Irradia emisión del 1 de abril de 2021

Irradia emisión del 1 de abril de 2021

Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Jueves Santo

 “Pues si yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” Juan 13,14

(Música, Cena Pascual, Acrisolada)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

 (Música, Cena Pascual, Acrisolada)

 Para la reflexión de hoy nos acompaña el padre Jorge Catasús, párroco de la Santa Lucía.

Hemos dado inicio el pasado domingo a la semana más importante del año cristiano. La celebración del Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Mayor para los cristianos en el mundo entero, la Semana Santa.

Hicimos memoria de la entrada de Jesús en Jerusalén. Con cánticos de alabanza los hijos de los hebreos acogieron al rey humilde y sencillo montado en un burrito. Así gritaban:   Comenzaba así su itinerario de entrega de su vida hasta el final.

Cercana estaba la fiesta más importante del calendario judío, la pascua, en que se rememoraba la liberación del pueblo de Israel del yugo de los egipcios, uno de los acontecimientos más relevantes de la historia del pueblo israelita. Era celebrada con una comida familiar donde se sacrificaba un corderillo, se asaba y se comía acompañado con pan sin levadura, verduras amargas, legumbres y vino.  Con Jesús habían comido ya varias veces la pascua en años anteriores. Esta vez Jesús daba las instrucciones, según el evangelio de San Juan, sobre el lugar de su preparación. Este año todo parecía tener un sentido distinto.

Todo parece indicar que los discípulos, una vez más, comenzaron a discutir sobre los puestos que les correspondían. En parte porque todos querían estar cerca del Maestro, en parte porque cada uno se sentía más importante que el resto de sus compañeros. Jesús esta vez no les reprendió como en otras ocasiones. Allí estaban los Doce, incluyendo Judas Iscariote, que lo iba a traicionar y también Pedro, que lo negaría tres veces un poco más tarde.

Hacia el final de aquella cena tan significativa Jesús tuvo un gesto y unas palabras, que serán recordados por siempre por sus discípulos y que recogen los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas, así como la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios, siendo esta última la narración más antigua que ha llegado hasta nosotros:

(Lectura de la 1ra Carta de san Pablo a los Corintios, capítulo 11, 23-25)

Los apóstoles eran testigos de lo que se ha considerado la institución de la Eucaristía. Podríamos decir que estaban participando de la primera Misa en la historia. A partir de ese momento fueron tomando conciencia de lo que habían recibido de su Señor y Maestro y de la misión de entregar este tesoro a los discípulos que se irían agregando a la comunidad cristiana después de la Muerte y Resurrección de Jesús.

El mandato del Señor era muy claro: “Hagan esto en memoria mía”. Los discípulos lo recibieron como un mandato que debían cumplir con fidelidad y responsabilidad. Es evidente que lo que Jesús manda repetir es lo que esta cena tiene de nuevo, estas palabras sobre el vino y el pan. Para los apóstoles no debió resultar difícil entender esta orden: si el pueblo de Israel repetía todos los años el banquete de la antigua alianza, era lógico que Jesús quisiera perennizar la nueva alianza que estaba inaugurando.

Mas el problema no era sencillo. Repetir un recuerdo es cosa que los hombres pueden hacer sin mayor esfuerzo. Pero Jesús había realizado ante ellos una realidad, no un simple recuerdo. Ellos no tenían los poderes de Jesús. ¿Comprendieron ellos que, en aquel momento, Jesús estaba ordenándolos sacerdotes, trasmitiéndoles su poder? Jesús no podía mandarles hacer algo imposible, sin darles al mismo tiempo, el poder de hacerlo. Su orden era una ordenación.

