Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
29 de agosto de 2021
“Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Marcos 7,15
Hermanos,
Verdaderamente hay que darle gracias a Dios que nos permite participar de la Santa Misa. Durante este tiempo de pandemia, hay muchas personas que no han podido vivir estos instantes de gracia como es la Santa Misa, en que escuchamos y sentimos presente a Cristo en su Palabra y de manera especial sentimos presente a Cristo en la Eucaristía. Ya por eso, hay que levantarse por la mañana y decir, gracias Señor que nos permites esto. También tenemos que darle gracias al Señor, que nos permite orar por todo nuestro pueblo; nosotros sabemos que necesitamos de la oración. Entonces, los muchos o los pocos cristianos que el domingo elevamos nuestra oración a Dios, nos debemos sentir contentos, agradecidos, que el Señor nos permite orar por todos. Nosotros estamos ofreciendo nuestra oración por todo nuestro pueblo, esa es otra gracia que tenemos que dar. Claro está, la Palabra de Dios.
Las lecturas de hoy tienen un hilo central, me gusta buscar ese hilo central. Y el hilo central es que nosotros no podemos decir que seguimos a Jesucristo, que somos cristianos, sino vivimos o tratamos de vivir su Palabra. Ustedes son mis amigos si cumplen lo que yo les mando. Si ustedes cumplen los mandamientos, sepan que están unidos a mí. Eso lo escuchamos constantemente, especialmente en el evangelio de san Juan que nos lo repite. Por lo tanto, en las lecturas de hoy es la Palabra de Dios y la aceptación que nosotros hacemos o mostramos por esa Palabra. Pero la aceptación, que no solamente es escucharla, sino es escucharla, meditarla y tratar de ponerla en práctica. Y vamos a ver el por qué, la importancia que tiene de manera muy rapidita, y cuál debe ser nuestra disposición según la Palabra de Dios.
El primer texto es del Deuteronomio. Ustedes saben que el Deuteronomio forma parte del quinto libro de la Biblia, y se llama Deuteronomio porque se dice que es la segunda ley; en el Éxodo, en el segundo libro de la Biblia, Génesis y Éxodo, el pueblo de Dios recibe los mandamientos, las tablas de la Ley, y se hace el Pacto. Yo seré vuestro Dios y les guiaré, ustedes serán mi pueblo, pero ustedes guardan mis mandamientos. El Deuteronomio es la ley de Moisés, los Mandamientos, lo que Dios quiere decirle al pueblo, pero no narrado como sucedió con Moisés, las tablas de la Ley, sino meditado. Por eso es que se llama la segunda ley. Este libro contiene la meditación del pueblo de Israel al cabo de muchos siglos de haber recibido las tablas de Ley, que ya el pueblo con su sabiduría, con la gracia de Dios ha meditado, y entonces el Deuteronomio es una meditación de los mandamientos de la Ley de Dios, una reflexión ya vivida por el pueblo; la experiencia, las experiencias del fracaso de apartarse de Dios y las experiencias de aciertos y victorias cuando han seguido unidos a Dios.
Por eso este texto del Deuteronomio nos dice: Israel escucha los mandatos y decretos que yo te mando a cumplir, así vivirás y entrarás a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres te va a dar. ¿En qué momento el Señor le da las leyes al pueblo de Israel? Cuando el Señor los ha liberado, lo saca de Egipto y los manda a una tierra prometida. Era una liberación de la injusticia, era una liberación del error, del dolor del pueblo. El Señor les dice yo te daré una tierra prometida. Todo esto tiene una dimensión histórica, política, pero el Señor les pone la condición. Yo te daré esa tierra, pero para tú conquistarla y vivir siempre en ella, y no perderla, ni sentirte tampoco mal, fracasado por vivir en esa tierra si tú cumples lo que yo te he dicho vas a vivir para siempre; sino cumples, el mismo pecado, la misma falta va a hacer que tú caigas en esa situación en que no eres feliz, pero yo te prometo la felicidad.
Por lo tanto, hermanos, el Señor nos dice, escucha los mandatos y preceptos que yo te mando a cumplir, no solamente escuchar, sino también a cumplir. Vamos a la segunda lectura.
La segunda lectura es del apóstol Santiago. El apóstol Santiago fue aquel que se quedó al frente de la comunidad cristiana de Jerusalén; los obispos se van a predicar y él se queda al frente de la comunidad. Por lo tanto, esta carta de Santiago y el evangelio de san Mateo, están dirigidos fundamentalmente a judíos que se convirtieron en cristianos. En este trocito que hemos leído y estamos comentando, también se hace mucho hincapié en la palabra de Dios. Él nos recuerda inmediatamente, la palabra es la que da la vida, si son dóciles a la Palabra tendrán vida eterna. Fíjense bien que ya no habla de una tierra prometida, no, habla de vida eterna. El Antiguo Testamento nos dispone y nos prepara para aprender a vivir el Nuevo Testamento.
