Irradia
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
1er Domingo del tiempo de Navidad, Fiesta de la Sagrada Familia
26 de diciembre de 2021
“Jesús iba creciendo en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” Lucas 2, 52
(Música, Familia de Nazareth, Javier Brú)
Queridos hermanos, en medio del gozo de la Navidad celebramos esta fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth, en la que recordamos el valor de la familia para el género humano. Jesús, María y José son para nosotros un testimonio de obediencia a la voluntad de Dios, por eso en sus manos ponemos siempre a nuestras familias.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches, feliz Navidad para todos donde quiera que se encuentren. Espero hayan pasado una Noche Nueva y una Navidad sobretodo en familia, reunidos, que es lo más importante. Lo exterior es importante, ayuda a la alegría, al gozo, las luces, la comida que podamos tener; pero lo más importante es que la familia esté reunida, ésa es la alegría, eso es lo que nos trae paz, momento importante, momento particular en el año. Espero que lo hayan pasado y lo sigan pasando porque estamos en el tiempo de la Navidad.
Para esta Fiesta la liturgia nos propone la lectura del Evangelio de San Lucas, en el capítulo 2, versículos del 41 al 52.
Lectura del evangelio de San Lucas, capítulo 2, 41-52
La primera lectura está tomada del Antiguo Testamento, del libro de Samuel. Nos encontramos una mujer que no podía tener hijos, Ana, o al menos no los había tenido, y ella y su esposo sufrían esta realidad, y por eso oraban al Señor, y confiaban en el Señor y no se desesperaban, porque sabían que el Señor tenía un plan para ellos. Y les llegó el momento, el momento en que Ana concibió, y dio a luz un hijo Samuel que tendrá un protagonismo tan importante en el Antiguo Testamento. Pero Ana no se olvidó de la obra de Dios en ella y por eso agradeció al Señor. Fue al templo, llevó una ofrenda, se acercó al sacerdote, le recordó que ya había estado allí pidiendo y que para iba a ofrecerla al Señor su hijo, a consagrárselo, y allí adoraron.
Gratitud. Qué bueno que nos lo recuerde esta primera lectura, porque a veces nos olvidamos de agradecer, de agradecernos y sobre todo en la familia, lo damos todo por hecho y nos olvidamos que hace falta que tengamos en cuenta lo que unos y otros hacemos y podemos hacer. La ayuda, la compresión, el amor, el perdón, el sobrellevarnos, el soportarnos, para poder vivir en familia, en un hogar. No juntos, sino como una familia en un hogar. Entonces, en este fin de año y casi el principio de otro la primera lectura nos recuerda eso, seamos siempre agradecidos. Agradezcamos a los demás, lo poco y lo mucho que hacen por nosotros, incluso cuando nos ponen obstáculos porque los obstáculos nos ayudan a crecernos, a aprender a enfrentar la vida. Gratitud. Entonces miremos a este año que termina para darle gracias a Dios por todo lo que hemos recibido y para darle gracias de manera particular por nuestra familia.
El salmo 83, hemos rezado con la antífona, Dichosos los que viven en tu casa, y el primer verso dice anhelando los atrios del Señor se consumía mi alma. ¿Cómo tenemos experiencia de esto? Cuando durante tantos meses hemos estado sin poder ir a nuestros templos, a la casa de Dios a rezar allí, a encontrarnos con Él, a encontrarnos con nuestros hermanos, con nuestra familia que es nuestra comunidad cristiana, hermanos, hijos de Dios, así que podemos rezar este salmo con esa experiencia que hemos vivido, la necesidad de Dios, y la necesidad de los demás. De la comprensión de los demás, del abrazo de los demás, de la mano de los demás, también a veces de la incomprensión, de las dificultades que hayamos podido tener. Eso es parte de la vida y no la podemos obviar, pero sí la podemos superar. Importante, darle gracias a Dios porque podemos encontrarnos nuevamente, porque su familia, la familia de Dios, la comunidad cristiana se puede reunir para celebrar esta Navidad, para agradecer, para despedir el año que termina con todo lo que ha tenido, pero que siempre es un regalo; para recibir el nuevo regalo de Dios que es el año que va a comenzar.
