Irradia emisión del 31 de enero de 2021
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Domingo IV del Tiempo Ordinario
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y la emisora Provincial CMKC
“¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Marcos 1, 27
(Música, Abriendo caminos, Diego Torres y Juan Luis Guerra)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Abriendo caminos, Diego Torres y Juan Luis Guerra)
Para la reflexión de hoy contamos con la presencia del padre Carlos Fernández, sacerdote salesiano, asesor diocesano de la Pastoral Juvenil santiaguera.
Saludos amigos que sintonizan Radio Católica Juvenil que cada semana transmite este programa Irradia desde la oficina de medios de comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Cada semana la Luz de la Palabra ilumina la vida y las decisiones que se nos presentan en el camino, y más hoy cuando el propio Evangelio nos invita a examinar la autoridad de nuestras palabras y de las cosas que dentro nuestro pueden esclavizarnos.
Escuchemos el Evangelio de Marcos, capítulo 1 del versículo 21 al 28, correspondiente a este cuarto domingo del tiempo ordinario.
(Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 1, 21-28)
El retrato evangélico de Jesús que la liturgia nos presenta este domingo comprende dos líneas fundamentales: aquel de ser un maestro de autoridad, un hombre de palabra, un profeta; y aquel otro, de un Jesús que libera al hombre del mal, de sus esclavitudes.
La primera parte de la trama del Evangelio gira en torno a la “palabra” y al “hablar”. El evangelista Marcos señala la importancia de la palabra de Cristo describiéndola dentro del perfil del profeta perfecto, superior a cualquier maestro. Palabra y escucha se entrelazan en esta liturgia dominical. Propio de este nexo íntimo viene la importancia del anuncio al cual todos estamos llamados. En la cultura semítica, aquella de los hombres de la Biblia y del mismo Jesús, la palabra no es un simple soplo de aire o un movimiento de los labios, no es tampoco la palabrería constante que viene y va repitiendo las mismas cosas, al punto ya ni de creerlas. La palabra es un acto solemne y eficaz, tanto más operante cuanto más grande y sincero es aquel que la pronuncia. La palabra de Cristo no se disipa cuando ha sido dicha, mejor aún, es propio ahí cuando incide potentemente sobre el mal como una espada de dos filos. La palabra de Jesús penetra en nuestra historia e inicia un proceso de purificación del mal. Su nueva doctrina tiene una fuerza creadora y liberadora.
Este pasaje evangélico manifiesta la autoridad que tiene Jesús cuando enseña, cuando habla, y nos conduce a la frescura del origen, a la maravilla de quien enseña, a la maravilla de escuchar una palabra de verdad. Como la gente de Cafarnaúm, también nosotros nos encantamos cuando hemos encontrado personas que nos han comunicado a través de su palabra algo nuevo, algo grande, algo que realmente enciende el corazón, porque es verdad; y más todavía, cuando esa palabra viene a ser vivida. Ellas son personas que contienen una sabiduría, son personas que aman, son personas que buscan el bien del otro. Sus palabras tocan el centro de la vida porque nacen del profundo, incluso nacen del silencio y del dolor, porque nacen de la verdad de lo que se vive y de lo que se cree.
Solo las palabras creíbles reflejan la autoridad de quienes la dicen, y es porque coincide el mensaje con su mensajero. Son las palabras de aquellos hombres valientes que dicen las cosas en las que creen verdaderamente. Y es desde aquí cuando se logra entender que las cosas que decimos, las decimos porque las creemos.
Cuántas veces no nos ha pasado que alguien, con su palabra, lo mismo puede alegrarnos y levantar nuestro ánimo decaído, o incluso, destruir toda la ilusión de ser mejores. En esta situación en que vivimos, es triste ver cuántas palabras hirientes abundan entre nosotros, basta ir a una tienda y esperar en una fila: cuántos pensamientos dichos a alta voz, cuántos comentarios, cuántas cosas. A veces son palabras que decimos sin pensar, pero causan mal, dañan, separan, hieren, ofenden.
Cuántas amistades perdidas por palabras que hemos pronunciado, cuántas incomprensiones por ciertas frases expresadas cuando no era el momento, cuánta tristeza cuando se crucifica una vida a través de un juicio. Pero también las palabras tienen aquella irónica ambigüedad de entusiasmarnos y engañarnos, y solo el tiempo ha sido y será testigo de cuán engañados estábamos o podemos estar, porque han sido palabras vacías. Palabras emotivas de un momento, palabras incluso cargadas de aplausos, palabras llenas de promesas y de futuro, y el mismo tiempo ha hecho que no sean más que fracaso y mentira. Cuántas palabras vienen cargadas de falsas ilusiones y de promesas vacías.
Hoy tenemos necesidad de personas con autoridad, de personas coherentes, de personas sinceras. Tenemos necesidad de decir aquello que traemos en el corazón sin tener miedo a ser juzgados, siempre y cuando, se respete al otro. Necesitamos encontrar coherencia entre lo que pensamos y decimos. Y es que el Evangelio de este domingo, nos invita a la verdad de las palabras, una verdad que nace desde el interior porque se cree. Una verdad que también se confronta con la del otro a través del diálogo. Una verdad que se hace vida cuando la promesa que le acompaña no viene a ser escondida porque otros impiden que ella se cumpla. Sino que la palabra que se dice y se cumple es porque la primera de sus intenciones es la verdad. Es por eso que una palabra tiene autoridad y aquel que la dice es creíble, porque su propia vida encarna aquello que dice.
