Irradia

Irradia

5 de diciembre de 2021
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y CMKC, emisora provincial

Domingo II de Adviento

“Preparen el camino del Señor, hagan derechas sus sendas. Todo valle será rellenado y todo monte y callado rebajado; lo torcido se hará recto, y las sendas ásperas se volverán caminos llanos; y toda carne verá la salvación de Dios” Lucas 3, 4-6

 (Música, Una voz en el desierto, Javier Brú)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

 (Música, Una voz en el desierto, Javier Brú)

 En esta mañana nos acompaña el padre Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Metropolitana Iglesia Catedral de Santiago de Cuba.

 Pueblo de Sión, mira que el Señor va a venir para salvar a todas las naciones y dejará oír la majestad de su voz para alegría de tu corazón.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, como siempre un gusto, un placer poder compartir este domingo con ustedes la Palabra de Dios dondequiera que se encuentren. Soy el P. Rafael Ángel de la Catedral de Santiago de Cuba.

Estamos ya en el segundo domingo de Adviento y la liturgia nos propone como lectura evangélica, un fragmento del evangelio de San Lucas, en el capítulo 3, versículos del 1 al 6.

(Lectura del evangelio de San Lucas, capítulo 3, 1-6)

El domingo pasado comenzamos el Adviento, este tiempo alegre y de confiada espera en el que los cristianos nos preparamos espiritualmente. Me gusta recalcar espiritualmente, porque prepararnos materialmente es algo común. Arbolitos, nacimientos o belenes, como les quieran llamar, las luces… ese espíritu de Navidad que sentimos en estas cosas, pero también en el ambiente, en el aire, sentimos cómo cambia. Pero todo eso es bueno en la medida que nos ayuda a prepararnos interiormente para celebrar la Navidad, que no es un acontecimiento histórico como cualquier otro acontecimiento histórico que comienza y termina, una efeméride que celebramos cada año y que una vez que termina la celebración no la volvemos a recordar hasta el año siguiente.

La Navidad es una realidad que se mantiene presente siempre. Porque cada vez que un hombre, una mujer, un niño, una niña, un anciano, una anciana, para esto no hay edad, abre el corazón a Cristo, se encuentra con Él, le permite penetrar en su vida, ese día es Navidad. Cada vez que anunciamos a Cristo, que damos testimonio de Él con la palabra o con la vida, compartiendo lo que tenemos y lo que somos, ese día es Navidad. La Navidad es una realidad perenne en la vida del cristiano, y en la vida de la iglesia.

Pero la iglesia que es Madre y Maestra, sabe que esas cosas las conocemos quizás, pero nos acostumbramos a ellas y no las tenemos tan presentes. Entonces, en estos tiempos fuertes nos ayudan a recordar, a hacerla presente. Durante estas cuatro semanas de Adviento, nos vamos preparando espiritualmente, vamos mirándonos por dentro, para ver qué impide que el Señor haga morada en mí. Porque Él quiere hacer morada en mí, porque como dice san Pablo, somos templos de Dios; somos templos porque Dios quiere habitar en nosotros. ¿Qué me impide que Dios habite en mí? Padre, Hijo y Espíritu Santo… Es el tiempo de ir quitando todas estas cosas, es el tiempo de ir permitiendo que la luz de Cristo, que vino a este mundo a iluminar a todo hombre y mujer, que habita en Él, vaya creciendo en el corazón, como va creciendo la corona de Adviento.

¡Qué símbolo tan hermoso el de la corona de Adviento! El verde de la esperanza y la luz que es Cristo, y que se va incrementando cada semana. Entonces cada domingo, tengo que preguntarme si esa luz también se va incrementando en mí, para que cuando llegue el día de Navidad, el Señor esté presente en mi vida, y a través de mí en la vida de los demás. Como estuvo presente en la vida de los pastores, que vinieron de lejos, en la noche, para adorar a aquel Niño; esos pastores ignorantes pero que fueron capaces de descubrir en aquel Niño frágil y débil, nacido en un establo al Hijo de Dios; y lo adoraron y se llenaron de la luz de Cristo, salieron dándole gracias a Dios llenos de alegría, me imagino que para compartir con todos los que fueron encontrando por el camino. Los Reyes, esos hombres que vinieron de lejos, instruidos pero que sabían que algo extraordinario había pasado; una estrella les estaba diciendo que tenían que ponerse en camino y se pusieron en camino, superando todas las dificultades Herodes incluido, y cuando llegaron allí o preguntaron, no investigaron, sencillamente adoraron y le dieron sus regalos, oro, incienso y mirra.