Aquí también nosotros vemos como el énfasis se hace en la Palabra de Dios, y nos va diciendo bien claro; si en el primer texto que leímos se dice escúchala y cúmplela. En este texto, ¿qué nos dice?, acepten dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarles, llévenla a la práctica y no se limiten a escucharla, igual que el otro. Y dice más, porque si hacen eso se engañan a ustedes mismos. Cuando nosotros escuchamos la Palabra de Dios, y ella por un oído y sale por el otro, nos engañamos nosotros mismos. ¡Qué bueno es por lo menos escucharla!, pero no hay comparación con tratar de meditarla y ponerla en práctica.
Y la pregunta viene para todos nosotros, para ustedes y para mí, la pregunta viene. ¿Y nosotros tratamos de escuchar, meditar y cumplir la Palabra de Dios? Ésa es la pregunta que al salir de esta misa todos tenemos que decir. Pero Santiago, que era un hombre muy práctico, termina así: la religión pura e intachable ante los ojos de Dios Padre es ésta, dos cosas, visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, primera cosa la caridad, el servicio, la entrega, Cristo se entregó en la cruz, yo también tengo que ponerme como servidor de los demás. Ésa es la primera. ¿Cuál es la segunda? No se manchen las manos con las cosas de este mundo, ¿por qué?, porque ustedes saben bien que vivimos en un mundo complicado, en un mundo que va por un camino y la Palabra de Dios va por otro camino.
Pero como nosotros vivimos en el mundo, como les pasó a los judíos que se fueron detrás de otros dioses, también podemos irnos tras las cosas del mundo. ¿Cuáles son las cosas del mundo? Jesús lo dice bien en el Evangelio. Llega un momento que, para estar acorde con el mundo, con las nuevas leyes que se están dictando en muchos países, con las nuevas perspectivas que hay, entonces nos olvidamos de la Palabra de Dios, de lo que el Señor nos dice, y ahí estamos manchando nuestras manos, peor, nuestro corazón con las cosas del mundo.
Nosotros no podemos dejarnos engañar, nosotros para quedar bien con los demás no podemos abandonar la Palabra de Dios. Hay gente que nos dice que eso ha sido superado, y hay cristiano que bueno que eso se puede ver de esta otra manera… no hermanos, no nos dejemos engañar. El pueblo de Israel, la iglesia ha conservado esta Palabra, para nosotros crecer en gracia ante Dios y los hombres, para un día alcanzar la vida eterna; esa vida eterna que es mucho más que una tierra prometida que se le dijo al pueblo de Israel.
Y viene el Evangelio. Es lo mismo. Tus discípulos no se lavan las manos, y Jesús lo que dijo fue, ¿visitaste a las viudas, atendiste a los huérfanos? Esa es la religión que quiere el Señor. ¿Cumpliste la Palabra de Dios? Porque hay veces que nos fijamos en agradar a los otros, o en cumplir unas normas exteriores y no buscamos lo que está en el corazón. Jesús lo dijo, clarito, escuchen y entiendan todos nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro, con esas costumbres, de no comas pescado, que no comas animales, que el sábado no camines el día entero, que tenían los judíos y todavía otras muchas personas que son cristianas, pero siguen las cosas del Antiguo Testamento y no van a la razón principal. Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro.
¿Qué cosa puede hacer al hombre impuro? El corazón, las intenciones, eso sí, eso sí. ¿Cómo está mi corazón, está limpio, está puro para hacer la voluntad de Dios, aunque sabemos que somos pecadores? ¿O nosotros nos dejamos llevar por el mundo? Nos dejamos llevar y después hasta nos sentimos tranquilos, nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro. Y eso es lo que tenemos que confesar, lo que nosotros hacemos, la maldad que sale de nuestro corazón y agradecer el bien a Dios. Entonces, aquí pone un elenco de cosas que el Señor para alentarnos, porque hay veces que dicen Jesús no trató este tema, o este otro en el Evangelio. ¿Qué más claro? Los malos propósitos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las injusticias, las codicias, el fraude, el desenfreno, la envidia.
Hermanos, ése es el pan nuestro de cada día, porque el mundo nos lleva a eso. Pero como Santiago tenemos que decir, ¿cómo debemos de cumplir?, ¿cómo cumplimos ante Dios? No es cómo cumplimos, es cómo vivimos la Palabra de Dios para estar más cerca de Dios y más felices. Atendiendo al necesitado y no dejándonos arrastrar por el mundo y teniendo la Palabra de Dios como fuente de vida, como fuente de gracia.
Que Dios nos ayude a todos a vivir así.