Era la coronación de la vocación nacida tres años antes. Con ello sus apóstoles pasarían a ser sus sucesores, sus prolongadores. Y la cena dejaría de ser algo ocasional y transitorio para convertirse en una institución permanente. Cuando él faltara, seguiría en la Iglesia, y con ello, esa presencia suya en el pan no sería sólo para estos doce, sino para todos los que crean en él por los siglos de los siglos. Con la eucaristía había nacido el sacerdocio como un complemento imprescindible. Un sacerdocio distinto al que los judíos conocían, como era distinto el sacrificio que debieran realizar y como era distinta la alianza que en este momento comenzaba.

Jesús, al instituir la nueva alianza da a los suyos esta misma perennidad. Y son eses pocas palabras hagan esto en memoria mía lo que hoy realizan, en miles y miles de altares, miles y miles de sacerdotes. Temblando con sus manos de hombres, que no son santas ni venerables como las de su Maestro, alzan y reparten el pan. Tampoco ellos lo entienden. Hay en sus rostros la misma sorpresa que en los de los primeros discípulos. Pero el milagro torna a repetirse. Cristo vuelve a ser alimento para los suyos y el sigue estando en medio de los que creen en él.

(Música, Jesús corazón, Olga González)

(Lectura del evangelio según san Juan, capítulo 13, 1-15)

Hemos notado que el evangelista describe muy lentamente la escena del lavatorio de los pies. Pareciera que quiere remarcar todos los particulares sobre lo que ha acontecido. Describe la escena con todos los detalles porque quiere que el gesto hecho por Jesús perdure impreso para siempre en la mente de los discípulos.  La introducción a esta escena concluía diciendo que Jesús, sabiendo que había venido de Dios y que estaba por regresar a Dios…

¿Cómo nos imaginaríamos nosotros que pudiese continuar el relato? Creo que lo que nos parecería espontáneo es imaginar a Jesús que toma el pan, instituye la Eucaristía, invita a los discípulos a comer de ese pan y a beber ese cáliz.

En vez, el evangelista Juan, al contrario de los otros evangelistas, no narra la institución de la Eucaristía.  Y esto es muy extraño porque este evangelista ha dedicado un capítulo, el sexto de su evangelio, al pan de vida, al pan eucarístico. En vez de hablar de la institución de la Eucaristía, continúa así su texto, dice que durante la cena Jesús se levantó de la mesa. Y cuando Jesús hace este gesto de levantarse de la mesa debió hacerse silencio en la sala porque en el recuento del gesto hecho por Jesús los gestos suceden con la más grande de las sorpresas de los apóstoles quienes no entienden lo que el Maestro está haciendo.

En un cierto momento Jesús se levanta de la mesa, luego se quita el manto. Este gesto hecho por Jesús viene representado en los cuadros y también en las explicaciones que se dan sobre esta escena del lavatorio de los pies. Pero este gesto que trae el evangelista es muy importante. Sabemos cómo se vestían los hebreos en tiempo de Jesús. Vestían la prenda interior, luego la túnica, el cinturón y luego el manto.

En esa desnudez está revelado el rostro de Dios; sobre esa desnudez Jesús se pondrá el delantal. Delantal que no se quitará luego cuando se ponga su ropa, porque es la ropa del esclavo que se hace servidor del hombre es la imagen de nuestro Dios.

Desnudez revestida de servicio. Este es el vestido del esposo. Recordemos que cuando Jesús cuenta la parábola de la fiesta de boda, en cierto momento entra uno a esta fiesta de bodas sin el vestido esponsal. Nos preguntamos: ¿cuál es el vestido esponsal para el banquete eucarístico? Cuando participamos en la Eucaristía es el Esposo que nos pide si queremos unir nuestra vida a la suya. Por tanto, debemos presentarnos a la fiesta de bodas con el vestido esponsal y éste es lo que él ha vestido.

Luego de haberse quitado la vestidura, Jesús se viste con la ropa del siervo, el delantal. Se lo ciñe… y notemos la lentitud de la descripción que debe haber dejado sorprendidos y en silencio a los discípulos que no entendían lo que Jesús estaba haciendo. “Después echa agua en un recipiente y se puso a lavarles los pies a los discípulos…” sin distinción para nadie, de quien es más grande o más pequeño.

