LA IGLESIA CUBANA Y EL CAMINO SINODAL (I)

LA IGLESIA CUBANA Y EL CAMINO SINODAL (I)

Dr. Roberto Méndez Martínez

El papa Francisco, al convocar recientemente al Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en octubre de 2023, invitó a la Iglesia universal a “recorrer un camino sinodal” a través de las consultas diocesanas que cada obispo debe realizar en su diócesis entre octubre de este año y abril de 2021, a lo que seguirán en 2022 asambleas continentales. De hecho, los resultados a nivel diocesano y continental, nutrirán sucesivas versiones del borrador del documento que el Sínodo debatirá durante sus sesiones. El lema de esa gran reunión de prelados será “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.

La palabra sínodo no es empleada con frecuencia en nuestras comunidades eclesiales. El latín adoptó este término griego que significa, sencillamente, “caminar juntos”. Por eso, cuando dos planetas tienen sus órbitas alineadas los astrónomos dicen que están “en sínodo”. La Iglesia católica emplea desde sus primeros tiempos el concepto para asociarlo a las reuniones de obispos, agentes de pastoral y fieles en general, para discutir temas relacionados con verdades de fe, disciplina eclesial o labor misionera.

Un ejemplo importante de este tipo de encuentro fue el llamado Sínodo – o Concilio- de Jerusalén, celebrado alrededor de año 48 d.C, en el que se encontraron los santos Pedro y Pablo para ventilar sus diferencias sobre la pertinencia de circuncidarse los convertidos al cristianismo.(1) La iglesia de Jerusalén, encabezada por el primero y formada por judíos, respondía afirmativamente a la interrogante, porque entendía las enseñanzas de Cristo como una forma novedosa de la religión hebrea, sin embargo, la iglesia de Antioquía, guiada por Pablo, evangelizador en tierras de judíos de cultura griega o paganos, aseguraba que conversos solo debían bautizarse para formar parte de una religión nueva y estaban libres de la Ley de Moisés. Tras un complicado debate, prevalecieron los novedosos puntos de vista de Pablo. Desde entonces, el cristianismo se apartó de las prácticas judías, además pudo dividirse el mapa para la labor evangelizadora entre los apóstoles, sin interferencias. Pero, sobre todo, pudo sobrevivir la naciente comunidad cristiana y hacerse más fuerte, tras ventilar un conflicto doctrinal.

Así también, en sucesivos concilios, pudieron llegar a un acuerdo los obispos de las diferentes iglesias particulares, sobre temas fundamentales como la conformación del Credo o resumen de las principales verdades de fe; la unificación de una teología sobre la Santísima Trinidad o la definición del papel de María en el plan salvífico de Dios, a la vez que se condenaban diferentes movimientos heréticos que ponían en peligro la unidad de la Iglesia.

Los concilios eran generalmente convocados por las cabezas de la Iglesia: el Patriarca de Constantinopla o el Pontífice de Roma, aunque algunos se reunieron a instancias del Emperador porque las diferencias religiosas daban lugar a graves crisis políticas. Si reunían a obispos de la mayor parte del mundo eran llamados “ecuménicos”, de lo contrario se les llamaba “regionales” o “locales”.
Llama la atención leer que en el Sínodo de Elvira(2), celebrado en el 306 d.C, estaban presentes no solo 19 obispos, 26 presbíteros y varios diáconos, sino también omni plebe, es decir, todo el pueblo, aunque suponemos que no tenían voz en las sesiones, sino que oraban afuera y aclamaban las decisiones de los sinodales.

El concilio de más extensa duración, hasta la fecha, fue el de Trento que se extendió entre 1545 y 1563, con varias interrupciones, a causa de las interferencias del poder temporal, representado por el Emperador de Alemania y varios reyes, deseosos de influir en sus resultados. Este debió enfrentar la ruptura en el seno de la Iglesia causada por la reforma de Lutero y continuada por sus seguidores, de modo que debió ocuparse de una profunda revisión de las estructuras eclesiales, la liturgia, la formación del clero, la vida religiosa, la labor evangelizadora. De ahí que en la historia del cristianismo, al explicar algunos de estos aspectos es preciso definir si se habla de un período antes o después de Trento.

Una de las indicaciones dejadas por este concilio fue celebrar sínodos en cada diócesis para aplicar las nuevas normas. Es precisamente en ese momento cuando entra Cuba en la experiencia sinodal.

