperanza, Dios. ¿qué queda?, el amor. El amor ¿entre quién? El amor de Dios que nunca muere, el amor de Dios para con los hombres; y la respuesta amorosa de nosotros hacia Dios.
Hermanos, esa es la vida, eso es lo que le da sentido a la existencia; lo demás es vivir casi por vivir. Los cristianos tenemos que sentirnos contentísimos porque Dios nos miró y nos eligió desde el vientre de nuestra madre, desde antes ya nos tenía en su corazón, y nos eligió para que nosotros fuéramos testigos del amor de Dios en el mundo. Ojalá que todos los cristianos podamos vivir así. Que el Señor nos acompañe.