Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez
Eucaristía Tercer Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
23 de enero de 2022
“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos”. Lucas 4, 18
Hermanos,
Acabamos de escuchar el inicio del evangelio de san Lucas. Jesús proclama oficial y públicamente que ya el tiempo ha llegado, las escrituras se han cumplido. El Reino de Dios se ha hecho presente entre nosotros.
En los domingos anteriores: el domingo antepasado, la Fiesta del Bautismo del Señor, donde se oye la voz que dice “Este es mi hijo amado escúchenlo”; el pasado, las bodas de Caná, donde hizo su primer milagro a petición de la madre, María, “hagan lo que Él les diga” que es el mensaje que nos deja; y ahora, en este tercer domingo, el relato va en esa misma tónica, manifestando claramente quién es Él. Si en las Bodas de Caná el poder de Dios se manifiesta en hacer milagros, en darles la alegría a aquellos novios; en este Él lo declara firmemente. Declara que se cumplen las escrituras. Recordemos que en el bautismo fue una voz que dijo, “este es mi Hijo amado”, en éste no es una voz, Él mismo dice, “hoy se cumplen las escrituras”. Él da inicio al Reino de Dios en medio de nosotros. Él es el Reino de Dios que se hace presente en medio de nosotros.
Las lecturas de hoy tienen una clara ilación, y esa ilación es la Palabra de Dios, la Biblia, lo que Dios ha querido revelarle al hombre, su poder misericordioso, la gracia que Dios tiene para con todos los hombres.
Comenzamos las lecturas de hoy con el texto de Nehemías, después el mismo salmo nos dice “tus palabras Señor son espíritu y vida”- Este texto de san Lucas, con el que comienza su evangelio y que muchas veces no le damos importancia, para mí sí la tiene, Lucas se presenta y explica cuál es el motivo por el cuál él escribe su evangelio. No escribe el evangelio por un problema literario, sino que él se da cuenta de que todo aquello que la gente vio, pues fueron testigos oculares, oyó en las predicaciones, todo eso que se comentaba, lo que se decía, que se pasaba de boca en boca, él sintió la necesidad, inspirado por el Espíritu Santo, de escribirlo. Él es un testigo.
Así es la Palabra de Dios. La Biblia que nosotros la leemos, formada por tantos libros escritos en épocas tan diversas, siglos… las escribieron personas que fueron testigos. Primero se transmitieron de boca en boca, y después alguien las escribió. Así es la Palabra de Dios, la Palabra de Dios fue escrita por testigos de la obra de Dios en el mundo. Nosotros somos testigos de que Dios sigue actuando en el mundo.
El domingo pasado veíamos como Dios se hace presente aun en las cosas más pequeñas de la vida, que no tienen tanto peso o que son muy corrientes, como por ejemplo una boda. Nosotros también hoy somos los discípulos de Cristo que, acompañados por su Palabra, somos sus testigos.
En el texto de Nehemías, hay dos personajes que son mencionados, que son importantes: Esdras y Nehemías. ¿Quién era Esdras? Esdras era el sacerdote ¿Quién era Nehemías? Nehemías era el gobernante. ¿Cuándo fue que se escribió este libro? ¿Estos sucesos qué momento nos narran? Nos narran que, después de casi 150 años de estar el pueblo de Israel desperdigado, en la diáspora, de que fue expulsado de Jerusalén; Nehemías decide, pues había llegado el momento, que ellos deben volver de nuevo a Jerusalén, y deben reconstruir el templo. Esdras el sacerdote, y Nehemías el gobernador, se meten en la dura tarea de resolver las consecuencias de las dificultades y opresiones que habían tenido durante los 150 años de exilio, querían recuperar el tiempo perdido.
Claro, en ese desperdigarse, habían perdido muchas tradiciones, y tal vez habían olvidado mucho de la Palabra de Dios. Este relato, pone la Palabra de Dios en el centro. Nos narra cómo se leyó toda la Ley al pueblo de Israel, se fue leyendo para que el pueblo recordara, para que el pueblo se diera cuenta de tenía que volver de nuevo a lo primero, a su origen, dónde ellos habían vivido con Dios, con Yahveh que les cuidaba. Dice el texto, que el pueblo escuchaba en la plaza, y que estuvieron un día casi entero leyendo y escuchando la Palabra de Dios. Era un día de fiesta, y termina diciendo, no estén tristes, porque hoy hay que dar gracias, hay que darle gloria a Dios. Fíjense que es un pueblo que se dispersa, que se pierde en medio de las vicisitudes del mundo, pero que de momento recobra la lucidez y descubre que necesita escuchar la Palabra de Dios.