La segunda lectura está tomada de la carta del apóstol san Juan, ya en el Nuevo Testamento. Y comienza este fragmento… miren cuánto amor nos ha tenido el Padre. ¿Cómo nos olvidamos del amor de Dios? Basta que tengamos una dificultad, un obstáculo para que pensemos Dios no me ama, Dios no me mira, Dios no me tiene en cuenta. Y Juan, el apóstol San Juan, el Evangelista, nos recuerda que sí, tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su único Hijo. ¿Qué amor más grande que ese? ¿Qué padre está dispuesto a entregar a su único hijo? Al justo por los pecadores. ¿Queremos prueba más grande del amor de Dios? Pero que ese Hijo se haya entregado, se haya abajado, como dice la escritura, hacerse uno como nosotros menos en el pecado, para rescatarnos, para redimirnos, para salvarnos, para entregar su vida por nosotros. Derramar su sangre, morir en la cruz, para resucitar y vencer el mal y la muerte, y ayudarnos y enseñarnos que también podemos vencer el mal y la muerte, que el mal no tiene la última palabra, aunque a veces parezca que sí. El bien siempre triunfa, la verdad siempre triunfa, eso nos dice el apóstol san Juan, el que nos hace descubrir que Dios es Amor, y que donde hay amor allí está Dios, aunque no lo sepamos, aunque no lo conozcamos, donde hay amor, allí está Dios. Y donde está Dios allí hay amor.
El evangelio de hoy ya decíamos que está tomado de capítulo 2, versículos del 41 al 52. Jesús ya tiene 12 años y va por primera vez con sus padres a la fiesta de Jerusalén, a ofrecer el sacrificio con ellos. Pero después de hacer el sacrificio de estar en Jerusalén se regresan porque casi siempre iban todos los del pueblo, la familia… y parece que los padres, José y María, dieron por hecho que Jesús iba en el grupo con los demás adolescentes y niños, pero al llegar la noche se dieron cuenta que no está ahí y lo buscan. Como busca un padre a su hijo, que ya no sabe dónde está, angustiados; y resulta que Jesús se ha quedado en Jerusalén. No sabemos si salió la caravana y él se quedó detrás, o se quedó sencillamente; aunque la respuesta que va a dar a sus padres nos hace pensar que se quedó conscientemente pero no lo dijo a sus padres. ¿Nos recuerda eso algo? ¿Nos recuerda nuestra adolescencia, nuestra niñez? Cuántas veces hicimos algo no malo, bueno, pero sencillamente nos olvidamos de comunicarlo a nuestros padres.
María y José regresaron a Jerusalén, Jerusalén llena de peregrinos, la gran ciudad; un niño que viene de una aldea, de Nazareth que por primera vez se enfrenta a una gran ciudad. Cuánto temor en el corazón de sus padres hasta que lo encuentran. ¿Y dónde lo encuentran? En el templo, ¿haciendo qué en templo? Discutiendo, o escuchando y preguntando más que discutiendo, con los doctores de la ley. Y ellos asombrados, los padres y doctores de la ley, me imagino por la atención con que este adolescente los escuchaba, y quizás por las preguntas que les hacía.
Entonces la madre da el primer paso, y le reprocha suavemente. Hijo mío, por qué te has portado así con nosotros, tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. No hay gritos, no hay cocotazos, hay una pregunta, transida del dolor y la angustia por el que han pasado, y el preguntarse, ¿cómo este niño ha hecho algo así, por qué? ¿Por qué te has portado así con tu padre y conmigo? Y Jesús le responde con la verdad, ¿por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? Pero no siempre la verdad se comprende, ni siquiera José y María, que han tenido la experiencia de la revelación de Dios, que saben que aquel Niño es alguien especial. Pero el amor de padres está por encima de eso, la preocupación del padre está por encima de eso, y no comprenden la respuesta de Jesús. Que tampoco es desafiante, lo hago porque sí. Es la respuesta que Él siente en su corazón, tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre, y ustedes mejor que nadie pueden comprenderme. Pero no comprendían todavía lo suficiente, no entendían, pero eso no los hizo reprochar más a Dios, tendría una respuesta. Tendría una respuesta, hay que buscarla, para eso María guarda esto en su corazón para meditarlo.
