homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez

Eucaristía Cuarto Domingo de Adviento
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
19 de diciembre de 2021

 “¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!” Lucas 1, 45

Hermanos,

Estamos ya cerca de la fiesta de Navidad, el próximo viernes ya es Noche Buena, y los pueblos que tenemos tradición latina, cubano-española, es un día de familia, de estar en casa celebrando todos, mientras mayor número de personas de la familia se reúna mejor. El sábado celebramos la Navidad y el domingo celebramos la Sagrada Familia. Fíjense bien que son tres fiestas, en las que el centro es Jesucristo que es quien le da sentido a todo lo demás, pero en este caso en estos tres días la iglesia, Dios mismo, ha querido revelar el sentido de LA FAMILIA, en qué consiste la familia, la naturaleza de la familia, que es algo querido por Dios.

Hemos dicho que los profetas son de los personajes claves del tiempo de Adviento porque son los que anuncian. En el domingo de hoy del profeta Miqueas, precisamente en este texto, vuelve a repetir la promesa de que algún día vendría un salvador, y que el pueblo debe tener confianza. Dice, Él se levantará para pastorear a su pueblo, con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios; entonces promete algo que todos deseamos, habitarán tranquilos porque la grandeza del que va a nacer llenará la tierra y él mismo será la paz. Eso es lo que todos deseamos, todos. Cada vez que las Naciones Unidas habla de paz, y de paz y al final se complican las cosas, y hay más guerras tal vez, aunque a veces ha servido para calmar los ánimos, pero es una paz frágil, débil. La paz que trae Cristo, la paz para la vida eterna, es la paz que todos deseamos en lo profundo de nuestro corazón.

El pueblo de Israel, aquellos que siguieron a los profetas, aquellos que escucharon y que creyeron, lo hicieron porque tenían una fe grande. La palabra de Dios nos dice que la fe es confianza, seguridad en lo que se espera”. Fíjense bien en la relación fe y esperanza; si tenemos una fe firme, nosotros tenemos esperanza y eso es clave, es fundamental. Y la esperanza también es “prueba de lo que no se ve”, claro está, porque si ya lo tengo en la mano ya no espero, lo tengo. La fe es la que me dice con seguridad que hay un cielo nuevo y una tierra nueva”, eso se puede construir y conseguir, aunque aquí ahora estemos viviendo momentos duros, cada uno según su experiencia. La fe es prueba de lo que no se ve, vendrá el Señor, a traernos la tranquilidad y para ser nuestra paz.

Fíjense en la relación fe y esperanza, mayor fe, mayor esperanza. Y cuando la esperanza crece, la fe se fortalece también. Entonces hermanos, ahora nos falta la caridad. ¿Y dónde está la caridad? La caridad, nos decían los profetas, es: no ofendas a tu hermano, trata bien a tu hermano. Ellos lo anunciaron, ustedes que se han apartado de Dios y han utilizado al otro, lo han aplastado, lo han apabullado, eso no es lo Dios quiere y por eso suceden tantas cosas, porque la paz y la justicia van unidas. Si no hay justicia, no hay paz. “La paz es obra de la justicia”

En el Salmo oramos pidiendo: “Dios restáuranos que brille tu rostro y nos salve”, es una petición que creo todo hombre tiene, que se proclama, como decía antes, en las Naciones Unidas a boca llena, vamos a buscar la paz, vamos a buscar la paz… Que “brille tu rostro y nos salve” para que tengamos paz, es una petición, te pedimos por favor que nos traigas la paz y la justicia. Es lo que estamos pidiendo, y el Niño Dios, el Mesías, la trae.

