Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba Eucaristía III Domingo del Tiempo Ordinario Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre 24 de enero de 2021
“Se acerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” Marcos 1, 15.
Hermanos,
Estamos en el comienzo de este tiempo que se llama durante el año que comienza con la fiesta del Bautismo del Señor, ese acontecimiento que los evangelios recogen que es el punto de partida, la puesta en marcha de Jesús en su vida pública. De ahí que ese día dijimos que cada uno de nosotros tiene que recordar su bautismo, porque el bautismo es una llamada. La llamada que Jesús sintió para comenzar su vida pública es una llamada en primer lugar, a ponernos en las manos de Dios, a hacer su voluntad, Él sale a nuestro encuentro, nosotros también debemos correr a su encuentro. Por lo tanto, este tiempo durante el año que podemos decir que es el tiempo de la Iglesia, debemos recordar nuestro bautismo, y las enseñanzas que vienen de la Palabra de Dios, vienen a fortalecer algunos puntos que tenemos que tener en cuenta.
Hoy como decía al introducir las escrituras, tenemos dos textos de llamadas, el bautismo es una llamada, y estos textos podemos aplicarlos nosotros también, cada uno según su estado, según su condición, según su vocación. Pero la vocación más grande que todos nosotros tenemos es la de ser bautizados, llamados a ser hijos de Dios en Cristo Jesús, hombres nuevos en Cristo. No los hombres nuevos que los hombres proclaman y después el tiempo pasa y ya nadie se acuerda de eso. No. Hombres nuevos en Cristo Jesús porque somos llamados a ser resucitados.
El llamado a Jonás. Jonás recibe el pedido del Señor, vete a Nínive, una ciudad corrupta, y predícale la conversión. Jonás hace caso, Jonás predica. Y los ninivitas responden. Es un texto que está llamado a enseñarnos, es una pedagogía de cómo tiene que ser la respuesta del discípulo, y nos damos cuenta de que, porque el discípulo hizo la voluntad de Dios, los ninivitas se convirtieron y Dios suspende toda esa tragedia que había predicho sobre ellos. Si Jonás no hubiera aceptado esa petición de Dios, el bien que le hizo a la ciudad, no se hubiera hecho. Pero fíjense en lo curioso de Jonás, que después que Jonás hace ese bien, y ve que la ciudad se convierte, se queda un poco remordido como diciendo qué fácil ha sido. Es un hombre que sigue lo que Dios le ha dicho pero que su corazón todavía no está completamente entregado a Dios, porque Jonás debía haber compartido la misma alegría de Dios y decir gracias a Dios esta ciudad no será castigada.
El otro llamado es de Simón y su hermano Andrés, de Santiago y su hermano Juan. El domingo pasado veíamos como ellos siguieron a Jesús cuando pasó por delante de Juan, y Juan les dijo “Ése es el Cordero de Dios”. Ahora vemos como el Señor les llama para reafirmar ese seguimiento que ellos iniciaron, pero como para corroborarlo. Nosotros también muchas veces nos sentimos llamados a seguir al Señor, pero también tenemos que sentirnos llamados, porque no es sólo una inclinación nuestra “Ay, yo quiero seguir al Señor”, sino también decir, Señor yo sé que Tú me amas, yo sé que tu me llamas a vivir la vida eterna junto a ti.
Entonces vemos estas dos llamadas que el Señor hace, y como les decía, esas llamadas, también son nuestras llamadas. Cada uno sabe lo que el Señor nos pide, pero por nuestro bautismo que es la primera llamada a la santidad y la más importante; siempre me gusta decir que algunos somos llamados al episcopado, otros son llamados al sacerdocio, a laicos, padres de familia, religiosas, diáconos permanentes, a gobernantes de la tierra porque es su vocación de político, o la del científico, pero de todas esas llamadas, la primera llamada es la llamada a la santidad que es la que nos da el bautismo. Por lo tanto, tenemos que sentirnos llamados a eso, a ser santos.
Hay veces que nos parece que es tan difícil ser santos. Pero a la obra de la santidad, nosotros entramos a formar parte de ella, el señor respeta nuestra libertad, pero la santidad es una gracia que viene de Dios que se derrama sobre todos nosotros, pero que nosotros tenemos que aceptarla. La santidad es participar en la gracia divina, en la santidad de Dios, que es Él el que nos hace santos. Para eso tenemos que poner de nuestra parte, tenemos que darnos cuenta que lo fundamental es seguir al Señor, que tenemos que vivir nuestra vida, plena en todos los sentidos, una vida familiar, una vida laboral, una vida académica, de obrero, de campesino, de político, de dirigente, de lo que sea, pero todo eso tiene que estar bañado por la santidad todos, porque sino no damos testimonio del Señor. Sin dejamos pasar la gracia del Señor, sino no somos testigos de Cristo en medio de un mundo que todos nosotros sabemos necesita encontrar, reorientar la vida y nosotros somos los llamados a ser testigos. Nínive se convirtió porque Jonás predicó. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron testigos de Cristo y por eso es que nosotros estamos aquí, ellos son pilares, rocas de la Iglesia.
