Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía III Domingo de Cuaresma
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
7 de marzo de 2021

“Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre, en espíritu y verdad” Juan 4, 23

Hermanos,

Ya estamos en el tercer domingo de Cuaresma, y desde el Miércoles de Ceniza les dije que les invitaba a celebrar la Cuaresma como si nosotros estuviéramos subiendo una gran loma, porque la Cuaresma es dar pasos para llegar a la victoria. Yo les decía que esa loma es la del Getsamaní. Que hiciéramos el esfuerzo de reflexionar pensando que, cada paso de conversión que yo de durante este tiempo de Cuaresma, como dice el texto, este es el tiempo del Señor, el tiempo de la misericordia, pues que esto sea unos pasos, unos metros más que vamos ganándole a la colina para acompañar a Cristo en su pasión, y también esperarlo en la resurrección, claro está.

Hoy nos toca esta lectura tan hermosa, que literariamente es una joya, porque no cabe la menor duda de que reflejó, o trata de describir un encuentro. ¿Qué encuentro? El de Jesús con una mujer, la samaritana, pero que el que lo narra, no sólo narra los hechos, Jesús pidió agua… no, él narra todo el significado que tiene ese encuentro y todo lo que Dios, Jesús puede darnos cuando nos encontramos verdaderamente con Él.

Ahora volvemos al Miércoles de Ceniza. No para tocarlo de nuevo, pero sí recuerden que las palabras del Miércoles de Ceniza eran honestidad y verdad. En este pasaje que hemos escuchado, por dos veces está en el fondo esa verdad interior que nosotros tenemos que tratar con ella, vivir la vida con ella, además sabiendo que a Dios no se le puede engañar, y sabiendo que podemos engañar a los demás y a nosotros mismos, como ya he dicho casi todos los domingos anteriores, pero que a Dios no. Entonces, vamos a ahorrarnos ese trabajo. Hermanos, verdaderamente esta noche cuando nosotros vayamos a acostarnos o durante el día en esos momentos en que tenemos más o menos ocupaciones, pensemos. Mi vida, analizar mi vida, pero analizarla en verdad, en profundidad, en honestidad. ¿Cómo yo he correspondido a la Palabra de Dios? Y eso tenemos que hacerlo así, con sinceridad.

En este mismo pasaje que hemos escuchado, también dice, a Dios hay que adorarlo en espíritu y, ¿en qué más?, en verdad. Fíjense que, si no tratamos de vivir en verdad, a pesar de las tentaciones, que hemos dicho que siempre vendrán, pero que en Cristo tenemos la fuerza para superarla. A pesar de todo eso, nuestra debilidad y pecado, el Señor lo que nos pide es que nosotros reconozcamos. Puede ser, fíjense bien que, si nosotros verdaderamente tratamos de vivir en verdad nuestra vida y confrontándola con Dios, nos pase como a la samaritana. Muchas palabras nos podrán decir, que podamos recordar todo lo que hemos aprendido, que tal vez echamos en saco roto y lo dejamos pasar.

A la samaritana le llega al corazón que Jesús le haya descubierto su vida y le haya dicho la verdad. Eso fue lo que transformó la vida de la samaritana. El Señor me ha dicho quién es él…, y como el Señor le dijo, ella con la gracia de Dios efectivamente, reconoce mi vida no ha correspondido con lo que Dios espera de mí. Entonces yo les exhorto en este domingo ustedes y yo, que en verdad nos confrontemos con la Palabra de Dios y revisemos nuestra vida en verdad. Que no nos dejemos llevar, siempre tenemos argumentos, siempre ponemos cosas, la vida que nos lleva por caminos… Ok, es verdad. Pero vamos a enfrentar a Dios, y el Señor como a la samaritana nos conducirá hacia fuentes de agua viva. Precisamente al ella descubrir la verdad, ya tuvo acceso al agua viva.

Ella daba el agua de cada día, el sorbito que tal vez no sacie la sed cada día y es tan necesario para la vida. Pero el Señor le da un agua que le lleva a la vida eterna. Si nosotros vivimos así, también nosotros vamos a estar, empatando el domingo pasado, como Pedro, Santiago y Juan, diciendo Señor qué bien se está aquí, qué bien se está aquí ¿Por qué? Porque con el agua viva, que Tú eres el único que me puedes dar, y hay veces que yo me olvido de eso, con esa agua viva yo puedo aspirar a los bienes mayores, los que el Señor nos brinda.

Yo les invito a todos en este tercer domingo de Cuaresma, a que nosotros, y si tenemos que arrodillarnos nos arrodillamos en nuestra casa, no tengamos pena. Hay veces que hacemos cosas que nos deben dar pena y sin embargo nos dejamos llevar por el mundo. No hermanos. Vamos a pensarlo, a meditarlo como si nosotros fuéramos la samaritana, que el Señor le hablaba de las cosas importantes del Reino, y la samaritana pensaba en lo poquito. Hay veces que nosotros nos dejamos llevar por lo poquito, por el vasito de agua, por el cántaro que se sacaba del pozo.

