TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
AUTOBIOGRAFIA DE SAN ANTONIO MARIA CLARET
PARTE TERCERA
Desde la consagración de Arzobispo en adelante
Capítulo I
De la consagración, viaje, llegada y primeros trabajos
499. El día 6 de octubre de 1850, día de San Bruno, fundador de los Cartujos, a cuya religión había deseado pertenecer, día domingo primero de este mes de octubre; día del Santísimo Rosario, a cuya devoción he tenido siempre tan grande inclinación; en ese día, pues, fue mi consagración, juntamente con el Señor D. Jaime Soler, Obispo de Teruel, en la Catedral de Vich. Fue consagrante el Señor Obispo de aquella Diócesis, el llmo. Sr. Doctor D. Luciano Casadevall, y fueron asistentes los Excmos. e Ilmos. Sres. D. Domingo Costa y Borrás, obispo de Barcelona y D. Fulgencio Lorente, obispo de Gerona.
500. El martes, día 8, ya salí de Vich para Barcelona y Madrid, y el Excmo. e limo. Señor D. Brunelli, Nuncio de Su Santidad, me puso el Palio el domingo día 13 del mismo mes. Me presenté a S. M. y a los Ministros del Gobierno, y, mientras tanto que despachaban mis asuntos me dediqué en Madrid en predicar, confesar, etc. Arreglados mis negocios, me volví a Cataluña. Al llegar a Igualada, que fue el día último de octubre, prediqué el día de Todos los Santos, y al día siguiente fui a Montserrat, en que también prediqué. Luego pasé a Manresa, en que se hacía el Novenario de almas por el P. Mach; por la noche les prediqué y al día siguiente di la sagrada Comunión a muchísima gente, que, como ya lo sabían, se habían preparado al efecto.
501. Por la tarde pasé a Sallent, mi Patria, y todos me salieron a recibir. Por la noche les prediqué desde un balcón de la plaza, porque en la iglesia no habrían cabido. Al día siguiente celebramos una Misa solemne, y por la tarde salí para Santmartí, y por la mañana pasé a Nuestra Señora de Fusimaña, a la que había tenido tanta devoción desde pequeño. Y en aquel Santuario celebré y prediqué de la devoción a María Santísima; de allí pasé a Artés, en que también prediqué; luego a Calders, y también prediqué, y fui a comer a Moyá, y por la noche prediqué. El día siguiente pasé por Collsuspina, y también prediqué, y fui a comer a Vich, y por la noche prediqué. Pasé a Barcelona, y prediqué todos los días en diferentes iglesias y conventos, hasta el día 28 de diciembre, en que nos embarcamos en la fragata La Nueva Teresa Cubana. Su capitán, D. Manuel Bolívar.
502. Los que se embarcaron en mi comitiva fueron: D. Juan Lobo, Pbro. y provisor, con un joven llamado Telesforo Hernández; D. Manuel Vilaró, Pbro.; D. Antonio Barjau, Pbro.; D. Lorenzo Sanmartí, Pbro.; D. Manuel Subirana Pbro.; D. Francisco Coca, Pbro.; D. Felipe Rovira, Pbro., D. Paladio Currius, Pbro.; D. Juan Pladebella, Pbro.; D. Ignacio Betriu, Felipe Vila y Gregorio Bonet.
503. En la misma embarcación iban dieciocho hermanas de la Caridad, que iban destinadas a La Habana, y un Sacerdote que las acompañaba, que se llamaba D. Pedro Planas, de la misma Congregación de San Vicente de Paúl. Además iban también algunos otros viajeros.
504. Todos salimos sanos y alegres de Barcelona para Cuba; mas, al llegar al Peñón de Gibraltar, tuvimos que esperar que cambiara el tiempo para poder pasar el estrecho, y, habiéndose puesto la mar muy mala, tuvo a bien el capitán retroceder al puerto de Málaga, en que estuvimos tres días esperando que cambiara el tiempo. Entre tanto, en aquellos días me dieron ocupación, y prediqué quince sermones en la Catedral, Seminario, a los estudiantes, a los conventos, etc.