Nosotros también tenemos que empezar, y que esto nos sirva como un motivo de meditación en este día. Puede ser que la vida, tal vez, haya dispersado a tantos cubanos. Nos ha dispersado de nuestra tierra, de nuestro origen, de nuestras comunidades, de la manera de vivir la fe. Esto nos llama, independientemente de que hayamos pasado eso o precisamente porque hemos pasado eso, a volver de nuevo a la tradición de nuestros padres, a la fe primera, a participar en comunidades como en las que nosotros vivíamos intensamente nuestra fe. Puede ser que estemos en diferentes países, o puede ser, en nuestro propio país, en Cuba, también las circunstancias nos hayan hecho olvidar y apartar de la Palabra del Señor.
Esto es un recuerdo, una invitación, una gracia, vuelvan a la Palabra de Dios, vuelvan a encontrarla, mediten si ustedes la tienen puesta a un lado, si ustedes no la meditan o si la leen diariamente. Hermanos, estas son cosas que debemos hacer porque si no, seguimos olvidándonos de esa Palabra de Dios que nos dice que, Jesucristo, el Hijo de Dios, está aquí entre nosotros y que nos sigue invitando a regresar a él. Tenemos que volver, y eso es responsabilidad nuestra, tenemos que tomarla con seriedad, porque aquí se juega nuestra vida, la de nuestra familia, la de toda la sociedad.
El salmo, que siempre tiene relación con la primera lectura, va en la misma línea. Hemos rezado: “Tus palabras Señor son espíritu y vida”. ¿Cuál es la invitación? Volver a la Palabra de Dios que nos da espíritu y nos da vida. Nos da el sentido de las cosas. Este salmo 18, como el salmo 118, son dos salmos dedicados a la Palabra de Dios. Les invito a que los lean, búsquenlos. “Tus palabras Señor son espíritu y vida. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La norma del Señor es limpia, y es luz para los ojos”. Hermanos, démonos cuenta que muchas veces tenemos que volver de nuevo a reencontrarnos con la Palabra de Dios; no lo dejemos para mañana.
Decía al principio, que nosotros somos testigos, como lo expresa san Lucas, “yo he contactado con aquellos que han sido testigos de las obras de Jesús”. Nosotros somos testigos de Jesús y el ser testigos, nos lo recuerda esta lectura que hemos leído de la 1ra carta del apóstol san Pablo a los Corintios cuando dice “Todos hemos bebido de un mismo Espíritu… Todos nosotros judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo… El cuerpo puede tener muchos miembros, pero es uno solo”. Entonces hermanos todos somos testigos, y a la vez cada uno de nosotros tiene una misión distinta, diferente para el bien de la iglesia. Una vocación distinta. Seguimos leyendo el texto y nos damos cuenta que nadie puede sentirse disminuido en el pueblo de Dios, porque por el bautismo somos uno en el Espíritu que nos llama a la santidad, ese es el que nos hace que todos seamos iguales e importantes ante Dios.
Nadie hay superior a nadie, cada uno tiene una misión diferente que cumplir, en primer puesto los apóstoles, los profetas, los maestros, el que hace milagros, los que tienen el don de curar, la asistencia, la beneficencia, el gobierno... Cada uno de nosotros tiene un don, una gracia que el Señor nos ha dado, y cada uno de nosotros tiene que ponerla al servicio de los demás.
Tal vez antiguamente, hace años, los mayores podemos decir esto, los jóvenes están empezando; nosotros podemos recordar las veces en que en la comunidad nosotros cooperábamos, cada uno según su gracia y su carisma. Tal vez el tiempo, las ocupaciones de la vida nos han hecho olvidar esto, pero tenemos que volver; ya seamos mayores, ya seamos jóvenes, cada uno de nosotros tiene que aportar al Reino de Dios que Jesucristo vino a hacer realidad. Él se entrega en la cruz por nosotros, nosotros tenemos que corresponderle viviendo la Palabra de Dios de tal manera, que en cada momento hagamos su voluntad y nos entreguemos alegres devolviendo los carismas que el Espíritu nos da.
Que el Señor nos ayude a todos a vivir así, para recomenzar como el pueblo de Israel. Nosotros también recomencemos y ofrezcamos nuestra vida a Dios.
Que el Señor nos ayude a vivir así.