El servicio de amor es igual, todos son amados por igual por Dios. “Y a secárselos con la toalla que llevaba en la cintura”. El gesto de lavar los pies ¿qué sentido tenía para los hebreos? En general, era un gesto tradicional de recibimiento a los visitantes. Sabemos, por ejemplo, y se recuerda en el Nuevo Testamento, la primera carta a Timoteo: las viudas entraban en eta institución, que tenía la Iglesia primitiva que tenía varias características, y una de ellas era ‘lavar los pies a los santos’, esto es, que se pusieran a disposición de los que tenían alguna necesidad, incluso lavándoles los pies.

Se trataba de un gesto de humildad y servil. De hecho, recordemos el comentario rabínico en el libro del Éxodo donde se decía que el esclavo hebreo no debía lavar los pies a su patrón. El hebreo no es un esclavo y por tanto debe negarse a lavar los pies a su patrón. No es que fuera necesariamente un gesto servil, era también un gesto que manifestaba amor a la persona.

Por ejemplo, la esposa debía manifestar su amor lavando los pies a su marido; también los hijos, como señal de reverencia para el padre, le podían lavar los pies.  Todos estos aspectos están presentes en el gesto de Jesús. Jesús es Dios que muestra todo su amor, también haciendo un gesto humillante, lo hace porque quiere revelar el rostro del Padre del cielo. Luego de esta escena que se describe tan lentamente por el evangelista, se nos presenta la reacción de Pedro.

Hemos notado que la escena del lavatorio de los pies se desarrolla en silencio. Un silencio de sorpresa. Los discípulos no entienden lo que Jesús está haciendo. En un cierto momento, este silencio lo rompe Pedro. Cuando Jesús llega para lavarle los pies, se dirige al Señor antes que nada con una pregunta: ¿Tú me vas a lavar los pies? Pedro se da cuenta que Jesús está dando vuelta el orden de valores aceptados como lógicos y normales por todos.

¿Cuál es el orden lógico y normal? Que el Maestro, el rabino, sea servido por los discípulos que deben estar orgullosos de lavarle los pies.  Aquí, por el contrario, Jesús está dando vuelta todo reproduciendo el rostro del Señor. El Hijo de Dios reproduce el rostro del Padre del cielo. Y Pedro siente que toda la catequesis que él había asimilado de los rabinos se desmorona. Porque el Dios que él siempre ha imaginado y en el cual ha creído siempre era el Dios servido por el hombre, y nosotros vimos en la escena precedente como se presenta en vez el Hijo de Dios, el que reproduce el rostro del Padre del cielo. Se ha presentado de manera desconcertante, con la vestimenta del esclavo.

Es un ‘Pedro’ que está presente en cada uno de nosotros. Es aquel que de frente al misterio de Dios que ama, hasta el extremo de arrodillarse delante del hombre, se rebela. No acepta que Dios sea un siervo. Que se haga esclavo del hombre, porque nosotros estamos siempre convencidos que debe ser el hombre el que sirva a Dios. En vez en el rostro de Jesús vemos brillar a un Dios que es amor y que es servidor del hombre.

Creo que ese ‘Pedro’ que está dentro de cada uno de nosotros quiere conservar una imagen de Dios que no es la del verdadero Dios. Este es el rostro de Dios que Pedro tiene en mente y creo que también en el ‘Pedro’ que está presente en cada uno de nosotros que estamos atrapados por esta imagen de Dios y nos resistimos a ponerla en cuestión por el gesto hecho por Jesús.

Jesús comprende esta dificultad de cambiar la imagen de Dios y de hecho dice a Pedro: Lo que yo hago ahora no lo entiendes. Lo entenderás más tarde, cuando hayas visto hasta qué fin llega el amor del que yo vine a dar testimonio, el amor del Padre del cielo. Será en el Calvario, cuando Jesús entregue su vida. Jesús no pretende que Pedro entienda enseguida. También nosotros podemos encontrar esta dificultad a dejarnos convertir a esta imagen auténtica de Dios. Jesús entiende esta dificultad. Y Pedro reacciona y dice a Jesús: “Tu no me lavarás los pies nunca”. Jesús le responde: “Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo”.