505. Por fin, salimos con muy buen tiempo hasta las Islas Canarias, en que pensamos saltar en tierra y visitar a aquellos queridos Isleños. Ellos nos esperaban y nosotros lo llevábamos de intento, pero en aquellos días la mar estaba tan alborotada, que no fue posible atracar, con grande sentimiento de una y otra parte.
506. Continuamos el viaje hasta Cuba con suma felicidad y admirable orden. La cámara estaba dividida en dos partes; del palo mayor a la popa estaba yo con todos mis agregados, y del mismo palo mayor a la proa estaban todas las Hermanas, enteramente incomunicadas con unas puertas persianas que había de por medio. Nosotros, todos los días por la mañana en hora fija todos nos levantábamos, nos lavábamos, etc., y teníamos media hora de oración mental en común. Las Hermanas en su departamento hacían lo mismo; concluida la oración mental, celebraba la Misa en la misma cámara, en un altar que habíamos armado. Yo celebré en todos los días de la embarcación, cuya misa oían todos los de mi comitiva, y también todas las Hermanas desde su departamento, y al efecto abrían entonces las puertas que había en la línea divisoria. Las hermanas y los sacerdotes todos comulgaban, comulgaban todos menos uno, que se reservaba para celebrar la segunda misa que había cada día en acción de gracias. Y el sacerdote que celebraba la segunda misa andaba por turno, por manera que cada día en el buque se celebraron dos Misas, una yo y otra uno de los sacerdotes, por turno.
507. Concluidas estas primeras devociones, íbamos encima de la cubierta a tomar té, y cada uno estudiaba lo que quería. A las ocho nos reuníamos otra vez en la cámara, en que rezábamos en comunidad las horas menores, y teníamos conferencias morales hasta las diez, que íbamos a tomar el almuerzo. Después descansábamos y estudiábamos hasta las tres, en que rezábamos vísperas, completas, maitines y laudes, teníamos otra conferencia hasta las cinco, en que íbamos a comer. A las ocho nos reuníamos otra vez, rezábamos el rosario y demás devociones, teníamos una conferencia de ascética y, finalmente, tomábamos una taza de té y nos íbamos al camarote todos.
508. Esta era la ocupación de todos los días de labor; mas en los días de fiesta la segunda misa se decía en la hora más a propósito a la tripulación, que venía a oírla. Además, por la tarde, en los días de fiesta, había sermón, que predicaba un sacerdote por turno, empezando yo, después el Señor Provisor, etc.
509. Al llegar al Golfo de las Damas, yo empecé la misión encima de la cubierta. Todos asistían, todos se confesaron y comulgaron en el día de la Comunión general, tanto viajeros como de la tripulación, desde el capitán hasta el último marinero, y siempre más que damos muy amigos, de modo que cada viaje que hacían nos venían a visitar. El día 16 de febrero de 1851 desembarcamos felizmente. Fuimos recibidos con todas las demostraciones de alegría y buena voluntad, y al día siguiente de la llegada hicimos la entrada solemne según las ritualidades de aquella Capital.86
510. A los quince días de nuestra llegada fuimos a visitar la Imagen de la Santísima Virgen de la Caridad en la ciudad del Cobre, a cuatro leguas de la capital, que es tenida en mucha devoción por todos los habitantes de la Isla, así es que es una capilla muy rica por los muchos donativos que presentan continuamente los devotos de todas partes.