En los textos de hoy también se intercala un texto de la primera carta a los Corintios, que es un texto tremendo. Cuando uno lo lee uno dice, pero ¡qué nos pide el Señor! No lo voy a leer completo, pero casi casi, porque el Señor nos pide en este texto, si lo leemos literalmente, por eso es que la Biblia no se puede leer literalmente solamente, ¿qué cosa el Señor nos pide? Que seamos impávidos, que si tenemos causa de risa no nos riamos, si tenemos causa para llorar no lo hagamos, que si tengo una mujer no esté con ella, que si la mujer tiene un marido no esté con él, ¿qué el Señor nos pide, que estemos tiesos como una roca? No hermanos, el Evangelio hay que leerlo como es, el mismo Jesús mostró sentimientos, lloró ante Jerusalén, lloró ante su amigo Lázaro, se encantaba al estar con los niños, se alegraba cuando le seguían y también se entristecía cuando los fariseos y los otros, no entendían el mensaje de amor que él les daba.
El Señor no nos dice que seamos gente así. Léanlo nuevamente en sus casas la primera Carta a los Corintios, capítulo 7, del 29 al 31. Léanlo de nuevo en la casa, y fíjese que nos pide una gran exigencia, pero no así. Hay que leerla junto a otros textos que nos hablan del Señor. ¿Por qué se entrega por nosotros? ¿Cómo no lo va a sentir? Por qué le dice a su Padre, aparta de mi este cáliz pero que se haga su voluntad. ¿Qué nos quiere decir el Señor? que nosotros que estamos llamados a ser santos en el mundo, tenemos que darle importancia a las cosas que verdaderamente son importantes. No es que dejemos de darle importancia a las cosas del mundo, que el mismo Señor nos dice que cuando veo a alguien con hambre debo darle de comer, para decir un ejemplo. No. Cristo se ofrece en la cruz porque le importamos mucho, tenemos que darle importancia, pero siempre saber dónde nosotros ponemos primero el acento en nuestras vidas.
¿Qué nos quiere decir esto? Que nos hagamos la pregunta, ¿Cristo es el centro de mí vida o yo estoy dispuesto a dejar a Cristo por cualquiera de estas cosas? Tenemos que aprender a ser muchas veces indiferentes, no indiferentes ante el dolor o la alegría, ante las cosas materiales que el mundo nos propone, ante las exigencias que hay veces el mundo nos echa arriba, ante aquellas situaciones en que no sabemos cómo discernir, y entonces quitan nuestra paz. El Señor nos dice, en todo hay que enfrentar las cosas, pero siempre sabiendo que lo fundamental es seguir la palabra de Dios y esta tenemos que buscarla en la Biblia. Y viene la segunda pregunta, ¿y yo leo la palabra de Dios para encontrar el sentido de mi vida, qué debo hacer o no?
El salmo de hoy nos lo recuerda, muy bien y clarito, “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” Nosotros tenemos que buscar en sus caminos y en sus sendas. De esa manera las cosas del mundo pasarán, de esa manera no serán obstáculo para yo servir a Cristo, ¿por qué? Porque conozco los caminos del Señor, y sé lo que tengo que aceptar, lo que tengo que apartar, lo que tengo que hacer. Y en los momentos duros en que viene la confusión, confiar en el Señor, pedir su ayuda, acogernos a su misericordia.
Una de las oraciones que más me gustan de las misas que se leen los domingos, ya lo he dicho en otras ocasiones dice así: Señor enséñame a utilizar los bienes de aquí abajo, las cosas, las posiciones, las personas, los bienes, los regalos que Tú nos das con as amistades, con tantas cosas, lo que hemos logrado con nuestra inteligencia, Señor enséñame a utilizarlos para que nunca sean un obstáculo a los bienes superiores que son los bienes que Tú nos ofreces, la vida eterna.
Entonces hermanos, busquemos la Palabra de Dios, pidamos al Señor que toda nuestra vida sea una ofrenda a Él, porque sabemos que cuando hacemos eso Él hace sacar obras buenas, cómo hizo con Jonás en esta historia de Nínive.
Que el Señor nos ayude a vivir así.