Notemos: Jesús no dice a Pedro: “si tú no aceptas lavar los pies a los hermanos”… esto lo dirá después.  Aquí Jesús está diciendo: Yo tengo necesidad de lavarte los pies, porque si yo no bajo a este último peldaño, tú no tienes nada que ver conmigo. La salvación, el mundo nuevo, sólo puede comenzar si yo desciendo al último puesto del servicio, que será luego el don de su vida sobre el Calvario.  Si Jesús no llega a esta hora en que pueda manifestar toda la gloria, todo el amor del Padre del cielo, el mundo nuevo no comienza.

Jesús está diciendo a Pedro: deja que yo baje al último puesto, el del siervo, que lava los pies de los discípulos. A nosotros nos cuesta servir a los demás, pero también nos da fatiga a dejarnos servir. Porque dejarnos servir nos hace sentir que no somos autosuficientes y esto nos humilla un poco.  Somos orgullosos, queremos autoabastecernos a nosotros mismos. En cambio, Dios no. Lo ha hecho bien. Nos ha hecho necesitados del don del otro. Sin el encuentro con los demás y con los dones que el otro puede ofrecer no nos realizamos.

Y la lógica en la cual Dios quiere que entremos es la del don gratuito, del amor incondicional, aun al enemigo, aun al que nos ha hecho algún mal. Nos cuesta donar gratuitamente, y también a dejarnos amar gratuitamente porque nuestra lógica es la del intercambio. Y, de hecho, cuando aceptamos un regalo, agregamos enseguida “¿cómo puedo devolverte el favor por el regalo que me has dado?” Porque queremos emparejar cuenta enseguida.  Esta es nuestra lógica. En cambio, el regalo fue hecho para crear este desequilibrio que debe permanecer para siempre.

(Música, Porque anochece, Tony Rubí)

Hoy comienza el Triduo Pascual. Hacemos memoria de los acontecimientos fundamentales de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Hoy, Jueves Santo rememoramos la institución de la Eucaristía y el sacerdocio ministerial, pero también la entrega del testamento de Jesús quien nos dejó un mandamiento nuevo.

(Lectura del evangelio según san Juan, capítulo 15, 12-16)

Hermanos, les invito para finalizar a elevar nuestra oración, y lo hacemos a través de un precioso Himno de Vísperas de Jueves Santo.

En la Cena del Cordero

y habiendo ya cenado,

acabada la figura,

comenzó lo figurado.

 Por mostrar Dios a los suyos

cómo está de amor llagado,

todas las mercedes juntas

en una la ha cifrado.

Pan y vino material

en sus manos ha tomado

y, en lugar de pan y vino,

cuerpo y sangre les ha dado.

 Si un bocado nos dio muerte,

la vida se da en bocado;

si el pecado dio el veneno,

el remedio Dios lo ha dado.

 Hagan fiesta el cielo y tierra

y alégrese lo creado,

pues Dios, no cabiendo en ello,

en mi alma se ha encerrado. Amén.

Para concluir nuestra oración, elevamos juntos nuestros corazones para orar como el mismo Jesús nos enseñó.

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdónanos nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal. Amén

Hermanos, les agradezco su atención. Soy el P. Jorge Catasús Fernández, párroco de Nuestra Señora de los Dolores, en la iglesia de Santa Lucía.

Les invito ahora a abrir sus corazones para recibir la bendición.

El Señor esté con ustedes. R/ Y con tu espíritu

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes, sobre todas sus familias, sobre todo nuestro pueblo cubano y les acompañe siempre. Amén.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Es la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA 

(Música, Señor a quién iremos, Cristóbal Fones)

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