Sin embargo, hay un diálogo que es casi imposible: y es el diálogo con el mal, con los demonios que esclavizan al hombre y le quitan su libertad. Convertirse y vivir el Evangelio es liberar la vida. De hecho, Jesús inicia su ministerio enfrentando nuestros problemas de fondo: el bien, el mal, la salud, la enfermedad, la miseria, la desesperanza… O dicho de otro modo, inicia con el primero de todos los problemas: el hombre poseído, el hombre que no sabe, que no quiere, el hombre que está perdido y que no logra ser libre. Jesús ha venido a arruinar las prisiones humanas, ha venido a arruinar aquello que arruina al ser humano.
El Evangelio que hemos escuchado nos dice que había un hombre poseído por un espíritu impuro. Un hombre prisionero de algo más fuerte que él. Un hombre quizás, que vive en la inercia de que su vida está en manos de otro que lo daña, lo inmuniza, lo controla, lo domina. Un hombre que tal vez no vislumbra el futuro porque vive ahogado en la preocupación desesperante de su demonio presente. Sin embargo, es aquí donde interviene Jesús, y no lo hace con discursos sobre Dios o explicaciones sobre el mal, sino que se sumerge como Aquel que puede sanar y curar, como Aquel que tiene el poder de devolver la vida.
Dios viene a la vida herida del hombre, Dios viene a liberar al hombre. Sin embargo, ¿querrá el hombre ser libre? ¿es fácil para mí salir de mi propia cárcel? ¿podré yo exorcizar mis demonios? ¿podré enfrentarlos, o ellos son más fuertes que yo? Y es que cuando la luz brilla, las tinieblas la rechazan. Aquellos demonios increpan al Señor y le dicen: “¿qué hay entre nosotros y tú, Jesús de Nazareth? ¿Has venido a arruinarnos?”. Y es así: Jesús viene a arruinar todo lo que arruina al hombre, a derribar cárceles, a abrir los ojos para que el ser humano se dé cuenta que hay nuevas formas de vida y de subsistencia. Para eso vino Dios, para eso viene Dios y por eso él es Dios. Él hoy viene a arruinar el reino de los ídolos que devoran nuestro corazón: viene a arruinar el afán excesivo de dinero al punto de abusar de otros, el egoísmo, la doble moral, la mentira, la calumnia, el resentimiento, la oscuridad de la vida, el no esperar un mañana mejor. Contra todo esto Jesús dice: “cállate y sal de él”.
Calla, oh demonio que arruinas al hombre por dentro y por fuera; Calla, oh tiniebla que nubla la vida al punto de hacerle perder la fe y la esperanza. Calla, oh resentimiento de un corazón herido que busca pagar con la misma moneda al mal del otro. Calla y sal de él. Y pidamos al Señor que también su Palabra siga resonando entre nosotros. Que su Palabra, que es Vida y es Verdad, haga brillar la luz y la libertad de tantos corazones que aun fríos por el invierno en que viven, seguro estoy, anhelan aquella palabra de autoridad y de verdad en la que se busca el cielo nuevo y la tierra nueva de una promesa dada por Aquel que solo tiene Palabras de Vida Eterna.
(Música, Si no estás, DR)
Hermanas y hermanos, les invito ahora a elevar nuestras súplicas a Dios por nuestras intenciones y las del mundo entero. Podemos responder: Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Por la Iglesia, para que, asistida por el Espíritu Santo, proclame ante el mundo, la verdad del Evangelio y sepa encarnarlo en primera persona. Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Por nuestros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, para que testimoniemos proféticamente los valores del Evangelio de salvación en la Cuba de hoy. Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Por la reconciliación y el perdón de tantas familias, de tantos amigos, de tantos vecinos, para que a través del diálogo se fomente nuevamente el respeto y la unidad, Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Por los males personales y sociales, para que la luz brille entre nosotros dándonos la fuerza y la capacidad de buscar nuevas salidas para un bien más grande y duradero. Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Por los que sufren la enfermedad de la Covid, por sus familiares, por nuestros médicos, para que la solidaridad, la preocupación y la prudencia nos acompañen a salir de esta situación en que vivimos. Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Hoy la Iglesia universal celebra a San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes. Pidamos por nuestros jóvenes, por los del mundo entero y en especial por los jóvenes cubanos. Que vivan una vida coherente, libre de vicios y de esclavitudes, una vida en la que tengan oportunidades de trabajo y de bienestar, una vida en la que puedan garantizar el futuro de Cuba. Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
- Pidamos por todos nosotros, para que hagamos vida las palabras que el Señor Jesús nos dice, para que seamos sinceros y nos veamos libre de todo mal. Oremos… Tú tienes Señor, palabras de vida eterna.
(Música, Bendición, Martín Valverde)
Oremos todos juntos con confianza al Padre del cielo con las palabras que su Hijo nos enseñó a decir:
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan de cada día.
Perdónanos nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en tentación,
Y líbranos del mal. Amén
Hermanos, que el Señor esté con ustedes R/ Y con tu espíritu.
Que la bendición de Dios misericordioso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes, sus familias y comunidades y permanezca para siempre. Amén.
Gracias por su atención, les habló el Padre Carlos Luis Fernández, salesiano de Don Bosco.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación Social, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Es la voz de la Iglesia santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA
(Música, La alegría de Amar, Acrisolada)