En el evangelio de Juan eso se ve mucho. Jesús habla en una dimensión de vida eterna, de vida eterna, de gracia, de amor de Dios, de misericordia, y el otro, la samaritana en este caso se queda en ambiente que es lo inmediato, lo mundano, lo que nos condiciona. El Señor quiere que demos el salto. ¿Cómo podemos dar el salto? Solamente con la gracia de Dios. Solamente con la gracia de Dios. Yo les invito a hacer ese ejercicio de piedad, y decir de corazón, Señor dame el agua viva, el agua viva que yo recibí de pequeño, el agua viva que yo recibí de joven, el agua viva que me alegró tanto en mi tiempo de juventud sintiéndome unido a Cristo y a lo mejor la vida nos ha llevado por otros caminos… Entonces, nos quedamos así en el tedio de cada día, y no somos capaces de dar ese salto y decir como la samaritana, Señor, ¿quién tú eres? La transformó tanto que dice que fue inmediatamente a comunicar, que los otros que habían oído el testimonio de ella dijeron, ahora creemos no por lo que ella dice, sino porque nosotros sabemos que Cristo es el Señor.

Nosotros podemos hacer maravillas, nosotros podemos hacer como las tuberías que riegan los campos y los ponen verdes y sigue llevando el agua a otras tierras y a otros árboles para que el verdor aumente. Nosotros podemos ser portadores de esa agua viva para los demás. Que Dios nos ayude a vivir así.

Pero yo también quería decirles lo siguiente. El miércoles pasado, el día 3 de marzo, la Arquidiócesis de Santiago de Cuba celebró el que recibió por primera vez hace 170 años al Obispo, al Arzobispo en aquellos momentos Antonio María Claret, hoy san Antonio María Claret. Él llegó a Santiago un día 16 de febrero, el día18 en una procesión solemne subió a la Catedral desde la iglesia de Santo Tomás, loa santiagueros que participan en esta comunidad virtual pueden tenerlo fresco. El 24 comenzó con un retiro espiritual para todos los sacerdotes que iban a iniciar su ministerio con él.

Fíjense bien como él le da la fuerza a la oración y la lectura de la palabra de Dios. Podían estar muy preparados para muchas cosas, que así fueron, muchos de ellos fueron después profesores del Seminario, pero lo importante era el encuentro con Jesucristo. Y nosotros tenemos que encontrarnos con Jesucristo. Pero después que el dio los retiros que terminaron el sábado 1ro, aquel momento el día 3 que cayó un lunes, él fue al Santuario, él decidió que su primera salida de Santiago era venir al Cobre. El Santuario no estaba aquí, estaba en la loma, y él fue peregrinando hasta subir hasta el Santuario y allí veneró, oró ante la Virgen, y dijo que la Virgen iba a ser su prelada, es decir, todo lo que iba a hacer lo ponía en las manos de ella, y que ella le iba a indicar.

De ahí, fíjense bien, eso fue un 3, el 5 fue Miércoles de Ceniza, y al día siguiente los misioneros empezaron a ir al Caney, permanecieron en El Cobre, y él dedicó toda la Cuaresma, la Semana Santa a Santiago de Cuba. De ahí después, en cinco años y medio, casi seis, recorrió la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, que era desde Maisí hasta más allá de Camagüey, tal vez el límite de lo que hoy es Florida en el centro de Camagüey. Eso lo recorrió con los vehículos de aquellos momentos, que no eran vehículos, eran caballos, algunas veces un tren, otras veces un vapor, otras veces a pie, a mulas, a carruajes… ¿Qué cosa hacía? Predicar el Evangelio, iluminar el Evangelio, llevar la luz a todo el mundo, regar de agua viva, con la Gracia de Dios.

Hacía catorce años que no había Arzobispo en Santiago de Cuba, hacía cuarenta años que no salía ningún sacerdote del Seminario de Santiago de Cuba, aunque estaba abierto y los jóvenes de la clase que podía permitirse estudiar estaba allí estudiando. ¿Cómo estaba aquella iglesia? ¿Cómo fue que Claret pudo dar un salto y mover conciencia, corazones? La oración, la Palabra de Dios, el escuchar, el trabajar interiormente. Eso fue lo que hizo que diez años después de san Antonio María Claret haberse ido de Santiago de Cuba, el obispo de aquel momento dijo, lo que hay de fe en este pueblo, se debe a la presencia de san Antonio María Claret.

Yo quiero decirles esto, porque, aunque Claret fue Arzobispo de Santiago de Cuba, Claret era el Primado de toda Cuba. De esa porción de la que él fue Pastor, hoy hay cinco diócesis, se sigue predicando el Evangelio, se sigue predicando el Evangelio. Pero tenemos que tener conciencia, que eso san Antonio María Claret lo pudo hacer, porque él quiso aceptar a Jesucristo en su corazón, y que solo por la gracia de Dios, que es el agua viva, la fuerza del Espíritu en nosotros, él podía hacer eso.

Qué bien nos dejó san Antonio María Claret. ¡Qué bien nos dejó! Cuántas familias se unieron, cuántas familias. Cuántos niños dejaron de ser niños sin padre, como se decía antes, sin otro apellido, porque san Antonio María Claret casi obligó para que los matrimonios entre todas las razas se pudieran hacer, y así no había el problema de los matrimonios irregulares en que tanto se sufría. Cuánto hizo Claret para que la gente se confirmara, conociera la Palabra de Dios, se bautizara. Cuántas parroquias hizo, más de veinte parroquias, para que Cristo estuviera presente, y cada parroquia era un lugar de cultura, de transmisión de la fe y de la cultura del pueblo.

Hermanos cuando uno se pone en las manos de Dios, se pueden hacer maravillas. Vamos a tratar de que el Señor haga maravillas en nosotros, y vamos a pedir y vamos a trabajar para llegar hasta el Getsemaní acompañando al Señor.

De nuevo, que el Señor nos ayude a vivir así.

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