Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
26 de septiembre de 2021
“No se lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí”. Mc 9, 39
Hermanos,
Hemos escuchado en el salmo 18, que es el que hemos rezado hoy, ese versículo tan claro en el que nos dice que las palabras del Señor alegran el corazón. Ésta debe ser una de esas seguridades, porque es así, que uno debe tener en la vida; que la Palabra del Señor alegra el corazón. Uno está alegre cuando uno ha conseguido una meta, cuando uno se siente feliz, cuando uno se encuentra rodeado de cariño, de amor, uno está alegre; y precisamente la palabra del Señor provoca eso, que nosotros estemos alegres porque estamos escuchando al Señor.
Lo estamos escuchando, Él nos da un consejo, su Palabra, que es palabra de Dios, que es palabra de verdad, que es palabra de vida y, por lo tanto, debemos de dar gracias a Dios todos los días. Si nosotros todos los días leemos un pedacito de la Palabra de Dios, sabiendo que, al escucharla y al tener la intención de ponerla en práctica, esta palabra va a alegrar el corazón. De por sí, ella alegra el corazón, lo que hace falta es que nosotros sepamos apreciarlo.
Voy a poner un ejemplo que se puede contrastar. Si tenemos un billete de mil pesos, ahí está el valor del billete de mil pesos; pero si yo no lo conozco y no lo sé apreciar, no puedo hacer nada con ese billete de mil pesos. En el mundo, seguro que sabemos para qué sirve un billete de mil pesos. La Palabra de Dios es así, tiene un valor intrínseco, ella lo tiene, y es capaz de hacer que estemos alegres, mirando al futuro, al Señor. Pero nosotros tenemos que descubrirla, ponerle cuerpo, ponerle vida como hacemos aquí, vamos a meditar un poquito antes de oírla. Entonces hermanos, así debemos hacer con la Palabra de Dios.
Vamos a fijarnos en dos cosas. Una es el texto que hemos escuchado del libro de los Números, que ustedes saben forma parte del Pentateuco y que es una meditación de la liberación de Israel, del pueblo de Dios, la revelación que Dios empieza con su pueblo. Escrito varios siglos después, el pueblo meditaba todo lo que había vivido. Aquí ocurre un acontecimiento. Dios le dice a Moisés que Él había dirigido al pueblo, muchas veces no le hacía caso, o se quejaba de que no tenían agua, no tenían pan, no tenían esto, no tenían lo otro, cuando formaron aquel becerro de oro, y Él dijo “todo el pueblo debe darse cuenta de que ellos también son poseedores del Espíritu de Dios”. Entonces, de una manera muy bonita, gráfica, así como si fuera una historia, pues le dice, “yo voy a quitarte un poco del Espíritu y voy a dárselo a los demás”.
No hermanos, el Espíritu no se divide, el Espíritu es para todos y es completo, pleno para todos, no hay que dividir lo que tenía Moisés, es una manera de decir las cosas, de hacer la historia agradable y leíble. Entonces dice que la gente empezó a profetizar. ¿Qué significa profetizar? ¿Adivinar cosas, qué número de la lotería va a salir el domingo que viene? No ¿Qué va a pasar dentro de un año? ¿Cómo estará la situación política? ¿Eso es profetizar? No, eso es decir lo que yo creo que va a pasar. Profetizar, en la Biblia, es decir lo que Dios quiere que nosotros digamos. Eso es lo que significa profetizar, es decir, hablar la palabra de Dios, comunicar al pueblo lo que Dios quiere, y Dios quiere la salvación del pueblo.
Todos esos ancianos se pusieron a alabar a Dios diciendo precisamente lo que había que comunicar. Tengan fortaleza, tengan constancia, perseveren, luchen, porque ustedes van a ver la misericordia de Dios en ustedes. fíjense bien que esto está dicho en el Antiguo Testamento, muchos siglos antes de Jesús, pero eso sucede todos los días. Aquel era el pueblo de Israel, la Antigua Alianza, nosotros ahora somos los cristianos, la Nueva Alianza, el pueblo de Dios; por lo tanto, todos nosotros, por el hecho de ser bautizados, ahí en ese mismo momento recibimos la gracia de Dios que nos hace profetas, nos hace personas que alaban a Dios, glorifican a Dios, y anuncian la misericordia de Dios para todos.
Fíjense bien, nos están hablando a nosotros, tenemos que darnos cuenta de nuestro bautismo. Estos hermanos nuestros son seminaristas, se preparan para el sacerdocio, para entregar su ministerio al pueblo de Dios. Para eso es el sacerdote, para hacer presente a Cristo. Ellos saben bien que el primer sacramento es el bautismo, que el hecho de ser sacerdotes no los va a hacer más grandes ni mejores que los demás fieles. No, todos tenemos el Espíritu Santo, todos; desde el Papa, los cardenales, los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los diáconos, los fieles, lo que nos hace iguales e hijos de Dios no es el sacramento especial ese que hemos recibido, ese sacramento dedicado a un servicio especial que puede ser el sacerdocio, o que puede ser el diaconado, o la vida consagrada. No, lo primero es ser buenos cristianos.