La carta a los Hebreos es, hermanos, muy clara. Fue escrita para los judíos, el que la leía sabía lo que quería decir, porque conocía la Palabra de Dios, el Antiguo Testamento. Dice bien claro, Señor, “tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no aceptas holocaustos”, es decir grandes sacrificios, “ni víctimas expiatorias”, los animales que se ofrecían en el templo, (si vamos a otros pueblos lo que hacían era ofrecer hasta personas humanas, ésas son las aberraciones que nosotros podemos tener cuando nos apartamos de Dios). En el Antiguo Testamento se ofrecían los animales, una manera de expresar la devoción; pero el Señor dice, acepto los animales, pero fíjense que los animales son obra de mis manos, vale por el sentimiento de ustedes, pero a Dios hay que darle algo más. Entonces él dice, tú me hiciste un cuerpo, tú no quieres ofrendas ni holocaustos, no quieres sacrificios, pero yo te voy a dar mi cuerpo, yo voy a hacer tu voluntad”, yo mismo soy el que me ofrezco a Ti. Cómo: haciendo la voluntad de Dios. Este es el sacrificio que Dios quiere, que nosotros hagamos su voluntad que es la que nos lleva al bien.

Cuando hacemos la voluntad de los hombres, o hacemos la voluntad de otros, nosotros no estamos siguiendo a Dios. Cuando hacemos la voluntad de aquellos que dirigen las naciones y que muchas veces las dirigen con capricho, o a partir de ideologías, o partir de cosas que se apartan de la voluntad de Dios que es el bien, entonces… cuidado. Aquí lo que estamos pidiendo es que el Señor nos dice, la ofrenda que yo hago es mi cuerpo, es mi voluntad, yo quiero ofrecerme, el mismo Hijo de Dios se ofrece. “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad, no quieres ni aceptas sacrificios ni holocaustos, ni víctimas, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

Hermanos que cada uno de nosotros preparando la Navidad, entre el arbolito y la fiesta, lo que pueda poner y lo que no, pero recordemos que la mejor ofrenda, la mejor correspondencia que debemos a Dios, es hacer su voluntad. Unirnos a Cristo, unirnos a Él que quiso hacer la voluntad del Padre, hazla; Él se ofreció en la cruz, yo le ofrezco mi vida, que a lo mejor no tiene la Cruz, pero tiene otras cruces, que son las mías y las tuyas, pues cada uno tiene su cruz. Nosotros también tenemos que tratar de hacer la voluntad de Dios, que lo pedimos en el Padrenuestro todos los días si lo rezamos, Señor que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

Preguntémonos, ¿yo quiero hacer la voluntad de Dios o me dejo llevar por otras cosas? Ella es la caridad, ahí está la caridad, ahí está el amor, es el amor de Dios que no tiene comparación. Él que es el Señor, el Creador, se ofrece, se da por la criatura, por nosotros y se da por amor. Ahí están las tres virtudes la fe, la esperanza y la caridad. Así refleja Jesús su amor, se entrega en la cruz por nosotros, se hace hombre en todo menos en el pecado.

¿Cómo correspondemos nosotros? Hermanos, tenemos que corresponder a Dios de la misma manera. Si cada uno reflexionara en su interior buscando la verdad, se daría cuenta de que, yo tengo que corresponderle a Dios haciendo la voluntad de Él. No le puedo regatear. Si Él dio lo máximo, yo tengo que tratar de dar lo máximo. Si yo me he apartado y hace tiempo no leo la Palabra de Dios, voy a leerla para ver qué me dice. También es el momento de pensar, ¿cómo va mi práctica religiosa? ¿Cómo va? ¿Soy capaz de preguntarme si la pandemia me ha alejado de los hermanos sabiendo que el Señor quiere que nos reunamos como hermanos en la comunidad, ante el altar en el que Él se hace presente?

Eso es hacer la voluntad de Dios, no vivamos nuestra de fe de palabras, sino de obras; no pensemos que la práctica religiosa es algo que, si quiero sí y si no quiero no, si hoy me siento bien sí y mañana no. Hacer la voluntad de Dios es saber qué es lo importante ¿Y… qué cosa es más importante que glorificar a Dios con nuestra vida? Díganme, a Aquel que nos hizo y nos dio la vida.

Es el Adviento hermanos, sabemos que va a nacer un Salvador. El Ángel lo dijo, lo vamos a escuchar el día de Navidad, no teman, alégrense pues les ha nacido un Salvador”, que viene a traerles lo que dice el texto, justicia y paz, tranquilidad, cosa que deseamos todos. Hermanos, que repensemos nuestra relación con Dios, nuestra vida de cristianos en medio de la comunidad.

Que el Señor nos ayude a todos, a ustedes y a mí, a vivir así.

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