Jesús regresa con ellos, nos dice el evangelista san Lucas que siguió sujeto a su autoridad. A la autoridad de sus padres, a los que tienen la responsabilidad de cuidar de él, de educarlo, porque esa es la primera responsabilidad de los padres. Cuidar, educar, abrir las perspectivas, darle las herramientas que necesitan para después enfrentar la vida como hombres y mujeres de bien. La escuela los ayudará, les dará conocimientos, pero los padres les darán la conciencia, de cómo utilizar esos conocimientos siempre para el bien, les darán los valores, el camino. Jesús regresa con ellos y sigue sujeto a su autoridad, porque no hay autoridad mayor sobre los hijos que la autoridad de los padres. Y por eso Jesús, nos dice el evangelista, iba creciendo en saber, en estatura y el temor de Dios y de los hombres, porque para eso lo educaron sus padres.
Cuando leemos los evangelios, si lo hacemos con cuidado, nos daremos cuenta de cuántas actitudes de Jesús no salen de las actitudes de José y de María. Esa disponibilidad de Dios, ese estar dispuestos siempre a servir, no ha servirse, esa preocupación por los demás. Y nos viene a la mente la Anunciación a María, o la Anunciación a José; o María en camino para ir a ayudar a su prima Isabel, porque de ahí se aprende. Lo que no se aprende en el hogar, no es que después no se pueda aprender, pero será mucho más difícil. Es en el hogar donde aprendemos a amar, a comprender a perdonar, a respetar, a aceptar las diferencias que no nos empobrecen, sino que nos enriquecen. La enseñanza de la Sagrada Familia de Nazareth, Jesús, María y José, es ésa, el amor. Por eso se mantienen unidos, por eso la Virgen llegará hasta los pies de la cruz de su Hijo, aunque quizás no comprenda, pero ahí estará para apoyarlo. El amor.
En una casa puede haber de todos los bienes materiales que necesitamos y que son útiles, que nos vienen bien y que nos hacen la vida más fácil, pero si no hay amor no hay familia. El amor real, ese amor que me ayuda a acercarme al otro tal y como es, a aceptarlo, a comprenderlo, a caminar con él, a ayudarlo, a tratar de juntos superar las dificultades, a construir, a amar no sólo hacia dentro, no sólo hacia los míos; sino un amor que se desborda para con los demás, porque el amor que se encierra en sí mismo se corrompe. El amor que no es capaz de abrirse a los demás entonces no construye; el amor que hace excepciones, este sí y este no, el amor que no está dispuesto a extender la mano a todos, como decía un antiguo refrán, hacer el bien sin mirar a quién… no es amor, aunque le pongamos este nombre.
¿Qué nos enseña la familia de Nazareth? Eso, para que las familias se mantengan unidas tienen que estar unidas por los lazos del amor, que va por encima de cualquier otra cosa. No puede haber nada más allá, sólo Dios y Dios es Amor. Entonces hermanos míos, cuidemos nuestras familias, seamos agradecidos como Ana, agradezcamos a Dios que Amor y lo derrama a raudales sobre nosotros, y pidámoslo, para que en nuestras familias haya esa gratitud, y haya ese amor que nos mantenga unidos; que enseñe a nuestros hijos que mañana podamos formar también un hogar en el que haya amor, porque eso se aprende. No podrán formar hogares mañana si no viven en un hogar hoy, no podrán tener amor en sus hogares mañana si en su hogar hoy no se esfuerzan por vivir ese amor que une.
Hermanos míos felicidades en este día de la Sagrada Familia. Mirémosla a ella, a María, a José, a Jesús, y pidámosle que nuestras familias puedan mantenerse unidas en el amor. Que Dios les bendiga.
(Música, Guardabas en tu corazón, Hna. Glenda)
Presentemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre. Responderemos, Protege a la familia Señor.
Por la Santa Iglesia de Dios, para que no deje nunca de anunciar el evangelio de la familia. Roguemos al Señor. Protege a la familia Señor.
Por los gobernantes, para que sean verdaderos defensores del derecho de las familias, a ser reconocidas y protegidas en su verdadera esencia. Roguemos al Señor. Protege a la familia Señor.
Por nuestra sociedad, para que, reconociendo el matrimonio y la familia como sus verdaderos cimientos, promueva el bien y la estabilidad de las futras generaciones. Roguemos al Señor. Protege a la familia Señor.
Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que quedan en nuestros corazones pero que Tú conoces. Por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. Amén
Oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en tentación,
Y líbranos del mal.
Amén
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.
Que tengan un feliz domingo, una buena semana. Feliz Año Nuevo para todos. Les habla el P. Rafael Ángel de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima
(Música, Cuna de Sol, Kiki Troia)