Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Celebración del Miércoles de Ceniza
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
17 de febrero de 2021

“Misericordia, Señor: hemos pecado” Salmo 50

Hermanos,

Estamos iniciando este tiempo, que es un tiempo de Gracia. Por eso uno de los salmos que se van a rezar es esa antífona que yo dije ahorita, “este es el tiempo del Señor, este es el tiempo de la Misericordia”. Todos los días son del Señor, los años, los meses, el tiempo es del Señor; pero el Señor que nos conoce a nosotros, sabe que nosotros necesitamos que esto se nos recuerde. Que se nos recuerde que hay que acudir a la misericordia de Dios, que Dios es misericordioso, que Dios no aparta a nadie, al contrario, Él nos da la mano diciendo acojan mi Misericordia, no importa quién tú hayas sido, no importa, lo que hace falta es que este momento con honestidad, en verdad tú digas “Señor yo quiero cambiar mi vida, dame tu Gracia”

Lo que la Iglesia está haciendo ahora es lo mismo que hicieron los profetas en Israel, cada cierto tiempo el Señor suscitaba un profeta y el profeta le decía al pueblo “se han apartado de Dios”, no han seguido los mandamientos de Dios, las leyes del Señor, recuerden todo lo que Él hizo, los liberó de Egipto, pero ustedes se han apartado, se olvidan de Dios, o no quieren tomar en serio lo que Dios dice y se van detrás de otros dioses.

En aquella época pasaba como pasa ahora que hay veces que la noción del pecado, es decir, del mal que se hace a los demás, y cuando le hacemos un mal a los demás se lo hacemos a Dios; el mal que nos hacemos nosotros mismos creyendo que nos hacemos un bien, pero al no ir por la senda de Dios eso va en contra de nuestra propia vida, entonces, hay veces que perdemos la noción del mal. Muchas veces damos un paso más, justificamos el mal, y cosas que nosotros sabemos, actitudes, maneras de comportarnos, palabras, que hay veces que se cuelan en toda la sociedad, y hay veces que nosotros por nuestra impotencia o nuestra ignorancia, nosotros hasta las justificamos, e intelectualmente hasta le damos cierto peso, cierto valor.

El Señor nos dice, busquen con sinceridad la Palabra de Dios, vayan a lo profundo de su corazón, conviértanse y crean en el Evangelio. Eso fue lo que hicieron los profetas: Isaías, Joel, Jeremías… y la Iglesia todos los años nos recuerda este tiempo de Gracia, para que nosotros tomemos conciencia de que tenemos que volver a Dios. Y todos los que estamos aquí, ustedes y yo, tenemos que volver a Dios. Estamos cerca de Él, estamos con Él, nos sentimos unidos, pero si buscamos en lo profundo de nuestro corazón y repito, ustedes y yo, hay sectores de nuestra vida que nosotros podemos decir, me he descuidado, me he dejado llevar, me he apartado de Dios, los caprichos fueron por delante, el satisfacerme de cosas pasajeras lo puse delante de la Palabra de Dios que es eterna. Hermanos este es el tiempo de volver de nuevo al Señor. 

Como la Iglesia sabe, que nosotros somos seres humanos, me gusta hablar de esto, que las cosas nos entran por los sentidos, por el oído, por la vista, por el tacto, entonces la Iglesia esta celebración la hace de una manera que sea muy sacramental, es decir, muy simbólica. ¿Cuál es el primer cambio que nosotros hemos visto? El domingo pasado eran las vestiduras verdes, la esperanza, el tiempo de la iglesia, hoy es el morado, que es un color no que sea feo, no es un problema de feo, es lo que nos recuerda precisamente que es un tiempo que no es algo para exteriorizar una alegría inmensa, sino todo lo contrario. Es color modesto, que pasa casi desapercibido. Lo que la Iglesia nos quiere decir es, nos vestimos de morado los sacerdotes y el templo se adorna con ese color morado, los altares no tendrán flores, no se reza el Gloria… ¿Para qué? Para que también por los sentidos nos demos cuenta de que estamos en un tiempo diferente, en un tiempo que no mira las apariencias sino lo que hay que mirar es el corazón. Y esa mirada al corazón es personal, cada uno de nosotros tiene que mirarse el corazón, tiene que mirarse el corazón.

Por eso es que la Iglesia en este día impone la ceniza. Porque la ceniza no tiene nada de bonito, al contrario, las cenizas se barren. Las cenizas nos recuerdan lo que dice la frase, “acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”. Estas cenizas, se hace más evidente ahora que en la civilización occidental hemos entrado en la incineración del cadáver, ¿qué es lo que nos devuelven de nuestros seres queridos? Cenizas. “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”. La Iglesia nos invita a recibir las cenizas como gesto de que yo quiero encontrarme con el Señor porque es el tiempo de la misericordia, y que, si yo le abro mi corazón a Dios, Él siempre está ahí a la puerta esperándome a que yo llegue.