El cristianismo había llegado a la Isla precisamente en el siglo XVI, a partir del proceso de conquista y colonización dirigido por representantes de la Corona española. Como la Iglesia y el Estado no estaban separados, los mismos mecanismos disponían sobre la vida material y espiritual en la colonia. Eso marcó la primera evangelización que fue impuesta por medio de la violencia, de manera autoritaria, sin atender a la dignidad humana de los que debían recibir el mensaje cristiano y sin respetar sus particularidades culturales.

Los candidatos a obispos eran presentados por los reyes a la Santa Sede, que sencillamente los confirmaba. No se pensaba en sus cualidades personales, sino que se ofrecía como un cargo público que rendía beneficios económicos e influencias políticas.

Tal cosa explica que en los siglos XVI y XVII la Iglesia en Cuba existiera en estado precario, algunos de los primeros obispos no viajaron a la Isla o si lo hacían, se desgastaban en conflictos con los gobernadores por asuntos financieros y había una notable indisciplina en el clero y un relajamiento general de la práctica religiosa y la moral a nivel popular.(3)

Un importante punto de inflexión fue la convocatoria al Sínodo Diocesano por el obispo Juan García de Palacios en junio de 1680. Este era el sínodo recomendado por Trento pero que la burocracia colonial dilató en sus mecanismos burocráticos más de un siglo después de la conclusión del concilio. Sin lugar a dudas, era especialmente urgente en Cuba tal reunión para sanear, moralizar y fortalecer la débil vida eclesial.

Cuando se revisa el documento con las disposiciones de este Sínodo, se hace evidente que se atendieron las recomendaciones de Trento en lo dispuesto sobre la formación de los candidatos al clero y los requisitos para acceder a los sagrados órdenes, el cuidado de la liturgia, el contenido de las predicaciones, la organización de las catequesis, los mecanismos para el sostenimiento económico de la Iglesia y otros, sin embargo, la reunión no fue a la raíz de los problemas sociales de Cuba.(4)

En primer término, la concepción de una iglesia verticalista hizo que se prescindiera absolutamente de los laicos: el obispo se reunió con su cabildo catedralicio y los representantes del clero, a puerta cerrada. Pero además, el mitrado no podía tocar las estructuras de dominio colonial, porque él mismo estaba sujeto a ellas. Eso explica que no hubiera una sola palabra en contra de la vergonzosa institución de la esclavitud y que aún a aquellos que eran ya libertos, se les denominara con el solo apelativo de “negros” y habitualmente para mostrarlos en lo que se consideraban conductas inadecuadas: como vender alimentos a la puerta de los templos el Jueves Santo o por las calles donde pasaban procesiones; salir de sus casas por la noche las mulatas o negras libres para ganar jornal; o “hacer llantos” por los difuntos en los entierros; o en otros casos, para impedirles que fueran admitidos a las sagradas órdenes o para establecer que también los esclavos estaban obligados a pagar diezmos de los frutos que cultivaran o del ganado que criaran para sí. Según el historiador Manuel Maza, sj, lo que intentó el Sínodo fue “controlar el impacto cultural y religioso que podían tener los africanos sobre la piedad y la cultura de los blancos”.(5)

En resumen, este Sínodo sentó las bases legales para un funcionamiento más normal de la vida eclesial, aunque no siempre se cumplieron, ni exigieron, las obligaciones en él recogidas. Sin embargo, fue hecho al margen del conocimiento del pueblo cristiano y no mostró preocupación alguna por la situación de los pobres y los esclavos.

Se sabe que en 1777 el obispo Hechavarría y Elguezúa presidió un Sínodo diocesano pero, al parecer este solo tuvo alguna resonancia como reunión organizativa del clero.

Notas
(1) Hch 15, 1-33.
(2) Ciudad de origen romano al sur de España.
(3) Para ampliar sobre la precaria situación de la Iglesia en Cuba hacia el siglo XVII véase: Ramón Rivas, sj y Dr. Roberto Méndez: Introducción a la Historia de la Iglesia Católica en Cuba. Edición del Fondo Histórico: Jesuitas en Cuba. La Habana, 2021, pp.16-20.
(4) Sínodo diocesano que de orden de SM celebró el Ilustrísimo Señor Doctor Don Juan García de Palacios, Obispo de Cuba…La Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General, 1844.
(5) Manuel Maza Miquel: Breve historia de la Iglesia católica en Cuba. Centro Loyola, La Habana, 2019, p.51.

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