Si nosotros queremos saber, si ustedes quieren saber si tienen vocación, piensen cómo va mi vocación cristiana. Si lo trato de ser, si lo pido, si insisto, si trabajo por ello, entonces Dios me va a llamar y me dará fuerzas para servirle en los hermanos siempre.
Lo primero es eso. Todos somos llamados. Y hay veces que nos sentimos celosos, porque vemos que hay otra gente que no son de nosotros y hacen cosas buenas. Entonces no sabemos cómo actuar. Vamos a recordarnos de esto, alégrense en el Señor, alégrense que hay otros que a lo mejor no conocen nada, pero simplemente el espíritu les suscita el bien. Alegrémonos que el bien se resparte.
Les voy a poner un ejemplito. Aquí en Cuba después de tantos años, no solamente ahora… en épocas pasadas la escasez de sacerdotes hacía que nuestro pueblo tuviera una fe, esa fe natural, en la iglesia, a la Virgen de la Caridad la quieren, sabía que hay un solo Dios, se persigna, conoce el Padrenuestro y el Avemaría. ¿Quiénes mantuvieron esa fe? ¿Curas que había en el campo? ¿Monjas que fueron allá? ¿Gente que fueron formadas en universidades? No, la familia, y la familia sin conocer muchas cosas sabía que había que hacer el bien, porque haciendo el bien es que uno agrada a Dios, y eso es lo que Dios quiere. Y tenemos que alegrarnos de mucha gente, que todavía hoy y gracias a Dios por eso, son los que han mantenido la fe en nuestro pueblo, sin muchos conocimientos.
¿Cuál es la misión nuestra? Alegrarnos y darle gracias a Dios porque esas personas hayan mantenido esa relación con Dios y la hayan querido transmitir a los demás. Alegrarnos, y entonces también nosotros podemos acercarnos a ellos y darle gracias a Dios, y enseñarles a ellos de que todavía tendrán una riqueza mayor si conocen plenamente a Jesús. La misión nuestra es ayudarles a descubrir, pero nunca decir tú no puedes hacer eso. Aquí dice, lo hacen en nombre tuyo y están haciendo lo que tú haces. No es que estén haciendo otras cosas, es que están haciendo en nombre Jesús, y están haciendo lo que Jesús hace. Entonces eso es lo primero, no desechar el bien, no desechar esa palabra que surge del pueblo inspirada por el Espíritu que hace que nosotros mantengamos la fe, y hace que se conserve esa fe en nuestro pueblo. Dondequiera que hay un bien, ahí está Dios.
Ésa es la primera. La segunda tiene que ver con esto, pero es nuestra vida la segunda. Señores, es que nosotros muchas veces nos dejamos llevar por lo inmediato. Si nosotros leemos la carta de Santiago, que ustedes saben bien que era un hombre que iba a la directa, Santiago nos dice, los ricos que piensan que por tener mucho dinero compraron todo hasta comprar la Gloria, no se equivocaron. En primer lugar, porque no pueden comprarlo todo, pero muchas veces son tan malvados que compran a las personas. Y aquí no es solamente el poder de las riquezas, sino también es el poder en sí; aquellos que gobiernan los pueblos y por determinadas políticas, o por lo que sea, tratan de comprar la conciencia de las personas. O aquellos que tienen un poder y se creen muy sabios, y entonces quieren imponer a otros su criterio.
¿Qué nos dice aquí? ¿Sólo los ricos? No, aquí lo que se ve es el corazón. Con Jesús estaba José de Arimatea, el otro que tenía para comprarle un sepulcro. Estaban con Jesús, ¿por qué?, porque sí le daban importancia, pero no ponían eso como primero en su vida. Lo primero en su vida era la Palabra de Dios, que la Palabra de Dios alegra el corazón. Entonces, lo que nos dice el Señor es lo siguiente, mantengámonos nosotros en esa fe y en esa confianza en Dios que nos da su Palabra, nos da su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Esa confianza firme. Sepamos poner todos los bienes materiales, no hacerlos como si fueran un dios, o a ponerlos a mi servicio egoístamente. No, que los bienes materiales, intelectuales, el poder que tengamos en la mano no sea para satisfacerme yo, o mis criterios quiera imponérselos a los demás, sino que sea para que todo el mundo sea lo más feliz que pueda ser en esta tierra, pero para alcanzar la felicidad en la otra.
Aquí el Señor después de esto nos advierte, cuidado con escandalizar a los pequeños con nuestra vida. Ahí está la piedra de molino, ya no hay molinos, los hay eléctricos, pero no manuales. La piedra de molino los que la conocen saben que es enorme, que tienen que moverla mulas y bueyes. Se le va a atar una rueda de molino y se va a echar al mar. Como diciendo no hay escape. Por lo tanto, tenemos que ser personas conscientes, inteligentes, sabias, que saben poner las cosas materiales en su lugar y saben aspirar a las cosas eternas también, como lo primero que tienen que tratar de conseguir y mantener en su vida.
Que Dios nos ayude a vivir siempre así.