¿De dónde salen las cenizas? Normalmente en Cuba la tradición es que los fieles, los ramos benditos del año pasado, lo lleven al templo y en el templo se queman y de ahí salen las cenizas. Fíjense bien el significado, el ramo bendito fue para acoger al Señor el Domingo de Ramos, sin embargo, se marchita, y al final ceniza, para recordarnos de que toda esa efervescencia, todo eso exteriorizado, todo eso pasa, y al final nosotros seremos polvo, el cuerpo materialmente, porque precisamente lo exterior, lo material es lo que nos subyuga y nos llama. Para que nos fijemos más en el espíritu, nos fijemos en un cuerpo resucitado junto al Señor, viviendo la vida eterna junto a Él.

Entonces hermanos, ¿cuál es nuestra actitud? Nuestra actitud es la sinceridad, la sinceridad de vida, no engañarnos a nosotros mismos; nosotros podemos engañar a los demás, aun a los más cercanos nuestros, pero a Dios no, porque Dios lee nuestro corazón. Sinceridad, verdad, la oración decía rectitud y verdad. Vamos nosotros a ser honestos y en este tiempo buscar lo esencial. Para eso nosotros tenemos que prepararnos.

¿Cuáles son los remedios que se dan precisamente para reincorporarnos a Dios, buscar su Gracia, para recibir su gracia? Pues nos pone tres remedios, pero podemos buscar muchos más: el ayuno, las limosnas, el sacrificio, la oración, la lectura de la Palabra de Dios. ¿Qué va a significar eso? En este tiempo yo tengo que renunciar a muchas cosas que hago normalmente que son buenas, tal vez, algunas no y debo renunciar sea Cuaresma o no sea Cuaresma. Renunciar a eso y decir, no, en este tiempo yo voy a dedicarme más a la Palabra de Dios, qué me dice el Señor. Y ustedes que tienen acceso a internet y a tantos medios de comunicación, saben que pueden buscar enseguida cuáles son las lecturas del día. Si nosotros fuéramos siguiendo las lecturas que se leen en la misa, esta Cuaresma sería especial.

Es un tiempo de oración, si antes rezaba al levantarme, ahora por lo menos al levantarme y al acostarme. Señor, ¿qué he hecho?, ¿qué puedo hacer? Señor, tú que te entregaste en la cruz por mi ¿cómo yo te correspondí? Esa pregunta hay que hacérsela. Tú que te ofreciste por mí, ¿cómo yo puedo reparar mis pecados que son los que te llevaron a la cruz? Hay veces que nos olvidamos de ese término, reparación, Señor yo quiero reparar mis pecados, no solamente los míos, los del mundo entero, porque nuestros pecados fueron los que hicieron que tú subieras a la cruz por nosotros. Hermanos, esa es la piedad cristiana, asociarnos al sufrimiento de Cristo, no como masoquistas, es diferente. Sino con una voluntad libre, una voluntad que hasta con alegría diga, Señor yo quiero entregarme al servicio.

El domingo pasado yo hablaba de las hermanas y los hermanos, y los hombres como el P. Damián, que se ofrecieron atendiendo a los leprosos, ¿lo hicieron tristes, amargados? No, lo hicieron porque querían precisamente unirse al Señor, y toda aquella persona que quiere unirse al Señor eso lo hace con una alegría interior. Eso es lo que Dios quiere que nosotros vivamos. Que nos acordemos del necesitado, que sepamos renunciar a muchas cosas que son, lo decía ahorita, son útiles, buenas, pero que no son necesarias, ni esencial. Vamos a ir a lo esencial. ¿Cuál es lo esencial en este tiempo? Encontrarnos con la Palabra de Dios.

Yo quiero hermanos fijarme en dos frasecitas. Digo así frasecitas, para darnos cuenta de la importancia que tienen a pesar de ser tan pequeñitas. Dice, “hermanos déjense reconciliar con Dios, este es el tiempo de dejarnos reconciliar con Dios, que esa sea nuestra disposición en este tiempo. Dejen que él actúe en nosotros. Esta es la primera actitud. Señor ayúdame, mi cabeza dura, mi torpeza y todo lo demás, yo quiero reconciliarme contigo.  Pero la otra es muy interesante, y la otra nos dice, “les exhortamos, a no echar en saco roto la Gracia de Dios. Pues dice en el tiempo de la gracia te escuché”. Hermanos no dejemos echar en saco roto la Gracia de Dios, este también es un tiempo de recuerdo de nuestra vida, muchos de nosotros que estamos aquí tenemos muchos años, y mucha vida cristiana tal vez, recordemos la gracia que Dios nos hizo cuando éramos adolescentes, niños, jóvenes, adultos… vivamos, recordemos esos momentos y esa Gracia que se derramó en nosotros ahora, no la botemos por la ventana, no la echemos en saco roto que se pierde en la calle, como en bolsillo descocido que creemos que tenemos dinero y se nos cae cuando caminamos. No, volvamos, volvamos, digamos Señor que todo eso que yo recibí y que a lo mejor olvidé, que vuelva a mí, a mi memoria, para todavía darte más gracias, y asociarme a tu sufrimiento para así también orar por la salvación del mundo entero.

Que el Señor nos ayude a vivir así este tiempo de Cuaresma. Ahora vamos a bendecir la Ceniza para imponérnosla. 

 

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