Cuando llegue la Navidad, que estemos preparados, que hayamos aprovechado este tiempo de Adviento. El primer domingo nos recuerda que tenemos que estar alertas, que tenemos que estar despiertos como las vírgenes prudentes, con las lámparas encendidas, para que cuando llegue el Señor nos encuentre aguardándolo. Este segundo domingo de Adviento nos llama a la conversión. ¿En qué consiste estar preparados, aguardando, despiertos? Significa cambiar, convertirme, en abrir el corazón al Señor, dejar que su palabra me ilumine y me guíe.

El segundo domingo de Adviento me llama a través de Juan el Bautista, de este hombre extraordinario, pero que aparece de manera particular en este tiempo de Adviento, este hombre escogido desde el vientre de su madre, que en el vientre de su madre recibió la bendición de Dios, el Espíritu Santo, cuando la Virgen llevando a Jesús en su vientre llegó a visitar a su prima Isabel y él saltó de gozo; este hombre que sabía que tenía una misión especial, que se preparó para ella. ¿Cómo? En el desierto, en la austeridad, en la oración para fortalecerse, como los atletas, porque a veces queremos ser evangelizadores, queremos dar testimonio del Señor, pero no nos preparamos, y cuando llegan las dificultades nos echamos atrás. Como la semilla que cae en medio de las piedras o al borde del camino entre las malas hierbas.

San Juan Bautista se preparó, para entonces salir a predicar y a decir “conviértanse porque el reino de Dios está cerca”. El pueblo lo escuchó y se acercó a él. Era un hombre de lengua afilada, la voz que clamaba en el desierto, no decía lo que ellos querían escuchar, decía lo que tenían que escuchar, conviértanse, cambien. Y se los decía a todos, a los fariseos, a los militares, al pueblo en general y lo escuchaban; porque Juan el Bautista hablaba desde su propia experiencia.

Entonces, nosotros cristianos en este segundo Domingo de Adviento, en que encendemos la segunda vela de la corona de Adviento tenemos que dejar que nos ilumine, para poder nosotros cambiar, poder ser mejores, para poder mantener nuestra lámpara encendida. Y se mantiene encendida en la medida en que cumplo los mandamientos de la ley de Dios, en la medida en que vivo las bienaventuranzas; en la medida en que soy capaz de dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, de acoger al caminante, de preocuparme del enfermo, de no olvidarme de los presos. Eso es lo que mantiene encendida nuestras lámparas, en la medida en que vivo el mandamiento del amor, el mandamiento del amor es ése.

¿Queremos que la palabra de Dios llegue? ¿Queremos dar testimonio del Señor? Como san Juan el Bautista tenemos que prepararnos en la austeridad, en la oración y entonces, seremos escuchados, porque no hablaremos de lo que aprendimos, hablaremos de lo que nos esforzamos, con la gracia y la fuerza de Dios, en vivir cada día. Por supuesto, nosotros sembramos, no podemos olvidar eso, no somos cosechadores, somos sembradores. ¿Quién cosecha? El Señor, el que el Señor disponga. Quizás pasemos toda nuestra vida sembrando y pensemos, caramba no veo el resultado. No, no tenemos que ver el resultado, el resultado llegará en el momento preciso, cuando el Señor lo permita. Estemos donde estemos, tenemos que alegrarnos de aquel que le toque cosechar lo que nosotros sembramos, porque nosotros hoy cosechamos lo que sembraron lo que nos precedieron.