511. Vueltos otra vez a la Ciudad de Santiago, capital de la Diócesis, empecé la Misión, que duró hasta el día 25 de marzo, en cuyo día fue la Comunión general, en la que es inexplicable el concurso que hubo, tanto en oír los sermones como en acercarse a la sagrada Comunión. Mientras que yo hacía la Misión en la Catedral, don Manuel Vilaró la hizo en la iglesia de San Francisco, que es el templo más capaz que hay en la Ciudad después de la Catedral, y en el domingo inmediato después de la Anunciación yo fui a dar la Comunión en la iglesia de San Francisco. 86. La capital de la archidiócesis era Santiago de Cuba. En 1851 contaba con 26.668 habitantes, llegando los de su jurisdicción a 86.364. El campo de acción era difícil: archidiócesis muy extensa, malas comunicaciones, clima ardiente. Sin obispo desde hacía más de catorce años. Clero deficiente en número y calidad. Socialmente, con la plaga de la esclavitud y la inmoralidad. Políticamente, con el fermento separatista en ebullición.
512. También di ejercicios a todo el Clero, canónigos, párrocos, beneficiados, etc., cuyos ejercicios se repitieron en cada año que estuvimos en aquella Isla, aunque para mayor comodidad suya los reunía en las ciudades principales de la Diócesis.
513. Yo y mis familiares los hacíamos también en cada año, antes que los otros, y solos, encerrados en Palacio, guardando un riguroso silencio. Ni se recibían cartas ni oficios; nada absolutísimamente se despachaba en aquellos diez días que duraban siempre, y, como ya lo sabían todos, en aquellos días siempre nos dejaban en paz.
514. Concluidas las Misiones de la Ciudad principal y terminadas las funciones de Semana Santa y Pascua, hicimos tres divisiones. Envié a D. Manuel Subirana y a D. Francisco Coca a la ciudad del Cobre, y a D. Paladio Currius y al P. Esteban Adoáin, Capuchino, al pueblo del Caney, a dos leguas de Santiago. Ese religioso se me presentó a los principios de haber llegado, y me sirvió mucho, como después diré. Los demás los distribuí de esta manera: a D. Juan Lobo, en el Provisorato, y en mi ausencia hacía de Gobernador eclesiástico; D. Felipe Rovira, en el Seminario, para que enseñara gramática latina a los muchachos; y D. Juan Pladebella, para que enseñara teología moral; D. Lorenzo Sanmartí y D. Antonio Barjau los mande a la ciudad de Puerto Príncipe para que enseñaran el Catecismo hasta mi llegada.
515. Yo me quedé en la Ciudad, abrí y empecé la Santa Visita, empezando por la Catedral, Parroquias, etc., y todos los días administraba el sacramento de la Confirmación, y, como había tanta gente para confirmar, a fin de evitar confusión, hice imprimir unas papeletas al efecto, repartiendo en los Curatos el día antes el número que en el día siguiente se podrían confirmar. En dicha papeleta se escribían los nombres del Confirmando, Padres y Padrino, y así se evitaba confusión y aglomeración de gente, y con más reposo y sosiego se copiaban después en los libros los nombres; así lo hice siempre, y me fue muy bien en tantos como confirmé, que no bajarán de trescientos mil los que confirmé en los seis años y dos meses que estuve en aquella Isla.
516. Además de la visita y confirmaciones, predicaba en todos los domingos del año y fiestas de guardar; esto nunca jamás lo omití en cualquier parte de la Diócesis en que me hallase. A los principios de junio, ya salí de la Ciudad, y fui al Caney a concluir la Misión que habían empezado y continuado con grande provecho el P. Esteban y el P. Currius; yo los confirmé a todos y terminé la Misión.
517. Después pasé a la ciudad del Cobre, en que estaban haciendo la Misión D. Manuel Subirana y D.
Francisco Coca, como he dicho; trabajaron muchísimo durante todos aquellos días e hicieron grande fruto; baste decir que cuando fueron allá no más había ocho matrimonios, y, terminada la Misión, quedaron cuatrocientos matrimonios y que se hicieron de gente que vivía en contubernio. Yo estuve allí algunos días para administrar el sacramento de la Confirmación y para acabar de dar la última mano a la Santa Misión, y, al propio tiempo, dispensar algunos parentescos, pues que el Sumo Pontífice me había facultado para dispensar…