El amor hizo nuevas todas las cosas

El amor hizo nuevas todas las cosas

Estimado lector:

No en vano, para concluir cada año litúrgico, la Iglesia nos propone celebrar la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Un rey que gobierna, no por la fuerza y la intimidación, sino por la mansedumbre y el servicio. Un rey que viene con poder, mas no para aniquilar sino para renovar todas las cosas. Un rey que tiene por trono una cruz; un rey que vence por el amor. Pero, –podrán acotar algunos– ¿cómo pueden seguir soñando despiertos cuando la realidad cuenta una historia diametralmente opuesta? ¿Cómo seguir creyendo en el amor cuando nos «devoramos» irremediablemente?

Estas interrogantes son el gran velo rasgado en la Navidad, colocándonos ante el misterio de un Dios que se nos da en la fragilidad de un recién nacido; de un rey que se ciñe la túnica para lavarnos los pies; de un Cristo traspasado de manos y pies, que parecía derrotado en la cruz pero que salió victorioso del sepulcro en la mañana del domingo. También hoy el amor sigue pareciendo impotente a los ojos de tantos. Son muchas, como diversas, las situaciones concretas en las que el rostro del amor se torna irreconocible tras las cuchilladas del odio, las bofetadas de la indiferencia, los golpes de la infidelidad. Situaciones de las cuales los cristianos no estamos exentos, y que, no pocas veces, logran obnubilar nuestra mirada.

«El Amor no es amado», era el grito del «poverello de Asís» y no sin razón. Unos porque no lo conocen, otros porque lo han rechazado, otros que aunque conociéndolo, le han descuidado. Este número de Seminaristas Hoy quiere motivarnos a examinar cómo está nuestro amor. Para ello, además, nos acercaremos a la vida de dos hombres que, acogiendo la simiente del Reino, la simiente del Amor en sus vidas, dieron abundante fruto de santidad: santo Tomás de Aquino y san Ambrosio de Milán. Pidamos para que estos santos doctores nos alcancen del Señor la gracia de estar atentos a su paso por nuestra vida.

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