Vivamos profundamente, con un sentido de alegría profunda, tiempo de alegre y confiada espera porque sabemos lo que esperamos. Esperamos que el Señor siga cumpliendo siempre sus promesas, como la cumplió en Belén mandándonos un Salvador, como la cumple cada día cuando viene a nosotros porque nos dijo que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Como la cumplirá cuando llegue ese momento en que vendrá sobre las nubes del cielo a juzgarnos por el amor, a través del amor que nos tiene, a través del amor que fuimos capaces de sembrar en este mundo.

Pidámoslo así hermanos, a pesar de tantas calamidades por las que pasamos cada día, de tantas dificultades. Que no perdamos la alegría del Adviento, esa alegría de saber que esperamos al que vino, al que viene, al que vendrá, al que está con nosotros. Esa alegría, esa esperanza, compartámosla con todos los que encontramos en nuestro camino. Que así el Señor nos lo conceda.

(Música, Que brille tu rostro, Glenda)

Ahora hermanos, presentemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, sabiendo que siempre nos escucha, que siempre nos responde, que siempre nos da, no lo que pedimos, pero sí lo que nos conviene.

En primer lugar, por la Iglesia, para que viviendo profundamente este tiempo de Adviento hagamos presente la luz, la alegría y la esperanza del Salvador, en medio de este mundo que tanto lo necesita. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por los que sufren, y se desesperan ante las dificultades de la vida; para que encontremos en Cristo, consuelo, fortaleza, esperanza, y que seamos capaces de compartir lo poco que tenemos, y lo que somos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos el aumento de las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales, laicales, para que como san Juan Bautista, descubramos que el Señor nos llama a ser sus testigos, a llevar su palabra a todos aquellos que aun no la conocen y nos preparemos para eso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos para que el Señor libre a nuestra ciudad, a nuestras familias, a nuestra patria, al mundo entero de enfermedades, catástrofes y epidemias. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Por todos los difuntos, por nuestros familiares, por nuestros amigos, por todos los que han muerto a causa de la pandemia, pero no sólo de la pandemia, de las guerras, del terrorismo, de la pobreza, para que perdonadas sus faltas por todo el bien que pudieron hacer, y por todo el mal que pudieron sufrir, el Señor los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Y los unos por los otros, para que caminemos este camino del Adviento, aprovechándolo para abrir el corazón, para sacar de él todo lo que impide que el Señor pueda hacer morada en nosotros. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Que te sean agradables Señor nuestras humildes súplicas y ofrendas, y puesto que no tenemos méritos en qué apoyarnos, nos socorra el poderoso auxilio de tu benevolencia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Y ahora hermanos oremos con la oración que el Señor nos enseñó. La oración con la que aprendemos cada día a llamar a Dios Padre, con todo lo que esto significa, pero también en la que aprendeos a llamarnos hermanos por encima de cualquier diferencia.

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal.

Amén

En unos momentos de silencio, hagamos nuestra comunión espiritual, recibiendo al Señor que quiere venir a morar en nosotros.

Saciados por el alimento que nutre nuestro espíritu, te rogamos, Señor, que, por nuestra participación en estos misterios, nos enseñes a valorar sabiamente las cosas de la tierra y a poner nuestro corazón en las del cielo. Por Jesucristo nuestro Señor.

Hermanos, qué alegría compartir con ustedes este segundo domingo de Adviento. Caminar juntos, pidiéndole al Señor que ilumine nuestro corazón para que pueda iluminar nuestro camino, y no perdamos el rumbo. Y también nosotros con la luz que recibamos de Él podamos iluminar el camino de nuestros hermanos que aún viven en las tinieblas, porque no lo conocen. Que tengan todos, un buen domingo y que tengan una muy buena y feliz semana. Y sobre todo no olviden de cuidarse, es importante, cuidarse ustedes, cuidar sus familias, sus amigos, sus vecinos, guardando todo aquello que nos ayuda a protegernos en estos momentos en que a veces, lo olvidamos.

Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.

Les ha hablado el P. Rafael Ángel de la Catedral de Santiago de Cuba.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guion, grabación, edición y montaje: Erick Guevara Correa

Dirección general: María Caridad López Campistrous

Fuimos sus locutores y actores. Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA

 (Música, Agua en el desierto, Lead)

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